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“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan…porque así

persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” Mateo 5.11-12

Es una cuestión obvia que en el decorrer de nuestra meditación de cada una de las
bienaventuranzas hayamos percibido el antagonismo existente entre las características del
espíritu del cristiano, y del espíritu del hombre natural. Resalto que las diferencias
existentes entre ambos no son en absoluto relativas, o aún “pasivas”, sino que son
radicalmente opuestas y enfrentadas en una intensa lucha. El hombre postmoderno tiende
a pensar que toda y cualquier cosmovisión (manera de ver e interpretar el mundo), y por
ende, forma de vivir, siempre que no se “intrometa” con el prójimo, pueden coexistir en
armonía. Lo que el hombre no percibe es el absurdo que conlleva este pensamiento tanto
histórica, como racionalmente. Me explico al respecto: Históricamente la humanidad se
ha enfrentado en un sin fin de guerras provocadas por las diferentes formas de entender y
ver la vida. Esto es así porque, racionalmente hablando, es imposible que mi cosmovisión
y mi forma de vivir, deje de afectar en mayor o menor grado a mi prójimo. Por dar un
ejemplo: Hace un tiempo salió en el informativo de Antena 3 una entrevista en la que la
vicepresidenta primera del gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega Sanz
dijo en palabras aproximadas a estas que “nadie tiene derecho de adoctrinar a nadie”. El
absurdo de esta declaración es que la vicepresidenta no percibió que lo que ella mismo
estaba haciendo era adoctrinar de la forma más intolerante pariendo de su cosmovisión
relativista. Quieren que pensemos que existe un lugar neutro, y este lugar es el
relativismo ateo. Pero esto es el colmo del absurdo. La más cruda realidad es que es
imposible que no haya adoctrinamiento. Todos adoctrinamos con nuestra manera de
pensar y vivir, y esto no es malo en si mismo. Lo que esta sociedad debería entender es
que existe una sana doctrina, y una que definitivamente lleva a la muerte. Esto es ser
racional y realista, guste o no. Habría mucho por decir al respecto pero debemos
proseguir.
Esta lucha intensa entre los hijos de Dios y los hijos de este mundo nos acompaña
desde que Caín mató a su hermano Abel, y se ve reflejada claramente en la crucifixión de
nuestro Señor Jesucristo. La raíz de este antagonismo no se encuentra únicamente en la
ideología o en la forma de vida, sino en la propia naturaleza de ambos. Mientras los
cristianos tienen como objetivo mayor de sus vidas glorificar a Dios sobre todas las
cosas, los hijos de este mundo son enemigos de Dios en sus corazones. La mesa está
puesta para una guerra que nos seguirá hasta el día que nuestro Señor venga vestido de
gloria y majestad y juzgar a todas las naciones. Queriendo o no, en ese día, toda rodilla se
postrará delante de Él y le confesarán Adonai, el Señor.
Lo que Jesús dice aquí es que somos bienaventurados cuando nos persiguen y
hablan mal de nosotros. Pero, ¿por qué? ¿En qué sentido esto ocurre? Primeramente
somos más que felices pues esto es muestra de nuestra entrega al Señor. Algo está mal
con nuestro cristianismo si no enfrentamos vituperios y persecución… En segundo lugar,
somos moldeados por nuestro Dios en medio a la persecución y a la infamia. Dios utiliza
estos medios para forjar en nosotros el carácter de Cristo. En tercer lugar, nos
identificamos con nuestro Señor al padecer por su causa. Cuando Pedro y Juan fueron
azotados por el Evangelio, ambos salieron gozosos de haber sido tenido por dignos de
tales azotes. Iglesia de Cristo, debemos aprender a padecer persecución por el Evangelio,
pues en esto se verá nuestra fuerza, y en esto seremos sal y luz a este mundo perdido.

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