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Experiencia de Dios y Deseo - Anselm Grün
Experiencia de Dios y Deseo - Anselm Grün
Deseo
Es el puente
Entre tu y yo.
Silencio
Es el sonido,
Que tu oído percibe.
Amor
Es la fuente
De la que bebemos.
Unidad
Es la raíz,
Que nos sostiene.
Recuerdo
Es el secreto
De nuestra vida cotidiana.
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DESEO Y ADICCIÓN
aparecer aun con más fuerza . En vez de luchar contra la adicción, debería tomarla en
serio y reconocer en qué me he vuelto adicto, en qué me he vuelto dependiente . De
este modo debo dejar de obsesionarme por ella .
¿Acaso logro elevar mi estima a través del alcohol y así solucionar todos mis
problemas? ¿O es que no deseo algo más? ¿Acaso no anhelo una realidad totalmente
distinta, una realidad del espíritu?
“Spiritus contra spiritus” afirma C. G. Jung. Solo la apertura a lo espiritual
puede superar al alcoholismo . Jung escribe sobre uno de sus pacientes: “Su adicción
al alcohol se relaciona con un escalón inferior de la sed espiritual humana en búsqueda
del todo, en el lenguaje medieval, de la unión con Dios ·”(cit. en Grof, Sehnsuchtnach
Ganzheit, “El deseo en búsqueda de todo” , 9) . Y Christina Grof, psicóloga americana
que sufrió el alcoholismo, escribe sobre su deseo y cómo intentó saciarlo a través de
la bebida : “Si me retrotraigo a mi infancia, me doy cuenta de que siempre estuve a la
búsqueda de algo que yo misma no podía definir . Fuera lo que fuese, era el deseo de
sentirme bien, de sentirme como en casa, de sentir que pertenezco a ese lugar . Si
hubiera descubierto mi deseo, no habría permanecido tanto tiempo sola . Habría
sabido lo que significa querer y ser querido y hubiera podido brindar amor . Habría
sido feliz, plena y hubiera estado en paz conmigo misma , con mi vida y con el mundo .
Me hubiera sentido libre, ágil abierta a los demás y llena de alegría” (Ibíd. 17 ). Su
búsqueda era, en realidad, una búsqueda espiritual, pero su ansia la llevó rápidamente
a ahogarse en la bebida . Una vez que ella pudo verificar el origen de su enfermedad,
reconoció que su deseo era una profunda sed en búsqueda del todo, de una identidad
espiritual, de un origen celestial, en definitiva , de Dios . Superaremos nuestra
adicción una vez que ésta llegue a ser transformada en deseo.
hasta en el más sensual, se oculta el deseo del amor absoluto, el deseo de amar a Dios
. Es bien conocida la expresión de San Agustín : “Nuestro corazón está inquieto,
señor, hasta descanse que en ti .” El ser humano está poseído por un apetito
incontenible de estar junto a Dios, de estar en la morada absoluta, de sentirse
protegido, de reencontrarse con Dios en el paraíso perdido . Y aunque las metas
humanas transiten por otro camino, Dios será siempre la ultima meta . Inclusive
aquellas personas que se han alejado de Dios manifiestan el deseo de buscar algo más,
de buscar a Aquel que es capaz de saciarnos .
Cuando dejamos de pensar en nuestros deseos y anhelos, nos sobreviene el
deseo de buscar algo más, de sumergirnos en lo secreto que nos hacen trascender y
que es más grande que nosotros mismos : en definitiva, buscamos a Dios . San Agustín
dice de si mismo : “ No creo que pueda encontrar algo que anhele tanto como el deseo
de encontrar a Dios .” Él estuvo en una constante búsqueda a lo largo de su vida .
Primero intentó encontrar su felicidad en la relación con una mujer, luego en la
filosofía, más tarde en la ciencia, en el éxito y en la amistad . Pero tuvo que aceptar
que el motor de su búsqueda era Dios . Sólo cuando encontro a Dios, logró calmar su
corazón .
Lo triste es que existen personas que, a pesar de haber alcanzado todo aquello
que desearon, a menudo se sienten invadidas por un vacío interior . “Uno llega a ser el
futbolista más famoso, otro se doctora con un sobresaliente, otro ha logrado formar
la pareja ideal, o simplemente tiene tanto dinero que puede conseguir todo lo que
desee en su vida” (Grof, ídem . 22). Pero en medio de toda esta saciedad queda un
vacío interior y el deseo de buscar algo más se incrementa en nosotros . Nada puede
calmar nuestra inquietud : ni el éxito terrenal, ni ninguna persona, ni siquiera la más
amada. El amor mismo, que todos anhelamos, está en íntima relación con el deseo .
No existe amor alguno sin deseo . Peter Schellenbaum ha descrito la estrecha
relación que existe entre ambos . Él opina que tanto el amor como el deseo se
localizan en un mismo lugar del cuerpo, “Justo en medio del pecho a la altura del
corazón, donde las manos de los que sufren por amor o deseo se juntan”
(Schellenbaum, Die Wunde der Ungeliebten, “Las heridas de los que no son amados”,
84) . Justamente la tensión producida por el deseo hace más valioso al amor que lo
llena con su insondable profundidad. La felicidad que brinda un gran amor o el
sufrimiento desmesurado por el desamor coexisten uno junto al otro .
El amor nos lleva a aquel que está por encima de uno mismo . En el amor
anhelamos lo absoluto y lo incondicional ; en definitiva, anhelamos el amor divino .
en mi camino interior . Me acepto tal cual soy, como una persona común, siempre en la
búsqueda, en la lucha, con éxitos y fracasos, sensible e insensible, espiritual pero a la
vez superficial. Contemplo mi vida tal cual es, pues mi deseo va por encima de esta
vida. El deseo no puede ser manipulado. El deseo se hace sencillamente presente. Y allí
donde ésta el deseo, se encuentra la vida verdadera. Sólo allí donde está mi deseo,
estoy sobre la pista de mi vida.
Durante los retiros espirituales me pregunto y les pregunto a los que participan
: “¿Cuál es tu más profundo anhelo?” Yo mismo no puedo dar una respuesta inmediata,
pero cuando me hago esta pregunta abandono toda búsqueda compulsiva de tratar de
mejorarme.
Todo aquello que me podría llegar a preocupar se transforma en algo
intrascendente. De este modo llego a relacionarme conmigo mismo, con mi corazón,
con mi propia vocación. ¿Quién soy yo en realidad? ¿Cuál es mi misión? ¿Qué rastros
pretende dejar en este mundo? ¿Qué es lo que satisface mi deseo? Finalmente,
siempre me encuentro a Dios como última meta de mi deseo.
La pregunta sobre mi más profundo deseo no sólo me lleva a Dios, sino que
incluso satisface mi necesidad primaria de que Dios también anhele mi persona. Dios
también me anhela, anuncian los místicos. Matilde de Magdeburgo le habla a Dios con
estas palabras :¡Oh Dios que ardes en tu deseo!” Dios anhela amar a los seres
humanos. Si llego a preguntarme sobre mi más profundo anhelo, descubro que quiero
responder al anhelo de Dios sobre mí, del mismo modo que yo anhelo a Dios. Mi mas
profundo anhelo consiste en ser lo mas permeable posible al amor de Dios y su
bondad, a su misericordia y dulzura, sin ningún tipo de falsedades originadas por mi
egoísmo, sin ser enturbiado por mi afán de reconocimiento o de éxito.
Tú Dios de la vida
Y de mis relaciones.
Tú Dios de la alegría de vivir
Y Dios de mi anhelo.
Tú, Dios, que me buscas y llamas
Y que vienes a mi encuentro.
Tú, Dios, que estas en mi,
En mi mundo interior.
Tú, protector de la vida, creador de la vida.
Tú, Dios, que estas presente en mi.
Tú, Dios, que me asistes,
Tú, Dios ardiente en tu anhelo.
DESEO Y ORACIÓN
¿De que forma podemos llegar a relacionarnos con nuestros deseos? Uno de los
caminos es contemplar nuestra vida y descubrir qué deseo oculto hay detrás de
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Imprime tu riza
Y el brillo de tu rostro,
la bondad de tu mirad,
y las estrellas de tus ojos
en mis grietas del corazón,
que anhelantes te esperan.
Para San Agustín, la oración no se limita solo estimular nuestro deseo de sentir
a Dios. El deseo ya es una oración. El monacato de la iglesia primitiva quería cumplir la
consigna del apóstol Pablo en la Epístola a los tesalonicenses: “¡Orar sin cesar!” (Tes.
5,17).
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San Agustín opina que no podríamos orar sin pausa con nuestra boca, ni
podemos tampoco doblar nuestras rodillas constantemente. El único camino para orar
sin cesar es orar con el deseo. Así escribe Agustín sobre los versos del salmo delante
de Ti están mis deseos: “Tu deseo es tu oración. Si es un deseo persistente, también
es una oración persistente... si no quieres interrumpir tu oración, no interrumpas el
deseo. Tu deseo ininterrumpido es tu voz, (orante) ininterrumpida”. Orar significa
entrar en contacto con el deseo interior que se encuentra en nuestro corazón, es el
deseo que ya en este mundo terrenal se une a Dios. Para San Agustín, este deseo se
encuentra en el amor. Por ello: “Te callas, cuando dejas de amar... el enfriamiento del
amor es el enmudecimiento del corazón. La fogosidad del amor es el llamado del
corazón”. Anhelar a Dios significa también amar a Dios, significa también llegar a Dios
a través del amor. Orar es la expresión de ese amor, y orar pretende al mismo tiempo
profundizar en mi este amor.
Para mi, orar significa entrar constantemente en contacto con mi mas profundo
deseo, en lo mas hondo de mi corazón. Para ello, cruzar mis manos sobre el pecho me
ayuda a menudo a orar. Esto me provoca una sensación de calidez interior. De este
modo presiento que hay en mi un deseo que, ante todo, me hace sentir persona; es el
deseo de sentir a Dios, el deseo del amor divino que no es vulnerable como el amor
humano. Contactarme con este tipo de amor me hace sentir libre y torna relativo todo
lo otro. Siento en mi corazón que estoy por encima de este mundo, anclado allí donde
se encuentra el gozo verdadero, tal como lo expresa la oración de la misa. Orar no
significa ante todo desperdiciar palabras, sino que las palabras de mi oración me
hacen recordar que aquí no me encuentro en casa, que mi morada está en el Cielo, tal
como lo expresa san Pablo en la Epístola a los Filipenses.
Una hermosa narración, “La estrella perdida”, de Ernst Wiechert, relata la
historia de un soldado alemán que pudo por fin regresar a su casa luego de su presidio
en Rusia. Él se alegra de estar nuevamente en su hogar. Pero luego de unas semanas,
descubre que ya no se siente más como en casa. Habla de eso con su abuela y
descubren que la estrella de la casa se ha perdido y que el misterio no habita más
entre ellos. Se ha estado viviendo superficialmente. Se planea, se construye, se hacen
mejoras, se preocupan para que la vida funcione, pero lo esencial se ha perdido. La
estrella del deseo ha desaparecido.
Allí donde esta estrella se ha caído de nuestros corazones, no podremos
sentirnos más como en casa. Estar en casa es estar donde mora el misterio. Esto vale
tanto para la familia como para la comunidad de un monasterio. La morada no se puede
recrear a través de la repetición de viejos rituales, sino escudriñando el misterio y a
Dios que moran entre nosotros.
Esto vale también para nosotros. Según los místicos, hay en nosotros un espacio
en el cual Dios mora : un lugar de silencio adonde sólo Dios tiene acceso. Este lugar
está libre de todo tipo de pensamiento bullicioso y también de las aspiraciones y
deseos de los que nos rodean. Este lugar también se encuentra libre de nuestros
reproches, desvalorizaciones y culpabilidades. Este espacio, en el que también el
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mismo Dios mora en nosotros, nos permite librarnos del dominio de otras personas y
nos resguarda de todo daño. Allí estamos a salvo. Allí somos nosotros mismos. Allí
donde el misterio habita en nosotros nos sentimos como en casa. Quien se siente
consigo mismo como en casa, podrá experimentar la morada de Dios en cualquier lugar.
Pero si en este silencio nos tropezamos con nosotros mismos, con nuestros problemas,
nuestro defectos, nuestra represiones, con la complejidad de nuestra psique,
deberíamos en algún momento alejarnos de esta situación. Nadie puede soportar
confrontarse consigo mismo constantemente. Pero cuando sé que, en medio de todas
estas represiones y vulnerabilidades, Dios mismo habita en mí, puedo soportarlas, ya
que experimento en mi interior un lugar en el cual me siento como en casa : el misterio
habita en mí.