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“LA REFORMA DE BENEDICTO XVI.

LA LITURGIA ENTRE INNOVACIÓN Y


TRADICIÓN”
Entrevista al teólogo y liturgista Nicola Bux

ROMA, martes 23 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- En julio de


2007, con el Motu Proprio Summorum Pontificum, el Pontífice
Benedicto XVI restableció la celebración de la Misa según el
rito tridentino.
El hecho suscitó una revulsión. Se elevaron vibrantes voces
de protesta, pero también aclamaciones valerosas.
Para explicar el sentido y la práctica de la reforma litúrgica de
Benedicto XVI, Nicola Bux, sacerdote y experto en liturgia
oriental, así como consultor de la Oficina de las Celebraciones
Litúrgicas del Sumo Pontífice, ha publicado el libro La riforma
di Benedetto XVI. La liturgia tra innovazione e tradizione
(Piemme, Casale Monferrato 2008), con prólogo de Vittorio
Messori.
En el libro, el experto explica que la recuperación del rito
latino no es un paso atrás, una vuelta a los tiempos anteriores
al Concilio Vaticano II, sino un mirar adelante, recuperando
de la tradición pasada lo más bello y significativo que ésta
puede ofrecer a la vida presente de la Iglesia.
Según Bux, lo que el Pontífice quiere hacer en su paciente
obra de reforma es renovar la vida del cristiano, los gestos,
las palabras, el tiempo cotidiano restaurando en la liturgia un
sabio equilibrio entre innovación y tradición. Haciendo con ello
surgir la imagen de una Iglesia siempre en camino, capaz de
reflexionar sobre sí misma y de valorar los tesoros de los que
es rico su depósito milenario.
Para intentar profundizar el significado y el sentido de la
Liturgia, sus cambios, la relación con la tradición y el misterio
del lenguaje con Dios, ZENIT ha entrevistado a Nicola Bux.

- ¿Qué es la liturgia y por qué es tan importante para la


Iglesia y para el pueblo cristiano?

Bux: La sagrada liturgia es el tiempo y el lugar en el que


seguramente Dios sale al encuentro del hombre. Por tanto, el
método para entrar en relación con él es precisamente el de
rendirle culto: Él nos habla y nosotros le respondemos; le
damos gracias y Él se comunica a nosotros. El culto, del latín
colere, cultivar una relación importante, pertenece al sentido
religioso del hombre, en toda religión desde tiempos
inmemoriales.
Para el pueblo cristiano, la sagrada liturgia y el culto divino
realizan por tanto la relación con cuanto tiene de más
querido, Jesucristo Dios – el atributo sagrada significa que en
ella tocamos su presencia divina. Por esto la liturgia es la
realidad y la actividad más importante para la Iglesia.

- ¿En qué consiste la reforma de Benedicto XVI y por


qué ha suscitado tantas reacciones?

Bux: La reforma de la liturgia, término a entender, según la


Constitución litúrgica del Concilio Vaticano II, como
instauratio, es decir, como restablecimiento en el lugar
correcto de la vida eclesial, no comienza con Benedicto XVI
sino con la historia misma de la Iglesia, desde los apóstoles a
la época de los mártires, con el papa Dámaso hasta Gregorio
Magno, desde Pío V y Pío X a Pío XII y Pablo VI. La instauratio
es continua, porque el riesgo de que la liturgia decaiga de su
lugar, que es el de ser fuente de la vida cristiana, existe
siempre; la decadencia viene cuando se somete el culto divino
al sentimentalismo y al activismo personales de clérigos y
laicos, que penetrando en él lo transforman en obra humana y
entretenimiento espectacular: un síntoma hoy es por ejemplo
el aplauso en la Iglesia, que subraya indistintamente el
bautismo de un recién nacido y la salida de un ataúd en un
funeral. Una liturgia convertida en entretenimiento, ¿no
necesita una reforma? Eso es lo que Benedicto XVI está
haciendo: el emblema de su obra reformadora será el
restablecimiento de la Cruz en el centro del altar, para hacer
comprender que la liturgia está dirigida al Señor y no al
hombre, aunque sea ministro sagrado.
La reacción existe siempre en cada cambio de tercio de la
historia de la Iglesia, pero no hay que impresionarse.

-¿Cuáles son las diferencias entre los llamados


innovadores y los tradicionalistas?

Bux: Estos dos términos deben antes aclararse. Si innovar


significa favorecer la instauratio de la que hablaba, es
precisamente lo que hace falta; como también, si traditio
significa custodiar el depósito revelado sedimentado también
en la liturgia. Si en cambio innovar quisiera decir transformar
la liturgia de obra de Dios en acción humana, oscilando entre
un gusto arcaico que quiere conservar de ella sólo los
aspectos que agradan, y un conformismo a la moda del
momento, estamos en el mal camino; o al contrario, ser
conservadores de tradiciones meramente humanas que se
han superpuesto a modo de incrustación en la pintura, no
dejando ya percibir la armonía del conjunto. En realidad, los
dos opuestos acaban por coincidir, revelando su
contradicción. Un ejemplo: los innovadores sostienen que la
Misa antiguamente era celebrada dirigida al pueblo. Los
estudios demuestran lo contrario: la orientación ad Deum, ad
Orientem, es la propia del culto del hombre a Dios. Piénsese
en el judaísmo. Aún hoy, todas las liturgias orientales lo
conservan. ¿Como es posible que los innovadores, amantes
de la restauración de los elementos antiguos en la liturgia
posconciliar, no lo hayan conservado?

-¿Qué significado tiene la tradición en la historia y en la


fe cristianas?

Bux: La tradición es una de las fuentes de la Revelación: la


liturgia, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (1124),
es su elemento constitutivo. Benedicto XVI, en el libro Jesús
de Nazaret, recuerda que la Revelación se ha hecho liturgia.
Luego están las tradiciones de fe, de cultura, de piedad que
han entrado y han revestido la liturgia, de modo que
conocemos varias formas de ritos en Oriente y en Occidente.
Todos comprenden por tanto por qué la Constitución sobre
liturgia, en el n 22, § 3 afirme perentoriamente: “nadie,
absolutamente, aunque sea sacerdote, se atreva, por
iniciativa propia, a añadir, quitar o cambiar algo en materia
litúrgica”.

- ¿Sería posible según usted volver hoy a la misa en


latín?

Bux: El Misal Romano renovado por Pablo VI está en latín y


constituye la edición llamada típica, porque a ella deben hacer
referencia las ediciones en lenguas actuales preparadas por
las Conferencias Episcopales nacionales y territoriales,
aprobadas por la Santa Sede. Por tanto, la misa en latín se ha
seguido celebrando también con el nuevo Ordo, aunque
raramente. Esto ha terminado por contribuir a la imposibilidad
de una asamblea compuesta de lenguas y naciones, de
participar en una Misa celebrada en la lengua sagrada
universal de la Iglesia católica de rito latino. Así, en su lugar,
han nacido las llamadas Misas internacionales, celebradas de
forma que las partes de las que se compone la Santa Misa se
reciten o canten en muchas lenguas; ¡así cada grupo entiende
sólo la suya!
Se había mantenido que el latín no lo entendía nadie; ahora,
si la Misa en un santuario se celebra en cuatro idiomas, cada
grupo acaba por comprender sólo la cuarta parte de ella.
Aparte de otras consideraciones, como auguró el Sínodo de
2005 sobre la Eucaristía, se debe volver a la Misa en latín: al
menos una dominical en las catedrales y en las parroquias.
Esto ayudará, en la llamada sociedad multicultural actual, a
recuperar la participación católica sea en cuanto a sentirse
Iglesia universal, sea en cuanto a congregarse junto a otros
pueblos y naciones que componen la única Iglesia. Los
cristianos nacionales, aún dando espacio a las lenguas
nacionales, han conservado el griego y el eslavo eclesiástico
en las partes más importantes de la liturgia, como la anáfora
y las procesiones con las antífonas para el Evangelio y el
Ofertorio.
A instaurar todo esto contribuye enormemente el antiguo
Ordo del Misal Romano anterior, restablecido por Benedicto
XVI con el Motu proprio Summorum Pontificum, que,
simplificando, se llama Misa en latín: en realidad es la Misa de
san Gregorio Magno, en cuanto que su estructura básica se
remonta a la época de este pontífice y ha permanecido intacta
a través de los añadidos y simplificaciones de Pío V y de los
demás pontífices hasta Juan XXIII. Los padres del Vaticano II
la celebraron a diario sin advertir ninguna oposición con
modernización que estaban realizando.
El Pontífice Benedicto XVI ha planteado el problema de
los abusos litúrgicos. ¿De qué se trata?

Bux: A decir verdad, el primero en lamentar las


manipulaciones en la liturgia fue Pablo VI, pocos años
después de la publicación del Misal Romano en la audiencia
general del 22 de agosto de 1973. Pablo VI, por otro lado,
estaba convencido de que la reforma litúrgica realizada tras el
Concilio, verdaderamente había introducido y sostenido
firmemente las indicaciones de la Constitución litúrgica
(discurso al sagrado colegio del 22 de junio de 1973). Pero la
experimentación arbitraria continuaba y exacerbaba, al
contrario, la nostalgia del rito antiguo. El papa, en el
consistorio del 27 de junio de 1977 amonestaba a los
“rebeldes” por las improvisaciones, banalidades, frivolidades y
profanaciones, pidiéndoles severamente que se atuvieran a la
norma establecida para no comprometer la regula fidei, el
dogma, la disciplina eclesiástica, lex credendi y orandi; y
también a los tradicionalistas, para que reconociesen la
“accidentalidad” de las modificaciones introducidas en los
sagrados ritos.
En 1975, la bula Apostolorum Limina de Pablo VI para la
convocatoria del año santo, a propósito de la renovación
litúrgica, observaba: “Estimamos extremadamente oportuno
que esta obra sea reexaminada y reciba nuevas evoluciones,
de modo que, basándose en lo que ha sido firmemente
confirmado por la autoridad de la Iglesia, se pueda observar
en todas partes los que son verdaderamente válidos y
legítimos y continuar su aplicación con celo aún mayor, según
las normas y los métodos aconsejados por la prudencia
pastoral y por una verdadera piedad”.
Omito las denuncias de abusos y sombras en la liturgia por
parte de Juan Pablo II en muchas ocasiones, en particular en
la Carta Vicesimus quintus annus, desde la entrada en vigor
de la Constitución sobre liturgia. Benedicto XVI, por tanto, ha
pretendido volver a examinar y dar nuevo impulso
precisamente abriendo una ventana con el Motu proprio, para
que poco a poco cambie el aire y encarrile en su sitio todo lo
que ha ido más allá de la intención y la letra del Concilio
Vaticano II, en continuidad con toda la tradición de la Iglesia.

-Usted ha afirmado muchas veces que en una correcta


liturgia es necesario respetar los derechos de Dios.
¿Nos explica qué intenta sostener?

Bux: La liturgia, término que en griego indica la acción ritual


de un pueblo que celebra, por ejemplo, sus fiestas, como
sucedía en Atenas o como sucede aún hoy con la inauguración
de las Olimpiadas u otras manifestaciones civiles,
evidentemente está producida por el hombre. La sagrada
liturgia, ostenta este atributo porque no está hecha a nuestra
imagen – en tal caso el culto sería idolátrico, es decir, creado
por nuestras manos – sino que está hecha por el Señor
omnipotente: en el Antiguo Testamento, con su presencia
indicaba a Moisés cómo debía predisponer en sus mínimos
detalles el culto al Dios único, junto a su hermano Aarón. En
el Nuevo Testamento, Jesús hizo otro tanto al defender el
verdadero culto expulsando a los mercaderes del Templo y
dando a los Apóstoles las disposiciones para la Cena pascual.
La tradición apostólica ha recibido y relanzado el mandato de
Jesucristo. Por tanto, la liturgia es sagrada, como dice
Occidente, es divina, como dice Oriente, porque está
instituida por Dios. San Benito la define Opus Dei, obra de
Dios, a la que nada debe anteponerse. Precisamente la
función mediadora entre Dios y el hombre, propia del sumo
sacerdocio de Cristo, y ejercida en la y con la liturgia por el
sacerdote ministro de la Iglesia, atestigua que la liturgia
desciende del cielo, como dice la liturgia bizantina en base a
la imagen del Apocalipsis. Es Dios quien la establece y por
tanto indica cómo se le debe “adorar en espíritu y en verdad”,
es decir, en Jesús Hijo suyo y en el Espíritu Santo. Él tiene el
derecho de ser adorado como Él quiere.
Sobre todo esto es necesaria una profunda reflexión, en
cuanto que su olvido está en el origen de los abusos y de las
profanaciones, ya descritas admirablemente en 2004 por la
Instrucción Redemptionis Sacramentum de la Congregación
para el Culto Divino. La recuperación del Ius divinum en la
liturgia, contribuye mucho a respetarla como cosa sagrada,
como prescribían las normas; pero también las nuevas deben
volver a ser seguidas con espíritu de devoción y obediencia
por parte de los ministros sagrados para edificación de todos
los fieles y para ayudar a muchos que buscan a Dios a
encontrarle vivo y verdadero en el culto divino de la Iglesia.
Los obispos, los sacerdotes y los seminaristas deben volver a
aprender y realizar los sagrados ritos con este espíritu, y
contribuirán a la verdadera reforma querida por el Vaticano II
y sobre todo a reavivar la fe que, como escribió el Santo
Padre en la Carta a los Obispos del 10 de marzo de 2009,
corre el riesgo de apagarse en muchas partes del mundo.

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