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SOMOS COLUMNAS DE UN MISMO EDIFICIO

Óscar Arias Sánchez


Presidente de la República
Inauguración del Año Judicial
Auditorio del Poder Judicial, San José
26 de marzo de 2010

Señor Presidente de la Corte Suprema de Justicia; señoras y señores


Magistrados, jueces y funcionarios del Poder Judicial; amigas y amigos:

En muchas narraciones épicas, sean religiosas o literarias, hay un


momento decisivo en el que el héroe de la historia, el protagonista de la
leyenda, debe alejarse de su tierra como consecuencia de un castigo que le
ha sido impuesto, o una prueba a la que se debe someter, o bien un viaje
que decide emprender. Moisés es expulsado de Egipto y pasa varios años en
el desierto. Jesús debe resistir una de sus tentaciones viendo todos los
reinos del mundo desde lo alto de un monte. Buda emprende una larga
travesía al final de la cual encuentra el árbol donde obtiene la iluminación.
Mahoma recibe sus primeras revelaciones en una cueva en las afueras de
La Meca. Y lo mismo sucede con Odiseo y su viaje de 10 años para llegar a
Ítaca. Rama y sus 14 años de exilio en un bosque indio. El Quijote y sus
salidas en compañía de Sancho Panza. En cada uno de estos cambios de
escenario, el héroe adquiere un elemento indispensable para la
transformación de la realidad en que vive: adquiere perspectiva.
En la vida, y particularmente en la labor pública, es muy difícil tener
perspectiva. Uno se embrolla en los trajines del día, en el oficio cotidiano de
salir adelante. En medio de la urgencia, es posible confundir la verdadera
dimensión de las circunstancias, y magnificar lo insignificante o soslayar lo
esencial. Aunque resulte paradójico, a veces es necesario salir del centro de
nuestra propia historia, para entenderla en toda su extensión y en toda su
complejidad. Hoy les pido, humildemente, que salgamos por un momento
de esta Meca del Derecho. Que intentemos ver a este Poder Judicial desde
una distancia que nos permita adquirir perspectiva; una distancia que nos
ayude a entender el rol que juega esta rama del Estado, en promover el
desarrollo humano y el desarrollo económico del pueblo de Costa Rica.
Algunos me dirán que nada tiene que ver el Poder Judicial con el
desarrollo costarricense. Me dirán que el oficio de esta institución no es otro
más que el de aplicar la ley en el caso concreto. En efecto, la función del
Poder Judicial es aplicar la ley, así como la del Poder Legislativo es aprobarla
y la del Poder Ejecutivo es promover políticas públicas eficaces. Pero cada
una de esas funciones específicas, sirve para una función ulterior, para un
propósito general, para un gran esquema que debemos ser capaces de
vislumbrar. Todo lo que ustedes hacen, y todo lo que hacemos nosotros,
debe ir en razón de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Para eso
estamos aquí. Ésa es nuestra principal responsabilidad. Somos columnas de
un mismo edificio, vertientes de un mismo río, raíces de una misma planta.
Vivimos separados en nuestras labores, pero unidos en nuestro fin. No
debemos olvidarlo.
El Poder Judicial es fundamental si aspiramos a construir la Costa Rica
desarrollada del Bicentenario. Son muchas las áreas en las cuales esta
institución puede favorecer el progreso, y muchas en las cuales puede
obstaculizarlo. Hoy he venido a mencionar un área que me parece esencial,
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y que creo que debe ser atendida con mayor cautela durante los próximos
años: la seguridad jurídica.
Para crecer económicamente, nuestro país necesita muchas cosas.
Necesita una buena política cambiaria, que evite la devaluación de nuestra
moneda y asegure su estabilidad. Necesita una buena política monetaria,
fundamentalmente dirigida a combatir la inflación. Necesita una buena
política fiscal, que aumente la recaudación y modernice los impuestos.
Necesita atraer inversión extranjera, para generar empleo y propiciar
encadenamientos productivos. Necesita simplificar sus trámites
administrativos, para que lidiar con el Estado no sea un calvario ni un
examen de paciencia. Necesita reformar su procedimiento legislativo,
porque nuestro Congreso no puede durar tres años en aprobar legislación
importante. Necesita construir una mejor infraestructura en sus carreteras,
puertos y aeropuertos. Necesita contar con una fuerza laboral cada vez más
capacitada. Necesita graduar más ingenieros que científicos sociales, y no al
revés, como lo hace ahora. Y necesita otorgarle a los empresarios,
nacionales y extranjeros, la certeza de que hay claridad en las reglas del
juego y que, obedeciendo las leyes y cumpliendo con los requisitos, no se
verán afectados en su derecho a hacer negocios.
La competitividad de nuestra economía debe ser resguardada en los
estrados judiciales. De hecho, debe ser protegida con el mismo celo con que
se tutelan otros intereses colectivos. Porque de la competitividad depende
el bienestar de nuestros ciudadanos. Y muchas veces, ese bienestar se ve
afectado por la mora judicial y por la falta de certeza en torno a ciertas
resoluciones de nuestros tribunales, que pueden, o no, revocar situaciones
consolidadas.
No sé si los miembros de este Poder Judicial pierden el sueño por las
inversiones que Costa Rica deja de percibir, por causa de la volatilidad de
algunas de sus decisiones que afectan nuestra economía. Yo sí lo pierdo.
Cada empresario que decide invertir en Panamá o en Chile, porque
considera que en esas naciones las reglas son más estables y más claras;
cada expansión industrial o comercial que se pone en pausa mientras se
espera, durante años, una sentencia, significan personas de carne y hueso
que no pueden acceder a un trabajo, que no pueden comprar comida, que
no pueden pagar sus préstamos de vivienda o de educación. Significan
personas que no reciben los frutos de la democracia.
Si el crecimiento del ingreso por habitante en Costa Rica fuera mucho
más elevado, la vida de los costarricenses sería, también, mucho más
sencilla. Sé que éste es un recinto poco acostumbrado a escuchar
valoraciones económicas, pero es importante que recordemos que si el
ingreso de nuestros habitantes crece apenas un 2% cada año, se requieren
35 años para duplicarlo. En cambio, si crece a un 10%, como ocurre en
China y Singapur, nuestros ciudadanos verían duplicarse sus ingresos en tan
sólo 7 años. Ésa es la diferencia. Por eso importa aumentar la inversión,
tanto pública como privada: porque si logramos un mayor crecimiento
económico, nuestro pueblo podría cruzar el umbral del desarrollo en un
tiempo mucho menor.
Una noticia del día de ayer sirve para ilustrar este punto. Como
ustedes saben, en el último año Costa Rica avanzó siete puestos en el Índice
de Competitividad Tecnológica del Foro Económico Mundial, siguiendo una
tendencia favorable. Sin embargo, aunque nos encontramos en el puesto
número 49 en competitividad tecnológica general, estamos en el puesto
número 108 (de 133) en el “número de procesos para establecer un
negocio”, y en el puesto 116 en el “tiempo requerido para abrir una
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empresa”. Esta lentitud es el producto de un exceso de requisitos y de una


suspicacia frente al sector público y privado, de la que son tan culpables el
Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, como el Poder Judicial, la Contraloría
General de la República y la Procuraduría General de la República.
Quiero ser muy claro y muy enfático en esto: Costa Rica pone muchas
trabas a la inversión. Esto no es ningún blasón de honor. No hay nada de
loable en condenar a nuestros hijos a un futuro peor del que pudieron haber
disfrutado, si nos hubiéramos decidido a darle más poder a los
emprendedores, en lugar de darle poder sólo a los contralores.
Sé que a mucha gente le molesta que hable en este tono. Sé que
mucha gente desaprueba que compare a Costa Rica con Singapur o con
China. Pero lo cierto es que muchos de estos países, que no tienen
instituciones democráticas como las nuestras, tienen normas más claras y
respetan más el Estado de Derecho, que la mayoría de las naciones
latinoamericanas. Aunque a muchos les cueste creerlo, y sobre todo les
cueste aceptarlo, hay mayor seguridad jurídica en Singapur que en Costa
Rica. Ese país, que hace 60 años era una colonia pobre, es hoy la segunda
nación más competitiva del mundo en tecnología. Ese país, que hace 60
años era más atrasado que Costa Rica, le ha brindado a sus ciudadanos
muchas más oportunidades de las que hemos logrado brindarles nosotros,
en toda nuestra vida independiente.
Mientras no solucionemos esto, mientras no hagamos un esfuerzo
aún mayor por hacer crecer el ingreso per capita de nuestros ciudadanos,
las instituciones de nuestro país estarán en deuda con la población; estarán
cumpliendo sólo con la mitad de su tarea.
Durante cuatro años, mi Gobierno combatió la ineficacia burocrática,
prueba de ello es la mejora sostenida en el Índice de Competitividad.
Hicimos avances considerables en materia de simplificación de trámites y
Gobierno Digital. Pero hay muchas tareas pendientes. Nuestras instituciones
tienen ante sí el reto de generar una mayor seguridad jurídica. En una
democracia, los ciudadanos deben saber a qué atenerse en sus relaciones
con el Estado. Deben confiar en la observancia y el respeto de las
situaciones derivadas de la aplicación de normas válidas y vigentes. Deben
tener una expectativa razonablemente fundada sobre cuál será la actuación
del poder en la aplicación del Derecho. Es decir, deben ser capaces de
anticipar cuáles serán las consecuencias jurídicas de su propio
comportamiento. Como dicen los ingleses, “legal security means protection
of confidence”.
La seguridad jurídica significa la protección de la confianza. Y el
pueblo de Costa Rica confía en nosotros. Confía en que sabremos construirle
un futuro mejor, en el menor tiempo posible. Nuestro país, tan admirado por
su paz, por su democracia, por su tolerancia, no puede quedarse al final de
la carrera del mundo. Nosotros, que nos jactamos de ser un Estado de
Derecho ejemplar, tenemos que entender que el bien primordial de un
mundo globalizado es la confianza. Nuestro esfuerzo y nuestro trabajo
deben ir en el sentido de no socavar esa confianza. Eso empieza por el
Gobierno y por el Congreso, pero pasa, sin duda, por el Poder Judicial.

Amigas y amigos:
Ésta es la última ocasión en que comparto con ustedes en calidad de
Presidente de la República. Por eso quiero despedirme de cada uno de los
jueces y juezas de Costa Rica, de cada uno de los Magistrados y
Magistradas que trabajan sin descanso en este lugar. Quiero agradecerles
por su dedicación y por su esfuerzo, por su entrega y por su convicción de
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que es posible vadear los conflictos más profundos, con las herramientas de
la razón.
He venido aquí a hablar de perspectiva, a manifestarles que cada uno
de nosotros tiene la responsabilidad de generar la confianza necesaria para
que nuestro país reciba una mayor inversión. He venido a recordarles que
este Poder Judicial también forma parte de la lucha por llevar a Costa Rica
hacia un mayor desarrollo. Ese desarrollo no caerá en nuestros regazos, no
vendrá de sorpresa, como llegó el hielo a Macondo en Cien Años de
Soledad. Tenemos que salir a buscarlo. Tenemos que salir a construirlo.
Estoy convencido de que podemos hacerlo, sin perder lo más sagrado
de nuestra tradición democrática. En este altar de la justicia, les garantizo
que un futuro más próspero para todos, es también un futuro más justo
para Costa Rica. Y eso, en última instancia, es la razón de ser de un Poder
Judicial.
Muchas gracias.

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