Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
conversando, mientras esperan con desdén e impaciencia la llegada del profesor. Pero,
¡dulce milagro!, al parecer algo lo ha retrasado más que de costumbre, quizá se cansó de
esta clase, de sus mediocres alumnos, y tal vez tomo sus cosas del escritorio y decidió lo
mejor: irse huyendo de este alboroto a buscar refugio a casa, tomando en cuenta que
entendemos por “casa” cualquiera de los lugares que nos salvan de este oleaje de estupidez.
¡Benditos sean! hogares de excesos y ensueños; bares o burdeles para aquellos que no
funcionan sin el lenguaje directo.
Sé que será difícil, pero tratemos de visualizar las siguientes escenas que siguen en mi
historia. Por cierto, verídica.
Con la ráfaga de aire, se abrió de par en par la puerta. Luego, sin que nadie tuviera tiempo
para dar un suspiro, entro una pareja, ella guiándolo a él, tomándolo de la mano como a un
niño. Quizá andaban perdidos, al menos esa era la impresión que daban, o tal vez andaban
fumados, por increíble que les parezca a los imbéciles defensores de las pseudoleyes que
prohíben terminantemente el consumo de tabaco, pero no se alarmen, lo que pasa es que
probablemente nuestros curiosos personajes extraviados habían consumido en mejor
material, quizá un poco de “Mary Jane” o algún “perico” de buena calidad.
Un frio terrible comenzó a sentirse en el aula, me tome el costo de lanzar una fugaz mirada
a mis compañeritos, todos tomados de las manos, algunos rezando, otros llorando, pero
ninguno de ellos se atrevía a salir corriendo. Aun no logro entender el por qué de su terror a
nuestros visitantes, eran tan dulces y a la vez tan lastimosos. Pero no puedo negar que su
pánico me causaba gracia y hasta cierto placer, al menos así se mantenían callados; lo que
no logro entender era por qué todos se mantenían en la esquina opuesta de donde yo estaba
sentado, por que me miraban con el mismo terror con el que veían a nuestros nuevos
amigos. Estúpidos, no sabían valorar la exquisita escena que se desarrollaba en sus jetas, no
entendían el mensaje que nos era enviado a través de la pareja que se preguntaba qué estaba
pasando.
Como marcando el cierre de la escena, una nueva ráfaga de viento se hizo sentir, aún más
fuerte que la primera. La puerta se cerró de súbito, al mismo tiempo que las persianas de las
ventanas, que para asombro de todos, aparecieron con todas y cada una de sus celosías,
después de imaginar lo contrario debido que en el instante de la ráfaga, todos escuchamos
el estruendo de los vidrios quebrándose y cayendo en el abismo, un parpadeo basto para
que la ilusión colocara el conjunto de celosías en su puesto. Se podrá imaginar el pánico
que esto provoco en mis condiscípulos, algunas desmayadas, otros con el llanto en su más
patética expresión. Por mi parte, la excitación llegaba a su cúspide.
Lo miro con lastima, soltó su mano, y comenzó a caminar en dirección a la puerta. El cayó
hincado en el suelo, agonizando en llanto, como quien ha perdido la última apuesta, la
última oportunidad para salir del laberinto. Casi me desmayo cuando observe cómo ella
atravesaba la puerta de metal, y entendí el por qué del terrible llanto de su ex compañero, al
verla desvanecerse tal como lo haría un fantasma. El hechizo había terminado,
desaprovechaste tu oportunidad y no había más esperanza para ti, querido amigo.
De pronto, escuche en nuevo golpe, y un terrible dolor invadió mi cabeza. Tuve que cerrar
los ojos un instante y sobar un poco mis sienes. Al levantar la mirada, ¡espanto total! Era el
profesor golpeando la puta pizarra, explicando por décima vez la extensión de los malditos
párrafos. Terriblemente desconsolado busque con la mirada la dulce escena que hace un
momento observaba, pero todo indicaba la patética monotonía de la vida, mis compañeritos
seguían sentaditos copiando en sus cuadernos las instrucciones del profesor; pero ¿en dónde
estaban ellos? ¡Mi dulce pareja! Luego de pensar unos segundos, di con la clave que me
devolvería mi ensueño, mi ansiada realidad. Cerré mis ojos un instante, ¿en dónde
habíamos quedado? ¡Ah, sí! Ella atravesaba la puerta mientras dejaba atrás a su patético
acompañante. Todo había vuelto a la normalidad que yo deseaba. Sentí odio por el imbécil
que lloriqueaba tirado en el suelo. Como guiado por un hechizo, me puse de pie, me
coloque frente al patético sujeto que un segundo antes había significado un ídolo de mis
fantasías, y lancé un gargajo a esa asquerosa imagen que tanto detestaba. Di media vuelta y
atravesé la puerta de la misma manera que un instante antes lo había hecho ella. Ojala no
noten pronto que desaparecí, imbéciles, ojala se pudran en su maldito calabozo.
Gerardo Vallejo.