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La protección de las comunidades a lo largo del siglo XX corre entonces de manera paralela con
el debilitamiento de las haciendas de las zonas de población indígenas. Sabemos bien que las
haciendas de la sierra en el Perú se formaron en la República, no en la colonia, por ende son
herencia del siglo XIX.
Leguía realizó reformas como la creación de la Sección se Asuntos Indígenas del Ministerio de
Fomento en 1921 y el Patronato de la Raza Indígena en 1922.
La constitución de 1920 dice explícitamente que: “El estado protegerá a la raza indígena y
dictará leyes especiales para su desarrollo y cultura en armonía con sus necesidades. La
nación reconoce la existencia legal de las comunidades de indígenas y la ley declara los
derechos que les correspondan” (Art. 58)
Estos principios han durado hasta el neoliberalismo de Fujimori, pero hasta ahora se
reivindican las “tres íes” en algunas propuestas surgidas en la discusión en el Congreso de una
nueva Ley de Comunidades Campesinas. Pero en la continuidad de más de medio siglo de esta
protección de tierras comunales, debemos consignar un cambio importante, un parte aguas
finaliza un periodo y comienza otro, nos referimos a la reforma agraria impulsada por el
gobierno militar de Juan Velasco en la década de 1970.
El impacto de la reforma agraria tiene mucho que ver con la construcción de referentes
simbólicos, como pudo ser en esa época retirar el retrato de Pizarro y colocar el de un
imaginado Túpac Amaru en el Palacio de Gobierno.
Entre 1985 y 1990 se genera un esfuerzo del gobierno Aprista, de acercar el Estado a las
comunidades, para lo cual se organizan los Rimanakuy, encuentros multitudinarios donde
todos los presentes hablaban, para presentar su pliego de reclamos generalizado.
Los Rimanakuy se realizaron regularmente, y los textos publicados pueden ser consultados; así
constatamos que muchas de las propuestas reunidas en ellos siguen siendo validas.
En Puno el gobierno aprista hizo algo muy importante al reestructurar lo que había hecho la
reforma agraria, ya que se habían preservado las grandes haciendas ganaderas del altiplano
convirtiéndolas en empresas manejadas por el Estado, lo que generó una casta de
administradores enfrentados a las comunidades, que empezaron a protestar.
La intención era la misma: Que las tierras de las comunidades sean libres, que ingresen al
mercado y que éste regule la circulación de la propiedad, haciéndola más productiva y
logrando así por ende una mayor integración a la economía nacional de espacios campesinos,
tradicionales y atrasados.
En lo que respecta a la Interculturalidad, parecer mas bien que es una palabra que está siendo
excesivamente manoseada y que se ha convertido en un concepto polisémico, y además como
si fuera la solución de todo: en realidad se trata de la interrelación entre grupos culturales
distintos.
Así, luego de 70 años, el estado deja de proteger las tierras de las comunidades en esta
intención de generar un mercado de tierras, buscando promover la inversión privada como
fundamento esencial para el desarrollo de las actividades económicas. En la década del 90, el
gobierno de Fujimori fue aún más lejos pues se retiró en muchos aspectos de intervenir en el
mercado, para ejercer su rol regulador y trata de hacer realidad algo que muchos quisieran
pero que no existe en ninguna parte del mundo: una especie de capitalismo sin Estado.
Si nos remitimos a la propuesta de políticas publicas, debemos reconocer que no existe una
política dirigida a beneficiar a la población indígena. Sin embargo, es fundamental que la
política para la población indígena deba ser una, porque eso estaría evitando que cada sector
haga una política particular. ¿Qué implica tener una política pública?
En primer lugar, es necesaria una voluntad política expresa, que debe conseguirse enfrentando
las debilidades existentes.
Pero si nos proponemos esbozar los temas básicos, si queremos apoyar a las organizaciones y
sustentar un programa que pugne por convertirse en política publica, resumiremos en cinco
los temas que parecen fundamentales: