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pretendido, pero no había tenido más remedio. Ahora que parecía que todo marchaba a
la perfección, por poco lo estropea todo esa chica. Por supuesto que estaba al tanto de
los encuentros secretos que tenía con Amarael y desde que lo sabía, estaba de mejor
humor. Incluso había pensado en pasarse a echar un vistazo a una de esas clases, pero
los planes de Astaroth le inquietaban, por eso había decidido ponerle en sobre aviso. Se
preguntaba si los demás príncipes infernales habían pensado de la misma forma que él y
de ser así, si lo de la venganza era una excusa por parte del duque para arrebatarle esa
posibilidad. No, a estas alturas eso ya no importaba. Él había cumplido su parte del trato
y había trabajado para ellos eficazmente, incluso se había ganado el puesto en la realeza.
La maldición ya no le importaba a nadie más que al afectado.
Al entrar en su dormitorio se encontró con una menuda y delgada mujer hundiéndose en
las sábanas de seda púrpura, con las rodillas flexionadas y escondiendo su rostro en su
regazo. La reptiliana cola la movía bruscamente, como una pantera nerviosa. Las garras
de sus pies se clavaban en la seda.
Samael, “el veneno de Dios”, aquel que un día fue el líder de los arcángeles, aquel al
que le fue otorgado un par de alas de más para que cubriese su rostro ya que tanta
belleza sólo podía ser admirada por Dios, y uno de los primeros en pasarse al bando
oscuro. En ocasiones se le confunde con el mismísimo Lucifer. Había sido el ángel
encargado de cuidar el Edén, pero cayó sucumbido a la tentación de la manzana y se
enamoró locamente de la mujer humana de rubios tirabuzones y ojos grises, siempre
melancólicos.
Brella era buscada por Metatrón y desesperados huyeron al único lugar en el creían
poder estar a salvo. Lucifer les aceptó, amputándole cuatro de sus ocho alas, para que
estuviese por debajo de él, e imponiéndoles una maldición. Milenios después la
maldición perduraba, pero Samael podía ver la luz. Tan sólo Caín y ese ángel tenían que
enamorarse. Algo tan sencillo como eso y Brella y él por fin…
—Sal de la oscuridad, querida.
La demonesa reaccionó muy lentamente y levantó mínimamente la cabeza, lo justo para
que dos felinos iris asomaran de entre sus rodillas.
—Se te ve cansado.
—Lo necesario para nuestra relación.
Brella parecía irritada.
—¿Todavía sigues con eso? ¿Cuántos fracasos más harán falta para que te des por
vencido?
Samael se sentó junto a ella en el borde del colchón. Su esposa hacía tiempo que había
sucumbido a la oscuridad, pero él cuidaría de ella hasta el final, como se lo había
ordenado Dios.
<<Estoy cuidando de ella, nunca dejé de servirte. Es sólo que… me enamoré. ¿Tan
grave es eso?>> No servía de nada pensar en esas cosas a esas alturas.
—Esta vez sí que saldrá bien. Nuestro hijo va a ser útil al fin y al cabo.
—Ese bastardo no es un demonio. Las palabras de Lucifer fueron claras.
—“Un vástago de la luz y otro de las tinieblas”, Brella. Lo importante es que se
enamore siendo un diablo. Por eso antes no funcionó, él era un ángel cuando se
enamoró de esa entrometida, pero ahora es un diablo, ¡el sustituto de Lucifer, nada
menos! Conociéndole caerá rendido ante la sonrisa inocente de la chica, y ella ve en él
un hombre fascinante y misterioso y terriblemente seductor, ¡es perfecto! El chico malo
que en realidad es bueno y que ella es la única capaz de sacar esa parte de él.
—No sé quién es más estúpido de vosotros tres.
—No te veo muy entusiasmada… ¿Qué te ocurre? ¿Has vuelto a soñar con él?
—No puedo evitarlo. Cada vez que veo un humano…
—Ensáñate con ellos si así te sientes mejor, pero eso no solucionará nada.
—Tú dices quererme, pero luego pasas las horas metido en el laboratorio. Reviviste a
esa zorra de Lilith y no me dejas que mate al culpable de nuestra desgracia… ¡Y todavía
te atreves a ir gritando por ahí que me quieres!
A Samael le hubiese gustado ver lágrimas en sus ojos de rubí para poder consolarla,
pero estaban completamente secos. Sólo el rencor y la desesperación brillaban en ellos.
—Sé que trabajo demasiado. Todo es por nosotros, sólo hace falta un poco de
paciencia. Y Lilith está muerta. Su cuerpo me era útil, nada más, pero ella no volverá a
molestarte nunca más.
—Como si no supiera lo que haces con su cuerpo…
—¿Y tú con Nosferatus y los demás? Brella,…
Retiró un mechón que tapaba su rostro ocultándolo de la luz, y se lo colocó suavemente
tras una picuda oreja. Tomó con suavidad sus manos y transformó el aire en una rosa de
cristal. Brella la sostuvo entre sus garras y la acercó a su nariz para poder oler la
fragancia imaginaria. El cristal estalló y los fragmentos cortantes se incrustaron en sus
manos y rostro, resquebrajando la cenicienta piel. La demonesa se quedó petrificada al
verse salpicada por su propia sangre.
—Si no fuese por mí a saber qué clase de tortura retorcida te habría hecho sufrir
Metatrón. Caín sufre y seguirá padeciendo el dolor que iba destinado a ti, así que deja
de enredarte más en la telaraña de oscuridad que te ha atrapado y ayúdame a cortar los
hilos. Volarás, volaremos. Te lo prometo.
La ayudó a limpiarse de la sangre, no quería que la seda se manchase, pero no hizo nada
por extraerle los cristales de la piel. Sabía que el dolor era necesario para hacerla
reaccionar.
Brella no le amaba, lo sabía. Siempre lo supo. Mientras pudiese estar con ella era
suficiente. Prefería que lo utilizara como consuelo a que aquella mágica noche nunca
hubiese existido. Porque sólo había habido una única noche en la que sus cuerpos se
pudieron fundir en uno. Sólo una noche, la maldición les impedía hacerlo más, pero ese
único momento nunca lo olvidaría. Y Caín era la prueba de que fue real, así que no iba a
permitir que el idota de su hijo desapareciese y la única forma de que a Caín se le
permitiese vivir era haciéndole sufrir. Así que sufriría.
Los diablos no dormían, o por lo menos lo evitaban. Las pesadillas a las que Morfeo les
sometía eran más temibles que el propio Infierno, por lo que usaban drogas y otros
métodos para recuperar fuerzas. El mundo de los sueños era tan inaccesible para ellos
como lo era el reino de la luz. Sin embargo, aquella noche Caín durmió. Tal vez pensó
que en sueños podría verla aún viva o quizás que todo hubiese sido una alucinación. No
soñó, sino que visitó unas salvajes tierras donde desde el horizonte se dibujaba, para él y
su raza cerrada, la puerta del paraíso. Un Samael milenios más joven le condenaba a la
oscuridad y repetía infinitamente las palabras que le habían sentenciado.
por tu culpa.
<<Si mi pecado es existir, ¿mi muerte no lo solucionaría?>>
Ya es demasiado tarde para eso. Tu muerte no sería suficiente para pagar por todo el
daño que has causado. Sufrirás, bastardo. Sufrirás por mi Abel y por mí.
Ningún ángel se atrevía a mirarla a los ojos directamente. El fino velo blanco que caía
como una cascada sobre ellos les inquietaba. También sabían que el cuerpo que el
uniforme tapaba era mucho más inquietante. La Suma Inquisidora Lucía de
Torquemada era ciega de nacimiento, pero el sentido de la vista no era lo único de lo
que carecía. También era sorda y en lugar de cuerdas vocales en su garganta reposaba
un pequeño aparato que se encargaba de hacer vibrar sus palabras. Había nacido ciega,
sordomuda y paralítica del cuerpo entero. Una medicina especial le era inyectada
cuando dormía mediante numerosos tubos por todo su cuerpo. A cambio de ese
sufrimiento, Dios le había dotado poderes extrasensoriales especiales. Ningún humano
tenía el tercer ojo tan despierto como ella y muchos éxitos de la Inquisición se los
debían a sus predicciones. Era a la única que se le permitía ver directamente a los
ángeles porque al fin y al cabo su visión no podía quedar más trastocada. Había sufrido
mucho a lo largo de su corta vida pues todavía era una mujer joven, recientemente había
alcanzado la treintena, aunque los níveos mechones de su cabellera parecían indicar lo
contrario, y eso la hacía estricta a la hora de tomar decisiones. Su fe era firme al igual
que su brazo a la hora de ejecutar. Cualquier mínimo atisbo de herejía sería purificado
por el fuego castigador. Involuntariamente había vivido un infierno durante toda su vida
ella que era la más fiel, un infierno haría vivir a los siervos de la oscuridad.
—Necesitamos encontrar a Selene. Gabriel tiene que darse prisa.
—Le presionaremos —proclamó Serafiel clavando su mirada en el Gran Médico—.
¿Dudas de él? Selene es su hermana. La buscará.
—¿Y si no quiere encontrarla? ¿Y si lo hace pero en lugar de entregarla la mata?
—No hará algo así —aseguró tajante el seraphín.
Sabía que ya no iba a admitir ninguna palabra más. Algo inquietaba a Raphael y sus
pensamientos estaban dirigidos a la joven Amarael. Estaba poniendo especial cuidado
en ocultarlos, temía que Serafiel los descubriese. Significaría su final y el de la
muchacha. ¿Qué pensaría Mikael si eso llegase a pasar? Porque estaba vivo, tenía que
estarlo. Vería a Amarael brillando en todo su esplendor. La vería. Eso le recordaba que
tenía que hablar seriamente con ella.
De entre todas esas excusas se quedó tan sólo con una: “porque es un mestizo”. Porque
era diferente de los demás. Porque nadie le había dado cariño, reclamaba atención a
gritos. ¿Es que nadie se había dado cuenta de aquello? Y mientras siguiesen así las
cosas habría muchos más como él.
—¿Qué ocurrió con mis padres, Raphael?
—Siguen vivos —afirmó totalmente convencido de aquello—. Es sólo que… no
podían arriesgarse a que fueses descubierta antes de lo previsto. Os hubiesen matado a
los tres.
—Raphael… no me gusta lo que estoy viendo. No me siento orgullosa de ser un ángel.
Voy a seguir adelante, pero para poder cambiar esto y me gustaría contar con tu apoyo
cuando lo necesite.
—Con mi apoyo ya deberías saber que puedes contar siempre. Pero ahora estás
confusa. Gabriel va a ser juzgado y seguramente ejecutado.
—¡No!
—Y en cuanto ese diablo… no vuelvas a verle. Si te lo encuentras pide ayuda. Te lo
digo en serio, Amara. Él es el nuevo satanás y tú todavía no eres más que una niña que
no ha pasado el entrenamiento. ¿No querrás que abuse de tu cuerpo y que te robe el
alma? Un demonio siempre quiere algo a cambio.
—Como si Metatrón fuese diferente…
—Ven.
La joven había salido tan terca como su madre. Las palabras no iban a ser suficientes así
que ella misma tendría que comprobar como era realmente aquel monstruo.
En un pequeño resquicio, paraíso aislado, donde los rayos de sol más delgados
conseguían filtrarse, una pequeña flor blanca luchaba por sobrevivir. Sus pétalos y
hojas buscaban desesperadamente emborracharse del sol. Un riachuelo de gotas de
sangre y putrefacción se filtraba entre las rocas, ensanchando los surcos. Las tiernas
raíces estaban sedientas y bebieron. La blancura de los pétalos se marchitó.
Sólo encontró cráneos de niños estampados contra los muros. Los buitres y otros
animales carroñeros disfrutaban de su festín. Una mosca zumbaba taladrándole el oído.
Amara gritó. No sabía muy bien qué estaba haciendo, pero quería que su voz resonase
por encima de esa infernal melodía. Sólo la escuchó la mosca que respondió alejándose
de ella. Se dejó caer al lado de uno de los cadáveres y se preguntó qué sentiría si un
buitre le arrancase la carne. Alzó una temblorosa mano y acarició el desfigurado rostro
de lo que había sido un niño lleno de sueños. Volvió a abrir la boca, pero esta vez
entonó una dulce melodía, una canción de cuna para que el alma de esa pobre criatura y
la de todos los demás pudiesen descansar en un hermoso sueño. A ella nunca le habían
cantado, pero la hubiese gustado que lo hicieran. Por eso conocía varias canciones, para
poder cantárselas a ella misma.
¿Alguna vez habéis visto un ángel llorar? Algunos demonios sí, pero sólo cuando les
someten a las peores torturas inimaginables. Pero no es agradable. Nunca disfrutan
viendo un ángel llorar. Les hacen retorcerse de dolor y les cubren de desesperación
para vengarse y su orgullo les impide demostrar debilidad, pero algunos lloran.
Entonces simplemente se les deja morir.
Evanth lloraba bajo su almohada de blanco algodón. Sus lágrimas congeladas cortaban
sus lacrimales. Rezaba a Dios para que todo fuese una pesadilla, sin embargo, el rastro
sanguinolento en la almohada y la sangre reseca pegada en sus párpados impidiéndola
abrirlos cada mañana le aseguraban que no era un sueño.
()
Aquella noche Caín le había comunicado telepáticamente un lugar diferente donde
encontrarse. Ella no quería verlo, no se atrevía. Pero sabía que no tenía más remedio.
Se detuvo ante la enorme verja de color negro. Parecía ser que el lugar donde la había
citado era un cementerio. Sus ojos se inundaron de lágrimas, todavía recordaba las
ruinas de aquella ciudad. Se tragó su llanto y se adentró sin ninguna dificultad a pesar
de que a esas horas de la noche estuviese cerrado.
El arco comenzó a moverse sobre las cuerdas del violín liberando las primeras notas en
clave de sol. La tesitura de la melodía la envolvió y siguió hipnotizada a aquel viento
musical hasta encontrarse con él. Allí estaba, más hermoso que nunca, su negra figura
fundiéndose en la noche, resaltando un pequeño violín de tonos rojizos. Su brazo se
movía de una forma que no parecía real tocando una sonata que tampoco parecía de este
mundo. Estaba furiosa, pero aquella melodía suavizaba sus pensamientos hacia él,
sintiéndose incapaz de interrumpir aquel concierto. Finalmente la música cesó y él se
volvió de espaldas, agachando la cabeza. Había algo raro en él, no estaba como siempre.
Aún así Amara volvió a recuperar el control sobre sí misma y la sensatez.
—¿Por qué ordenaste algo así?
¿Por qué la Inquisición no los protegió? —le había preguntado a Raphael estando
todavía en aquellas ruinas. Los que habían pagado las consecuencias habían resultado
ser los que menos culpa tenían en esta guerra.
—Sí, yo lo ordené. —le respondió Caín a la verdadera pegunta. Amara sabía que los
demonios solían hacer estas cosas, pero Caín estaba ahora al frente de ellos, y Caín se
encontraba en frente de ella en esos momentos. No era lo mismo observar las
barbaridades de un desconocido, que saber que lo había hecho el hombre al que le iba a
entregar su virginidad. El que lo confesase con esa calma la hizo estremecerse.
<<¿Qué estoy haciendo?>>, se preguntó en su interior.
—¿Te das cuenta ahora de lo que soy? —le dijo todavía sin volverse.
Ella siempre lo había sabido, pero esta vez lo había visto con sus propios ojos, no podía
seguir haciéndose la ignorante—. En este mundo sólo existe una persona que realmente
me importa su felicidad y resulta que no eres tú, Amara.
—Cuando todo esto se acabe y ya no te necesite más, te mataré —le amenazó,
reuniendo todo el valor del que fue capaz de conseguir.
El diablo estalló en una carcajada enferma de locura que Amara sólo había visto en una
ocasión, cuando Nathan le atacó con fuego.
¿Sería ese ángel capaz de matarlo? Caín supo que sí y descubrió que era eso lo que
siempre había buscado realmente en ella. La venganza ya no era tan importante, la
humanidad tampoco. Lo único que quería era que se le otorgase el descanso que Dios
no estaba dispuesto a concederle.
—¡Qué graciosas resultan las vidas de esas personas!, ¿verdad? —replicó, irónica—.
No sé qué te ha pasado, pero aquella gente no tenía la culpa.
—En la guerra siempre hay víctimas inocentes, por eso son malas. Es lo que tiene ser
inferior y débil.
—Si no poseer poderes sobrenaturales es ser inferior…
—Da igual, Amara. No tengo ganas de discutir sobre esto. De hecho, no tenía ganas ni
de venir…
Claro que no poseer poderes era ser inferior. Él sólo tenía un ala y por ello siempre
había sido despreciado. Aunque encontrase la forma de seguir adelante, siempre sería
torturado por ser diferente e inferior.
—Yo tampoco, pero aquí estamos.
Caín fijó su atención en una de las lápidas. Amara leyó la inscripción: