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El hijo apático (Susana Hayes)

Habían pasado veinte años desde aquella gran inundación que había destruido el puente y
varios caminos en la zona de Chilecito, en la provincia de La Rioja. Allí había nacido el
legislador Roberto Centurión, hijo de un viejo y ya desaparecido hombre del pueblo. Volvía
después de unos años para firmar la venta de su casa natal. Blasfemaba entre dientes por los
saltos que daba por el deterioro de la ruta. Cuando por fin bajó de la traffic que lo había llevado
desde el aeropuerto, arregló su corbata, tomó su maletín e ingresó a la escribanía. Una vez
finalizada la diligencia, en el momento en que se retiraba del lugar, pasaba caminando, como
todos los días a las seis de la tarde, don Abelardo Ramos, con su espalda encorvada, apoyando
su andar en el bastón que don Centurión padre le había regalado años atrás. El anciano
reconociéndolo detuvo su andar y lo miró con la intención de saludarlo pero no encontró la
misma respuesta en Roberto Centurión. Para él, Don Abelardo era un ser inexistente, al igual
que las fachadas de las casas viejas de ese poblado. Tampoco reparó en la vida de esa gente, todo
tenía la monotonía del pasado sin esperanzas de cambios. Falsas promesas incumplidas a través
de los años por parte del gobierno que él representaba, cansados de soñar con el tren que nunca
regersaría y los caminos que entorpecían la salida de los productos de esas chacras que
cultivaran con tanto esfuerzo, fueron desalentando también a los jóvenes que se iban del
pueblo. Sin mirar aquello que lo rodeaba, Roberto Centurión subió nuevamente a la traffic para
volver al aeropuerto, tenía prisa para regresar a la Capital Federal. El anciano quedó pensando
en las charlas que años pasados tuviera con Centurión padre, entristecido por la actitud de su hijo
que recibido de abogado y siendo legislador nunca se acordó de su lugar de origen.

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