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La violencia y la inseguridad en
el país no se detienen. El
narcotráfico nos invade y genera
corrupción, miedo y
desesperanza. La pobreza no se
elimina y la migración causa
estragos en los pueblos. El
campo se ha hecho improductivo
y no se generan empleos
suficientes; los campesinos
lamentan su suerte y el
alcoholismo es su refugio.
Muchos hogares se destruyen y
la familia pierde cimientos, tanto
por la violencia en el hogar y por
los falsos modelos de felicidad
que presentan la televisión, el
cine y el teatro, como por las
leyes anti-vida y anti-familia. El
relativismo moral y la increencia
imperan en muchos ambientes y
se difunden con fuerza incisiva
en medios de comunicación, para
que cada quien haga y piense lo
que le dé la gana, sin referencia
a valores absolutos que le
inquieten y detengan.
JUZGAR
¿Qué hacer ante esta
preocupante realidad? Tenemos
una respuesta confiable: La
Palabra de Dios. En esta
Cuaresma que estamos
iniciando, nos dice: “Todavía es
tiempo. Conviértanse a mí de
todo corazón… Vuélvanse al
Señor su Dios, porque es
compasivo y misericordioso,
lento a la cólera, rico en
clemencia, y se conmueve ante
la desgracia” (Joel 2,12-13). Es
la misma invitación con que
Jesús inicia su predicación:
“Conviértanse y crean en el
Evangelio” (Mc 1,15; cf Mt 4,17).
ACTUAR
Con humildad y sencillez de
corazón, en vez de sólo culpar a
los demás, revisemos nuestras
actitudes. Pidamos perdón a Dios
y a los demás. Evitemos hacer
daño a los otros, y más bien
procuremos hacerles felices.
Compartamos con los pobres.
Enderecemos lo torcido de
nuestras vidas y tengamos el
valor de creerle a Dios, de
dejarnos interpelar por su
Palabra, y no contagiarnos con
criterios de quienes parecen
triunfar en este mundo, pero
tienen cimientos de barro y se
derrumban estrepitosamente. La
salvación de México depende de
nuestra conversión.