Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
No obstante ello, y aunque nos gustaría poder hacer un análisis mucho más
extenso de esta obra, para efectos de la presente sección, consagrada a clásicos del
derecho internacional, restringiremos el contenido de la traducción en comento al
capítulo concerniente que dentro del derecho relacionado con la guerra se refiere a los
soberanos que ejercen una guerra injusta, por parecer el tema en boga.
2
pueblo por más que sea el agresor (gasto en vidas, bienes, ingresos, daño psicológico y
moral, etc.). Vattel no abunda en el tema, pero si interpretamos lo que dice, en el sentido
de que demostrada la injusticia de la guerra cesa el deber de obediencia, pareciera haber
dos respuestas. Con respecto a los actos pasados, que han quedado ya consumados,
pareciera que la única forma que queda a un pueblo es el de la desaprobación, lo cual
internamente, puede traducirse ya sea a través de un voto de censura por medio de sus
representantes en un Parlamento, o por medio de las elecciones en donde el pueblo, en
claro desapruebo de la política exterior del gobierno, decide por otra opción electoral.
Recapitulando, podríamos decir que en este autor enfrentamos una teoría un tanto
radical sobre la responsabilidad en la guerra, dependiendo de si ella se realiza o no con
un título justo, la cual no sólo trae consecuencias graves sobre el sistema de
reparaciones que surgirían por la ausencia de un título justo para ejercerla, sino que
incluso podría llevar a la desobediencia y al derrocamiento mismo del gobierno que la
encabece. En este contexto, esperamos que sea de interés la lectura del segmento que se
presenta a continuación:
Libro III
De la Guerra
[158] Capítulo XI
Del Soberano que hace una guerra injusta.
3
legítimo, no tiene en lo absoluto ningún derecho; todas las hostilidades que comete son
injustas.
4
Párr. 187. Si la Nación y la gente de guerra son responsables de algo.
La restitución de las conquistas, de los prisioneros y de los efectos que pueden
encontrarse en la naturaleza, no tiene dificultad alguna, cuando la injusticia de la Guerra
es reconocida. La Nación en cuerpo y los particulares, conociendo de la injusticia de su
posesión, deben deshacerse de ella y restituir todo aquello que ha sido mal adquirido.
Pero por cuanto a la reparación del daño, las personas de guerra, generales, oficiales y
soldados, ¿están obligados en conciencia a reparar de aquellos males que han causado,
no por su propia voluntad, sino como instrumentos de la mano del Soberano? Estoy
sorprendido que el juicioso GROCIO se incline sin distinción por la afirmativa (a). Esta
decisión no puede sostenerse [161] más que en el caso de una guerra tan manifiesta e
indudablemente injusta, que no pudiéramos suponer alguna razón de Estado secreta y
capaz de justificarla; caso casi imposible en política. En cualquier ocasión susceptible
de duda, la Nación entera, los particulares y singularmente las personas involucradas en
la guerra, deben referirse a aquellos que gobiernan, al Soberano.
Están obligados, por los principios esenciales de la sociedad política, del gobierno.
¿A dónde llegaríamos si, frente a cada acto del Soberano, los súbditos pudieran valorar
la justicia de sus razones; si pudieran rehusar de marchar hacia una guerra que no les
parezca justa? Seguido incluso, la prudencia no permite al Soberano publicar todas sus
razones. El deber de los súbditos es de presumirlos justos y sabios en tanto que la
evidencia plena y absoluta no les demuestre lo contrario. Luego entonces, en este
espíritu, han prestado su brazo para una guerra que en lo subsiguiente se ha demostrado
injusta; el Soberano solo es culpable, él solo es responsable de reparar sus daños. Los
súbditos y en particular la gente de guerra, son inocentes; sólo han actuado a través de
una obediencia necesaria: deben solamente vaciar sus manos de aquello que han
adquirido en una guerra de tales características, ya que lo estarían poseyendo sin título
legítimo. He ahí, creo yo, el sentimiento casi unánime de las personas de bien, la forma
de pensar de los guerreros más llenos de honor y de probidad. Su caso es aquí aquel de
todos aquellos que son ministros de órdenes [162] soberanas. El gobierno se torna
imposible, si cada uno de sus ministros pretende valorar y conocer a fondo la justicia de
las órdenes previo a ejecutarlas. Pero si deben, por el bien del Estado, presumir justas
las órdenes del Soberano, no pueden ser responsables de ellas.
(a) Derecho de la G. & de la P. Lib. III Cap. X.
[1]
La idea principal de este párrafo en referencia es que la sucesión del soberano puede ser modificada por
la Nación, puesto que el primero no tiene un título hereditario sobre la última, ya que la existencia de un
título hereditario implicaría a la nación como patrimonio del Príncipe, cuando el príncipe fue establecido
para ventaja y bien del Estado y la finalidad del patrimonio únicamente para el provecho de su poseedor,
lo que generaría la existencia de un gobernante absoluto, despótico y tiránico.
[2]
Se refiere al carácter representativo del Soberano de una Nación, por lo que él no es la Nación, ni el
titular de la Soberanía, sino su representante electo por el cuerpo soberano (el pueblo).
[3]
En los párrafos aludidos, Vattel explica que la propiedad de los ciudadanos, frente a los demás Estados,
pertenece al cúmulo de riquezas de la Nación en su conjunto, ya que por ella se establece y que por
consiguiente, en relaciones de Estado a Estado, una nación puede disponer de la propiedad individual de
otro para obtener una reparación en una causa. Sin establecer un principio de dominio eminente de la
Nación, Vattel establece que la propiedad privada en un Estado se respetará según las reglas establecidas
por una sociedad que se organiza políticamente, pero que si esa nación tiene una deuda con otra, de tal
suerte que ésta tenga derecho a una porción de la propiedad de la nación agresora, la nación ofendida
puede disponer igualmente de la propiedad privada de los ciudadanos de la nación ofensora, hasta en
tanto sean reparados los daños causados. Ahora, con respecto al actuar del soberano, pareciera que Vattel
con estas referencias está deslindando a la Nación de quien ejerce la soberanía, salvo el caso, como se ha
visto de que la Nación, por la naturaleza de sus relaciones, haya creado a otra un título o un derecho a
favor de otra con respecto a una porción de su territorio.
5
6