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T odos los alumnos parecían muy atentos a las palabras de la profesora,

pero para Amara, todo aquello carecía de interés alguno. Antes le gustaba atender para
poder exponer su opinión, pero las risas y los murmullos de sus compañeros cada vez
que decía algo, le hicieron desistir. Incluso había llegado hasta tal extremo que
contestaba mal adrede las cuestiones de los exámenes. Si para ser aceptada por los
demás tenía que renunciar a unos sobresalientes, estaba dispuesta a hacerlo. Nathan se
enfadaba mucho cada vez que entregaban las calificaciones y veía que ella se
conformaba con un suficiente. Siempre le decía que si los demás no la aceptaban por
como era, no merecían la pena. Hubo un tiempo en que ella también pensaba así, pero lo
que realmente quería era que dejasen de susurrar a sus espaldas cada vez que pasaba por
un grupo de gente. La profesora, una vieja arpía, ya había hablado con ella varias veces
sobre las quejas que recibía de ella, que tenía que intentar introducirse en la sociedad,
dejar de ser rara. Pero ella no entendía qué es lo que hacía mal. Simplemente los temas
de conversación de los demás le resultaban aburridos. Con Nathanael las cosas
cambiaban; jugaban a crear figuras con las nubes, les ponían nombres a las estrellas y se
inventaban historias. Pero aún así, ni siquiera él la llenaba. Sabía que odiaba a los
demonios como todos los demás. Era irreflexible y cabezota, y hablar con él sobre cosas
serias resultaba imposible. Y quizás todos los demás tenían razón. Por esa costumbre
suya de desobedecer las normas, de contradecir a los demás, había confiado en un
diablo. Y el que había sufrido las consecuencias de sus acciones había sido Nathan.
Una mariposa blanca revoloteando por la ventana llamó su atención. Sintió envidia, le
gustaría estar en su lugar, volando libremente en vez de estar sentada en una silla
deseando que las manillas del reloj girasen más deprisa. Y entonces, un cuervo negro
atrapó entre sus fauces a la delicada criatura. El insecto movía sus débiles patas
intentando resistirse, pero no tenía posibilidad alguna, el depredador desgarraba con su
oscuro pico cada membrana de sus frágiles alas. Amara estaba intrigada, en Shejakim
no había cuervos.
<<Eso es lo que soy para él, una frágil presa>>

Siguió estudiándolo y el animal posó sus maliciosos ojos sobre ella. Comenzó a sentir
un pinchazo muy fuerte en la palma de su mano izquierda. Soltó un grito cuando vio el
extraño símbolo negro que había aparecido sobre su inmaculada piel. Todo el mundo la
estaba mirando. Amara ocultó rápidamente su mano mientras intentaba inventarse una
escusa ante la amenazante mirada de la profesora.
—Esto…me había parecido ver un ave negra sobre la ventana…
Todos miraron hacia la ventana, pero ya no quedaba resto alguno del cuervo.
—Señorita Amara, le aseguro que ningún demonio le va a atacar mientras esté en
clase…
—¡Uuuuu, soy un demonio y te voy a matar!
—Seguro que tiene miedo de que la viole…
—¡Cómo si los demonios fuesen tan idiotas!

Toda la clase comenzó a reír. La chica ocultó su rostro, avergonzada. Al ver el asiento
vacío de su amigo, la culpabilidad volvió a apoderarse de ella.
—¡Vasta ya! ¡A callar! Lo que voy a explicar ahora es muy importante y quiero que
todos atendáis —cuando las risas cesaron, la profesora retomó la clase—.Ya queda poco
para que comencéis vuestro entrenamiento. Es el momento más importante de vuestra
vida puesto que se descubrirá vuestra verdadera esencia.
>>Siete rayos existen, cada uno de un color del arco-iris: azul, rosa, dorado, blanco,
verde, oro-rubí y violeta. Hay un arcángel destinado para cada uno de ellos, con su
respectivo templo en la Tierra. En cada rayo destaca una cualidad: valor, amor,
sabiduría, pureza, sinceridad, suministro y misericordia.
El entrenamiento tiene como finalidad haceros desarrollar vuestra verdadera esencia,
para saber a qué rayo pertenecéis y cómo serviréis al mundo. Ahora, vuestras alas son
blancas; cuando despertéis vuestro verdadero poder, éstas brillarán bajo la frecuencia
del rayo al que pertenezcáis. Algunos lo conseguirán durante el propio entrenamiento y
otros, durante el examen. Los que lo consigáis, recibiréis la bendición de Dios y del
arcángel correspondiente, e ingresaréis en su coro celestial. Los que suspendáis, seréis
enviados a Vilon, el cielo más bajo.
—Profesora, tengo una duda.
Una joven de cabello castaño claro cortado a capas, había levantado su mano.
—¿Sí, Lisiel?
—Alguien que pertenece al rayo blanco, por ejemplo, ¿De quién recibiría la
bendición? ¿De Gabriel?
A muchas se les iluminó el rostro al escuchar esto.
—Tú no te preocupes por eso, te aseguro que hay cosas más importantes…

La explicación se vio interrumpida por unas voces escandalosas procedentes de afuera.


—¿Qué está pasando? En Shejakim está prohibido armar ruido…
Todos los ángeles se levantaron rápidamente de sus sitios y corrieron hacia la puerta
para ver lo que pasaba. Se había agrupado un grupo de gente en la calle bastante
numeroso mientras gritaban “Gabriel, la gracia del Señor está con él”. Amara se abrió
paso entre la muchedumbre hasta que topó con Yael y Ancel.
—¿Qué está pasando? Ya os vale, que no habéis ido a clase…
—¿Y perdernos esto? —exclamó entusiasmado este último—. Yael, lo estás grabando
todo, ¿verdad?
—Que sí, tú déjamelo a mí.
—¿Pero qué está pasando?
—Serafiel ha prohibido la tecnología y poseer más de un arma y lo está registrando
todo.
—¿Qué?
—Para la construcción del muro, ya sabes, todas las cosas están hechas de akasha…
—Como ves la gente no se lo ha tomado muy bien y reclaman a Gabriel como
arcángel…como si tuviese que ver una cosa con otra…
—Gabriel es el que nos salvó la otra vez.
—Ya sé quien es, las de clase no hablan de otra cosa… —Efectivamente, parecía ser
que el principal tema de conversación consistía en comentar lo guay que llevaba el pelo,
lo bien que vestía, que qué músculos tenía, que qué culo, si le habían visto metiendo
mano a su novia…Incluso algunos jóvenes habían comenzado a imitar su estilo e iban
con abrigo largo con el calor que hacía en clase, e incluso se habían puesto de moda los
tatuajes.
—¡Yael! ¡A tu derecha!
()
Gabriel no podía creerse lo que veía. Apenas había vuelto de una misión y lo primero
que oyó fueron los gritos de la gente clamando su nombre. Al principio pensó que se
había equivocado de dimensión, pero tras ver cómo la gente se le echaba encima
suplicándole tantas cosas que no entendía ninguna, se convenció de que efectivamente
era a él al que nombraban.

<<¿Por qué me pasan estas cosas a mí?>>

Entre todo aquel jaleo un ángel de cabellos negros con mechones blancos y con una
cámara de vídeo que apuntaba hacia él se acercaba corriendo. Otros dos jóvenes le
seguían.
—¡Pero si son mis ayudantes!
—Unas palabras para el periódico, por favor.
—Dejaros de tonterías, ¿qué está pasando aquí?
—Pero si esto lo has montado tú
—¿Yo? Pero si no me entero de nada…
—Gabriel, ¿qué se supone que estás haciendo?
Un cabreado Serafiel acompañado de varios guardias se acercaba hacia ellos. La gente
tiraba cosas al seraphín y los guardias comenzaron a inmovilizar a todos.
—Le aseguro que no sé nada…
—¡Ladrón!—se escuchaban los gritos entre la gente.
—Al final Raphael va a tener razón —continuó ignorando los abucheos. La voz del
serafín constaba de la misma frialdad de siempre.
—Acabo de llegar y estaba intentando que alguien me pusiese al corriente. Pero nunca
les había visto tan enfadados. ¿Qué barbaridad has ordenado?
—Esto es por el bien de todos. Y qué casualidad que antes de ti, estas cosas no
pasaban. No sólo se están oponiendo a Dios sino que están incumpliendo una de las
principales normas.
Dos guardias trajeron un enorme baúl de madera y uno de ellos desenrolló un
pergamino que llevaba en su túnica.
—Según el decreto divino número tres mil cuatrocientos ochenta y dos, todo ángel que
posea más de un arma, así como cualquier objeto imprescindible hecho de akasha,
deberá entregarlo para la construcción del muro.
Cuando terminó de leer aquellas palabras que de tanto repetirlas ya se las había
memorizado, soltó una sonrisa triunfante. Todos se quedaron observando a Gabriel.

—¿Por qué me miráis así? No me digáis que… ¡Ey! Espera un momento…


—Estoy harto de esperar, venga, quédate con tu guadaña, pero despójate del resto.
Uno de los guardias hizo el amago de acercarse a registrarle.
—Está bien, de acuerdo.- Desenvainó sus dos espadas y las contempló una última vez
más antes de dejarlas caer en el baúl. Sabía que se arrepentiría de esto. Ante la insistente
mirada del seraphín, empezó a hurgar en el interior de su abrigo y sacó una daga. Siguió
buscando y también extrajo una pistola blanca con adornos plateados. La depositó
cuidadosamente en el baúl, como si fuese un hijo al que lo estaba entregando a un
desconocido.
—Las balas.
A regañadientes extrajo de otro bolsillo unas balas con un extraño brillo metálico.
También las introdujo en el baúl.
—Niño, la cámara también.
—¿Qué? ¿Y no podemos hacer una pequeña excepción…?
Ante la respuesta negativa no le quedó más remedio que entregarla. Finalmente, Serafiel
asintió satisfecho.
—Deberíais tomar ejemplo de vuestro querido Gabriel —empezó a comentar elevando
la voz, para asegurarse de que todos le escuchaban—.Por esta vez olvidaré todo lo que
ha pasado, pero que no se vuelva a repetir. Así de animados os quiero ver ayudando en
la construcción del muro —y se marchó con todos los guardias y llevándose sus
preciadas posesiones. Gabriel sentía cómo una parte de su alma se alejaba con ellos.
Todos se quedaron mirando expectantes a su ángel, que no sabía cómo actuar.
Finalmente dejó caer un suspiro.
—No nos queda más remedio que confiar en El Creador. Cuando el muro esté
terminado, todo volverá a la normalidad.
La multitud poco a poco se fue disgregando y en unos pocos minutos todo había vuelto
a la silenciosa normalidad. Gabriel les hizo un gesto con la cabeza señalando el Centro
Urbano. Los tres asintieron y le siguieron hasta allí. En las calles de Shejakim estaba
prohibido hasta el más leve susurro por lo que se reunían en el Centro Urbano para
poder hablar tranquilamente. Con el tiempo se había convertido en un local muy
animado. Nada más cruzar la puerta sintieron el caldeado ambiente, y la atmósfera
desenfadada les arropó.
—¿Llegaste a pasar lo que teníamos grabado de ayer, no?
—Sí, tranquilo que sólo estaba lo de hoy…Tendremos que conseguir una cámara de
los humanos, que ésas no están hechas de akasha…
—Vamos a sentarnos a la barra, os invito yo—les propuso el ángel.
A Ancel y a Yael les encantó la idea.
—Tío, tú no eres como los otros carcas amargados. Serías un buen arcángel.
—Seguramente, ellos antes tampoco estaban amargados.
Ocuparon unos asientos que estaban libres y uno de los camareros se acercó a
atenderles. Tenía el pelo rubio cenizo engominado hacia arriba, expresión afable y ojos
de color miel. En cuanto reconoció a Gabriel sonrió y empezó a buscar algo en un
armario. Extrajo unas copas más grandes que la palma de su mano y les puso una a cada
uno.
—¡Hombre, Gabri, tío! Anda sentaros, que invita la casa.
—Así me gusta, Menadel —Gabriel respondió a su saludo dándole una palmada sobre
el brazo.
—Que pagaba él, decía…
—¡Ey! Que pensaba pagar yo…
—Menuda la que se ha montado fuera…pero gracias a eso ahora tengo más trabajo —
les contaba mientras servía en los vasos un líquido color azul—.Menos mal que estás
bien, Mitz ha tenido serios problemas, casi acaba entre rejas.
—Pero está bien, ¿no?
—¡Bah! Ya sabes como es, ha armado el numerito pero después no ha tenido más
remedio que ceder…
Mitzrael era un maestro herrero. Tenía la armería más importante de los siete cielos. Él,
junto con Lehahiah, un loco de la informática, y Gabriel formaban un trío bastante
llamativo.
—Pues cuando se entere de que he tenido que dar la pistola…
—¿Te la han quitado? —la cara de culpabilidad que puso su amigo respondió a la
pregunta.
—Venía justo de una misión, me pillaron bien equipado. Después de que me vendía
las balas como algo especial… —tras un instante de silencio, agarró la copa y pegó un
trago.
—¿Qué es lo que nos has puesto? —preguntó curiosa Amara mientras contemplaba su
reflejo sobre el cristal.
—¿Es alcohol?—preguntó emocionado Ancel.
—¡Pues claro! ¿No me digáis que nunca habéis bebido? —miró divertido hacia
Gabriel—.Si se emborrachan es culpa tuya por haberles traído.
—¡Claro que no es la primera vez que probamos el alcohol!—exclamó un ofendido
Yael—.Por Nathan, para que se recupere pronto —pronunció en voz alta, mientras
alzaba la copa y la brindaba con la de su amigo. Después de un largo trago se les puso
una cara muy rara. Los dos más mayores empezaron a reírse por la inocencia de éstos.
—Anda, lléname más la copa, que apenas estaba por la mitad.
—Pero si lo que tienes que hacer es beber más despacio, niño, ¡que te va a sentar mal!

Todo el afán de Amara era ocultar la extraña marca que había aparecido en su mano.
Afortunadamente era diestra, así que podía apañárselas solamente con la derecha. Al
final, decidió probarlo. Arrimó sus labios junto al vidrio y dejó que el azulado líquido
fluyera hacia su boca. Era suave al contacto con su lengua y tras saborearlo, lo dejó caer
por su garganta. Un extraño calor recorrió todo su cuerpo. De pronto se sintió muy
ligera, como si todo el peso de sus preocupaciones se hubiese esfumado de golpe. Hacía
mucho que no se sentía así. Cuando abrió los ojos se encontraba sentada sobre la misma
silla, rodeada de la misma gente, con la misma música. Pero algo era distinto, como si
todo brillara con más luz. De pronto, todo volvió a la normalidad.
—¿Te gusta? —le preguntó Menadel—. Se llama “lágrimas de Selene”. En realidad
lleva lágrimas de unicornio.
—¿Selene es un unicornio?
—¡No, hombre! Selene era la hermana de Gabri, por eso le puse ese nombre.
—¿Tenías una hermana?
—Sí, pero ya hace varios siglos que murió. Un ejemplo de lo que no se debe hacer: ir
por Enoc jugando a ver quién mata más diablos cuando ni siquiera se ha pasado el
entrenamiento —se formó un silencio incómodo. Un grupo de clientes comenzaron a
quejarse y Menadel tuvo que irse a atenderles
—Por cierto,—exclamó Gabriel, retomando de nuevo la conversación—antes habéis
mencionado a Nathan. ¿Qué tal está?
—Pensábamos ir a visitarlo luego. Amara, nos acompañarás, ¿verdad? —le preguntó
Ancel a la joven, que se quedó sorprendida por la invitación.
—¿Qué es lo que pasó exactamente? —posó sus amables ojos celestes en la chica. Ésta
se sonrojó ante la idea de que alguien como él la estuviese prestando atención—.La
versión oficial lo único que dice que un Caído, en acto de desesperación, llegó hasta
Shejakim, pero un loco no puede cruzar las barreras sin llamar la atención…
La conversación fue interrumpida. Dos muchachas que llevaban un tiempo jugando una
partida de cartas en una de las mesas, en cuanto vieron que Amara estaba hablando con
el popular Gabriel, corrieron a entrometerse en la conversión.
—¡Amara! ¡Estás aquí! Venía a preguntarte si esta noche querías venir a mi fiesta de
pijamas.
—¿Quién yo?
—¿Hay alguna otra Amara por aquí?
La que le estaba hablando era nada más y nada menos que Evanthel, la más popular de
la clase. Los ángeles elementales eran poco comunes, pero en esta generación había dos:
Nathan, un elemental del fuego, y Evanth. Poseía una larga cabellera blanca con reflejos
azules, y siempre iba con esa mirada de hielo, como el elemento al que pertenecía.
Lucía una ajustada túnica azul marino, que se abrochaba en el cuello, y unas hermosas
sandalias se ajustaban a sus tobillos creando numerosos lazos. A su espalda llevaba una
pesada banda dorada en forma de uve y con varios jeroglíficos grabados en ella. Era una
de las que más alto se había reído en clase de ella. La otra chica que le acompañaba era
Lisiel, la que había levantado la mano antes, su perrito faldero.
—Bueno, veo que aquí estoy de más así que será mejor que me retire—exclamó
Gabriel—.Ya hablaremos en otro momento —hizo una reverencia a las chicas y se
despidió del resto haciendo un gesto con la mano. Se quedaron observándole hasta que
abandonó la sala.
—¿Habéis visto como se comía con los ojos a Amara?—apuntó Yael—¡Ya tenemos
una noticia para el próximo número!
—¿Pero qué dices? Ni se te ocurra… —ya sólo le faltaba eso.
—¡Amara! ¿Vas a venir o no?
—Tenéis un morro… Amara nos lo va a contar a nosotros, si os queréis enterar
tendréis que comprar el periódico.
A ella ya le parecía extraño el repentino interés que todos mostraban. Lo único que
buscaban era que les contase lo que había pasado.
—¿No me digas que prefieres irte con el mafioso y el gordo?
—A mi amigo no le vuelvas a llamar así —siseó furioso Yael, agarrando por el cuello
de la túnica a Evanth.
—Déjalo Yael, no sabe nada sobre mí…
—¿Qué es lo que tengo que saber de ti? ¿Qué tienes una enfermedad que te hace
comer sin parar?
—…Lástima que nosotros sí que sabemos lo que hizo ayer por la noche…
—¿Qué? ¿Qué es lo que sabéis sobre mí?
—¿No querrás que los demás se enteren? —señaló con la cabeza hacia un chico de
oscuros cabellos que estaba ahora discutiendo con uno porque le había ganado—. Me
pregunto qué os pasaría a los dos si eso llegara a pasar…
La chica apretó el puño furiosa, pero sabía que había sido derrotada.
—¿Qué quieres que haga?
—Bueno, si tuvieses una cita conmigo no me importaría olvidar lo que vi…
—¿Salir contigo? ¿Estás loco?
—Que sólo es una cita, encima que soy generoso y no te he pedido que seas mi
esclava…
—¿Y sí Haziel me descubre? —miró de reojo hacia el chico de antes.
—Te creía más inteligente chica, búscate la vida como puedas.
—Pasado mañana a las ocho en punto, en la fuente de la Plaza de las Ánimas. Ni se te
ocurra llegar un minuto tarde —se volvió hecha una furia hacia Amara, la cuál no
parecía estar muy atenta a la discusión—.Amarael, todo esto lo hacíamos por ti, pero
nada, quédate con estos pardillos…
—¿Ahora sí quieres escuchar a una paranoica?
Evanth le dedicó una mirada asesina.
—Vámonos Lisiel, tenemos cosas mejores que hacer.
Lisiel puso una sonrisa nerviosa y se despidió solamente de Yael y se marchó detrás de
su idolatrada Evanth. Ancel saltó de alegría.
—¡Sí! ¡Tengo una cita con la más popular! ¿Dónde está el camarero? ¡Que nos ponga
otra!
—Mira que eres idiota tío, podías haberla pedido un montón de cosas y le pides una
cita…Tendrás que llevarla a un restaurante pijo y encima invitarla tú.
—¿Restaurante pijo? ¡Qué va! Aquí el que manda soy yo. Le voy a enseñar quien es el
pardillo aquí… ¡Gracias Amara! —y le dio un efusivo abrazo que la dejó descolocada.
—Pero si yo no…
—Anda, vámonos a ver a Nathan antes de que os arresten por escándalo público.
—Por cierto, Yael, ¿cómo es que Lisiel solo se ha despedido de ti?—preguntó curiosa,
Amara.
—¿A que pongo lo de Gabriel?
Un molesto calambre en la mano le hizo recordar de nuevo la marca. Por lo visto no iba
a poder socializarse…Le daba mucha rabia porque de verdad quería ir con ellos, pero no
podía pasearse con esa marca maldita por ahí.
—Chicos…lo siento, pero me temo que no voy a poder acompañaros…Id yendo
vosotros, ya iré a visitarle más tarde.
Y dicho esto echó a correr. Su larga melena dorada osciló en el aire unos instantes y
después, también se perdió de vista.
—Qué chica más rara…

()
El dolor cada vez era más intenso, pero resultaba bastante placentero. Sentía su mano
como si estuviese congelada, como si en vez de sangre, sus venas estuvieran hechas de
escarcha. Un frío tan intenso que ardía. Se la llevó hacia su pecho izquierdo, para
agarrarse el corazón con ella mientras hundía sus uñas en la tierna carne. Con la otra
mano apretaba con más fuerza, para sentirlo más, porque sabía que le sentía a él.
Pensaba que con el agua sagrada del río subterráneo, podría hacer desaparecer aquella
maldición, pero no parecía surtir efecto.
Salió cuidadosamente del agua. Contempló su reflejo como siempre hacía después de
cada baño. Una muchacha escurriéndose una larga cabellera del color del arco-iris le
devolvió el saludo. No sabía por qué, pero siempre que su cabello se mojaba, se tornaba
en aquel remolino multicolor. Se quedó un momento pensativa, mientras las pequeñas
gotas de agua resbalaban por su piel. Siguió delicadamente con un dedo, el recorrido de
una que le caía desde la sien, hacia el resto del torso. Al hacerlo recordó el modo en que
le había acariciado él. Una parte de ella se alegraba de que la cosa no hubiese seguido,
aunque por otro lado, ansiaba saber qué es lo que hubiera pasado.
<<Soy débil. He caído a la primera>>
Amara sabía que si se sentía mal era por Nathan, si él no se hubiese entrometido, nada
de aquello habría sucedido. Agitó la cabeza arrepentida. Esos pensamientos no eran
propios de ella. En los últimos días de su existencia había mentido a demasiada gente,
se estaba convirtiendo en todo lo que aborrecía. ¡Pero qué caricias…!
Se arrojó sobre su cama y agarró fuertemente la almohada mientras hundía en ella su
rostro, desesperada. De nuevo, un intenso pinchazo le hacía estremecerse. Volvió a
mirar la marca, que parpadeaba con un brillo rojizo. Algo en ella era diferente, antes
consistía en un conjunto de símbolos y dibujos inteligibles agrupándose en una estrella
de cinco puntas invertida, pero ahora percibía como una llamada, una fuerza
gravitacional que atraía a su mente. Sentía como si aquellos símbolos estuviesen
tratando de decirle algo, le sentía a él, y cada vez todo parecía ir adquiriendo un
significado. De pronto, su mente fue transportada a otro lugar. Todo estaba oscuro y
parecía hallarse en el vacío, sin ningún sonido, sólo el eco de sus pasos, aunque por
alguna razón, podía verse a sí misma claramente. Su cuerpo estaba desprendiendo una
brillante luz, nunca se había visto a sí misma brillar tan intensamente. Siguió andando,
guiada por esa extraña fuerza de atracción. Llegó un momento en que la oscuridad se
disipó, dando lugar a lo que parecía un laboratorio. Ya había estado varias veces en los
que trabaja Raphael, por lo que estaba acostumbrada a que aquellos ojos sumergidos en
formaldehído la observasen. Se disponía a coger uno de ellos que le había llamado la
atención, cuando sintió la abrasante amenaza de cientos de lenguas ígneas. Todo ardía a
su alrededor. Asustada por si algún líquido inflamable estallaba, intentó salir de ahí,
mas parecía estar rodeada. Entonces, encontró un árbol que se erguía en medio de aquel
caos. Con una mano acarició el tronco. La madera era suave y las ramas estaban
repletas de frutos. Una manzana dorada llamó su atención de entre todas las demás.
Desplegó sus alas para poder elevarse unos centímetros y llegar a alcanzarla. Relucía
entre sus manos, y se veía tan apetitosa y jugosa…invocaba a sus labios. Cerró los ojos
mientras se llevaba aquella delicia a la boca. Saboreó aquel bocado con los cinco
sentidos. Después quiso darle otro mordisco más, y otro. Cuando quiso darse cuenta, ya
se la había comido entera. Mientras degustaba del último pedazo, unas visiones
penetraron en su mente, dejándola en estado de shock.

Aquellas imágenes, todo lo que vio en ese momento…nunca lograría enterrarlas en el


olvido. Mientras masticaba, sentía la boca pesada y con un sabor metálico. La sangre
comenzó a desbordarse y a resbalar por su mentón. Las manos las tenía cubiertas de
sangre, pero no podía parar de masticar. Agarró otra fruta más y sintió la necesidad de
devorarla, y otra más. La sangre seguía fluyendo como si de una fuente se tratara,
manchando su blanco e inmaculado vestido. No paró de engullir hasta ahogarse en su
propia sangre. Las llamas la arroparon con su manto de humo y brasas.

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