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“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”

Hablar de la mansedumbre en una sociedad como la nuestra es casi utopía. Mucho


más si citamos a los mansos como aquellos que han de heredar la tierra, esto es, ser
señores de ella. ¿Acaso no es este un pensamiento completamente opuesto a la naturaleza
humana? Si el hombre fuese a dar una descripción de aquellos que conquistarían
finalmente la tierra, estos serían de espíritu dominador y opresor. Talvez hemos aprendido
a ser algo democráticos en nuestros tratos los unos con los otros, pero por detrás de esta
cierta educación aún existe la ambición de imponernos sobre nuestro prójimo, de sacar
ventaja de una u otra forma. Si alguna generación ha visto la mansedumbre como
enemiga del hombre, esta es la nuestra. Igualamos la mansedumbre a aquella omisión que
caracteriza a los hombres de naturaleza cobarde y entonces, con razón damos descrédito a
la misma. La predicación dirigida a nuestra generación es que debemos ser fuertes. Si
queremos llegar a ser alguien en la vida debemos aprender a mostrar que somos
afortunados y capaces en cualquier área. No muestres tus errores, cree que eres un
vencedor. Pensamos que este es el camino por el que alcanzaremos una verdadera
felicidad, y finalmente llegaremos a ser alguien importante en esta vida. Pero vemos que,
en las palabras de Jesús, aquellos que alcanzan todo lo que la tierra tiene para ofrecerles,
son aquellos que han aprendido la mansedumbre de espíritu.
Debemos entonces meditar en lo qué verdaderamente significa ser mansos de
espíritu. Comencemos respondiendo a la pregunta negativamente. Como vimos
anteriormente, la mansedumbre no es esa tendencia a la pasividad e indolencia que
caracteriza a ciertos hombres. En verdad, esta no es en absoluto una característica natural
del ser humano. En segundo lugar, tampoco es fruto del temor y de la fragilidad de
espíritu de la que muchos padecen. La mansedumbre, no tiene nada que ver con la figura
del niño tímido en la esquina del salón. Antes bien, es una respuesta bondadosa frente a la
agresión justificada, o injustificada de nuestro prójimo en contra de nosotros. En otras
palabras, es responder con amor a aquellos que nos hacen daño, sabiendo que Dios ha de
juzgar la tierra. Es fácil cuando nosotros mismos analizamos nuestros errores, pero ¡cuán
difícil es cuando otros nos lo muestran! Nos enfadamos y devolvemos la agresión frente a
la primera muestra de enfrentamiento. ¿Acaso no es esto evidente cuando conducimos el
coche? Respondedlo vosotros mismos. Aquel que es tonto no percibe la agresión, pero
aquel que es manso, sufre la injusticia devolviendo con amor. En esta altura muchos dirán
que esto es imposible, y están con toda la razón. En artículos anteriores hemos visto que
estas características son parte de aquellos que han nacido de nuevo por el evangelio.
En vista de lo que hemos dicho, habréis visto que la mansedumbre de espíritu es
un bien que pertenece al corazón grande y noble. La persona mansa es aquella que ha
aprendido a tener una conciencia correcta en cuanto a si mismo, y en cuanto a los demás.
Sabe la verdadera condición de su corazón, y su terrible necesidad de la gracia y el
perdón de Dios. Por otro lado, ha entendido la condición de su prójimo y de su idéntica
necesidad. Aquel que es manso es heredero de la tierra, pues ha aprendido a responder
con gozo y paz a cualquier circunstancia de la vida.

Para profundizar:
• ¿Cuál es nuestra actitud cuando otros nos maltratan?
• Leer I Samuel 24 y 26. Leer Isaías 53.

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