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Pero volvamos a la esencia del artículo donde expreso que prefiero ser considerado un pensador
más que un filósofo, la preferencia se manifiesta en que el pensador piensa la realidad y los
problemas de la realidad, mientras que el filósofo sólo lo hace con las ideas acerca de la realidad. El
filósofo es como un matemático que calcula por calcular las infinitas combinaciones posibles de
ideas en torno a un problema. Un ejemplo ayudará a entender lo que digo. Ante un problema real el
pensador lo piensa en bruto tal como se le da, pero el filósofo no, el filósofo abstrae el problema,
crea una especie de modelo formado por unos conceptos plenamente definidos que supuestamente
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Cuaderno
le ayudará a entender el modelo, pero no la realidad que ese modelo dice representar. De ahí que los
conceptos e ideas filosóficas prácticamente nunca pueden encontrase en lo real, pero claro, están
plenamente formulados. Como el filósofo no puede dominar la realidad de alguna manera, se
conforma con dominar las ideas que pretenden representarla, y tras un pequeño autoengaño llegar a
la conclusión de que de esa manera tiene algún dominio sobre la realidad. El clásico ejemplo de
Parménides y su definición del SER, como nada en la realidad se parecía a esa definición llegó a la
única conclusión que podía llegar: la realidad que se nos manifiesta es sólo apariencia, no existe. No
podía llegar a otra conclusión. El filósofo se conforma con la apariencia del saber, apariencia que
puede otorgarle status social, nada más.
El pensador, en cambio, vive la realidad, y vive la realidad del problema que piensa y debe
encontrar la forma, no de explicar, sino de encontrar una solución. Piensa el problema para
solucionarlo y se realimenta de sus actos en este mundo.
Para el pensador las ideas ayudan a entender las cosas, para el filósofo la idea es la cosa en sí misma
y lo más importante.
Bueno, que el filósofo viva en su estrecho mundito de ideas sin colores ni sabores, el pensador sí
sabe de colores y sabores.