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Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos habían alargado la mano para
tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días
más grises que el día anterior
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Este recuerdo a la larga nos sirve para calcular que el mundo civilizado se ha
extinguido hace unos 10 años – ya que el niño ha nacido un poco antes de esto – han
muerto la mayoría de las personas, llueve sin parar – una temporal más gris que nunca- y se
han extinguido cualquier clase de animal o vegetal que conociésemos. El hermetismo del
narrador poco y nada nos entrega acerca de la razón que ha acabado con el mundo, aunque
se dan algunas luces, que podría haber sido por un holocausto nuclear. Para lo que
esperaban una novela llena de zombies y extraterrestres- como cualquier holocausto visto
por Hollywood – olvídelo, en La Carretera sólo veremos humanos comunes y corrientes –
como tú y yo – que practican el canibalismo para no morir de hambre en un mundo que,
honestamente, ya no vale la pena sobrevivir por él.
Las cartas ya están sobre la mesa: recibimos el mínimo de información de parte del
narrador, sólo tenemos la punta del iceberg y dependerá de nosotros -como lectores-
construir, interpretar y especular lo que esconde McCarthy.
Se sentó en la carretera a mediodía con la mejor luz que iban a tener y cortó las suturas con las tijeras
y devolvió las tijeras al botiquín y sacó las pinzas. Procedió a arrancar de su piel los pequeños hilos
negros, presionando con el pulpejo el dedo gordo. El chico lo observaba sentado en la carretera. El
hombre sujetó los extremos de los hilos y con las pinzas lo fue sacando de uno en uno. Puntitos de
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sangre. Cuando hubo terminando guardo las pinzas y tapó la herida con gasa y luego se levantó y se
subió el pantalón y le pasó el botiquín al chico para que lo guardara.