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Hipatia de Alejandría

Estaba oscuro. Hacía frío y olía a humedad.


A través de las rejas de la puerta de su prisión podía escuchar sin muchas dificultades
las voces de los soldados que la custodiaban en el otro lado.
“Mañana cuando el sol esté en su punto más alto sobre el horizonte...”- decía uno de
ellos.
Desconectó sus oídos y empezó a pensar. Ya sabía perfectamente qué era lo que iba a
ocurrir a esa hora, no hacía falta que ellos alzaran la voz para que ella se enterase, era algo
obvio, si no, no estaría allí encerrada, pero eso era algo que ellos parecían no comprender.
Meditando por qué no entendían esto, se le vino a la mente la pregunta de qué clase de
fatídicas circunstancias podía haber hecho que ella se encontrara en ese momento allí.
Rememoró. Ella había nacido alrededor de 60 años atrás, tampoco es que estuviera muy
segura, pues no solía fijarse en el tiempo que pasaba por ella o por los que la rodeaban, ni
siquiera se fijaba mucho en el paso de éste sobre la tierra que pisaba. Prefería fijarse en las
estrellas y en todo lo que podía aprender de ellas.
Algo que ella sí sabía, dentro de lo que consideraba posible que cualquier persona
pudiera saber (incluida ella misma) y dejando aparte la certeza de que iba a morir al día
siguiente, era que, con su muerte, ella sería libre.
Dentro de sus recuerdos, vio a sus alumnos, a los que ella instruyó, sentados en su aula,
en una habitación de su propia casa. Recordó también sus clases, ella les mostró las ideas de
otros pensadores, grandes matemáticos, entre los que se contaban Patón y Aristóteles, pero no
solo eso, sino que también los ayudo a que empezasen a pensar por sí mismos, a tener ellos
también esas magníficas ideas que llevaron a sus predecesores al honor de que sus doctrinas se
impartieran en clases como la suya, y a intentar alcanzar la sabiduría.
Pero, a ella también le habían enseñado a razonar y a aprender, Teón, su padre y su
maestro, fue su guía. Pero, a diferencia de su padre, además de aprende astronomía y
matemáticas de él, se interesó por otras partes de la filosofía como la oratoria, el estudio de
diferentes religiones y la enseñanza, Ella había estado en muchos sitios para enseñar a aprender.
Aun así, ella había trabajado también por su cuenta como inventora, y había conseguido mejorar
el astrolabio y creó el hidrómetro, es decir, también tenía sus propias ideas.
Se sentía en parte orgullosa de su trabajo, pero se lamentaba de que fuera a morir y no
pudiera continuarlo. Y sentía una cierta cantidad de ira hacia aquella persona que se lo iba a
impedir, aunque también estuviera tremendamente agradecida de que la fueran a liberar de
aquel cuerpo que cada vez sentía más cansado y más débil. Se sentía en una especie de punto
intermedio ente odio y agradecimiento.
Ella sabía, bastante claramente, por qué no era muy querida entre los cristianos, esa
nueva religión, y sabía que, realmente, había varios motivos. Y a partí de ahí no sabía cual era el
que consideraban sus ejecutores como más importante o como la gota que colmó el vaso. Ellos
sabían perfectamente que ella no se convertiría en cristiana, al contrario que muchos de sus
antiguos compañeros, porque ella no podía entender que un grupo de personas, por muy
importantes que se pudieran creer estas, pudieran siquiera insinuar que la sabiduría se
encontraba en un libro que nadie podía discutir, ni afirmar, ni desmentir. A demás según su
punto de vista, con esas ideas estaba intentando llevar a su bando de no creyentes a sus antiguos
discípulos, entre ellos Sinesio de Cirene y Orestes, que ahora eran obispo y prefecto de Egipto,
respectivamente. Intuía que había otras razones, pero no les dio mucha importancia, ya que no
estaba muy segura de ellas.
Aun sabiendo todas las razones, no podían haber hecho nada. En parte comprendía a
los nuevos cristianos, la mayoría eran mendigos, pobres y ex-exclavos. Es decir, gente que no
sabía nada, incultos a los que la verdad daba tanto miedo que preferían vivir en una ignorancia
guiada por un libro escrito y editado por unos pocos, que a demás eran los únicos que tenían el
derecho de interpretarlo, y quedaba demostrado que lo hacían a su antojo, ahí estaba ella para
demostrarlo, mientras viviera.
Algo interrumpió sus reflexiones. Se trataba de un rayo de luz que se colaba por entre
los barrotes de la sumamente estrecha ventana que había en la celda. Haciendo una serie de
cálculos mentales llegó a la conclusión de que ya era mediodía.
Efectivamente, pronto escuchó un sonido de múltiples, rápidos y estruendosos pasos por
el corredor que conducía a su celda. Ella se sentía, por primera vez, verdaderamente nerviosa.
La levantaron del suelo bruscamente, y se la llevaron a fuera casi a rastras.
Llevaba siete días bajo la completa oscuridad de su celda, por lo que, cuando salió a la
plaza en la que prácticamente toda la ciudad estaba esperando, el sol la cegó momentáneamente.
En el instante en que ocurrió esto, ella pensaba que por fin sería libre y que, en el
momento en que ocurriera esto, el sol no volvería a cegarla nunca más. Ya no estaba nerviosa.

Lo que se cree que fue de Hipatia en realidad (al morir):


Hipatia fue llevada al Cesareo, templo edificado por Augusto, desde el carruaje que la
llevaba de regreso a su casa. Una vez en el templo fue asesinada brutalmente en nombre de la
santidad de la Iglesia católica y sus restos fueron incinerados, aunque los líderes de ese
momento negaron tener nada que ver y culparon a otra rama de su santa doctrina. Pese a que
acabar con una vida humana va en contra de sus creencias, alegaron que el asesinato de Hipatia
fue debido a lo llamado “celo divino” que justifica el asesinato si es en nombre de la iglesia.

Muy breve resumen de su vida:


Hipatia fue una gran inventora y filósofa y es la primera mujer matemática de la que se
tiene conocimiento. Entre los inventos de Hipatia está el hidrómetro y la mejora del astrolabio.
Quizá una de las causas de su muerte fue la, por aquel tiempo, imposibilidad de que una
mujer pudiera ser tan inteligente como un hombre, incluso para llegar al punto de considerarse
con capacidad suficiente como para aconsejarle en temas que no se consideraban para mujeres.
La clara oposición, incluso en la actualidad, que tenía la iglesia con respecto a que las mujeres
no fueran otra cosa más que cosas, estaba en discordancia con esto.

Profesor: Le digo lo mismo que otras personas, según nos ha contado. No sé si es a esto
a lo que se refería al pedirnos un ensayo filosófico sobre Hipatia, pero es lo que se me ha
ocurrido.

Alicia Lucena Expósito 2º Bachiller A

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