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Edipo, víctima

Se dice que el origen de la tragedia de Edipo está en un equívoco: el Oráculo vaticina a


éste que matará a su padre y se casará con su madre, y él, tratando de evitar que se
cumpla el augurio, abandona su casa y huye de Corinto, dirigiéndose a Tebas; de este
modo, sin saberlo, se encamina hacia ese destino que pretendía eludir.
Sin embargo, no es un equívoco puntual el desencadenante de la tragedia: ésta se
encuentra impresa, marcada a fuego, en el destino de Edipo y éste, haga lo que haga, no
podrá eludirla. A reforzar ese destino trágico contribuye el propio carácter del
protagonista, un carácter apocado, inseguro, que adquiere tintes de soberbia cuando la
verdad comienza a manifestarse ante sus ojos y él se niega a reconocerla.

Edipo, inseguro

En realidad, la tragedia comienza a desencadenarse cuando alguien llama “bastardo” a


Edipo y éste, en lugar de tomarse la palabra como un simple deseo de ofender,
comienza a albergar dudas acerca de sus progenitores. De este modo, y aunque hasta
entonces había estado convencido de que sus padres eran Pólibo y Merope, esa
inseguridad natural suya le lleva a buscar la confirmación en alguien ajeno a él mismo,
y decide consultar al Oráculo sobre la identidad de aquellos. Por desgracia para él, el
Oráculo no miente, pero tampoco da respuestas claras, y sus enigmáticas palabras le
llevan a tomar una decisión que le conducirá irremediablemente a ese destino del que
pretendía huir. No se trata, no obstante, de una decisión equivocada: Edipo es
consciente de que la mejor forma de no matar a su padre es alejarse de él, y actúa en
consecuencia. Lo que sucede es que le faltan datos (datos que todos: los dioses, el Coro,
Tiresias y hasta los espectadores, conocemos) y con su partida de Corinto lo que está
haciendo es aproximarse a sus auténticos progenitores, y con ello al cumplimiento del
vaticinio.

Edipo, soberbio

El personaje de Edipo constituye, especialmente a través de su diálogo con Tiresias, una


encarnación (si así puede uno referirse a un personaje literario, por muy vivo que aún
esté) de la hybris, la soberbia, el mayor pecado que un hombre podía cometer contra los
dioses. Y eso se paga.
Edipo cree que su despierta inteligencia, de la que ha dado buena prueba resolviendo el
enigma que planteaba la Esfinge, y sobre todo su capacidad de ver (frente al ciego
Tiresias) le hacen poseedor de la verdad absoluta, esa que sólo está al alcance de los
dioses.
Pero la sabiduría humana y la verdad absoluta están en planos diferentes: el hombre
conoce el presente de una forma limitada, y tiene el acceso al pasado a través de su
memoria o del testimonio de otros hombres, que lo conocieron en su tiempo como
presente, también de forma limitada; los dioses, sin embargo, conocen todo el presente
y todo el pasado, pero sobre todo conocen el futuro. Se trata ésta, pues, de una visión
infinita de la realidad, y cuando la expresan por medio de la revelación de un adivino
(como es el caso de Tiresias, portavoz de Apolo), los hombres no pueden sino aceptarla,
pues de otro modo incurren en el desafiante pecado de la hybris.
Tiresias es ciego, no puede ver el mundo real, pero sus palabras transmiten la sabiduría
divina, y por tanto sus predicciones no son las de un charlatán.
Sé que, más que ningún otro, el noble Tiresias ve lo mismo que el soberano Febo, y de él se
podría tener un conocimiento muy exacto, si se le inquiriera, señor.

indica el Corifeo.

Edipo, en cambio, sí puede ver, e identifica esta capacidad con la de saber, comprender,
conocer la verdad. Sin embargo, la hybris le ciega y está obcecado (idéntica raíz que la
de “ciego”, obviamente) con cumplir lo que él imagina su destino heroico: encontrar al
asesino de Layo para poner así fin a la maldición que pesa sobre Tebas. Por ello, cuando
acude a los dioses para que ratifiquen su determinación y éstos, a través de Tiresias, no
le dicen lo que pensaba, o lo que deseaba oír, no admite sus predicciones como
auténticas.

TIRESIAS.- Afirmo que tú has estado conviviendo muy vergonzosamente,


sin advertirlo, con los que te son más queridos y que no te das cuenta en
qué punto de desgracia estás.
EDIPO.- ¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciendo alegremente
esto?
TIRESIAS.- Sí, si es que existe alguna fuerza en la verdad.
EDIPO.- Existe, salvo para ti. Tú no la tienes, ya que estás ciego de los
oídos, de la mente y de la vista.
TIRESIAS.- Eres digno de lástima por echarme en cara cosas que a ti no
habrá nadie que no te reproche pronto.
EDIPO.- Vives en una noche continua, de manera que ni a mí, ni a ninguno
que vea la luz, podrías perjudicar nunca.

Y es que la verdad, sobre todo si es adversa, cuesta aceptarla, especialmente cuando


compromete nuestra vida futura.
Edipo, aun siendo un simple mortal, pretende estar en posesión de la verdad, pero
cuando empieza a verla realmente, no quiere reconocerla como tal y se pone,
metafóricamente, una venda en los ojos. Y cuando, finalmente, la conozca en toda su
extensión y no tenga más remedio que aceptarla, ésta resultará demasiado fuerte como
para poder soportarla y una simple venda no será suficiente: para no ver la realidad se
quitará la vista.
Sin embargo, no poder ver físicamente ya la realidad no hace que ésta sea diferente.

Edipo, inocente

El encuentro entre Edipo y Yocasta se produce como por casualidad: las circunstancias
conducen a aquel hacia Tebas, un malentendido le lleva a pensar que Layo es un
salteador y le mata, su inteligencia le permite descubrir el enigma propuesto por la
Esfinge y eso le convierte en rey... Pero ya sabemos que las casualidades no existen, que
el destino está escrito y que, hagamos lo que hagamos, nuestras decisiones nos
conducirán irremediablemente a él.
Desde un primer momento, Yocasta se nos muestra como una reina influyente, y una
mujer enérgica, capaz de manejar con resolución la tensa situación entre Edipo y
Creonte. Sin embargo, al final, cuando relaciona las palabras del Oráculo, las noticias
sobre la muerte de Pólibo y los datos sobre el niño abandonado, se da cuenta de la
realidad y ve con desesperación que no puede hacer nada para convencer a su hijo para
que desista en su empeño de averiguar la verdad.

YOCASTA.- ¡No, por los dioses! Si en algo te preocupa tu propia vida, no lo


investigues. Es bastante que yo esté angustiada.
EDIPO.- Tranquilízate, pues aunque yo resulte esclavo, hijo de madre
esclava por tres generaciones, tú no aparecerás innoble.
YOCASTA.- No obstante, obedéceme, te lo suplico. No lo hagas.
EDIPO.- No podría obedecerte en dejar de averiguarlo con claridad.
YOCASTA.- Sabiendo bien que es lo mejor para ti, hablo.
EDIPO.- Pues bien, lo mejor para mí me está importunando desde hace
rato.
YOCASTA.- ¡Oh, desventurado! ¡Que nunca llegues a saber quién eres!

Y es que Edipo está obcecado (piensa que lo que preocupa a Yocasta son sus orígenes
humildes) y quiere llegar al final, quiere saber la verdad.

En cuanto a la relación entre estos dos personajes, parece evidente que Edipo no tiene
complejo de Edipo: él no se enamora de Yocasta; en primer lugar, porque no la
reconoce como madre (quien ejerció tal papel fue Merope), pero además porque, según
la tesis freudiana, quien padece el citado trastorno emocional sería feliz como pareja de
su propia madre; sin embargo, Edipo, al descubrir que Yocasta es su madre, se siente
infinitamente desgraciado. Son, por tanto, las circunstancias, el destino y no el amor, las
que les conducen a ambos a compartir el lecho conyugal, ya que la resolución del
enigma de la Esfinge convierte a Edipo en rey de Tebas, para lo cual debe pasar por el
trámite de casarse con la viuda del difunto Layo.
Así, aunque él se siente responsable de la tragedia que sus decisiones han
desencadenado, y aunque, avergonzado, se quita la vista para no ver la realidad,

¡Ay, ay! Todo se cumple con certeza. ¡Oh luz del día, que te vea ahora por última vez! ¡Yo
que he resultado nacido de los que no debía, teniendo relaciones con los que no podía y
habiendo dado muerte a quienes no tenía que hacerlo!

no existe culpa en sus actos: es una víctima inocente del destino.

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