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contra la mujer”.
Esta y otras ONG de carácter internacional aseguran que el objetivo de las violaciones está
centrado en sembrar el terror, quebrar la resistencia de una sociedad, recompensar a los
soldados –de ambos bandos– y obtener información.
Un problema crucial para determinar los alcances de un conflicto está en la casi ausencia de
denuncias sobre violaciones a las mujeres. La mayoría se lo calla por distintas razones:
evitar las venganzas, eludir el repudio de la comunidad, miedo a ser estigmatizadas, temor
al rechazo de sus compañeros o que no puedan casarse. “Estuvo llorando mucho tiempo. Nos
preguntó por qué mentíamos, dijo que sabía que también nos había pasado a nosotras”. Así
se expresa una mujer kosovar violada por los soldados serbios en 1999. Este silencio en
nada contribuye a la recuperación de las víctimas.
Callar estas atrocidades hace que la mujer no se recupere nunca y que en su interior se
anide el miedo y tenga pesadillas recurrentes con lo que le ha ocurrido.
*Con información de AI, Human Rights Watch, UNICEF, ONU, ACNUR y otros organismos y
ONG.
La justicia internacional
Kofi Annan, secretario General de la ONU, al hablar sobre la violación como crimen de
guerra ha dicho: “El Artículo 8 del CPI dispone que la violación, esclavitud sexual,
prostitución forzada, embarazo forzado, pueden ser causa de enjuiciamiento como crímenes
de guerra si se cometen en conflictos armados internacionales o internos”. Es decir, que
comandantes de ejércitos legales o ilegales que hayan permitidos a sus tropas violar
mujeres, podrán ser requeridos por esta Corte como criminales de guerra.
Según el derecho consuetudinario, la violencia cometida contra la mujer en los conflictos
constituye tortura. De igual manera, la violación y la violación en grupo.
La violación que cometen los combatientes está reconocida como crimen de guerra. Cuando
la violación sexual se comete de forma sistemática, o a gran escala, constituye un crimen
contra la humanidad.
“Un enemigo conocido”
Las investigadoras sociales Constanza Ardila Galvis y Olga Lucía Valencia, en su libro Un
enemigo conocido, abuso sexual en el hogar y como arma de guerra, expresan que es
“sorprendente ver cómo los hombres, hijos de mujeres colombianas, son entrenados para
degradar y torturar a la mujer, perpetuando esta guerra y utilizando el abuso como un arma
más del conflicto armado”.
Citan varios testimonios: “Me quitaron toda la ropa, lanzaron un lazo a la viga del techo y me
amarraron las manos. Ese hombre le dijo a Leonel que tuviera relaciones conmigo, pero como
se negó, se bajó la cremallera y con otro de ellos abusaron de mí al tiempo. Yo sentía que se
me desprendía todo por dentro (...) Cuando terminaron, le preguntaron a Leonel información
sobre los guerrilleros. Él les dijo: yo no sé nada de ellos. Pasaron con veinte hombres a
abusar de mí”.