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No obstante, la práctica indica que algunas son, como diría Orwell, más
imprescindibles que otras. Si abre usted un pasaporte europeo por la primera
página entenderá de un vistazo el mito de Babel. Pero si pasa página verá, junto a
su foto, que el número de idiomas en los que se identifican sus datos personales
se ha reducido drásticamente a tres. Se demuestra así un axioma que admiten
incluso los mayores defensores del multilingüismo: cuanto mayor es la dispersión
de lenguas mayor es la importancia de unas pocas comunes, es decir, cuantos más
idiomas promueva la UE, mayor será el peso del inglés, el francés y el alemán,
lenguas en las que se gestiona el 90% de los asuntos comunitarios. Sin olvidar que
el primer borrador de casi todos los documentos comunitarios se produce en la
lengua de Shakespeare.
"Es un proceso natural", afirma Francisco Rodríguez Adrados, académico de la RAE,
que acaba de publicar Historia de las lenguas de Europa (Gredos). "Las lenguas
están hechas para entenderse, y la excesiva diversidad dificulta la comunicación.
Por eso la gente acude a una común. Así, la existencia de centenares de lenguas en
América favoreció la expansión del español, que no necesariamente se impuso a
golpe de espada, aunque alguno hubo. La prioridad era llevar la religión, no el
idioma". Los misioneros se afanaron en ser fieles al principio de Pentecostés:
predicar a cada uno en su lengua. Y el español se convirtió en la única lengua
común entre comunidades diversas. Con todo, fue la independencia de las repúblicas
americanas y la gran emigración del viejo al nuevo mundo lo que impulsó
definitivamente el español. Hasta mediados del siglo XIX, sólo un tercio de la
población americana lo hablaba. Sin perder de vista que era la lengua
administrativa y conocerla aumentaba las posibilidades de promoción social. Cuando
una lengua se convierte en camino hacia el poder, su uso se multiplica. "Como en
su día el latín y hoy, el inglés", abunda Adrados. "Se hace más caso a la
necesidad que a los decretos. Es una cuestión de utilidad, lo que los
estadounidenses llaman poder blando".
"A veces se desaprovecha la proximidad entre las propias lenguas románicas y vemos
a estudiantes italianos y españoles hablando en inglés", apunta Albert
Branchadell, profesor de traducción e interpretación de la Universidad Autónoma de
Barcelona y presidente de la Organización por el Multilingüismo. Para él, la
propuesta de la lengua adoptiva es interesante pero "complicada como realidad a
corto plazo. Sobre todo teniendo en cuenta que en España, el nivel de inglés es
deprimente". Branchadell ha sido siempre muy crítico con el llamado
internacionalismo lingüístico, que defiende la concentración. Uno de sus más
brillantes estudiosos españoles fue Juan Ramón Lodares, autor de ensayos ya
clásicos como Gente de Cervantes o El porvenir del español (publicados por
Taurus). Lodares, fallecido hace tres años, insistía en que la tendencia a la
selección lingüística es imparable por una razón básica: la gente no se pregunta
por qué aprender una lengua, sino para qué. Defensor de una visión materialista de
las lenguas, el filólogo resumía su punto de vista con un dato y una pregunta:
"Antes de 1850 el territorio europeo que actualmente recorremos en francés e
italiano, había de recorrerse en docenas de variedades idiomáticas. El hecho de
que hoy se pueda andar por el mismo territorio con dos idiomas y una moneda, ¿ha
sido una catástrofe para Europa?". En opinión de Branchadell, que polemizó
largamente con Lodares, una de las mayores contradicciones del internacionalismo
es que los que lo promueven para los idiomas de menor peso no la aceptarían para
los de peso intermedio frente al peso pesado del inglés. "La reducción al inglés
nunca tendrá el aval de ningún país", apunta. "Malta, que es bilingüe, podría
renunciar a la oficialidad del maltés, pero ¿lo harían España o Alemania?".
A la eterna pregunta de si puede haber una identidad común sin una lengua común,
Branchadell responde que adoptar el inglés tampoco generaría sentimiento de
comunidad porque la vemos como una lengua instrumental: "La lengua de Europa es la
traducción". Para él, la solución no es "ni el english only ni el multilingüismo
sin fin". Existen, dice, casos intermedios que hay que pactar atendiendo a la
soberanía de los Estados (aunque tenga lenguas pequeñas), a la demografía (donde,
ya vimos, domina el alemán) o a su proyección internacional (el gran fuerte del
español, una lengua más americana que europea por el número de hablantes nativos;
además, según el Instituto Cervantes, de los 14 millones de personas que lo
estudian como lengua extranjera sólo 3,5 millones lo hacen en Europa; 2,5 en
Francia).
Por el lado institucional, el inglés está, pues, lejos de convertirse en el euro
de los idiomas. Mueve más sentimientos y genera, en todos los sentidos, más
literatura. Pero también genera dividendos. No es extraño que haya hecho fortuna
la metáfora del español como una "empresa multinacional" que crece en hablantes
nativos más que ninguna otra (exceptuando al árabe) y que ocupa el tercer puesto
mundial. Otra metáfora afortunada es la de la lengua como "el petróleo de España".
Pero que un país produzca petróleo no quiere decir que lo refine y lo
comercialice. De hecho, no sería descabellado que la explotación industrial del
español -de la publicidad a la música, el cine o los libros- se establezca en
países que no lo tienen como lengua oficial. Por otro lado, el reciente estudio
Economía del español de la Fundación Telefónica apunta que si en el área de habla
hispana se dispusiera de tantas líneas telefónicas como en los países anglófonos,
la presencia de la lengua de Don Quijote en Internet se incrementaría en un 170%.
Una cifra ya clásica es la que sitúa la potencia económica del español en el 15%
del PIB del país. Una cantidad nada desdeñable, pero que no es más que un tercio
de lo que el español produce en Estados Unidos. Se explica así que la entrada en
campaña de los idiomas vaya más allá de Fuenlabrada. La web de Hillary Clinton
alberga una ventana que reza "Página bilingüe". En la de Barack Obama el rótulo es
más explícito: "En español".