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Y Dios le contestó:
– ¡Soy la luz!
La pequeña Alma estaba feliz, porque había comprendido lo que todas las Almas del reino
trataban de entender.
Así, la pequeña Alma volvió a hablar con Dios (lo cual no es mala idea para todas las Almas
que quieren ser Quienes Son realmente), para comunicarle sus ideas:
Dios respondió:
– Pues... verás. Una cosa es saber Quién soy, y otra muy distinta es serlo realmente. Quiero
sentir cómo es ser la luz.
– ¡Sí, pero quiero saber cómo se siente serlo! - exclamó la pequeña Alma.
– Creo que debí imaginármelo - repuso Dios, riendo – Tú siempre has sido la más aventurera
– ...Que no existe otra cosa además de la Luz. No creé otra cosa que lo que tú misma eres.
Así, no hay un modo sencillo para que experimentes Quién eres, puesto que no hay nada
que no seas.
– Piénsalo de este modo. Eres como una vela en el sol. Ya estas allá, junto con millones y
ga-guillones de otras velas que forman el sol. Y el sol no podría serlo sin ti, porque le
faltaría una de sus velas, y así no podría brillar tanto. Pero saber que eres la Luz estando
dentro de la Luz... ése es el problema.
– Ya pensé en algo. Puesto que no puedes sentirte la Luz al estar en ella, te rodearé de
oscuridad.
– ¿Qué es la oscuridad?
– Sólo si así lo quieres - respondió Dios. A decir verdad, no hay nada que temer, a menos
que así lo decidas. Nosotros inventamos todo eso. Fingimos.
Entonces Dios explicó que, para poder experimentar cualquier cosa, se requiere de su
opuesto.
Ese es un gran don, porque sin él no podrías conocer cómo es todo lo demás. No podrías
saber qué es lo caliente sin lo frío, el arriba sin el abajo, lo rápido sin lo lento. No podrías
saber qué es la izquierda sin la derecha, el acá sin el allá, el ahora sin el después.
– Y así - concluyó Dios – al verte envuelta en la oscuridad, no cierres el puño ni alces la voz
para maldecirla. Más bien, sé Luz entre las tinieblas, y no te enojes por ello. De ese modo
sabrás Quien Eres Realmente, y también los demás lo sabrán. Permite que tu luz brille para
que todos sepan que eres alguien muy especial.
– ¿Quieres decir que está bien que los demás sepan que soy alguien muy especial? ---
inquirió la Pequeña Alma.
– ¡Por supuesto! - rió Dios – ¡Está muy bien! Pero recuerda que “especial” no quiere decir
“mejor”. Todos son especiales, cada uno a su modo. Pero hay muchos que no lo recuerdan.
Entenderán que está bien que sean especiales sólo cuando tú misma sepas que está bien ser
especial.
– ¡Fantástico! - exclamó la almita, quien bailaba, reía y daba saltos de felicidad – ¡Puedo
ser todo lo especial que quiera!
– Sí, y puedes serlo a partir de ahora mismo - agregó Dios, quien bailaba y saltaba y reía
con la pequeña Alma – ¿Qué parte de lo especial quieres ser?
– Verás... - le explicó Dios – Ser la Luz es ser especial, y eso está hecho de muchas partes.
Ser generoso es ser especial. Ser amable es ser especial. Ser creativo es ser especial. Ser
paciente es ser especial. ¿Se te ocurren otros modos de ser especial?
– ¡Se me ocurren muchas formas de ser especial! - exclamó luego – Es especial ayudar a los
demás. Es especial compartir. Y ser amistoso también es ser especial. ¡Ser considerado con
los demás es ser especial!
– ¡Así es! - concordó Dios – Y tú puedes ser todas esas cosas, o cualquier otra parte de lo
especial que desees ser, en cualquier momento. Eso significa ser la Luz.
– ¡Ya sé lo que quiero ser! - anunció la Pequeña Alma, muy emocionada – Quiero ser la parte
de lo especial llamada “perdonar”. ¿No es especial perdonar?
– Entonces, eso quiero ser. Quiero perdonar. Quiero experimentarme a mí misma de ese
modo.
– ¿Nadie?
Entonces la Pequeña Alma se dio cuenta de que se había reunido una gran multitud. De
todo largo y ancho, de todos los rincones del Reino, habían venido Almas, porque se había
corrido la voz de que la Pequeña Alma sostenía una extraordinaria conversación con Dios, y
todos querían oír lo que decían.
Viendo a las incontables Almas reunidas, la almita tuvo que coincidir: nadie parecía ser
menos maravilloso, menos magnífico o menos perfecto que ella misma. Tal era el esplendor
de las Almas reunidas y tan brillante era su Luz, que la Pequeña Alma apenas podía sostener
su mirada.
– ¡Oh, creo que esto será muy aburrido! - gruñó la almita – Quería experimentarme como El
Que Perdona. Quería saber como es esa parte de lo especial.
– ¿De verdad? - replicó, con el rostro iluminado – ¿Pero qué puedes hacer?
– ¿Puedes?
– ¡Desde luego! - canturreó el Alma amistosa – Puedo ir a tu siguiente vida y hacer algo para
que lo perdones.
– Pero... ¿Por qué habrías de hacerlo? - preguntó la Pequeña Alma – Tú que eres un Ser de
tan absoluta perfección. Tú que vibras con gran rapidez creando una luz tan brillante que
apenas puedo verla. ¿Qué podría hacer que frenaras tu vibración hasta que tu luz se hiciera
oscura y densa? ¿Qué podrías hacer tú, que eres tan ligera como para bailar en las estrellas
y desplazarte por el Reino a la velocidad del pensamiento, entraras a mi vida y te volvieras
pesada como para hacer una cosa tan mala?
– No te asombres - le dijo el Alma Amistosa – Tú hiciste lo mismo por mí. ¿No lo recuerdas?
Hemos bailado juntas muchas veces, por eones y eras. Durante todos los tiempos y en
muchos lugares hemos jugado juntas. Simplemente no lo recuerdas, Ambas hemos sido
todas las cosas. Ya fuimos el Arriba y el Abajo, la Izquierda y la Derecha. Fuimos el Acá y el
Allá, el Ahora y el Después, Fuimos lo Masculino y lo Femenino, lo Bueno y lo Malo. Tú y yo
Fuimos la víctima y el villano. Así, nos hemos reunido muchas veces, la una dando a la otra
la oportunidad exacta y perfecta para expresar y experimentar Quienes Somos Realmente.
De ese modo - añadió el Alma Amistosa – llegaré a tu próxima vida y seré el "malo". Haré
algo realmente terrible, y entonces podrás experimentarte como El Que Perdona.
– ¿Que harás? - preguntó la Pequeña Alma, un poco nerviosa – ¿Que puede ser tan terrible?
– Tendré que frenar mi vibración y hacerme muy pesada para hacer ese algo no tan bueno,
Fingiré que soy alguien muy distinto a quien realmente soy. Por eso te pediré un favor a
cambio.
– ¡Sí, lo que quieras - exclamó la Pequeña Alma y comenzó a cantar y bailar – Podré
perdonar, podré perdonar!
– ¿Qué quieres? - le preguntó – ¿Qué puedo hacer por ti? ¡Eres todo un ángel por estar
dispuesta a hacer tal cosa por mí!
– ¡Claro que el Alma Amistosa es un ángel! - interrumpió Dios – ¡Todos lo son! Siempre
recuerda eso, que sólo ángeles envío.
Y así, la Pequeña Alma quiso más que nunca satisfacer la petición del Alma amistosa:
– ¡Sí, así será! - exclamó el Alma Inocente – ¡Te lo prometo! Siempre te recordaré tal y
como te veo aquí y ahora.
– Muy bien - repuso el Alma Amistosa – porque pondré tanto empeño en fingir, que olvidaré
quien soy. Y si tú no me recuerdas cómo soy realmente, no podré acordarme durante mucho
tiempo. Y si olvido Quién Soy, incluso tú olvidarás Quién Eres, y las dos estaremos perdidas.
Entonces necesitaremos que venga otra Alma para que nos recuerde a Ambas Quiénes
Somos.
– ¡No, no será así! - prometió otra vez la Pequeña Alma – ¡Te recordaré! Y te agradeceré por
darme ese don, la oportunidad de experimentarme como Quien Soy.
Así acordaron, y La Pequeña Alma fue hacia una nueva vida, emocionada por ser la Luz, que
era muy especial, y por ser esa parte de lo especial que se llama Perdonar.
En todo momento de esta vida, cada vez que apareció en escena una nueva Alma, ya fuera
que trajese felicidad o pesar (y especialmente si traía pesar), la Pequeña Alma pensó en lo
que Dios le dijo.
"Fin"
Queridos padres,
Esta maravillosa historia da a los niños una nueva manera de ver por qué a veces suceden
cosas "malas" y una nueva forma de lidiar con ellas cuando ocurren.
También nos enseña que está muy bien considerarnos especiales y dejar que los demás lo
sepan.
Finalmente muestra que Dios ama a todos del mismo modo, y que incluso a quienes no
consideramos nuestros amigos pueden ser ángeles enviados por Dios, que vienen para
darnos un don, el de crecer en la tolerancia, la comprensión y el perdón, y la oportunidad
de ser quienes realmente somos.
Creo que esta parábola vino directamente de Dios, y sé que cualquier niño que la conozca
quedará bendecido por ella. Gracias por amar a los niños suficiente como para darles esta
historia.
NEALE DONALD WALSCH
Ashland, Oregon
Enero 1998