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más lejos.
A esa hora del día el río parecía de vidrio bajo la resolana ardiente...
derretir, pero al ver a una muchacha bajo una sombrilla de color es,
la vida de no ser otro ciego entre los ciegos. Más que una muchacha
calor.
del país las muchachas querían saberlo todo desde niñas; después
--Ana Magdalena.
paisaje. Los ojos se me iban detrás de las bandadas de garzas, los loros
Ý Un pescado saltó del agua y me golpeó la cara. Como para que
la oyeran en los linderos del paraíso , Ana Magdalena soltó una risa,
escandalosa y feliz, y eso fue suficiente para que los todos pasajeros
comenzaran a echar chistes y a decirse para dónde iban. Ana
--Yo también voy para esos lados ²le dije. No creí conveniente decirle
que vendía libros. En esos lugares del país era una aventura y casi un
amor y en otro, un señor muy rico sólo compraba libros por met ros
desgracias.
cccTan pronto llegó el tren nos embarcamos para Ciénaga. Era tanta mi
una casa con muchos lujos, con canario incluido. No era necesario que
una muchacha?cUno más entre los mortales. Tenía los ojos azules para
que aquellos que me vieran una sola vez dijeran ´
de agua y mis ojos de agua y mis pasos de agua sobre el lomo del agua
innumerables libros, porque hasta las algas eran y las escamas de los
que dijo llamarse Adán, nos condujo por un largo corredor salitroso
hasta una habitación tan pobre que daba pena. No tenía mosquitero ni
dueña del hotel, a las parejas que aún permanecían allí aletargadas por
el alcohol. Nadie me dio razón. Salí a buscarla por las calles de Ciénaga.
Fui a la Iglesia, a la alcaldía, la pregunté casa por casa, calle por calle,
libre.
que tenían que pasar todas las mujeres de Ciénaga. Pasaron ancianas
que lo hizo Ana Magdalena, pero ojalá sepa mi nombre para que no
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Samaria. Sin ser desierto ni playa c repitaba toda entera bajo un sol
sentidos y la belleza estaba regada por todas partes para que uno se la
comprar un castillo a la orilla del mar, importar hielo del Polo Norte,
teníamos que competir con el mar, los turistas, los políticos , los vagos,
los analfabetas, y los que para colmo de males no sabían hacer nada.
Para que Haroldo no desistiera en tan noble empeño le auguré que con
sólo por café y bananos sino también por libros. Mis débiles
políticos que vivía el país parecían pasar más lentos. Los guerrilleros
bahía y faltó poco para que el mar se tragara el puerto. Por más que
por esos senderos recién descubiertos , que eran como para quedarse
toda la vida.
de luz que caían sobre el cabello de una rubia que en ese momento
suelen hacerlo las demás mujeres. Las demás mujeres metían la lengua
viejo Whitman, pero ella sólo hablaba inglés. Deduje que era una de
caminar por esas calles de arena que antaño hollaran los piratas y
la puerta. Desde la habitación se podían ver la playa, las olas del mar
Yo viento, yo fuego, las válvulas a todo full. Como tal vez jamás se me
le dije:
cielo:
dormido bien. Le respondí que sí. Que si yo era Kadir el árabe. Le dije
hereje y se rió como una bruja. Después de husmear por debajo del
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² Cuentos Eróticos--
Milcíades Arévalo
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transgresora.
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$ y Erika en c2 c7c 7$cc'. El refugio en
cauto cómplice del narrador, en una de las piezas que integran la obra,
bello y logrado texto c c c $c /$$) una vez sucumbe la
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)Ý Esta concepción del amor, como ablución catártica, como rito
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(México).
la Feria del Libro de Bogotá, durante los años 1988, 1989 y 1990. "Primer