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A VECES ALGUIEN…

P.J. RUIZ - 2009

“…quizás todo te parezca insuficiente, quizás creas que la vida


te debe más y que nada merece tu mirada, pero cuando sientas
que eso sucede mira a tu alrededor y busca mil razones para
sentirte afortunado. La inteligencia, si es humilde, te hará
muchísimo bien. De lo contrario sólo te dará mas de lo mismo:
nada”
Deja que te cuente una historia que cambió mi vida. No es larga, pero sí creo que lo

suficientemente interesante para amenizar este momento, y además tengo ganas de hablar, de

expresarme. Estoy seguro de que sabrás entenderla mientras bebes mi vino, porque me quieres y

conoces bien. No hace demasiado tiempo llegó a mí a un chico, un joven extraño y raro que

apareció en mi consulta manchado de restos de barro y suciedades varias. No pienses que porque

fuese especialmente descuidado, no. Era porque, para su desgracia, vivía en la calle desde la

infancia y carecía totalmente de medios. Se llamaba Jimmy, Jimmy Johnes. No era inglés ni

americano, como sugiere su sonoro nombre, pero al parecer era el que él mismo se había

adjudicado cuando tuvo uso de razón, seguramente después de ver en algún escaparate cualquier

serie de policías. Ni que decir tiene que carecía de documentación alguna, salvo las notas de

quienes me lo habían mandado para que lo revisase en mi calidad de especialista, cosa que hice sin

dudarlo.

Yo estaba entonces al mando de la unidad oncológica del hospital oeste en la ciudad, y la

verdad es que me había adaptado muy bien. Siempre me ha gustado la medicina, no es nuevo, pero

ya sabes que tuve momentos muy duros en los que llegué incluso a dudarlo, y en la época que te

hablo estaba recién salido de todo ello. Me encontraba instalado profesionalmente por primera vez

después de la tragedia, tranquilo, y eso en parte se lo debía al trabajo, que me ayudaba a olvidar el

modo en que el destino puede cercenar tu familia en un segundo tan sólo porque alguien, durante

una revisión rutinaria, no colocó adecuadamente las zapatillas de freno de un coche que se suponía

seguro. Carla y las niñas eran todo cuanto tenía en la vida, y la pérdida irreparable de aquella

mañana no creo que pueda ser completamente superada mientras esté aquí, jamás. Tras aquello

pasé una época muy mala en que me aislé celosamente, hasta el punto de perder mi consulta y

llegar a pensar más de una vez en hacer alguna locura, lo confieso. Pero cuando más descuidado

estaba, y sin buscarlo, me llegó la oferta de aquel puesto, el que hoy ocupo, muy lejos de donde
todo había sucedido, y eso en parte me hizo levantar un poco la cabeza, aunque no me había

recuperado plenamente. Seguía estando muy enfadado con Dios, no puedo negarlo, pero al menos

conseguí obtener el relax de la entrega permanente al trabajo, y así alivié mi tristeza. De ese modo,

una mañana recuperé algo parecido a la sonrisa, y todo comenzó a funcionar. ¿Sabes? Cada vez

que salvaba a una persona sentía que algo muy dentro de mí se reconstruía, y ladrillo a ladrillo

volvía a ser un hombre, más o menos parecido al que fui, con mi dolor, si, pero un hombre de

nuevo. Lo pensaba cada día, y de ese modo seguía encontrando fuerzas para mejorar y proseguir

con mi camino. La ironía es que de algún modo aquel maldito parón me hizo mucho mejor

médico, y eso es cuanto menos sorprendente, pero real.

Pues bien, Jimmy llegó a mí como tantos otros enfermos, sólo que en fecha tan marcada

como lo es un día de navidad. Yo no tenía que estar aquel turno, pero me esforzaba por hacer

dobles y mantenerme ocupado, lo cual nos hizo coincidir en le mismo momento y lugar. Destino,

supongo. No lo olvidaré nunca porque nada más verlo entrar en la consulta me llegó un olor acre,

feo, no demasiado intenso pero cargado de todo lo que no queremos en la vida. Pobre chico

vagabundo, pensé, pero logré que no se me notase, aunque tengo clarísimo que él a esas alturas

estaba más que curado de espanto y miradas. Hice un leve esfuerzo por omitir el detalle (a veces

apestan más las personas que suponemos normales) y escuché a aquel chaval, que a la postre sólo

era un paciente más, con la mayor atención.

Se le notaba alto, bastante, muy delgado y un poco encorvado. Su pelo, algo largo, guardaba

trazos de ser de color castaño claro, y se veía a la legua que hacía siglos que no se lo lavaba bien.

El rostro, imberbe aun, era en cambio, sereno, dulce…con unos ojos tremendamente abiertos de un

azul turquesa inmaculado que impresionaba además por el modo en que los fijaba en ti mientras le

hablabas. Era un joven muy bien parecido, aunque evidentemente eso quedaba oculto debajo de su
manto de miseria. Pero no… todo no se camufla tan fácilmente. Había algo en él, un cierto aura

que sólo poseen determinadas personas en las que nos fijamos sin saber por qué, esas que miramos

entre una multitud. Me chocaba, pero era así, y al principio noté incluso cierta incomodidad por

ello, quizás porque mi cerebro se negaba a encontrar interés en alguien tan marginal, prejuicios

que todos en el fondo portamos. Pero sí, tenía la capacidad de acaparar atenciones sin hacer nada,

cosa que pude comprobar posteriormente de manera muy directa. En cuanto a sus ropas… mejor

no decirlo, pero baste saber que no sólo eran mugrientas sino además insuficientes para el frío de

la época. A pesar de mis intentos de neutralidad sentí un atisbo de pena que no pretendía, pero que

estaba ahí.

Pues bien, Jimmy había venido aquella mañana a mi consulta porque los servicios sociales de

su distrito así se lo habían recomendado. Tenía dolores de cabeza desde hacía días, y todas las

pastillas del mundo no habían conseguido hacerlos remitir, por lo que finalmente accedió a

visitarme, cosa a la que era muy reticente, como la mayoría de los vagabundos. Tras hacerle las

preguntas preceptivas lo exploré detenidamente en la medida de mis posibilidades y le mandé

hacer una analítica junto con unas radiografías y un TAC del cráneo, porque por la sintomatología

era evidente que podía tratarse de alguna lesión interna. Se mostró algo cauteloso, pero no me

costó convencerle de que era necesario, y unos días después de fin de año volví a tenerle frente a

mí, esta vez con los resultados de las pruebas en mis manos. Eran demoledoras. Tenía un tumor

muy desarrollado cerca del hipotálamo, con un exceso de presión debido a pequeños derrames que

eran los que le ocasionaban los dolores intensos. Si hubiese tenido mayor edad de los escasos 16

años que le calculábamos (no había datos por ningún lado de su nacimiento), sin duda me habría

negado a operar dado los riesgos, pero… ¡me pareció tan joven! ¡Tan injusto! Se le veía cargado

de vida, y eso, amigo, me hizo revelarme contra la ferocidad de su destino del mismo modo que un

día no pude hacerlo contra el mío sencillamente porque me atracó estando de espaldas. Una guerra
constante la que liberaba contra la muerte, sí, pero a veces conseguía vencerla. Ya sé que siempre

vuelve porque es paciente, pero al menos… al menos ganaba algo de tiempo, no se, eran las ideas

que tenía entonces. En fin, sigo.

Recuerdo perfectamente aquella conversación del día que le di la noticia. Es curioso lo que te

voy a decir tratándose de un superviviente de la calle, pero…¿te he comentado que no era un chico

común? Y no lo digo por el hecho de su modo de vida, no, sino porque muy al contrario de lo

esperable, mostraba unas maneras delicadas que nadie le había enseñado, y su conversación

sonaba fluida, de un nivel intelectual que nunca terminé de entender, pero que estaba ahí.

Generalmente estas personas hablan a un volumen alto, son irascibles, relativamente hurañas, pero

éste no. Incluso las manos se notaban delicadas, de dedos largos y bien formados, sin rastros de

mala vida, y eso se aprecia cuando te fijas. A veces llegué a creer que me mentía y que provenía de

alguna familia que le había dado cierto nivel, pero los de los servicios sociales juraban que no, que

estaba en la calle desde hacía mucho, y que siempre había sabido burlar a los que lo habían

pretendido encontrar para llevarlo a algún internado de menores. No sabían como, pero así era,

aunque dudo que la beneficencia pusiera demasiado interés. Lo que supongo es que no tenía

ningún antecedente de delincuencia, y eso era lo que lo mantenía al margen de la policía, que no

se metía más allá de lo necesario para no ocupar su tiempo rellenando formularios por vagabundos

que a fin de cuentas los rigores de la calle se encargaban de seleccionar. El caso es que con el

tiempo se había convertido en un visitante asiduo de los comedores sociales y ambulatorios, donde

todo el mundo lo conocía pues despertaba cierta simpatía y admiración, en algunos casos mucha,

aunque no supe entonces muy bien por qué, enfrascado tan sólo en la figura del chico desvalido

que tenemos todos estereotipada en la mente. ¡Pero había mucho más!


- ¿Me entiendes, Jimmy? – le dije mirándolo fijamente a los ojos - ¿Sabes lo que te

estoy diciendo?

- Sí, señor. Usted me está diciendo que me queda poco tiempo para seguir siendo

Jimmy Johnes del modo en que se me ve aquí abajo. – me pareció muy curiosa la respuesta,

cargada de inocencia y con un toque de ironía. Casi infantil.

- Bueno… dicho a tu modo, puede que si, pero tampoco necesariamente. No podemos

descartar la intervención, pero la verdad es que las posibilidades de éxito serán pequeñas, eso

si es cierto.

- ¿Dolerá? – preguntó sin parpadear, sin emoción en los ojos, como si hablase de un

personaje de cómic en lugar de sí mismo.

- No más de lo que sientes ahora. En todo caso reduciremos el edema con

medicamentos, y si es necesario aliviaremos la presión drenando. - ¿Te das cuenta? No tuve

necesidad de explicarle mi palabrería médica. Él sabía perfectamente de todo lo que le

hablaba, a veces incluso en terminología que no está alcance de cualquiera. Conseguía

siempre, desde le primer momento, que tuviese una sensación extraña que no había tenido

antes. Me sorprendía una vez tras otra, y lo curioso es que era con pequeñas cosas, detalles -

Después extraeremos un trocito del tumor, lo cultivaremos y sabremos su naturaleza.

- ¿Su naturaleza? Tiene dudas sobre ello.

- Sí. Desconocemos si es benigno, tan sólo que está alojado en un lugar muy

dificultoso para entrar, y ese es el gran problema, aparte de que parece ser que se expande

muy rápidamente, lo cual no nos da mucho tiempo. No resulta alentador lo que te digo, pero

es lo que hay.

- ¿Y qué pasa si la operación falla? – la pregunta era directa, y yo seguí al ritmo que él

mismo marcaba, contestándole sin reparos. No siempre es así, pero su aplomo me aliviaba la

tarea de las palabras.


- Pues… verás, Jimmy. Es una operación complicadísima, de gran riesgo quirúrgico.

Las posibilidades de que quedes sin movilidad alguna son grandes, no te voy a engañar.

Quedarías paralizado íntegramente, en un coma largo e incluso podrías morir. – Después de

decir cosas así, se por experiencia que la gente calla, piensa, digiere la noticia en silencio,

algunos estallan en lágrimas, pero este no fue el caso. Casi sin dar tiempo a nada ya estaba

abriendo la boca para contestarme, mientras me daba cuenta de que el que estaba siendo

desbordado por el instante era yo al intentar ver en él un reflejo de lo que estaba

acostumbrado a percibir.

- Muy bien, señor. Pues haga lo que crea que debe hacer. – la misma ausencia de

reacciones, la misma leve sonrisa en unos labios que se expresaban con dulzura, sin denotar

nada que no fuese el flujo del viento. Yo ya estaba muy extrañado, así que decidí sondearle y

saber si todo era un mecanismo de defensa que precediese a un derrumbe posterior, una

especie de escudo psicológico. Tenía que saberlo para poder prever afecciones anímicas no

deseables en alguien con una enfermedad tan grave, porque sencillamente sería muy contra

producente para la operación si ésta finalmente se producía.

- Jimmy…¿No estás asustado? – me acerqué a sus ojos ganando un espacio que me

hacía entrar directamente en el mundo de la confidencia.

- No. ¿Por qué iba a estarlo?

- La mayoría de la gente que pasa por aquí lo está. Y más aun cuando reciben noticias

tan malas como la que yo te he dado.

- Yo no. Para mí la vida de aquí abajo no es tan importante porque alguien continuará

por mí.

- ¿Aquí abajo? Es la segunda vez que me lo dices… ¿qué quieres decir con eso?

- ¿No se lo he dicho? Vivo en los tejados. – no, no me lo había dicho, pero no me

resultó especialmente raro en un mundo donde la gente de la calle duerme en contenedores,


puertas de garajes y bancos de parque tapados con cartones del último modelo de televisión

de muchísimas pulgadas que alguien disfruta tres pisos más arriba. Las migajas del mundo.

¿Por qué no en un tejado? Yo lo escuchaba sorprendido por la naturalidad de sus reacciones

y palabras, por el modo en que no denotaba frustración ni pesar - No me importa morir aquí,

porque se que allá arriba estoy bien y si no puedo bajar más pues lo dejaré todo arreglado y

no pasa nada. - ¿Qué podía tener que arreglar un chico vagabundo, un sin papeles de tan sólo

16 años? Ni me fijé en ello.

- Jimmy… las cosas no funcionan así. – le dije intentando machaconamente casi traerlo

a mi terreno, convencerlo de que lo que estaba sucediéndole era extremadamente importante.

Necesito que mis pacientes valoren la vida, es una premisa esencial, porque no se puede

llevar el bien a quien no lo desea.

- ¿Ah, no? ¿Y cómo lo hacen?

- Si aquí abajo tienes un problema, también lo tendrás allí. En la vida real no hay

diferencia entre ambos mundos. Es más, no podrás volver arriba. Debes ser consciente de lo

que te espera si esto se complica, por eso te lo digo. De nada vale que….

- No, señor. Perdóneme que se lo exprese sin dar vueltas, pero es usted quien no lo

entiende aún. Pronto lo hará. No debe preocuparse por mi estado de ánimo, por favor. Hágalo

por mi dolor de cabeza. – Me levanté como si tuviese algo que hacer urgentemente y no dije

nada más, porque su objeción había sido severa, decidida y tajante.

Vi a Jimmy varias veces aquellos días hasta que le hicimos las pruebas e intervenciones

previas y extrajimos una muestra del área afectada. Lo seguí sondeando anímicamente, y lo

que al principio, en lo referente a su comportamiento, me pareció pese a todo una tibia

bravuconada de niño después asimilé que verdaderamente se trataba de una postura firme y

clara sobre lo que le acontecía. No tenía ningún miedo, así de claro, y me preguntaba por
qué, si quizás se trataría de un rechazo al mundo que lo castigaba con la indigencia y al cual

internamente había comenzado a renunciar, pero para nada. Muy al contrario se mostraba

relativamente feliz, sin quejas inútiles y manidas, sin el deje de decadencia que generalmente

portan estas personas desgraciadas, sacudidas por todos los temporales. Era como si

verdaderamente no fuese con él, aunque por su modo de preguntar e involucrarse me daba

cuenta de que no era eso en absoluto. Le importaba, sí, pero tenía alguna esperanza extraña

que yo no podía entender, y eso me hacía admirarlo, sobre todo cuando supe que no era

creyente, y por tanto no se amparaba en ese auxilio, cosa bastante común por otro lado. Yo

no quería involucrarme más de lo debido ¡pero es que me llamaba tanto la atención…!

Finalmente no era un tumor maligno, pero sí estaba enraizado de la peor de las

maneras. Mis colegas me decían que lo dejase pasar, que el riesgo era excesivo, pero había

algo en la mirada de aquel jovenzuelo que me hacía apostar por la vida cuando los demás

casi lo desahuciaban, y por ello ordené los preparativos para intervenir un 18 de Febrero,

desatendiendo a un buen puñado de criterios importantes. El 16 a medio día ingresó en una

habitación cercana al quirófano donde me iba a encontrar cara a cara con su futuro, la 133, y

como siempre, lo hizo de buen grado, sin plantear problemas… igual que una gota de agua

en el filo de una cuchilla de afeitar, bella y fría, ausente del todo a la maldad del acero

cortante. Supe por las enfermeras y celadores que se había portado maravillosamente, y

comencé a atisbar en cada persona que me hablaba de él un cierto deje de emoción que no

entendía muy bien. Era tan incesante el flujo que emanaba de aquella criatura que cualquier

cosa que te explique se queda corta.

Yo lo vi cuando ya estaba en planta, así que acababan de lavarlo y prepararlo. Una de

las enfermeras incluso le había dejado un ramillete de flores en la mesilla, cosa


absolutamente anómala y por supuesto fuera de las normas de ingreso si no era depositado

por familiares, cosa que en este caso no había. Lo pasé por alto prudentemente y sin

preguntar.

Parecía otro, y ¿sabes? Sus facciones eran casi femeninas. Resultaba difícil saber su

género a simple vista debido a su estructura ósea y la elegancia de ojos, boca y nariz. No se

como decírtelo, pero entrar allí fue como… cambiar de sitio, llegar a un lugar diferente.

Siempre tuve sensaciones inexplicables con él, y no de tipo carnal ni nada que se le parezca,

nada de eso, que nadie piense mal, por favor, pero…¡me es tan difícil organizar mis

pensamientos en una línea entendible! Se sentía una misteriosa…paz a su lado, algo sutil, y

todos lo notábamos, lo sé. Aunque de forma tácita no se hablaba de ello, pero se palpaba en

el ambiente una alta carga emocional, un aire de felicidad…. Sencillamente notable. Hasta la

luz del sol en la ventana era distinto, y se que te sonará poético, pero es cierto. Verás, soy

muy frío en mis apreciaciones, he aprendido a serlo con los años y la experiencia, y te

aseguro que todo era cada vez más distinto en su cercanía, como si estuviese avanzando hacia

algún sitio y nos fuese permitido sentirlo.

Nada más entrar me encontré con la mirada del chico, que seguía siendo de una calma

insospechada, algo que afirmo una vez más y que nunca antes había notado en ningún otro de

tantos y tantos de los que llegaban a aquel momento. Me senté a su lado, y tras un breve

intercambio de saludos le estuve explicando pormenores de la operación, que él escuchaba

con ese talante tan llamativo, y justo cuando la última enfermera salió, como si hubiese

estado esperando, se incorporó un poco, estiró la mano y me agarró por la muñeca

fuertemente con sus largos dedos.


- Hable con ellos. Deben saberlo. – me dijo con el rostro más serio que le recordaba

desde que lo conocí.

- ¿Ellos? ¿Quiénes son? ¿Tienes familia o algo así? No sabía nada de eso.

- Hábleles, se lo ruego.

- Bien… si vienen al hospital yo…

- ¡No! ¡No! ¡Vaya allí! Lo necesitan. – pensé que debía tratarse de algunos familiares o

conocidos, e intenté deshacerme de esa responsabilidad de un modo razonable. Es lógico que

a veces los pacientes pidan cosas de la vida personal, pero era preceptivo no seguirles la

corriente.

- Lo siento, pero eso me temo que no esta dentro de mis funciones, Jimmy. Si quieres

puedo….

- Señor… usted no escucha, señor. Busque a los míos arriba y hábleles. Se lo

agradecerán y usted sabrá cosas que debe conocer. No queda demasiado tiempo ya – me di

cuenta, medio sorprendido, de que no era capaz de aguantarle la mirada, porque

sencillamente no me sentía capaz de negarme.

- Pero…

- Por favor. Sólo le ocupará unos minutos cuando salga de aquí…

- Bien, lo haré. Dime donde he de ir. – me escuché decir eso a la vez que no daba

crédito a lo que estaba haciendo. No se aun como ocurrió, pero ya estaba hecho, así que seguí

adelante.

- Arriba.

- ¿Arriba de dónde?

- Usted suba… suba arriba, no dude. Ya le dije donde vivo. – entonces recordé y de

repente tuve un atisbo del ridículo que se abalanzaba sobre mí, me estiré en la silla y levanté

la voz un poco más de lo debido. Un celador nos miró, y fue cuando me acerqué al oído de
Jimmy. Entonces, con la ofuscación, no presté atención, pero ahora, con el punto de vista que

da el tiempo, puedo asegurarte que aquel olor intenso a rosas parecía provenir de él. ¡Y no

era perfume!

- ¿Qué suba a un tejado? ¿Te das cuenta de lo que me pides?

- Tenga fe, señor. Tenga fe en mí y suba. Le hará mucho bien hacerlo. – volví a

quedarme colgado en aquellos ojos tremendos, fuertes como ninguno. Era todo muy raro,

natural… sigo sin encontrar palabras para explicarlo.

- Jimmy, lo pensaré… sólo te prometo eso.

- Justo al final de la calle Marqués hay un edificio viejo. – me dijo en un susurro dando

por sentado que yo haría lo que me solicitaba. Sin duda sería así, pero ¿por qué lo sabía ya? -

Una de sus paredes está caída, y por ella se entra a una rampa que conduce al tejado. No es

peligrosa. Vaya allí y hábleles.

- Hábleles a quién.

- Usted vaya y hábleles. Todo se irá a su sitio poco a poco.

- Bien. Dejémoslo por hoy.- me sentía aturdido - Mañana volveré. – me levanté sin

dejarle hablar más, aunque pese a estar de espaldas seguía notando como me taladraban

aquellos ojos. No me hallaba incómodo con ello, no, pero era consciente de que sea como

fuere conseguían llevarme a su terreno con cierta facilidad, y eso me enervaba, porque en el

fondo me daba cuenta de que conseguía conducirme a donde quería. Jimmy Johnes había

ganado la partida, pero ¿a qué habíamos jugado?

Terminé mi turno a las cinco en punto y no podía evitar sentir una profunda curiosidad

por lo que habría tras la conversación de aquella tarde, y en especial por contar a esas

personas, si en verdad existían, lo que estaba a punto de acontecer, de manera que con una

mezcla detectivesca y humanista me lancé con el coche hasta la calle Marqués, aparqué y me
interné en ella para encontrar el edificio que el chico me había descrito. Fue insólitamente

fácil, pese a que mi navegador no tenía datos de esa dirección concreta. Incluso el entorno

parecía no estar cartografiado, por lo que pensé en un posible error de los mapas, nada

importante, aunque tendría que actualizarlos.

Todo parecía desierto, sin gente, como si la manzana entera estuviese deshabitada, y

con un silencio espeso que casi se palpaba, pero no sentía la menor sensación de riesgo. Con

el tiempo me he dado cuenta de que lo que realmente buscaba allí aquella tarde era otra cosa,

no sólo hacer realidad el deseo de un enfermo que podía estar en sus últimas horas, no era

eso. Había un toque de egoísmo… Era saber…conocer más de Jimmy y entender su forma de

afrontar la vida y la muerte, algo que yo habría envidiado hacía no demasiado cuando

secretamente quería abandonarlo todo. El chaval no estaba loco ni padecía de nada que no

fuese su terrible enfermedad, de eso estaba seguro, así que deseaba saber más y más, conocer

el origen de esa fortaleza en alguien que no había gozado del cariño, la educación o el simple

calor de una casa estable en toda su vida. Esa era la verdad, el motivo de mi excursión a los

tejados. Pretendía hallar respuestas que me sirvieran.

Era antiguo, sí, y muy alto, con aspecto de haber sido en su momento una fábrica o

industria de gran nivel. Las plantas no parecían haberse derrumbado, y se adivinaba muy

compartimentado, con muchas estancias, quizás viejas oficinas. Todo en ladrillo rojo antiguo,

sólido, no como las construcciones de hoy día, que parecen de papel. Entré por donde él me

indicó y encontré aquella rampa de escombros justo donde debería estar, algo peligrosa a mi

parecer en contra de lo que me dijo, pero estable. Anduve por ella con cuidado y subí hasta el

mismísimo techo, donde lo primero que me llamó la atención es que resultaba estar mucho

más alto de lo que el edificio aparentaba visto desde abajo. Evidentemente pensé que se
trataba de una ilusión óptica, pero la vista de la ciudad era espléndida bajo aquel sol

reconfortante del atardecer. Rebasé el último peldaño de una vieja escalera en la que

remataba la rampa y me encontré sobre un gran tejado levemente inclinado pero de aspecto

seguro. No había nadie allí, así que lo primero que pensé fue en lo inocente que me había

mostrado para hacer semejante tontería, deseando que nadie me hubiese visto. Mi voluntad se

mostraba voluble antes de tiempo, sí, pero es que la situación era muy rara, entiéndeme.

Entonces observé algo….

Era grande aquella superficie, y estaba cubierta de gravilla de la que se usa para aislar

de las inclemencias meteorológicas. Crujía bajo mis zapatos mientras me acercaba a unos de

los extremos, donde había una ancha salida de chimenea tras la cual se adivinaba alguien

justo por su reveladora e indiscreta sombra. Era un niño de no más de 6 años que tenía en sus

brazos un gatito. Me miró y habló con voz muy dulce mientras me agachaba sin querer

representar ninguna incomodidad. Me miró sin alterarse de un modo que me resultaba

familiar.

- Hola. ¿Buscas a alguien?

- Hola. Sí, verás… busco a… la familia de un chico mayor que tu que se llama Jimmy.

Jimmy Johnes. ¿Le conoces?

- Sé quien es. Jimmy no tiene familia, pero todos los días viene aquí a esta hora y se

reúne con los demás.

- ¡Oh! ¡Vaya! Me temo que hoy no vendrá, pero dime ¿de verdad que no tiene familia?

¿Estás seguro?

- ¡Claro! Él sólo nos tiene a nosotros.


- Ajá. Y… ¿tienes claro que hablamos del mismo chico?

- Si… Nuestro Jimmy. A él no le gusta que le llamemos el príncipe de los tejados

rotos, pero acepta nuestras bromas. Es muy bueno. ¡ahí vienen los otros!

Entonces me volví y los vi, justo antes de que el suelo empezase a crujir bajo sus pies.

Venían desde la rampa. Era un grupo de niños en silencio, una docena más o menos, y me

miraban con un cierto aire sonriente que no entendía muy bien, pero al que respondí

incorporándome y con ademanes pausados. No creía que la situación pudiese resultar

peligrosa, pero si que era rara y algo enervante, con un toque irreal. Estaban tan mugrientos

como Jimmy el día que lo ví por primera vez, y al instante me di cuenta de la posición tan

incómoda que ocupaba con aquel traje caro, la corbata de seda y los zapatos de 600 euros el

par en un techo ocupado por peques que carecían de casi todo. Si, había incurrido en un fuera

de juego flagrante, pero ya puesto seguí con mis pesquisas.

- Hola, ¿Alguno de vosotros es familiar de Jimmy?

- Jimmy no tiene familia – me contestó uno. Yo entonces pensé que todo se estaba

convirtiendo en una locura, y comencé a desear irme de allí arriba y que nadie se enterase de

aquello, a fin de cuentas seguía siendo el mismo hombre cerrado en mi y con un toque de

desencanto, así que mi reloj interno comenzó a marcar una cuenta atrás que nada más que mi

cerebro oía. Intenté la retirada.

- Bueno, pues si no tiene me voy. Sabed que vuestro amigo está enfermo y que

tardará…un tiempo en regresar.

- ¿Y quien nos alimentará? – dijo una niña de no más de 5 años que acababa de subir.

Cada vez eran más, pero aquella pregunta me alarmó..

- ¿Cómo?
- Que quién nos traerá la comida, quién nos vestirá si él no está. – esta vez habló uno

algo mal encarado que estaba cerca del borde del tejado sin el menor miedo a caer.

- No entiendo… - otro más mayor, de 10 años o así, se me acercó y me habló.

- Señor, no sabemos quien es usted, pero está claro que conoce a Jimmy. Sin embargo

se muestra sorprendido por nuestras preguntas. ¿Acaso no sabe nada de él ni de lo que hace?

- No, no lo sé. Por eso estoy aquí.

- ¿Y en qué se ha fijado entonces? ¿Qué es lo que quiere? Usted no es de los que lo

buscan de vez en cuando ahí abajo.

- No, no… veréis… Yo soy su médico. Mi nombre es Estanislao, y desde luego que no

le busco a él. Se muy bien dónde está ahora mismo, lo cuido y voy a intentar curarlo.

- ¿Curarlo? ¿A Jimmy?

- Sí. ¿Por qué te extraña tanto?

- No creo que pueda enfermar ni que tu medicina pueda curarlo a él.

- Bueno… lo intentaré, desde luego. Soy médico, como os he dicho, y de eso sí que se.

- Señor, él nos ha recogido de ahí abajo y nos ha traído aquí arriba. Nos protege y nos

alimenta. No le haga daño – de nuevo hablaba la más pequeña de todos. Tenía una vieja

muñeca en sus brazos medio rota que apretaba contra sus tirabuzones dorados. Una gran

duda me asaltó de repente. ¿Y si el chico era un tunante y los tenía retenidos de algún modo?

- ¿Os ha secuestrado? ¿Es eso?

- ¡Oiga! ¿Usted no oye? No es un delincuente. Jimmy nos recogió a todos, uno a uno,

de la calle cuando estábamos abandonados y a punto de morir. Nos trajo aquí y nos dio la

vida. El nos obliga a respetarnos y nos enseña sus mandatos para que sepamos sobrevivir en

el mundo de abajo. Es el padre y la madre que la mayoría no hemos tenido.

- ¡Dios mío!
- ¿Dios? No. No ha sido él. – dijo el mal encarado alejándose del filo del tejado. Él nos

abandonó a nuestra suerte cuando no podíamos defendernos. Ahora ya somos muchos y nos

protegemos unos a otros. ¿Dónde está Jimmy? ¿Le ha hecho algo?

- No, ya os he dicho que está enfermo y que soy su médico.

- ¡Pues cúrelo! Le necesitamos.

- Lo intentaré, de verdad. Pero decidme…¿nunca ha venido nadie a por vosotros? ¿La

policía, o cualquiera de ahí abajo?

- Ellos no pueden llegar hasta aquí.

- ¿Cómo que no? Si yo he podido, ellos también.

- Señor, usted ha encontrado este lugar porque él se lo ha permitido. – Dijo la niña

pequeña mientras me daba en la mano un pequeño objeto. Era una medallita con una imagen.

– Aquí él es el príncipe, y si no quiere nadie puede llegar. Déselo a Jimmy. El me quiere

mucho - La sonreí y la guardé en uno de mis bolsillos mientras sólo pensaba en fantasías de

niños y temas turbios de fondo.

Sólo se que me fui de aquel tejado lleno de gravilla crujiente con la convicción de

informar de ello a las autoridades, y así lo hice. Aquellos niños estaban solos e indefensos,

necesitaban cobijo, y no me importó pasar un buen rato en la comisaría. Para mi sorpresa, la

calle Marqués no figuraba en el callejero, por lo que la señalé en el mapa, aunque en aquel

cuadrante aparecía un amasijo de espacios que no se parecían al lugar donde había estado

hacía pocos minutos. Tampoco Google Earth reflejaba información visual alguna. Tras

mucho insistir, un agente se ofreció a acompañarme en atención a mi prestigio y palabra, así

que en media hora estaba de vuelta en las inmediaciones de donde había tenido mi encuentro

con los niños. Allí no había nada. Ni calle ni edificio. Miramos por las cercanías a ver si me

había confundido, pero fue imposible encontrar el menor rastro, como si todo se lo hubiese
tragado la tierra. Finalmente tuve que desistir mientras aquel agente comenzaba a refunfuñar

por lo que para él era una pérdida de tiempo, y recordé el modo en que me aseguraron que

nadie encontraría el lugar sin el consentimiento del chico. ¿Qué estaba pasando?

No pude dormir.

Por la mañana me fui directo a la habitación de Jimmy, y nada más entrar me

sorprendió un tremendo aroma a rosas, muy poderoso, magnífico, pese a que sólo había una

flor, la que las enfermeras le habían puesto en sustitución del ramo del día anterior, así que

supuse que sería algún ambientador nuevo, pero desde luego era notable su realismo e

intensidad, aunque no lo habían usado en las otras habitaciones. No presté más atención, y

me fui hacia el chico que me miraba ya con sus ojazos taladrándome, sonriente, seguro. No

sé, pero… creo que ya sabía lo que había pasado, aunque no entiendo cómo. Era una

sensación. Y ¡cielos! Recuerdo que la rosa era enorme. La más roja que había conocido.

- Dime dónde estuve ayer, Jimmy. Necesito saber que no estoy loco. ¿De dónde saqué

esto? – y le mostré la medallita que me dio la niña.

- Esa medalla es de Besi, una de las más pequeñas. Es muy linda, ¿verdad?

- ¿Qué haces con esos niños? ¿Por qué los retienes?

- ¿Sabe dónde encontré a Besi? – callé en un silencio que admitía mi curiosidad – Ella

estaba en un contenedor de basura, señor. Alguien la había alumbrado y aun conservaba el

cordón umbilical. Estaba sangrienta, húmeda, pegajosa y enfriándose por momentos. Apenas

lloraba. La habían tirado viva, pero aquel amanecer supe de algún modo que nunca puedo

explicar que estaba allí, igual que con los otros, y la recogí justo a tiempo. La llevé con

mucho cuidado a ese edificio que ayer conoció, a una de las habitaciones más ocultas, de las
pocas que conservan puerta y cerrojo. Es una muy especial, por donde todos han pasado, y la

abrigué con ropas que buscaba y curé con medicinas que me daban. Allí la tuve mucho

tiempo, señor, la alimenté desde su nacimiento, y ya casi tiene 5 años. ¿A que es preciosa?

- ¿Por qué no la llevaste a algún centro?

- Porque ella es especial. Igual que los demás. No hay centros para nosotros.

- Jimmy, a veces esas cosas ocurren. Puede que sus padres se arrepintiesen, puede que

se les hubiese encontrado un hogar…hay muchas cosas que se pueden hacer con estos casos.

La sociedad está preparada para sus monstruosidades, más de lo que crees.

- Señor… ellos son distintos. Sólo deben llegar a la madurez para que su naturaleza se

haga presente y traigan luz al mundo, pero eso es imposible si están inmersos y corrompidos

en el cieno de su sociedad que presume de preparación para monstruosidades.

- Son niños, Jimmy…. Especiales para ti, si, pero sólo niños.

- Ya lo comprobará usted mismo con el tiempo. Ve cosas extraordinarias cada día, las

vive, y aun permanece ciego en su lineal esquema de conocimientos incompletos. Ya llegará

su momento.

- ¿Por qué no pude retornar al tejado?

- Porque para subir no basta con terminar las escaleras, señor. Podrá llegar cuantas

veces quiera, pero habrá de hacerlo limpio de corazón. Usted ha visto mi mundo de arriba, y

ahora tiene la posibilidad de entenderme mejor cuando le hablo.

- No, no entiendo ni se que pensar. Dime de qué va todo esto.

- De amor, señor, Sólo va de amor. Usted haga cuanto debe, y ya sabrá las respuestas.

Confíe en mí. – me miró hasta el fondo de mi alma, lo sentí así. – Tenga fé, ya se lo dije ayer.

Aquella mañana me tomé con cierto relax mis obligaciones, por supuesto sin desatender

los temas importantes, e hice algunas pesquisas en los centros de acogida y comedores donde
el chico había sido visto a veces. De repente me intrigó muchísimo saber por qué era tan

apreciado en esos lugares, y es que temía la posibilidad de que todo no fuese más que un

asunto feo de bajos fondos.

En un par de horas supe cosas, amigo, cosas…diferentes. Al parecer se dejaba ver con

cierta frecuencia y acaparaba comida, ropa y a veces juguetes y algunas chucherías. No eran

para él, eso desde luego, porque casi siempre eran tallas pequeñas, ropa de niño. Alegaba que

tenía muchos hermanos, y a pesar de que generalmente intentaban controlarle las cantidades,

él cogía las vueltas al personal y a los centros para saber exactamente de quién y cómo

conseguir cuanto precisaba. Hacía eso más o menos una vez por semana, de día o de noche, y

no le importaban las distancias. Descubrí que le conocían incluso en albergues a más de

100km, cosa que no conseguía entender porque no era fácil el desplazamiento a esos lugares,

pero así era.

En el ambulatorio local de la zona se hacía con medicamentos de poca trascendencia

gracias a que regalaba tabaco a las chicas de recepción, cartones enteros a cambio de

aspirinas y similares, nada importante, cosa que me escandalizó en principio, pero que tomé

por un toque de picardía. Ese tabaco lo ganaba como pago a un trabajito que se había

buscado buzoneando publicidad para una cadena de tiendas de la que conocía a una de sus

directoras, a la que lavaba el coche a mano cada quince días. Los euros que conseguía los

reinvertía, y asómbrate por esto, en quinielas y bonolotos, de tal guisa que regularmente una

vez al mes conseguía un discreto premio que no ascendía jamás más allá de 150 euros, con

una regularidad que no entiendo. Lo cobraba en administraciones diferentes para no despertar

sospechas, y ya se que las leyes de la probabilidad son inapelables, pero es lo que hay. El

sencillamente hacía apuestas que después ganaba cantidades pequeñas que no despertaban
sospecha, ni me preguntes cómo se hace algo así, porque no veo manera. Ese dinero lo iba

reuniendo, y cuando tenía suficiente hacía que los chicos pasasen por la consulta del dentista

para una revisión, les compraba cosas necesarias o los invitaba a comer una hamburguesa

después de la sesión infantil en un cine al que iban casi arregladitos. Y así todo…. ¡Y mucho

más!

Jimmy Johnes era un superviviente que había conseguido establecer un sistema

independiente, un principado de los tejados, para mantener con vida a niños desamparados, a

los que daba cobijo, calor, comida, atenciones médicas y ropa. ¡Y todo con sólo 16 años!

Mantenía unas normas claras sin necesidad de imponerse a la fuerza porque todos le querían

y respetaban. Allí arriba su palabra era la ley, y ni a Dios se podría profesar mayor fe que la

que aquellos pequeños le tenían pese a sus edades. Además, su trato con el personal de los

centros… era perfecto, amable, inteligente… se ganaba a todo el mundo desde el principio, y

estoy seguro de que más de uno hubiese hecho cualquier cosa que le hubiese pedido.

Mira, había aprendido a leer gracias a una profesora de piano a la que después

entrevisté, y que recordaba no sólo su forma increíble de aprender, sino el modo en que era

capaz de interpretar piezas musicales sin haberlas estudiado, por pura intuición, sin técnica,

eso sí, pero emotivamente y de manera inapelable. No recordaba a nadie tan inteligente. Lo

mejor es que todo ese saber después se lo transmitía a sus niños de allá arriba, como él los

llamaba. Se hizo con una pizarra abandonada del viejo centro escolar, y con ella les enseñó lo

que consideraba necesario para que pudiesen salir del abandono cuando estuviesen

preparados, lectura, escritura, matemáticas elementales… ¡Y siempre se mantenía al día en

asuntos políticos para, según él, no pecar nunca de los mismos errores para con los suyos!
¡Ese era Jimmy Johnes! el chico que tenía en la habitación 133 muriéndose de un tumor

nefasto en el cerebro. ¿Imaginas cómo me sentí al saber todo aquello?

Bueno… a eso de las tres fui a la habitación donde reposaba. Le habían dado una

comida mínima, ya que estaba en preoperatorio. La enfermera de guardia me hablaba de él

sin poder disimular su atracción, y el caso es que ni ella misma supo responderme a por qué

se sentía así. Tan sólo era consciente de que no era normal, y de que todas y todos opinaban

lo mismo. El olor a rosas ya inundaba buena parte del pasillo, y yo seguía fascinado y

encabezonado en creer que sólo se trataba de un cúmulo de casualidades y apreciaciones

subjetivas.

Así como media hora después dos de mis colegas me llamaron a consulta para que

observase unos resultados y les diese opinión. Eran de los enfermos que ocupaban las

habitaciones contiguas a la de Jimmy Johnes, la 132 y la 134. Ambos tenían avanzados

cánceres, uno en el torax, y el otro en el vientre, y esperaban en estado delicado el momento

de ser operados. Sin embargo y contra todo pronóstico las manchas negras habían remitido

de manera anómala en las últimas horas, reduciéndose la necrosis de un modo que no daba

lugar a dudas. Ni siquiera los TAC originales, efectuados meses antes, presentaban ese

estado, hasta tal punto que coincidimos en que aparentaban ser las imágenes de hacía mucho

tiempo, cosa imposible, pero que teníamos delante. Era muy extraño, porque además eran

dos los casos, para lo cual debía haber algún tronco común, y ¡claro que me vino el chico a la

cabeza!

- ¿habéis tenido en cuenta un posible error en la máquina?


- Hemos usado las dos, Estanislao, y ambas han dado el mismo resultado. No hay

dudas. Esos tumores están despareciendo.

- Pero…¿cómo es posible?

- No lo sé, pero dime una cosa.

- Lo que quieras.

- ¿Quién es el chico que tienes en la 133?

Cuando llegué a la habitación, a eso de las tres, Jimmy estaba mal. Lo habían sedado

porque tenía grandes dolores, y dormía. No me pareció normal y temí que algo hubiese

cambiado con celeridad, así que dispuse un TAC urgente de cuerpo entero. Lo que descubrí

me dejó sin habla, porque con toda nitidez el chico tenía ahora tres focos tumorales. El ya

visto con anterioridad en el cerebro y…bueno…uno en el tórax y otro en el vientre. Crecían

rápido para ser de origen metastínico, pero allí estaban. Aquello cambiaba todos mis planes

respecto a la operación, y sentí una tremenda tristeza a la par que muchísima confusión.

¿Coincidencia? Con Jimmy Johnes parecía que todo estaba prefijado.

Me quedé toda la tarde pendiente de él, y cuando despertó le hablé sin querer forzarle.

- Hemos hecho todo, Jimmy, pero no se que más intentar para poder curarte. Creo que

te escapas de mis manos… y de alguna manera se que tu lo sabes.

- No se preocupe, señor. Soy yo quien se acaba, no es culpa suya.

- ¿Sabes? Hemos detectado dos tumores más en tu cuerpo… y no entiendo qué hacen

ahí.

- Lo se.

- ¿Lo sabes?
- Si. Pero se irán conmigo, no se preocupe por ellos. Ya no harán mal a nadie.

- ¿Cómo puedo explicarme esto, Jimmy? ¿Cómo puedo razonar lo que estoy viviendo

desde que te conocí?

- Mirando con el corazón. Así podrá.

- Oye, Jimmy….yo…

- Tranquilo, señor. No es necesario que diga nada. Sus dudas las quitará la fe algún día,

ya verá.

- Pero es que yo…¡no entiendo! Necesito que me expliques cosas y no sé siquiera si

podré asimilarlo.

- Usted no necesita mis explicaciones, sino perdonarse. Ha sufrido, si, pero como

todos. Ha sido tan víctima como cualquiera de este baile de locos que puede llegar a ser la

vida, y está aun tan herido que no se ha dado cuenta de que también hay trazos de color

debajo de los tintes grises con que ha teñido su caminar. Todo va a estar bien porque es usted

una buena persona, y las buenas personas merecen segundas oportunidades, pero ya se lo he

dicho muchas veces. Tenga fé, fé en todos, pero empezando por usted. Mis explicaciones no

llevarán a nada, porque son para otras personas.

- ¿Y para mí no hay nada?

- Para usted ya he hecho todo cuanto debía. Sólo le pido un favor, un deseo personal…

- Dime. Lo que quieras.

- Mis niños. Algunos son demasiado pequeños para comprender. Cuídelos.

- No se si sabré hacer eso, Jimmy. No soy como tu.

- ¡Hágalo! Usted sabrá hacerlo cuando despierte de nuevo ese que antes fue. Sólo debe

querer.

- Tienes mi palabra de que me ocuparé de ellos.

- Muy bien. Ahora déjeme, por favor. Estoy muy cansado.


- Jimmy…

- ¿Sí?

- Creo que ya se….

- ¿El qué sabe?

- El tejado al que vas.

- Sabía que se daría cuenta, pero trabajo le ha costado derribar sus barreras.

- Si, así es, pero lo importante es que tenías razón. Nada de lo que aquí duela dolerá

allí.

- Eso espero, amigo. Eso espero…

De lo que ocurrió a continuación no soy el único testigo. Estaban conmigo una

enfermera y un celador, y lo digo porque si no hubiese sido así habría pensado que alucinaba.

Nada más cerrar los ojos el olor a rosas se intensificó aun más, se volvió espeso, casi

palpable. Yo no acababa de echarme hacia atrás en el asiento cuando del cuerpo de Jimmy

comenzó a emanar una extraña luz al tiempo que de su boca salía un pequeño quejido. Supe

inmediatamente que había expirado, pero estaba atónito con el resplandor. Al principio era

leve, abrillantando la piel allí donde era visible, pero después no sólo surgió de su cara y

brazos, sino que traspasó ropas sábanas. Era blanca, muy fuerte…pero no molestaba. Duró

unos 15 o 20 segundos.

Después los aparatos se apagaron y saltaron las luces de emergencia.

Y todo acabó.
Falleció de tal modo que su cuerpo quedó levemente rosado, sin rastro alguno de

sufrimiento, como si durmiese, pero no del modo tópico que se suele usar para no aceptar lo

que acaba de suceder, no. Estaba sencillamente perfecto. No se lo que era Jimmy Johnes,

pero puedo asegurarte que desde luego alguien muy especial, y que conste que no creo en

santidades ni opios del pueblo, no. Era alguien sensacional el que se había ido, en silencio,

sin propagandas, sin mensajes proféticos, sin más. Uno más de la calle que nunca habría

conocido de no ser por mi propia desgracia, ironías del camino.

Todos los restos de tumor en los otros dos enfermos de la planta desaparecieron en las

pruebas del día siguiente, y yo estaba seguro de que habían perecido con el cuerpo del chico,

pero me negué a la autopsia porque no quería saber ya nada más de lo que allí dentro se

encontrase. Todo el personal me secundó para mantener un respetuoso silencio en torno a lo

que había ocurrido, sin deseo alguno de que se generasen rumores y bagatelas que

manchasen aquella extraña realidad.

¿Sabes? Me metí al baño para llorar cuando fui consciente de que ya no estaba, y lo

hice como hacía mucho, igual que un crío. No se cómo, pero entonces noté que algo

cambiaba en mi, que me liberaba con ello, e imaginé que mis peores pensamientos eran

absorbidos también por ese chico excepcional cuyo cuerpo yacía fuera.

Pasaron diez o quince minutos, y al salir la voz se había corrido ya por todo el edificio

de manera sorprendente, porque había allí más de veinte personas mirando aquel hermoso

cadáver. Gente de planta, visitantes, enfermeros, médicos…. Personas desconocidas que

pasaban por allí y que eran absorbidos por lo que no sabían qué era. Sencillamente algo
ocurría y tenían que estar, así de simple, eran llamados, convocados por lazos que no

entiendo, pero en los que ahora creo.

Observé que Tomás Gutiérrez, el enfermo con cáncer de tórax de la 134, le agarraba la

mano y la besaba con reverencia y lágrimas en los ojos. Sin que nadie le dijese nada sabía

que le debía cada día del futuro, y lo agradecía.

Era de noche ya cuando salí del hospital, y estaba abatido pero no dudé un segundo lo

que tenía que hacer. No sabía si encontraría la calle Marqués, sin embargo allí estaba, con su

edificio, su rampa… como si todo estuviese esperándome, tal como él me dijo que lo

encontraría si llegaba con el corazón puro. Subí pesadamente las tres bolsas de comida que

había conseguido en el hospital sin dar muchas explicaciones, me senté en el centro del

tejado, tiré mi corbata con rabia y esperé.

La atmósfera estaba limpia, y las estrellas se veían increíblemente brillantes en aquella

noche no demasiado fría de febrero. Me pregunté a cual íbamos después de morir, pero me

centré más en imaginar una vida bien llevada y en llegar a ese momento en paz. Si era así

¿qué mas da a qué estrella vamos? De repente tenía muchos planes.

Estaba muy cansado por tantas emociones, y me dormí sobre el suelo frío, con la

chaqueta haciendo de almohada, pero no tardé mucho en despertar por el ruido de la gravilla

que se alborotaba bajo los pies de los pequeños que no cesaban de moverse cerca de mí.

Comían en silencio, y algunos, al verme despierto, sonreían.


- ¿Volverá nuestro Jimmy? – Era Besi, la pequeña, quien me hablaba con la boca

manchada de migajas y creo que algo parecido a paté, no se.

- No, hija. Jimmy ya no volverá.

- ¿Y quién se ocupará de nosotros?

- Yo. – puedo jurar que me sentí grande al afirmar aquello, lleno de energía y fuerza.

Acababa de sellar mi primer pacto de futuro - Le dí mi palabra y lo haré. Una vez perdí todo

cuanto quería y me olvidé de agradecer la vida. Ahora nuestro Jimmy me ha dado algo por lo

que luchar. Él también me ha salvado. El gran Jimmy Johnes ha velado finalmente por todos

nosotros.

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