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Juegos sexuales

Tienen entre 10 y 17 años y un dedo marcado en la frente de


tanto ser apuntados. Se han ganado sobrenombres como “el
violador”, “el cochino” o “el abusador”. Son adolescentes que
han abusado sexualmente de hermanos, primos y compañeros
de colegio en respuesta a una historia de maltratos, vulneración
o sobreprotección.

Exequiel era el niño desordenado. Sus padres se habían separado y él


vivía con su papá y su madrastra. Dejar a su mamá y vivir con otra
señora no le fue fácil. Pero más complicado se volvió cuando su
madrastra comenzó a golpearlo para corregir su conducta, frente a los
pasivos ojos de su padre. Sólo con 13 años, Exequiel, cansado de sentir
la violencia en su cuerpo, devolvió el pago con la misma moneda. Un día
violó a su media hermana, hija de su papá y la madrastra que lo
maltrataba.

Ésta es una de las tantas historias que ha tenido que escuchar Paula
Lobos, sicóloga de la ONG Paicabí, una de las dos organizaciones que
trabaja formalmente con niños agresores sexuales en Chile.

Según las estadísticas, la mayoría de los adolescentes involucrados en


situaciones de abuso son víctimas. Sin embargo, se asoma tímida otra
cifra: el 30% de los agresores sexuales son adolescentes. De ellos, los
que no tienen una carrera delictual agreden a conocidos: sobrinos,
compañeros de colegio, primos y hasta a sus propios hermanos.

Hay muchas causas para que un niño llegue a agredir a otro. Un


adolescente está en una historia, en un contexto, en el que influyen
muchas variables. A veces los niños están con adultos que los aman
mucho, pero que no los protegen como debieran. A veces están
sobreprotegidos, o no tienen límites claros, o han sufrido maltrato grave
físico o sicológico, o hay antecedentes de abuso en su familia, explica
Lobos.

Chile está en pañales en este tema, por lo que no existe ningún catastro
a nivel nacional. Sólo hay indicios del fenómeno: entre 2002 y 2007 el
Servicio Nacional de Menores (SENAME) recibió a 250 adolescentes con
conducta de agresores sexuales. No nos gusta decir que son violadores
porque eso los estigmatiza. La mayoría de ellos puede salir adelante y
así se los hacemos saber, dice Angélica Marín, jefa del departamento de
protección de derechos del SENAME.

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VIOLENCIA INVISIBLE

Los abusos sexuales cometidos por menores no son sólo un problema en


Chile. Sin embargo, el tema es aún emergente en el país en relación con
otras naciones como España donde el año 2000, Save The Children
España convocó a expertos de diferentes países a fin de compartir
experiencias. El principal acuerdo estuvo en constatar la importancia de
brindar tratamiento temprano a los adolescentes agresores, ya que la
mayoría de los abusadores sexuales adultos reconocen haber agredido
por primera vez entre los 10 y los 15 años.

Esta situación es más grave de lo que todos suponemos que es, asegura
Iván Zamora, director de Paicabí. La ONG calcula que sólo en la Región
de Valparaíso se detectan anualmente 670 casos de adolescentes
agresores, pero actualmente ellos sólo tienen capacidad para atender a
cuarenta. Además, en todo Chile sólo hay dos programas que atienden a
estos adolescentes: Trafün, en Valparaíso, y el programa MENINF de la
Policía de Investigaciones, en la Región Metropolitana. En el resto del
país nada. La cobertura es totalmente insuficiente para la necesidad que
existe. En Chile tenemos una gran cantidad de niños que están siendo
maltratados y no son atendidos por el sistema. Necesitamos un país que
enfrente esa realidad, lo que significa políticas públicas de largo plazo e
inversión. ¿Qué queremos? ¿Más gasto militar o invertir en la infancia?,
inquiere Zamora, cuestionando los cerca de 41 mil millones de dólares
anuales que Chile destina a armamento.

Actualmente, el SENAME invierte en sus programas de rehabilitación de


jóvenes agresores 115 millones de pesos anuales, pero necesita 680
millones para que cada ciudad del país cuente con un centro que
permita la rehabilitación de estos menores. De hecho, será la cifra que
pedirá en su presupuesto del próximo año.

El tratamiento es a través de proyectos interdisciplinarios que buscan


ayudar a los propios niños y a la familia, que también es intervenida.

Los jóvenes que llegan a estos centros tienen entre 10 y 17 años (justo
antes de cumplir los 18) y el objetivo principal es demostrarles que sus
conductas sexuales agresivas no son correctas, pero no persiguiendo
venganza, sino una acción reparatoria. El reconocimiento es
fundamental. Ellos se sienten culpables cuando reconocen de verdad y
no por cumplir, y quieren pedir disculpas, asegura Nelly Navarro,
trabajadora social de Paicabí.

El centro Trafün es una de las sedes del organismo que centraliza su


trabajo en Valparaíso. Actualmente entregan tratamiento a cuarenta
niños y en sus cuatro años de vida han pasado 120 por sus salas. La

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mayoría son hombres sólo una era mujer, por lo que en los tratamientos
se trabajan los temas de género y de abuso de poder con los niños y sus
familias. Después de terapias que duran un año y medio, la ONG hace
seguimiento durante seis meses. Nosotros no podemos afirmar que
después de ese tiempo no van a reincidir. En nuestro caso dos niños han
reincidido, pero los textos dicen que hay alrededor de un 12% que
puedan hacerlo. Los jóvenes tienen más posibilidades de cambio que los
adultos, explica Nelly.

Angélica Marín enseña datos similares. Los estudios nos muestran que
es necesario dar ayuda a los niños, porque sólo el 10% de los agresores
menores de edad son reincidentes. Lograr la rehabilitación cuando ya
son adultos es muy difícil.

La agresión de menores es un círculo negro, porque el 50% de las


víctimas a la vez son menores de cinco años según las cifras que
muestra el SENAME, una realidad que implica hacer intervención de
impacto en forma urgente.

SECRETOS DE FAMILIA

No sólo la falta de protección o el maltrato puede generar conductas de


agresión sexual en los adolescentes. Aunque parezca increíble, la
sobreprotección también. Un niño cuya mamá le concede todo, no pone
límites y lo deja centrado en sí mismo puede ser semilla para
comportamientos agresivos. Lo otro es cuando la madre convierte al
niño en su pareja y no proporciona las herramientas para que él
desarrolle su individualidad. Ella lo controla mucho, no lo deja salir, lo
baña hasta los 16 años, lo infantiliza, no lo deja pololear, etcétera,
explica Nelly.

El rol de los padres es fundamental, por eso parte de la terapia no sólo


se preocupa de que el niño reconozca y se responsabilice, sino también
en fortalecer las habilidades parentales, educarlos para que se hagan
cargo de sus hijos.

Otra causa, que permanece más oculta que las demás, es cuando hay
antecedentes de abuso transgeneracional. Por ejemplo, una mamá que
fue violada y que nunca ha querido contar. Aunque ella nunca haya
hablado del tema, el niño misteriosamente puede abusar de otro niño
sin que a él le haya pasado algo. Ahí el niño pone el tema en carpeta y
hace que la familia lo trabaje. Los secretos familiares producen
desastres, explica Paula.

La sobre erotización de la sociedad y la falta de educación sexual


también distorsiona el aparato síquico de los niños. Tú ahora abres

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Google y tienes todo el material pornográfico que quieras. La educación
sexual es absolutamente importante, pero en los colegios no hay
programas adecuados y como es algo de lo que no se habla, la conocen
a través de sus pares o de animaciones japonesas. ¿Cómo entiende un
niño una culebra en la vagina de una mujer?, se cuestiona Paula.

Por eso, en Paicabí apuntan a la responsabilidad contextual o social: que


la sociedad se haga cargo por la falta de educación sexual, por la
violencia y la estigmatización que recae sobre estos chicos. Es una
cobardía hacer creer que toda la responsabilidad la tiene él. Los adultos
no hemos sido capaces de responsabilizarnos. No quiere decir que los
niños no tengan discernimiento, pero hay que hacerse la pregunta: ¿qué
te pasó en tu historia para que llegaras a hacer lo que haces si sólo tiene
16 años?, se pregunta Paula.

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