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(Eiger)
Antonio de Orbe
La montaña siempre espera. Esperó el Cervino a que Edward
Whymper y sus compañeros lo ascendieran por primera vez en 1865.
Esperó el Eiger, el Ogro, a que Rabadá y Navarro acometieran
trágicamente el ascenso de su cara norte, la Eigernordwand. Nos
esperaron las montañas alpinas a que junto con mi familia
recorriéramos en verano los deliciosos valles suizos y nos
aproximáramos a las bases de sus majestuosas cumbres. Hay un dicho
en montaña cuando no haces cima: puedes volver a intentarlo cuando
quieras, la montaña seguirá ahí.
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De un lado su majestuosa elegancia. Una pirámide perfecta que se
eleva estilizada sobre su base. Cuatro caras y cuatro aristas forman la
montaña, uniéndose las caras norte y sur en lo alto para formar la
cresta cimera. La pirámide es delgada y alta, elevándose más de 500m.
Desde Zermatt se ven dos de sus verticales caras y una arista
imposible, todas llegando hasta la misma cumbre. Lo segundo que
llama la atención es su soledad y su soberana presencia. Ninguna otra
cumbre se encuentra cerca. Ninguna compite con ella. Mires desde
donde mires, el Matterhorn lo ocupa todo. Gigantesco, solitario,
elegante y omnipresente.
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El Cervino ha sido ascendido de todas las maneras posibles.
Por las cuatro aristas y por las cuatro caras. En invierno y en verano.
En compañía y en solitario. Los nombres importantes del alpinismo
están escritos en su historia. El inglés Mummery o los italianos
Messner y Bonatti. Este último abrió una ruta en invierno por la cara
norte y en solitario. En 1992 el austriaco Kammerlander subió y bajó
las cuatro aristas en 24 horas. En 2007, dos guías locales subieron y
bajaron en dos horas y media.
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por la razón por la que intentaba subir al Everest respondió: “Porque
está ahí”. No ha habido respuesta mejor ni otra buena razón. Los
aventureros dieron paso a escaladores más preparados, pero la suerte
no cambió para muchos. En las lápidas del cementerio se lee una parte
de la historia de esta obsesión. Jóvenes de entre 20 y 30 años,
preferentemente británicos pero también italianos, americanos y del
resto del mundo. En Julio o Agosto, descendiendo más que
ascendiendo, solos o en grupo, en el Matterhorn, en el Weisshorn o en
el Monte Rosa. Una lápida reza: “I choose to climb”.
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contiene la propia estación de tren, cinco restaurantes, ascensores,
tiendas y varias terrazas. En una de ellas orientada al sur, por encima
de las nubes, divisando un enorme y serpenteante glaciar comimos
nuestro bocata que una vez más distó de ser perfecto aunque sí
agradable.
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las tres de la mañana comienzan su ascensión. Poco después se
encuentran con una cordada japonesa. Progresan lentamente y realizan
su primer vivac en el Segundo Nevero. Por la noche se desata una
tormenta y empieza a nevar. La cordada japonesa se retira pero al día
siguiente ellos continúan. Tardan el día entero en superar el Segundo
Nevero y Rabadá sufre una caída de veinte metros. Pasan la segunda
noche en el Vivac de la Muerte en medio de una granizada. Los
telescopios de Kleine Scheidegg les buscan esperando el descenso de
retirada, pero les descubren la mañana siguiente ascendiendo por el
Tercer Nevero. Rabadá y Navarro eran muy buenos escaladores en
roca, pero el Eiger requiere experiencia en hielo. Al parecer llevaban
crampones de 10 puntas cuando lo adecuado es de 12. Los
crampones son planchas de metal que se ponen en la suela de las
botas. Tienen puntas que se clavan en el hielo evitando resbalar. Los
suyos no llevaban las puntas frontales por lo que se veían obligados a
tallar con el piolet escalones en el hielo para poder encajar las botas.
Esto hacía cada paso eterno y la ascensión lenta y penosa. Montan su
tercer vivac en la Chimenea y soportan de nuevo la lluvia y el frío.
Agotados, prosiguen su escalada y por la noche montan su cuarto
vivac en la Araña. Ya no hubo más. Al día siguiente, los telescopios
divisan a la pareja colgada en la Araña sin signos de vida. Bien
asegurados pero muertos, permanecieron en la montaña varios meses a
la vista de todos hasta que en el siguiente invierno una cordada
realizara el primer descenso del Eiger y cortara la cuerda para
recuperar sus cuerpos.
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nuestras anchas el formidable espectáculo. De camino, antes de ir de
tiendas y proseguir nuestro viaje por valles, lagos y montañas, nos
detuvimos en una hermosa y soleada pradera para, siesta incluida,
comer esta vez sí el bocata perfecto.