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EL EXISTENCIALISMO UNA CONSECUENCIA DE LA SOLEDAD

Un Ensayo basado en la obra “La náusea” de Jean Paul Sastre.

La náusea, así como lo expresa Jean Paul Sartre, es conscientización de la existencia que siente
Antoine Roquentín, pero una existencia que aparece sin sentido, disonante, confusa, enloquecedora,
porque nace en medio de un mundo que no se ha percatado de ella, pues cuenta con bastantes
distractores que le hacen olvidarse de su ser. Pero Antoine Roquentín está solo, el contacto que tiene
con los demás humanos no va más allá de una simple mirada, o una pequeña conversación, pero que
no lo liga, que no lo seduce: “Estoy solo en medio de estas voces alegres y razonables” 1 Así, como no
tiene amigos, es decir distractores, cada pequeño acontecimiento a su alrededor se convierte en todo
un mundo de vivencias, de observaciones, de cuestionamientos, que a los ojos de los demás y a veces
de sí mismo aparecen incoherentes, pero que en su momento tienen sentido para él quien es el que lo
está viviendo.

Cuando el ser humano está solo, puede percatarse de tantas cosas: sonidos, colores, olores, sabores,
imágenes, que se forman y deforman, que se van uniendo y contraponiendo en una especie de collage,
que se imprimen en la mente como una revoltura que aturde los sentidos y nubla el pensamiento. Es
ahí cuando se siente la náusea, las ganas de salir de ese laberinto de ideas que dañan, que perturban
el entendimiento. Es un esfuerzo tan grande que el mismo organismo reacciona y se siente con ganas
de vomitar, como una especie de catarsis que logra liberar la mente a través de una reacción del
cuerpo.

Tal vez la soledad hastía y asusta porque nuestra esencia está ligada con otros seres humanos, sólo el
contacto con los demás es lo que humaniza. Entonces qué pasa con los que están solos. ¿Acaso se
convierten en seres extraños para los demás? ¿Acaso se tornan sospechosos pues empiezan a sufrir
de una especie de locura que se va reconcentrando porque no hay a quien decirle lo que se entreteje
en esos momentos de soledad? Desde esta perspectiva, el que está solo está perdido.

Tal vez la locura que desencadena ese existencialismo sea precisamente el saberse existente y que
esa existencia a veces no tiene sentido, entonces para huir de esta verdad dolorosa muchos buscan
hacer algo que los distraiga, que los saque de ese aletargamiento que suele causar la soledad, ese
encontrarse consigo mismo para desnudarse y a veces sentir que no se es nada. Para ello acuden al
estudio, al trabajo, a buscar con quien hacer el amor y creerse amados, hablar con los amigos y
compartir un café, venderse la idea de que unos son más que otros y todos bailar a ese compás porque
les conviene, porque necesitan aparecer como normales ante los demás y por ende, asegurar la
aceptación dentro de la sociedad.

Esa soledad permite tener una visión más honesta de nosotros mismos, sin necesidad de buscar
aprobación y aceptación de nadie, porque es ese estado el que permite desnudarnos y encontrar una
imagen sin distorsiones de nosotros mismos; no la imagen que otros tienen de nosotros, la que nos han
fabricado o que hemos fabricado al acomodo de los demás, sino aquella que solo se puede percibir
bajo el estado del silencio que produce el estar solos. Y ese descubrimiento a veces asusta pues no
se sabe qué se pueda encontrar en lo más recóndito de nuestro fuero interno, no se sabe qué demonios
pueden salir a flote y entonces nuestro ser se torne desconocido.

“Tal vez sea imposible comprender el propio rostro. ¿O acaso es porque soy un hombre
solo? Los que viven en sociedad han aprendido a mirarse en los espejos, tal como los ven
1
SARTRE, Jean Paul. La náusea. S.l.: Oveja Negra, 1983. P. 17
sus amigos. Yo no tengo amigos, ¿por eso es mi carne tan desnuda? Sí, es como la
naturaleza sin los hombres”2

La soledad crea temores, miedos hacia el futuro, por eso apremia el tener algo que hacer y que le dé
sentido a la existencia para poder seguir, para tener una razón que motive y dé el valor para continuar,
para no querer extinguir la vida, para permanecer. Así como lo expresa Antoine Roquentín: “No olvidar
que M. de Rollebon representa, en la hora actual, la única justificación de mi existencia” 3

Las personas que viven en la cotidianidad, en el bullicio, en la tarea de adquirir conocimientos y


reconocimiento, títulos, prestigio, creen que tienen una gran vida, que la experiencia los hace diferentes
y en ese sentido admirables. Pero cuando se siente la soledad, es decir, cuando aparece el
existencialismo, de nada sirve todo conocimiento, de nada sirve toda experiencia, porque en ese
momento ya nada tiene sentido, ya nada aparece plausible, el ser se torna minúsculo y pierde toda
petulancia, orgullo y prepotencia, porque se sabe que no se es más grande ni más admirable que otro,
se sabe que si acaso se es, se existe, pero nada más.

La experiencia que se adquiere a través del diario vivir, se convierte en un cómplice, en un actor que
trabaja en contra de la muerte. Jean Paul Sartre a través de Antoine Roquentín lo expresa diciendo:
“(...) La Experiencia es mucho más que una defensa contra la muerte; es un derecho: el derecho de los
ancianos”4. Cuando se llega a la vejez queda sino la experiencia adquirida, la cual se regala como el
tesoro más preciado, como la mejor herencia para los descendientes.

Para evadir el existencialismo, que le hace a uno percatarse de las cosas más insignificantes, como el
moho en una piedra, un poco de fango en el zapato, ..., se necesita recurrir a otros, a la presencia de
otros, que nos distraigan, así no compartamos cosas en común, así resulte un encuentro frío, calculado,
pero que propicie la huida de ese trago amargo que es el percatarse de nuestra existencia.
“El señor de Rollebon, era mi socio: él me necesitaba para ser, y yo le necesitaba para no
sentir mi ser. Yo proporcionaba la materia bruta que tenía para dar y tomar, con la cual no
sabía qué hacer: la existencia, mi existencia. Su parte era representar. Permanecía frente a
mí y se había apoderado de mi vida para representarme la suya. Yo ya no me daba cuenta
de que yo existía, ya no existía en mí sino en él; (...)” 5

El mundo contemporáneo nos ha mostrado más crudamente la realidad de nuestra irremediable


soledad. Para muchos, el enfrentarla, el darse cuenta de su existir sin una vinculación con los otros, los
ha empujado a su aniquilación. Por eso actualmente se evidencia en mayor proporción el suicidio, ese
desarraigo con la existencia, porque ésta se ha convertido en una carga tan pesada, tan asfixiante que
se prefiere acabar con la vida.

Los que logran persuadirse de la idea del suicidio, ya sea por creencias o por temor, buscan adaptarse,
ajustarse al pensamiento y a los modelos esterotipados que hoy impone esta sociedad de consumo,
por lo cual se esconden en las modas, en la búsqueda de figuras esbeltas, en la persecución de
reconocimiento y poder, lo cual se podría llamar simplemente búsqueda de aceptación, de hallarse
queridos, acompañados y con ello, liberarse de ese miedo a la soledad que de alguna manera nos
invade a todos.

2
Ibid., p. 27
3
Ibid., p. 86
4
Ibid., p. 103
5
Ibid p. 117
2
Así muchas veces cuando se encuentra a alguien que brinde compañía y haga esfumar así sea
momentáneamente la soledad, no se le quiere dejar, por el contrario, se le quiere adherir como una
sanguijuela hambrienta, para que sea la salvación, para que nos espante los fantasmas que no existen
pero que nos asustan, que merodean no fuera sino dentro de nosotros.

“(...) Tal vez sea la última vez que la veo. No estoy abrumado solamente porque la dejo;
tengo miedo horrible de volver a mi soledad” 6

Más aquél que no logra engranar en ese sistema social de belleza, éxito, conocimiento, parece que
irremediablemente estará solo y se encontrará frecuentemente consigo mismo, es decir se percatará de
su existencia; no vivirá engañado, ni tendrá que engañar a otros, no aparecerá como alguien plausible
para muchos, ni siquiera para él mismo, sentirá miedos frecuentes y el sinsentido será su compañero,
será libre de una manera dolorosa, porque muy pocos quieren esa libertad; pero en el fondo tal vez
encuentre un poco más de humildad, de sensatez y serenidad frente a todo lo que se torne admirable
para otros, porque sabe que nada ni nadie es realmente grande, que nada ni nadie merece un
endiosamiento como se les ha dado a muchas personas hoy en día, argumentando que tienen un
amplio conocimiento, que han viajado mucho, que son bellos y bellas, que tienen poder, pero han
olvidado algo muy relevante: Están solos, así no se percaten de ello; y eso los hace iguales a todos.

6
Ibid, p. 178
3

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