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Todo hombre para alcanzar el fin último depende, en tres aspectos, del auxilio de sus semejantes: en lo material, en lo
cultural y en el aspecto ético.
No es la dependencia reciproca sino la misión común encomendada por la naturaleza, la que fundamenta la
naturaleza social en sentido propio.
Naturalmente sería prematura considerar como naturaleza social del hombre la dependencia del individuo humano respecto
de los demás en el dominio material del mundo y en la apropiación de valores éticos y culturales. Ya que con esta idea se
permanece aún en el orden causal, en el que tiene lo social su fundamento, pero que no es lo social propiamente dicho. Por
ejemplo, la dependencia también agrupa animales sin que de esto surja algo social.
En el concepto de la dependencia aún continúa siendo demasiado primordial el punto de vista de la ventaja propia y del per-
feccionamiento personal. Un hombre acaudalado que desee construirse una casa necesita obreros y especialistas de la
construcción. Pero mientras estas fuerzas auxiliares no pasen de la categoría de medios para lograr su fin personal, no se puede
hablar de cooperación social, desde el punto de vista de lo ético social. No se podrá hablar de una empresa, en el sentido ético
social, hasta que tanto el personal constructor como el dueño de la casa consideren como aspiración común la edificación de la
misma. Sin el concepto de un verdadero bien común, en el que la acción del individuo sea una fracción, y se considere
intencionadamente como tal fracción, no se puede llegar a lo ético social.
Puede servir como aclaración el siguiente ejemplo: tres hombres navegan en una misma embarcación y saben perfectamente
que cada uno de ellos sólo puede salvar su propia vida si a la vez consigue salvar la de los otros, esto es, si a pesar de sus
ansias individuales por escapar al naufragio, antepone a éstas la intención de salvarse únicamente en compañía de los otros, e
incluso esto de tal manera que prefiere su propia muerte a la más pequeña deslealtad. En este sentido cada uno cumple una
función parcial y a la vez desea desempeñar tan sólo (estrictamente en este sentido) una función parcial. Es así como se nos
presenta por primera vez un objeto ético social. Con esto no se afirma que cada uno de estos tres individuos renuncie al ser
personal. Cada uno de ellos sabe por ser persona que, en una situación determinada, sólo puede ser leal a su ser si est
dispuesto, ciertamente como persona, es decir, con toda su voluntad ética, a desempeñar una función de mera parte. Esta idea
es muy importante para la explicación del bien común. Aunque el bien común pueda ser un valor auxiliar en relación con el fin
personal de los miembros de la sociedad, es abusivo, sin embargo, hablar de valor auxiliar dentro del ámbito del bien común.
Pero de esto se hablar más adelante, en el capítulo relativo al bien común.
1. Aristóteles.
a) Concepciones fundamentales de Aristóteles.
Sería mal comprendido Aristóteles si se quisiera interpretar su teoría de la naturaleza social del hombre como una doctrina
bio1ógica, según la cual concibiésemos al hombre como un ser inteligente viviendo en rebaños y en enjambres. Es cierto que
se designa a los seres vivos como “seres sociales” y no vacila en nombrar al hombre entre los caballos, animales bovinos,
cerdos, ovejas, cabras y perros... Para Aristóteles es decisivo el hecho, observado en la propia esfera humana, de que el hombre
no puede estar en situación de alcanzar el perfeccionamiento propio, no puede llegar al fin ú1timo, sin pasar por la comunidad
Esta experiencia comprende dos afirmaciones: en primer lugar, que el individuo no puede procurarse por sí solo los bienes
materiales y espirituales, sino que precisa la ayuda de sus semejantes, y en segundo lugar, que todos los hombres se sienten
impulsados hacia la comunicación. El que carece de este impulso hacia la comunidad y finalmente hacia el Estado, no puede
ser, según Aristóteles, sino un ente infrahumano o sobrehumano, una bestia o un dios. Esta necesidad de incorporarse a la
comunidad significa una imperfección en tanto que descubre la insuficiencia del individuo. Y, por otro lado, la comunidad es el
único medio de afrontar esta imperfección.
Aristóteles sabía muy bien que la mera dependencia física no basta para fundamentar un todo social. Si un hombre aislado
necesitase a otro y lo convirtiese después en instrumento propio, no surgiría aún comunidad social de ninguna especie. En tal
caso no tendríamos más que la relación de causa principal a causa instrumental. Pero los hombres, al darse cuenta de que cada
uno siente por sí la misma dependencia del prójimo y que todos y cada uno se afanan por el mismo objeto final, comprenden la
necesidad de la reciproca prestación de auxilio. En esto radica en Aristóteles lo decisivo en la inclinación social. Esta recíproca
prestación de ayuda tiene efecto primeramente en el círculo menor de la familia para satisfacer las necesidades fundamentales
de la vida. Cuanto más se elevan las exigencias, es decir, cuanto más se afana el hombre por configurar perfectamente su vida,
tanto más necesitará de una vinculación más completa: primero en la comunidad local, y finalmente en el Estado. Por eso la
inclinación social es una predisposición natural hacia la formación de Estados. En la inclinación política por naturaleza
Aristóteles no ve más que la consecuencia de la razón humana de superar, mediante la cooperación en comunidad, la limitación
física que padece el individuo aislado.
Por tanto, en la interpretación que expone Aristóteles de la inclinación social del hombre, lo decisivo no es el instinto, sino
el conocimiento de la misma orientación final natural y de la misma necesidad de ayuda respecto a este fin. A causa de este
conocimiento, los hombres “fundan” la comunidad. Por eso es el hombre el primero que creó el estado, el “iniciador de los
bienes máximos”.
Lo que impulsa a la creación de la comunidad no es sólo la tendencia, en cierto modo egoísta, de utilizar al prójimo en
provecho propio con el intento de alcanzar el fin último de la propia vida, para superar así la limitación y deficiencia de la
persona aislada, sino que es también el impulso que acerca al hombre a su prójimo. Aristóteles considera el idioma como el
indicio más evidente de este carácter comunicativo, que se revela no menos claramente en la necesidad que siente el hombre de
la amistad. Aristóteles consagró toda su atención al estudio de la amistad en los libros ocho y nueve de la ética. En el impulso
hacia la amistad, lo que se pone de manifiesto no es el sentimiento de someter al prójimo al propio servicio, sino más bien la
necesidad de realizar, en comunidad con él, un mismo ideal de vida de amor en común. Por esta razón es justamente la amistad
desinteresada la más valiosa. Aristóteles ve en este impulso hacia la amistad algo típicamente natural: “todo hombre es amigo
para cada hombre”. La amistad es deseable como máximo bien, incluso para aquel que posee en cumplida abundancia toda
clase de bienes y que, en cierto sentido, se basta a sí mismo. La comunidad de las ideas e ideales supremos, a saber, los del
bien y de lo justo, son causa de la formación de la familia y el Estado. Precisamente este pensamiento demuestra que
Aristóteles no ve la inclinación social del hombre únicamente como instinto común de la especie, sino que la arraiga
profundamente en el conocimiento personal, a partir del cual los mismos ideales e ideas fomentan la comunidad.
Al elemento racional, del que acabamos de ocuparnos, corresponde ahora otro, según santo Tomás, que pertenece a la esfera
emocional de la naturaleza humana...
En el mismo dominio emocional fundamenta la esencia filantrópica del hombre, esto es, el hecho de que un hombre
considera al otro como amigo, y también le ayude por impulso en cierto modo instintivo, aun conociendo su calidad de
extraño, y asimismo procure apartarlo del camino equivocado y le dispense su auxilio en caso de infortunio. El que pierde este
afecto humano primario desciende del comportamiento esencialmente humano para caer en lo animal. Llega, por así decirlo, a
convertirse en un ser que pierde el juicio.
Así pues, santo Tomás califica al hombre de “social por naturaleza” apoyándose en una doble base: primero, porque la ra-
zón, de acuerdo con su índole natural, deduce, a partir del hecho dado por la naturaleza de la dependencia recíproca en la
prosecución del fin personal, el establecimiento necesario de una comunidad, y segundo, porque el hombre busca la sociedad
movido por un anhelo que es instintivo por naturaleza.
El Bien Común.
Rerum Novarum:
26. No es justo, según hemos dicho, que ni el individuo ni la familia sean absorbidos por el Estado; lo justo es dejar a cada uno
la facultad de obrar con libertad hasta donde sea posible, sin daño del bien común y sin injuria de nadie. No obstante, los que
gobiernan deben atender a la defensa de la comunidad y de sus miembros. De la comunidad, porque la naturaleza confió su
conservación a la suma potestad, hasta el punto que la custodia de la salud pública no es sólo la suprema ley, sino la razón total
del poder; de los miembros, porque la administración del Estado debe tender por naturaleza no a la utilidad de aquellos a
quienes se ha confiado, sino de los que se le confían, como unánimemente afirman la filosofía y la fe cristiana.
Mater et Magistra.
33... Por consiguiente, al determinar la remuneración del trabajo, la justicia exige que se considere las necesidades de los
propios trabajadores y de sus respectivas familias, pero también la situación real de la empresa en que trabajan y las exigencias
del bien común económico.
71. Pero es necesario, además, que, al determinar la remuneración justa del trabajo, se tengan en cuenta los siguientes puntos:
primero, la efectiva aportación de cada trabajador a la producción económica; segundo, la situación financiera de la empresa en
que se trabaja; tercero, las exigencias del bien común de la respectiva comunidad política, principalmente en orden a obtener el
máximo empleo de la mano de obra en toda la nación; y, por último, las exigencias del bien común universal, o sea de las
comunidades internacionales, diferentes entre sí en cuanto a su extensión y a los recursos naturales de que disponen.
72. Es evidente que los criterios expuestos tienen un valor permanente y universal; pero su grado de aplicación a las
situaciones concretas no puede determinarse si no se atiende como es debido a la riqueza disponible; riqueza que, en cantidad y
calidad, puede variar, y de hecho varía, de nación a nación y, dentro de una misma nación, de un tiempo a otro.
Centesimus Annus
48. En los últimos años ha tenido lugar una vasta ampliación de ese tipo de intervención, que ha llegado a constituir en cierto
modo un Estado de índole nueva: el Estado del bienestar. Esta evolución se ha dado en algunos Estados para responder de
manera más adecuada a muchas necesidades y carencias tratando de remediar formas de pobreza y de privación indignas de la
persona humana. No obstante, no han faltado excesos y abusos que, especialmente en los años más recientes, han provocado
durante críticas a ese Estado del bienestar, calificado como Estado asistencial. Deficiencias y abusos del mismo derivan de una
inadecuada comprensión de los deberes propios del Estado. En este ámbito también debe ser respetado el respeto el principio
de subsidiaridad. Una estructura social de orden superior no debe inferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior,
privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con
los demás componentes sociales, con miras al bien común. Al intervenir directamente a quitar responsabilidad a la sociedad, el
Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por
lógicas burocráticas m s que por la preocupación de servicios a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos.
Efectivamente, parece que conoce mejor las necesidades y logra satisfacerlas de modo más adecuado quien est próximo a ellas
o quien está cerca del necesitado. Además, un cierto tipo de necesidades requiere con frecuencia una respuesta que sea no solo
material, sino que sepa descubrir su exigencia humana más profunda. Conviene pensar también en la situación de los prófugos
y emigrantes, de los ancianos y enfermos, y en todos los demás casos, necesitados de asistencia, como es el de los drogadictos:
personas todas ellas que pueden ser ayudadas de manera eficaz
solamente por quien les ofrece, aparte de los ciudadanos
necesarios, un apoyo sinceramente fraterno.