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Amar a Dios no es, precisamente, sentir cariño sensible hacia Él, como lo
sentimos hacia nuestros padres; porque a Dios no se le ve y a las personas a
quienes no se ve es difícil tenerles cariño, Dios, no obliga a eso, pues no está
en nuestra mano. Tenemos que amar a Dios porque Él nos amó primero, y
debemos corresponderle. El amor se manifiesta en obras más que en palabras.
“Obras son amores y no buenas acciones”, Amar a Dios es obedecerle, cumplir
su voluntad. No hacer mal a nadie. Hacer bien a todo el mundo”. Una prueba
de amor a Dios sobre todas las cosas es guardar sus mandamientos por encima
de todo. Es decir, estar dispuesto a perderlo todo antes que ofenderle. Este
mandamiento nos manda a adorar sólo a Dios. Este mandamiento prohíbe
especialmente la idolatría que consiste en adorara como a Dios a otra cosa o
persona. Dice la Biblia “Que nadie de vosotros practique la adivinación, ni el
sortilegio, ni pretenda predecir el futuro, ni consulte adivinos, ni a los que
invocan a los espíritus, ni consulte a los muertos (sesiones espiritistas)”. Nadie
pierde la fe sin culpa propia. Dijo el Concilio de Trento: “Dios no abandona a
nadie, si no es Él abandonado primero”. Peca también contra este
mandamiento el que se anima a pecar precisamente porque Dios es
misericordioso. Esto es “un pecado gravísimo contra el Espíritu Santo, porque
supone un grave desprecio de la gracia de Dios.
Santificar las fiestas es oír Misa entera y no trabajar sin verdadera necesidad.
El día más grande del año es el domingo de la Resurrección del señor. Todos los
domingos son una conmemoración de este gran día de Pascua. Están obligados
a oír Misa entera los días de precepto todos los bautizados que han cumplido
los siete años y tienen uso de la razón. Los que deliberadamente faltan a esta
obligación cometen un pecado grave.