Artculo
enviado por Asia.
Contaban los ms viejos cmo los abuelos de sus abuelos, y los abuelos de
estos, siempre haban visto un tilo y una encina que susurraban con el viento
palabras, que con la brisa acercaban sus miembros como en caricias. Tan
prximos estaban el uno del otro que sus troncos partan del mismo tocn. Si no
hubieran sido especies arbreas tan distintas, uno hubiese jurado que eran el
mismo arbusto.
Y contaban una antiqusima historia a la apacible sombra de los dos rboles,
junto al claro en el que asomaban unas ruinas de un templo de dioses por aquel
entonces casi olvidados.
Hablaban acerca de la visita de la que fueron objeto un matrimonio, ya viejo y
de siempre pauprrimo: dos viajeros, a todas luces cansados de un largo viaje,
llegaron al hogar de Filemn y Baucis as se llamaban el matrimonio-, que ms
que casa eran tres paredes con una sucia techumbre. Los cansados forasteros
pidieron algo de comer y de beber a la pobre pareja. Filemn, al punto, les rog
que entraran con gran simpata, mientras que Baucis ya estaba en la cocina
preparando las ltimas olivas de las que disponan y unos cuencos de vino,
dando fin as a la nica nfora que posean. Les ofrecieron agua limpia para el
aseo, les recostaron a la mesa y les sirvieron la poca comida de la que disponan.
Fueron, en puridad, amables y hospitalarios hasta el punto de compartir todo lo
que buenamente tenan.
Fue entonces cuando se obr un
acto inaudito. Ante los
sorprendidos ojos de Filemn y
Baucis, la crtera donde
mezclaban el vino para servirlo
se llen por s sola, no dando fin
al contenido por ms que se
intentara vaciar. La pareja,
sospechando que sus huspedes
no eran corrientes mortales y
avergonzados ante la pobreza de
lo ofrecido con anterioridad
pese a que era lo nico que
posean-, les rogaron que se
sentaran de nuevo y que comieran la oca, solitario animal de su corral, que
sacrificaran en su honor. Pero result que el plumfero era ms rpido que sus
viejos dueos, y busc cobijo entre las piernas de los invitados. Fue entonces