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Psicología de la familia

L.F Trullols.
26/09/2010
Tammy Gómez Gaitán

Familia, Cultura y Libertad

La familia
En la actualidad, por desgracia, la familia parece entendida por algunos como una pieza
más del engranaje de nuestra, cada día más, caótica sociedad. Parece que se ha perdido
el “lazo”, la unión pura. Parece que la familia existe bajo su utilidad para con las
necesidades socioeconómicas, hecho antinatural que deja a la persona arraigada a un ser
“no pleno”, condenado a caminar por la vida sin el conocimiento real de la naturaleza de
lo que la familia significa, y de lo que ello implica para sí mismo.

La familia resulta ser la base, el apoyo, el alimento y la consecución. Tan importante es


la familia, que ésta da vida a la persona, la moldea, la define y la determina para el resto
de su vida. La familia te permite ser quién eres, te permite llorar sin pudores, reír a
carcajadas, te guía y te endurece cuando debe. Hablamos aquí de una familia normal,
entendiendo el adjetivo de normalidad como aquello que es bueno, positivo y
productivo para el ser bajo el comando del amor.
Por desgracia, miremos donde miremos encontramos familias rotas, agrietadas por egos
superiores al amor, arrogancias, rencores, erróneas prioridades, y un largo etc.
Hablamos de familias desestructuradas que marcan a fuego en los corazones de aquellos
que forman parte de ella. Marcas en ocasiones imposibles de borrar.

En el texto de “Familia, cultura y libertad”, personalmente destaco cuatro características


principales que expongo a continuación.
En primer lugar, cuando uno piensa en sí mismo como ser independiente, ¿cómo
responde a la clásica, simple pero paradójicamente complicada pregunta de quién soy
yo? ¿QUIÉN SOY YO? ¿Quién en su sano juicio no se ha preguntado alguna vez quién
es? Es realmente inquietante hacerse esta pregunta e inmediatamente comenzar un viaje
interno hasta lo más hondo de uno mismo, y bajar y bajar en espiral encontrando
posibles respuestas, muchas de las cuales no entendemos del todo o no queremos
entender… pero, ¿quién soy yo?
Si algo se puede sacar en claro es que en primer lugar, somos nuestra familia. Guste o
no, así es en cada caso porque Ella es la que nos aporta nuestra identidad irrepetible.
Somos quienes somos a partir de la relación más profunda y básica con nuestros padres,
hermanos, abuelos, hijos, etc. Todas ellas identidades familiares fundamentales que nos
proporcionan nuestra identidad de filiación y que construyen la red de nuestra identidad
personal, aquella que nos caracteriza por la singularidad co-biográfica.

En segundo lugar, destacaría que el ser humano es ser humano en sí mismo por los
demás. Todos necesitamos del otro, por lo tanto, la familia, nido de nuestras identidades
biológicas, implica la natural interacción que nos aboca a compartir. Eso es. La familia
nos enseña a ser en correlación con los demás, nos moldea de la misma forma que
nosotros moldeamos. Es en familia y sólo en familia donde se aprende la
corresponsabilidad de nuestro vivir, porque siempre que uno es, lo es con alguien.

En tercer lugar, la familia nos humaniza, nos pone en contacto con el mundo y nos
permite crecer sanos, seguros y amados. O de lo contrario nos entorpece el camino, nos
carga de inseguridades y de eternas búsquedas de amor utilitario que no hacen más que
ensanchar el vacío y la soledad.

Por último, cito la que para mi es la característica más significativa, la


incondicionalidad.
La familia es incondicional. Es en familia donde nos despojamos de todo aquello que
nos sobra, donde podemos deshacernos de los ropajes pesados, de las máscaras cómico-
trágicas sociales, de los papeles a interpretar para “sobrevivir” en sociedad…
En familia podemos mostrarnos, podemos ser nosotros, podemos abrir los ventanales de
nuestra alma y gritar sin miedo lo que verdaderamente somos. Pero ni es fácil, ni
tampoco estamos acostumbrados a hacerlo, parece que en ocasiones ni tan siquiera
somos capaces de mostrar quiénes somos a nosotros mismos, es tanta la carga social, las
identidades secundarias, que olvidamos nuestro verdadero valor. Valor por el simple
hecho de ser quiénes somos, sin trampas ni caricaturas, sin posesiones ni posiciones…

Hablo de la incondicionalidad que nos regala la familia al amarnos por nosotros mismos
en la irrepetibilidad desnuda del propio ser que somos cada uno de nosotros. Es a partir
de su incondicionalidad que nos encontramos a nosotros mismos, que aprendemos (o
no) a dialogar con nuestro ser, y a percibirnos en relación con los demás de forma que
entendamos que realmente hemos sido creados para amar incondicionalmente.

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