Está en la página 1de 2

Temporada de patos

Carlos Bonfil
Tomado de: La Jornada, 5 de noviembre de 2004

Sueño de una tarde de domingo en Tlatelolco. En un departamento de


clase media, dos amigos adolescentes, Flama y Moko, deciden matar el
tedio dominical ejercitándose en el video juego y consumiendo comida
chatarra y refrescos. Lo hacen de modo indolente, casi ignorándose
mutuamente, con la madre de uno de ellos ausente todo el día, y la
inesperada visita de una joven vecina que pide preparar ahí el pastel
de ese cumpleaños suyo que su familia ha olvidado. La llegada de un
repartidor de pizzas, el intento de estafarlo por un supuesto retraso
en la entrega, la apuesta conciliadora en un videojuego de futbol, y
dos apagones, desquiciarán por completo la rutina establecida. En poco
tiempo los tres adolescentes y el joven harto de su tedio laboral,
descubrirán, primero por parejas, luego en desatado delirio colectivo,
las intensidades de la cercanía afectiva, la comprensión solidaria y,
al cabo de súbitas revelaciones, un anhelo de libertad muy
compartible.

Una sugerente secuencia inicial, precedida por la melodía brasileña O


pato, con arreglos de Joao Gilberto e interpretación de Natalia
Lafourcade, hace desfilar en impecable blanco y negro diversas tomas
de deterioro urbano, superficies abandonadas, canchas de juego vacías,
multifamiliares inhóspitos en franca decadencia, nubarrones
amenazantes, un paisaje al día siguiente de un cataclismo, o en
perfecta concordancia con el colapso político y económico nuestro de
cada día. Temporada de patos, primer largometraje de Fernando Eimbcke,
transita sobriamente de estos exteriores de tristeza citadina a un
interior doméstico, su locación única, que paulatinamente se
transformará en espacio hedonista y libertario. Un cuadro kitsch,
escena de patos atravesando un lago, será el símbolo de la evasión
soñada -lejos de las broncas familiares y de los empleos de
sobrevivencia económica y degradación anímica- hacia alguna
destinación utópica.

La novedad, el incuestionable encanto de esta cinta, radica en la


sencillez de su propuesta y en la construcción de su trama envolvente,
capaz de alternar secuencias muy divertidas (desenfado juvenil, elogio
del sinsentido), con el patetismo de la fugaz experiencia laboral de
Ulises en un matadero de perros, antes de que repartiera pizzas. Los
protagonistas rompen por completo con los arquetipos adolescentes
impuestos por la comedia light fílmica y la telebasura diaria
(frivolidad, falso glamour, tontería sistemática), y proponen en
cambio novedad, inteligencia y frescura, calificativos que han
acompañado a la cinta desde su primera exhibición en Guadalajara.
Además de las actuaciones de Danny Perea (Rita), Enrique Arreola
(Ulises), Daniel Miranda (Flama) y Diego Cataño (Moko), todos
revelaciones instantáneas, la cinta rinde tributo explícito al maestro
Yasujiro Ozu y al director de culto Jim Jarmusch, influencias
perceptibles en la recreación de atmósferas y en los encuadres del
espacio doméstico. Una escena divertida muestra a los cuatro
personajes, particularmente encendidos, avanzando hacia la cámara como
en comedia musical de Stanley Donen, y su contrapunto es un concierto
para piano de Beethoven, con una cámara muy ágil y una edición
sobresaliente. En otro momento, asomados a la ventana del
departamento, los cuatro parodian una célebre portada de los Beatles.
Hay mediciones "dedo a dedo" del contenido pleno de Coca Cola en un
vaso; la ingestión de decenas de caramelos con interior de colores
hasta hacer coincidir la realidad con el color deseado; también la
seducción erótica de Moko a cargo de una Rita avispada, en medio de
fallidos intentos de repostería, y las confidencias del perdedor
profesional que es Ulises, y su reivindicación vital y muy gozosa en
una tina de baño, al lado de un pato de hule, inventándose el porvenir
en parodia publicitaria de la gran vida. El estupendo oído de Fernando
Eimbcke y su colaboradora Paula Markovich ofrecen un guión que es caja
de resonancias de un lenguaje juvenil sin afectaciones ni labor
forzada. Intuiciones certeras, improvisación ocasional de los propios
actores, ocurrencias a granel del esparcimiento adolescente, y
habilidad para obtener las texturas visuales más afortunadas. Relata
el director en entrevista a Roberto Garza: "Filmamos con película en
color, transferimos a video blanco y negro de alta definición, y al
final hicimos el transfer al cine en blanco y negro". El resultado es
técnicamente irreprochable. Temporada de patos sorprende, divierte, y
provoca entusiasmo por un cine mexicano en franca ruptura con la
tontería y procacidad de los éxitos de moda.

También podría gustarte