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El Mate Perdido en Bañado de Oro.

El auto de vía era el vehículo más apropiado para mi trabajo en la Regional. Debía
viajar con chofer, y respetando el reglamento de vía libre, podía detenerme en cualquier
punto de la vía, bajar, recorrer a pie algún tramo, inspeccionar palmo a palmo cada
elemento de la vía, revisar el trabajo realizado por la cuadrilla, o incluso cazar alguna
mulita desprevenida, ya que en la faja de vía abunda la fauna autóctona, es como una
reserva, un espacio protegido. A diferencia del auto de vía, el vagón del jefe regional era
poco útil para mi actividad. Debía ir enganchado a un tren, no lo podía detener donde
quisiera, más bien era algo así como una oficina ambulante, con las mínimas comodidades:
tres camas, mesa, sillas, un baño precario, y una cocinilla. Por eso lo usaba poco. Estaba
identificado con el Nº 506. La serie 500 identifica los vagones vivienda para uso de los
funcionarios, y la terminación, 6, posiblemente indicaba que correspondía a la Regional 6,
Nico Pérez.
En el verano de 1989, estando en Nico Pérez con mi familia, resolví hacer uso del
506. Marga estaba embarazada de Valentina, de 7 meses, y Federico tenía ya 2 años y
medio. Nos propusimos ir a Río Branco, con escala en Treinta y Tres. Sería una jornada
agotadora por el calor, y también por la duración: en un tren de carga, son seis horas hasta
Treinta y Tres, y otras seis horas hasta Río Branco. Además, el bamboleo: resulta que un
vagón de dos ejes se sacude más que uno de cuatro; el 506 era de dos ejes. Un vagón a la
cola del tren se sacude más que cuando va en el medio; el 506, por reglamento, debía ir en
la cola. Y además de eso, estaba muy viejo. Había que ver cómo se sacudía. En cuanto
empezó la marcha, todos los objetos en el vagón debían sujetarse firmemente, nada podía
quedar suelto. El mate, que había quedado sobre la mesita, se paseaba de un lado a otro;
cuando el tren agarraba una curva, el mate se acercaba al borde, junto a la ventana, y luego
volvía al centro. La mesita tenía la altura exacta de la ventana, y ésta a su vez estaba abierta
por el calor que hacía. Yo me despreocupé porque luego de varias horas, el mate iba y
venía, pero aparentemente sin peligro.
Al mediodía, luego de varias horas de viaje, el tren pasó por el puente sobre el río
Olimar, el Olimar querido. Estoy seguro que desde el puente ferroviario, desde el tren, se
aprende a disfrutar toda la belleza del paisaje mucho mejor que desde el puente carretero.
Así llegamos a Treinta y Tres, donde nos detuvimos una hora, y luego partimos hacia Rio
Branco, que para los lugareños es la capital del Departamento de Río Branco. El bamboleo
del vagón continuaba, y mientras Federico se hacía su siesta arrullado con el traqueteo, mi
mate proseguía su danza sobre la mesa. En tanto, yo leía tranquilamente un libro. De
pronto, levanto la vista y veo que el mate ya no está. Había caído hacia fuera por la
ventana. ¡Cómo me descuidé! No había forma de detener el tren. Rápidamente miré por la
ventana buscando afanosamente algún punto de referencia. Quería grabar el lugar en mi
memoria, para ver si en alguna oportunidad, al pasar con el auto de vía, podría parar y
rescatarlo. Pero al mirar hacia fuera del vagón, sólo había campo. No había ni un miserable
cartel, sólo se veían chircas. La faja de la vía era un inmenso chircal. Una profusa
vegetación que me llegaría hasta la cintura, que apenas dejaba el espacio para el paso del
tren. Algo más adelante, había un puente pequeño, pero como ése hay unos cuantos a lo
largo del trayecto. Y por supuesto, sin cartel ni indicación alguna. Sabía que estábamos
entre las estaciones de Julio María Sanz y Bañado de Oro, en el trayecto de Treinta y Tres a

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Vergara. Me fijé inmediatamente en el kilómetro y el número de poste. Los hilos del
telégrafo van sobre postes, paralelos a la vía, y esos postes están numerados; entre Km. y
Km. hay unos 13 o 14 postes. Estaba seguro de que la caída del mate había sido un instante
antes de que yo notara su ausencia, pero de todos modos, ¿cuánto podía haber avanzado el
tren en ese lapso? Era difícil saberlo. Hice algo así como una fotografía mental del lugar.
Luego se vería si me podía servir de algo.
Por la tarde llegamos a nuestro destino, la estación de Río Branco. El edificio de la
estación es un verdadero monumento histórico. Con una arquitectura colonial, es una de las
tantas joyitas que AFE tiene desparramadas por ahí. Aprovechamos para hacer algunas
compras en la fronteriza ciudad de Yaguarón (Jaguarao): comestibles, ropa para bebé y
obviamente, un mate.
Al día siguiente, por cuestiones de organización, no era posible enganchar el vagón
en ningún tren que regresara a Nico Pérez ese día. Afortunadamente estaba en Río Branco
el auto de vía. De modo que el regreso se haría en ese vehículo. ¡Qué oportunidad! pensé.
En ese momento mi obsesión por recuperar el mate era sólo comparable a mi estupidez por
haberlo dejado caer. Pero tampoco quería hacerme muchas ilusiones. ¿Podré reconocer el
lugar?.
Margarita y Federico, que el día anterior habían hecho su primer viaje en el vagón,
inauguraban también su primer viaje en el auto de vía, de modo que para ellos estaba
resultando una experiencia doblemente emocionante, una verdadera aventura. Con nosotros
viajarían también dos inspectores de vía, Barrera y Colina, el subjefe regional, Martínez, y
el chofer, Verdisco. Los inspectores son los cargos que le siguen en jerarquía al subjefe
regional. Durante el viaje yo no mencioné lo que me había ocurrido con el mate, hasta que
llegamos a la estación de Bañado de Oro. Entonces les conté lo que había pasado, sin
aclararles mis intenciones de parar a buscarlo. Cuando nos aproximamos lo suficiente al
lugar que yo sospechaba, le dije a Verdisco que se detuviera. El me miró incrédulo,
diciendo “¿piensa en serio que va a encontrar su mate?” Y muy sonriente, agregó: “lo va a
encontrar si es brujo”. No logró amedrentarme. Lentamente fue frenando, hasta detenerse
donde yo le indiqué. En el peor de los casos, estaríamos unos minutos, recorreríamos el
lugar, y nos iríamos como vinimos. Y bien, fue así como ese día los funcionarios de mayor
jerarquía en la Regional se bajaron del auto de vía a buscar mi mate entre las chircas. Pero
cuando todavía no habíamos terminado de bajar todos, con gran sorpresa se escuchó al
Inspector Barrera cuando se agachó y gritó: “¡aquí está!”. Efectivamente, ahí estaba, en
perfecto estado, y apenas a dos metros del lugar donde se había detenido el auto. Con el
posamate incluido. Sólo faltaba la bombilla. Unos cinco metros más adelante, un objeto que
brillaba en el suelo. La bombilla. En menos de 24 horas, había logrado recuperar mi mate.
Si hubiera pasado varios días a la intemperie, seguramente habría quedado inservible.
Inmediatamente, subimos todos al auto en medio del jolgorio. Costaba creerlo,
Verdisco no salía de su asombro. Es que había algo de mágico en todo esto. Incluso
recordando el Km. y el número de poste, le podía haber errado por cientos de metros.
Podíamos haber estado días enteros buscando, pero alguna fuerza superior me señaló el
lugar.

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Creo que a partir de ese hecho tan simple, la gente de la Regional me tuvo otro
respeto, para ellos era algo así como el hombre de la ciudad, que en dos años estaba
convertido en un verdadero baqueano, capaz de reconocer cada lugar con total precisión.
Yo hasta el día de hoy me sigo preguntando cómo ocurrió, cómo fue que el auto se
detuvo en el lugar tan exacto. Tal vez sea como dicen los paisanos: ¡cosa ‘e mandinga!

Esta historia es real, sólo fueron cambiados algunos nombres, para proteger a los
inocentes.
El mate todavía lo conservo, no así la bombilla.
En la foto puede verse a Federico, de dos años, parado en el estribo del auto de vía,
y más atrás, se ve algo del vagón 506. La foto fue tomada en ese mismo viaje, en la
Estación de Río Branco.

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