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LAS PUERTAS DE LA

PALABRA

… páginas encontradas entre la historia y la


vida cotidiana …
El tiempo está a favor de los pequeños
de los desnudos, de los olvidados.
El tiempo está a favor de buenos sueños
y se pronuncia a golpes apurados…...

El tiempo está a favor de los pequeños.


Silvio Rodríguez. (1982)
A los tres pequeños, Diego, Emiliano
y Fernando
A Jaschele, la única pequeña de la casa

A mis compañeros mexicanos, mis amigos y hermanos de los tiempos pasados y


actuales

A los pequeños duendes de los tiempos presentes que disfrazados de hombres y


mujeres, nos acompañan todos los días

Por aquellos pequeños de otros tiempos, que faltan


y con quienes seguimos soñando…

Por aquellos sueños que no tuvieron palabras…

Por aquellos silencios que no tuvieron eco…


AS de la palabra...
Las PUERTAS de la palabra…
Páginas encontradas entre la historia y la vida cotidiana

Debe ser en algún momento del tiempo que necesite mirar hacía
atrás. Los sueños de todas las noches me volvían sin querer y sin
aviso a momentos de otros tiempos, a lugares de otros momentos.
Me volvían a escenarios que ya no existen en el presente pero
vinculándolos con personajes de estos tiempos.

El pasado llegó a jugar con este presente o con aquellos presentes


que fui transitando a lo largo de los años. Pasados que hacían casi
presente sin poder darles razón.

Recuerdos del pasado de nuestros días y de nuestros pasos.


Recuerdos de historias de otros y de todos o de simplemente
algunos.

Cuando me veo para atrás, casi siempre me veo cruzando la línea de


hechos históricos, de historia del país. Cuando veo esas historias,
muchas veces borrosas me encuentro con grandes decisiones
familiares que cruzaron por esos hechos.
Historias de todos o de algunos mezcladas con mis propios caminos.

Cuando intento ver hacia atrás necesito caminarlos de nuevo. No


basta con el simple recuerdo del pasado, hay una necesidad de
revivirlo, caminar lo acontecido para poder entender/saber que ha
pasado.

Los recuerdos del pasado han aparecido como puertas en ese


camino, puertas que se deben abrir para poder entrar a mirar esos
momentos. Cada uno de aquellos momentos, implicará
necesariamente abrir las puertas. Puertas de la historia y Puertas de
nuestros días. A veces puertas en caminos paralelos, a veces en
trayectos confusos y algunas veces un solo camino para las dos
puertas.

Los recuerdos de esos días se muestran complejos, no puedo


mirarlos como pasado singular sin hablar de la historia que nos
cruzaba en plural. No hay forma de explicarnos si no miramos
nuestro alrededor. Pero casi dialécticamente, tampoco se puede
pensar en esa historia pasada y de muchos si no podemos mirar que
estaba sostenida por historias singulares de hombres, mujeres y
niños o niñas con sus afectos, cariños, problemas y desencuentros.
Dos vidas, dos sensaciones diferentes, dos líneas paralelas, dos
caminos unidos básicamente por puertas que se abren o se cierran
entre una y otra…

Historias de todos, historias de cada uno de nosotros. Encuentros y


desencuentros al mismo tiempo.

Encuentros de nosotros cuando podemos vernos y mirarnos.


Encuentros de uno con los otros. Miradas y palabras de encuentro.
Alegrías y dolores de los otros, sentidos como propios.
Desencuentros de uno con los otros. Imposibilidad de mirarnos y
decirnos. Miradas de miedo o de cuidado, ausencia de palabras para
explicar lo que iba pasando. Silencios que cubren esos espacios.
Silencios que reemplazan a las palabras. Alegrías propias y dolores
del otro, sentidos como ajenos.

Encuentros y desencuentros, palabras y silencios.

En los tiempos pasados, hubo momentos en que la vida corría peligro


y tener la palabra se convirtió en peligroso. Y para sobrevivir, la
palabra dio lugar al silencio. Los silencios hablaban por aquellas
palabras imposibles de decir.

Los relatos siguientes que están por trazarse en estas páginas tienen
que ver con esas puertas. Estas puertas que separan dos historias,
dos memorias, dos vidas, dos vivencias, encuentros y desencuentros,
palabras y silencios.

Esas puertas contienen esas historias de esos dos mundos, el del


país, el que debía ser de todos y el mundo de las pequeñas cosas,
nuestro cotidiano, el del entorno inmediato. Historias de hechos e
historias de silencios.

Volver a caminar esos caminos nos permitirá sentirlos de nuevo.


Sentirlos y tratar de sentirnos en esos momentos. Descubrir las
razones de nuestras acciones y las razones, a veces, de nuestras
ausencias.

Es necesario poder escuchar palabras, gritos o simples susurros de


esos tiempos como si fuesen cajas cerradas, silenciadas por el tiempo
que un día y sólo por un momento (eterno o no) hemos decidido
ventilar.
Recordar para volver a estar en esos momentos y en esos espacios.
Poder mirarnos en el tiempo y preguntarnos por nuestras acciones.
Mirar lo ocurrido, pero permitiéndonos sentir ese pasado. Sentir con
la razón y con el afecto. Dejar que el cuerpo, nos hable lo que su
memoria tiene en guarda.

Si somos capaces de mirarnos por el cerrojo de esas puertas y pasar


al otro lado habremos logrado que la memoria como una figura
mágica emprenda su camino por aquellos senderos para que,
después del largo viaje, haya recuperado para nosotros, nuestra
palabra.

Quizás cuando nuestros decires sean escuchados entre una puerta y


otra, de un camino a otro, quizás… cuando terminemos de inundar el
silencio, nos podamos mirar con otros ojos, escucharnos con otros
oídos y nuestra palabra sea eso, palabra y no lamento del tiempo.
Se abre una puerta

…Así aprendieron estos hombres y mujeres que se puede mirar al


otro, saber que es y que está y que es otro y así no chocar con él, ni
pegarlo, ni pasarle encima, ni tropezarlo. Supieron también que se
puede mirar adentro del otro y ver lo que siente su corazón....
Muchas veces habla el corazón con la piel, con la mirada o con pasos
se habla. …
Viejo Antonio – Subcomandante Marcos.

Escucho música y tomo unos mates en esta tarde de Agosto.


Golpean la puerta, me levanto, no veo a nadie por el mirador de la
misma. Pregunto y no escucho nada. Intento escuchar porque
presiento que alguien está del otro lado. Abro la puerta y está él. Es
un pequeño ser, quizás de los tantos que pasan por casa todas las
tardes, lo miro pero no sé quién es, lo veo mejor y creo encontrar a
alguien conocido en su mirada. Tiene esa mirada que busca
respuestas pero que no puede preguntar. Alcanzo a escuchar su voz,
quiere que lo acompañe, es de tarde y no entiendo de qué se trata
pero algo me dice que esta vez debo escuchar su voz. De repente, en
la plaza aparece una puerta, juro que no la he visto antes. Es una
puerta chica, como del tamaño de él. Madera y un picaporte de
bronce. Le pregunto que hay y sólo me dice que está todo bien, que
me anime a mirar y a entrar. Lo miro y sigo creyendo que lo conozco
pero no sé de donde. Me mira esperando que le pregunte algo, me da
aire y espera. ¿Quién sos? le pregunto. Cómo ¿no te has dado
cuenta? me dijo.

Has caminado tanto que te has olvidado de lo básico.

Soy vos.

Lo miro y empiezo el recorrido.


Miraremos a partir de ahora, los dos.
La casa de los primeros tiempos

Estoy corriendo, en realidad me persiguen un grupo de personas.


Los veo más claramente y logró describirlas mejor. Son pequeños
seres, se trata de un malón de enanos. Están vestidos con trapos,
botas y gorras. Sus pelos son abundantes y claramente no se han
peinado. Tienen además unas telas que hacen de pulseras. Sus
gritos son ensordecedores y reclaman mi presencia. Ellos,
demasiados para mi impresión, corren persiguiéndome tirando
piedras, palos y lanzas. Sigo corriendo y así voy pasando sin
querer por distintas aldeas, corro cerca de unas chozas de
madera con techo de paja. Sus puertas son cañas atadas con
algún tipo de cordón o soga. Hay árboles frondosos en los
costados de cada vivienda.
Así sigo huyendo cuando de repente, me encuentro dentro de mi
casa del Cerro. Si estoy nuevamente en ella.
Estoy corriendo a través de cada uno de los cuartos, de cada una
de las piezas. Cada una de ellas se convierte a la vez en una
aldea donde salen miles de enanos y se unen a los otros en mi
persecución.
Así voy corriendo por todos los cuartos, después de un rato
finalmente aparezco en el cuarto de las chicas; de allí apunto a la
galería, giro a la derecha y me enfilo hacia el jardín. Salgo a él y
opto por correr hacia la izquierda, allí veo la planta de laurel y el
árbol de mandarinas y el limonero. Sigo corriendo, casi estoy
frente a la puerta principal de la casa. Desde allí logro ver todos
los árboles de la entrada. Los enanos han logrado darme alcance
y los veo con claridad, atrás mío. Muy cerca mío. Demasiado.
Sobre la tierra hay muchísimas lanzas y palos tirados. Estoy
agitado, transpirado y no sé que hacer. No sé como he llegado a
esta situación pero definitivamente me encuentro rodeado por
miles de “problemas”.
De repente, me freno y empiezo a levantar una por una las lanzas
tiradas y comienzo a lanzárselas a los enanos. Me sorprende
enormemente mi puntería. Estoy eliminando a cada uno de ellos,
uno por uno van cayendo al piso. Otros huyen sin saber que es lo
que esta pasando y como se ha producido este cambio en el final
de esta pequeña historia.
No queda ninguno, los he vencido en pleno jardín de casa. Vuelvo
hacia atrás y empiezo a caminar tranquilo mirando el sol que a
esta altura estaría indicando que era el atardecer de ese raro día.
En un costado de la casa donde se hacía una esquina (donde
unas cuantas mandarinas verdes hacen sombra) logro percibir
una nena chiquita, que me mira y espera que la busque y la
abrace. Camino hacia ella … Suena el despertador y me
encuentro sin pedirlo nuevamente en los tiempos presentes.
Me río de lo vivido y de las sensaciones que le quedan a
uno después de semejante aventura.
(pequeño recuerdo de un sueño de los tiempos pasados)
No sé cuando empecé a recordar más allá de mi propio mundo. La
historia del país había transitado en mundos distintos a los cowboys
(vaqueros del oeste americano) y a los soldaditos que me
acompañaban por esos días. En el mundo de nuestros juegos
habíamos desarrollado todo un escenario donde realizaríamos las
mejores batallas. En él había llanuras, montañas, bosques, pantanos
y grandes ríos. La vertiente de esos ríos provenía por esos días, de
una canilla del jardín. Recuerdo muchas veces ese pequeño espacio.
La canilla, era una canilla alta con un pico que goteaba a cada rato,
su chorro de agua caía en pequeñas canaletas que hacían del cauce
del río. En invierno ese goteo incesante se convertía en grandes
columnas de hielo que esperaban caer ante cualquier movimiento.
Era impresionante ver esas columnas salir de él, al menos hasta el
día de hoy trato de verla en cada canilla que encuentro en los meses
del invierno. Será en algún momento, que a la historia la recordé.

Mientras eso sucedía yo seguía viviendo mi mundo de juegos y


fantasías. La casa donde vivía era una casa que estaba en el cerro de
las Rosas en la ciudad de Córdoba. Allí viviríamos toda la familia
hasta la desaparición de uno de mis hermanos, momento en que nos
fuimos del país.
Esa casa era en esos tiempos y durante mucho tiempo, mi espacio de
supervivencia y de resistencia. Todo partía desde allí y no podía ser
de otra forma. Se convertirá durante mucho tiempo en un gran
refugio. Sus paredes me habían permitido jugar casi hasta el infinito.
En esas paredes los sueños eran realidad y la realidad era parte de
los sueños. Jugábamos sin límites. Éramos niños eternos e
inmortales frente a los problemas que parecían entrar por las puertas
de la realidad. Los días iniciaban con nuestros sueños, fuimos
construyendo nuestras realidades con pinceladas que dibujaban lo
que nos habíamos imaginado. Entre el sueño y la realidad habíamos
construido un puente, una conexión. Un momento que vincula a los
dos.
Habíamos decidido sin decidir no intervenir demasiado en el mundo
real. Ese universo que constituía nuestra casa, era lo suficientemente
fuerte como para querer buscar otro. Otro sin conocer, otro con
problemas y peligros.

Durante mucho tiempo, en el exilio mexicano y aún hasta después de


la vuelta al país, esa casa será el espacio físico donde mis sueños se
realizarían y se lograrían concretar. Mis grandes sueños tendrán
como lugar de encuentro, el espacio de los jardines y de
cada una de las piezas. Siempre he vuelto a la casa del
Cerro.
Siempre vuelvo por las noches a “casa”, la veo, nos vemos y nos
sentimos parte.

Eso sí, el tiempo hacía que cambiaran los personajes que participaban
de los mismos pero la casa era la misma, siempre la misma. Siempre
la recordé de la misma manera en cada uno de esas imágenes que se
incorporaban por la noche cuando mi cuerpo descansaba. Era una

Salida Av Fader

casa enorme donde todo podía pasar. Las tapias exteriores eran
murallas que nos cuidaron durante mucho tiempo de todo lo que
pasaba y yo estaba convencido que no había razón para salir de ella.

Tenía muchos cuartos y de acuerdo a como íbamos creciendo nos


movíamos en ellos. Al fondo de la casa había una serie de piezas, uno
de ellos era un cuarto que estaba destinado al más grande de los
hermanos o al que la suerte lo bendecía con ese derecho. Después
había dentro de la casa, cuatro (4) cuartos. Uno donde dormían los
viejos (y el bebé de turno), el cuarto de las chicas (que fueron
variando de acuerdo a como crecían), un cuarto destinado para otro
de los varones mayores y el cuarto de los varones que faltaban y no
dormían en ninguno de los cuartos antes mencionados.

Así era la distribución de los cuartos. No me pidan claridad en las


fechas pero por esos días de mediados de la década de los 60 las
cosas estaban dadas de esa forma. Alejandro dormirá en la pieza del
fondo, hasta que dejó la casa, momento que lo reemplaza Diego
como propietario del cuarto. Santiago en el cuarto que tenía una sola
cama y funcionó quizás como escritorio en algún otro momento;
Marta, Pilar y Delia (hasta que viaja a Bs. As. a estudiar el
profesorado de Educación Física), Mercedes dormía con los viejos y
después cuando se liberó el lugar, se muda de pieza. En la de los
varones restantes, transitaremos Diego, Pablo y yo. Por cierto, si
contaron bien encontrarán nueve nombres. 9 éramos los
hermanos/as en esos tiempos y así íbamos a esperar que la historia
golpease de nuevo la puerta de casa. Además de nosotros vivían en
casa dos o más mujeres que trabajaban como empleadas.

Principalmente estaba Honoria que tendrá destacada historia y


participación a lo largo de aquellos años. La casa del Cerro era el sitio
desde el cuál, ineludiblemente se iniciarán muchas historias reales o
soñadas y fundamentalmente, fue desde donde iniciamos nuestra
pequeña resistencia.

Ya había golpeado la historia, la puerta de casa varias veces antes que


aparecieran mis primeros recuerdos. El peronismo, Evita y sus viajes, la muerte
de Evita, los libros de texto obligados en el peronismo, el brazalete negro, el no
poder trabajar durante el peronismo, la Federación Universitaria de Córdoba, la
Revolución “Libertadora” y no sé cuantas otros hechos habían dejado su huella
en casa, fundamentalmente en la historia de los viejos y claro era historia que
sería indudablemente historia familiar y sobretodo esos hechos se incorporarán a
la memoria de cada uno de nosotros con una intensidad que podríamos
describirlas como vividas personalmente.

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