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A los efectos de comentar estas tendencias conviene hacer, inicialmente, breve referencia
al debate actual respecto a la evaluación externa e interna, que se da en todo el campo de
la evaluación educativa e influye en la del aprendizaje, porque tiene que ver con aspectos
esenciales de la actividad de evaluación.
No obstante, en los últimos decenios, en particular a partir de los años 60, la búsqueda de
financiamiento para la educación y la competencia entre instituciones educativas, han
servido de fuerza impulsora para el desarrollo de la evaluación externa en todos los niveles
incluido el universitario. A tales efectos se constituyeron asociaciones u organizaciones
dedicadas profesionalmente a la actividad de evaluación educativa, y se incrementó el uso
de expertos -profesores y especialistas de diferentes instituciones- como evaluadores
externos. Se denomina evaluación externa aquella que se realiza por personas que no están
directamente ligadas con el objeto de evaluación, de modo que sus criterios no se vean
"comprometidos" o contaminados por su implicación en lo que se evalúa.
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Las corrientes del pensamiento sociológico de la educación resaltan razones de otro signo.
La realización de evaluaciones externas, -exámenes, inspecciones o supervisiones- es una
forma de control sobre el curriculum y sus ejecutores; también un modo de control del
proceso de formación de los individuos y del trabajo de las instituciones, más para la
selección que para la mejora, como exigencia derivada de la competición propia de las
sociedades meritocráticas capitalistas.
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Los diagnósticos del aprendizaje de los estudiantes que se efectúan en el contexto de estas
evaluaciones manifiesta una tendencia, en su contenido y forma, que va de la constatación
de conocimientos a la valoración de la solución de problemas, a la simulación de
situaciones. No obstante, esta tendencia aun es débil y limitada a ciertas materias, como
por ejemplo los esfuerzos que se vienen realizando en la valoración del dominio de un
idioma extranjero.
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Cabe, además, una distinción entre los estudiantes de pre y de postgrado. En estos últimos
se acrecienta la necesidad de la autoevaluación, dada su formación, responsabilidad,
desarrollo personal en general. Las características de los participantes en las distintas
modalidades de la educación de postgrado, determina que la autoevaluación sea un rasgo
inherente del cuarto nivel de enseñanza, más que un medio o una condición de la
formación, pues se supone ya alcanzada.
Respecto a las relaciones estudiantes profesor, no se trata de sustituir el poder del profesor
por el del estudiante. Se trata de que ni profesor ni estudiantes puedan imponer
arbitrariedad alguna en la evaluación. Ambos deben y pueden razonar y justificar las
decisiones evaluativas. Al respecto Fdez. Pérez (1994, p. 790) plantea la "autoevaluación
dialogada" que propone se introduzca paulatinamente en la práctica de la enseñanza.
Dentro de los efectos previstos está que el alumno aprenda la lógica y la ética de la
evaluación, dado que se ve requerido a fundamentar los juicios que formula sobre su
propio trabajo y el de sus compañeros.
Quizás vale subrayar el hecho que se trata de que el estudiante participe realmente en cada
fase y aspecto de la evaluación, incluyendo la calificación, de él y de otros compañeros del
grupo. Con la proliferación de los métodos participativos, se ha hecho práctica frecuente,
al iniciar un curso, la negociación o "encuadre" de su desarrollo, donde se supone todos
los participantes analicen, ajusten y finalmente se comprometan con los aprendizajes
previstos y las vías de su logro como una tarea común, colectiva. Sin embargo, con la
misma frecuencia, se excluye la posibilidad de que intervengan (individual y en grupo) en
las decisiones sobre la valoración de resultados y la emisión de una calificación, en razón
de que la autoridad legal y por competencia cognitiva, corresponde al profesor y que el
alumno sería necesariamente parcial, por su interés personal y la implicación de la nota.
Tanto el análisis teórico como los datos empíricos proveniente de la investigación y del
ejercicio docente, conduce a reafirmar que se requiere de una participación en todo el
proceso evaluativo. Los estudiantes suelen ser exigentes y rigurosos al proponer y
argumentar una calificación, cuando se discuten y clarifican los criterios, cuando las
relaciones profesor-estudiante-grupo son abiertas, respetuosas, de colaboración y existe un
clima psicológico no tenso. En los últimos años se han desarrollado diversos modelos de
evaluación basados en la colaboración estudiante profesor, o la participación de los
estudiantes en su evaluación y la de sus compañeros de grupo (Falchinikov, 1986;
Rowntree, 1987; Entwistle, 1988; Ramsden, 1992: Stefani, 1998).
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para enseñar o coadyuvar a que el estudiante sepa autoevaluarse y evaluar a los demás,
primero el profesor debe saberlo y sentirlo.
La tercera dirección enunciada más arriba, tiene un importante vínculo con las decisiones
relativas a los participantes en la evaluación, y en particular con los receptores de sus
resultados. ¿Quién debe conocer qué datos?. Este es un asunto que tiene fuertes
connotaciones éticas, válidas para otras esferas de la evaluación, o sea para cualquier
objeto sujeto a evaluación que implique al ser humano, por lo que no es ajeno a la
evaluación del aprendizaje.
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Las decisiones sobre la información que se hace pública, tienen connotaciones éticas. En
este sentido se hace necesario reflexionar qué datos se hacen públicos y cuáles no, o se
limitan a determinados receptores. El carácter de la información y los efectos que pueda
tener su divulgación sobre el estudiante son bases para la toma de estas decisiones. No es
lo mismo publicar los resultados de una prueba de selección que las deficiencias o
dificultades de un alumno, o algunos rasgos de su personalidad.
Los propios resultados académicos y los comentarios valorativos del profesor sobre un
alumno, ante su grupo, pueden ir conformando una imagen estereotipada del mismo, con
una valencia positiva o negativa, que influye en los resultados de aprendizaje ulteriores del
propio estudiante, en sus relaciones con los demás y consigo mismo. Numerosos
investigadores dan cuenta de estos efectos (Véase P. Rico, 1987).
El lenguaje que se use para dar a conocer los resultados de la evaluación requiere
adaptarse a las características del auditorio y sus posibilidades de comprensión. Se supone
que los profesores y directivos manejan un lenguaje profesional a diferencia de otras
audiencias como puede ser la familia del alumno y otras personas que se encuentran fuera
del ámbito educativo, o, dentro de éste, pero con diversa preparación e integración en el
proceso de enseñanza aprendizaje.
Las preocupaciones de tipo ético que genera la evaluación son planteadas por distintos
autores, así, por ejemplo Law (1984 p. 141 citado por G. Sacristán, 1993), hace un listado
de interesantes e ilustrativas cuestiones referidas: al valor de etiquetado de las personas;
las consecuencias de manejar datos que se presumen objetivos, cuando en realidad ocultan
tantas opciones y presupuestos no objetivos en la forma de su obtención; el derecho al veto
de los alumnos al uso de la información sobre sus calificaciones, más cuando se refieren a
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Los vínculos entre los tipos de comunicación educativa, en especial el estilo comunicativo
del profesor, y las funciones de la evaluación, han sido establecidos en trabajos
investigativos (Ver Salcedo, 1999). Dicho autor comprobó que un estilo propiamente
comunicativo y un estilo funcional favorecen el cumplimiento de las funciones de
comprobación, retroalimentación y educativo motivadora de la evaluación. Asimismo, al
estimular, durante la evaluación, formas de interacción, autoevaluación y reducir la
asimetría en el diálogo educativo se fomentó en los estudiantes el desarrollo de cualidades
como la responsabilidad, la honestidad, el colectivismo.
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No obstante, a los fines del presente acápite como continuación de los análisis anteriores,
se acota el tema a las vías o procedimientos e instrumentos que se usan para la obtención y
procesamiento de la información. Además, el abordaje se hace desde una perspectiva
general; es decir, se trata de delinear las tendencias y aspectos globales, sin entrar a
caracterizar, ni necesariamente nombrar, todas y cada una de las posibles técnicas, pues
sería muy extenso, dispendioso y distráctil respecto a la intención de ofrecer una
panorámica de las ideas actuales sobre la evaluación que se reitera como un propósito de
este trabajo. Se trata de significar, a la vez, la importancia de las decisiones que se adopten
sobre los métodos y medios de evaluación para la práctica evaluativa, la coherencia debida
con las concepciones que se asuman sobre la propia evaluación, sus funciones y objeto.
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Por otra parte, la influencia de la evaluación sobre qué y cómo se aprende y enseña ha sido
establecida suficientemente en las investigaciones educativas (Vizcarro y León, 1997; K.
Thomson y N Falchicov, 1998; L. Stefani, 1998). No solo lo que se evalúa, sino además,
la forma en que se hace, cumple una función orientadora del proceso de enseñanza
aprendizaje, tanto para profesores como para estudiantes, e influye significativamente en
las estrategias de aprendizaje de estos últimos.
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De modo tal, en el aprendizaje se pueden identificar tres grupos de variables. Las que
corresponden a las características de la actividad “objetiva”, externa (que porta el objeto
que se debe aprender); las peculiaridades de las formaciones psicológicas del sujeto que
resultan del aprendizaje (su actividad interna no directamente accesible al estudio) y, por
último, las características de su comportamiento, la “actividad externa” del sujeto, de lo
que exterioriza. La relación que se da entre estos grupos de variables es de unidad, no de
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identidad, no hay correspondencia unívoca entre ellas. De ahí emana uno de los aspectos
más complejos y difíciles de la evaluación.
Estos axiomas son válidos para la evaluación del aprendizaje y su consideración permite
comprender la necesidad de la búsqueda de aquellos indicadores y modos de obtención de
la información que puedan resultar más pertinentes con aquello que se evalúa, así como la
prevención contra formas esquemáticas y rígidas de proceder e interpretar los resultados
evaluativos.
Ante tales críticas se hacen diferentes propuestas alternativas. Aunque dichas propuestas
aparecen como líneas de trabajo algo paralelas, es de esperar en un futuro próximo, su
integración o complementación, en un sistema conceptual coherente. En el presente
acápite se hará referencia a algunas de estas propuestas puntuales como expresión o
manifestación de tendencias más generales de desarrollo.
Las principales tendencias e ideas que se manifiestan actualmente acerca de cómo realizar
la evaluación, ponen énfasis en aspectos tales:
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Procede comentar algunos de estos aspectos sin pretensión de ser exhaustivo, solo ofrecer
algunos ejemplos y reflexiones.
En el mismo orden de los fines, si lo que interesa es establecer la posición relativa del
alumno en un grupo o población de referencia en cuanto al conocimiento de ciertos
contenidos a los efectos de su clasificación o selección, probablemente bastará con una
prueba estandarizada de papel y lápiz, que se aplique en condiciones similares para todos y
que se califique con referencia a la norma; es decir, en comparación con el rendimiento
promedio de esa población o grupo. Obviamente, la información que se obtiene es esa,
solo esa: qué conocimientos muestra en ese acto el estudiante sobre el contenido
cuestionado y qué nivel ocupa en relación con los resultados de la población de referencia;
y no más.
Pero si interesa precisar en qué medida cumple o va cumpliendo los objetivos previstos, o
cuáles son las potencialidades de cada estudiante y en qué dirección particular debe
moverse para el logro de los objetivos comunes, se requieren otras técnicas (incluso
combinación de varias) y sistemas de referencia.
Sobre el objeto que se evalúa. La elección de las técnicas depende, a su vez, de qué se
quiere evaluar. Su precisión se encuentra en los objetivos y contenidos de la enseñanza,
por lo que constituyen un punto de partida y de referencia necesarias para la evaluación.
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La proyección metodológica de tales distinciones puede verse, tomando como base, una de
las clasificaciones usuales, que delimita contenidos conceptuales, de procedimientos y de
actitudes (Santillana, 1996), aplicables a distintas materias científicas y por tanto a
diversas asignaturas o disciplinas docentes.
Cabe comentar aquí, que si bien la división entre datos o hechos y conceptos sirve para
denotar el distinto papel que tiene el aprendizaje de diferentes elementos del
conocimiento, que hacen parte del contenido de las asignaturas, y por tanto su tratamiento
diferenciado en la evaluación; la separación de memoria y comprensión que deja en
evidencia es cuestionable. A la luz de los aportes actuales de la Psicología cognitiva, es
difícil encontrar una adquisición de conocimientos sin comprensión e interpretación, como
un acto de la llamada "memoria mecánica", pues cabría preguntarse si es aprendizaje.
Como dice Resnich (1989) "el aprendizaje ocurre no por recordar la información, sino por
interpretarla" (p. 2).
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En efecto, las técnicas de evaluación se deben orientar a lo que se quiere saber, al objeto
de evaluación (y no a lo que es más fácil saber). En el caso de los conocimientos de
procedimientos, es preciso la observación de lo que hace y cómo lo hace el alumno, así
como el análisis de sus producciones. Sería insuficiente evaluar por lo que dice el alumno,
a través de una respuesta verbal, oral o escrita a las preguntas del profesor.
Con independencia del análisis crítico que admiten tales clasificaciones, al escindir a priori
el objeto de evaluación en partes (conocimiento, procedimiento, actitudes), y por tanto al
estudiante como sujeto del aprendizaje y evaluación, valgan estas referencias para
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Esto tiene una importante implicación metodológica, pues resulta necesario no “perder de
vista” al estudiante concreto, singular, cuyos conocimientos, habilidades, actitudes etc. se
valoran; es decir, repercute sobre el procesamiento de la información que se obtiene por
diversas vías y la utilización de sistemas de referencias para la evaluación. Además,
conduce a la búsqueda de instrumentos y procedimientos que eviten la fragmentación en
esferas o ámbitos a explorar y en aspectos demasiados puntuales, como es común
encontrar en exámenes compuestos de numerosos ítems o preguntas específicas, de
detalles.
Sobre las fases o momentos del proceso de enseñanza aprendizaje, sus formas y
métodos. De modo coherente con los postulados teóricos sobre el aprendizaje y el papel
de la enseñanza en el desarrollo de los estudiantes, se requiere el desarrollo y utilización
del método genético, que permita la valoración del proceso de formación, así como el uso
de instrumentos y procedimientos de evaluación que respondan a las regularidades y
momentos de dicho proceso.
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Ello requiere del análisis de las estructuras objetivas de la actividad socialmente relevante
y de la revelación de la estructura de la actividad psíquica y de sus mecanismos de
regulación. Y plantea: “El diagnóstico orientado en la actividad es en primer lugar un
diagnóstico del proceso y requiere métodos de medición, que no midan solo los efectos de
cambio, sino que diagnostiquen el proceso de cambio mismo” (pag. 186).
Por su parte, autores como D. B. Elkonin, L. A. Venguer y otros (citados por Talízina,
1986), quienes trabajan el diagnóstico con un enfoque genético, han hecho aportes en sus
respectivos campos sobre metódicas y criterios para el diagnóstico que tienen gran
aplicación práctica.
Las etapas de ejecución de las acciones o tareas de aprendizaje por parte de los
estudiantes, en los diferentes planos anteriormente referidos (ver acápite sobre objeto de la
evaluación), requiere hacer uso de la observación del trabajo de los estudiantes, la
exposición y argumentación oral o escrita de lo que hace, la realización de las acciones
con el contenido pertinente; durante clases prácticas, seminarios, laboratorios, práctica de
producción, realización y defensa de trabajos de curso. Como es sabido, dicha evaluación
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El marco teórico que se conforma desde la referida Teoría permite instrumentar los
aspectos anteriormente señalados, mediante variadas vías, procedimientos, medios,
provenientes de resultados investigativos que se producen desde otros enfoques, como el
de la psicología cognitiva contemporánea.
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previas que tiene el estudiante sobre el contenido que va a aprender, esta evaluación se
debe extender además, como se dijo al abordar el objeto de evaluación, a otros aspectos
relevantes: su interés y disposición para el aprendizaje, la importancia que le confiere a
dicho contenido, las estrategias de que dispone para acometer el aprendizaje. A tales
efectos existen diversas técnicas consistentes en cuestionarios, escalas de actitudes,
entrevistas individuales y grupales, sistema de perfiles múltiples sobre dimensiones
relevantes del conocimiento previo y la propia observación del comportamiento de los
estudiantes en los estadios iniciales de la enseñanza del tema, la asignatura o el nivel de
que se trate.
Dicha exploración va, por lo general, más allá de la realización de una prueba el primer
día de clase o antes de iniciar un curso, e incluso no necesariamente requiere que sea una
prueba en el significado tradicional del término en el lenguaje escolar; las propias tareas
docentes que se realizan en las etapas iniciales de un curso, por ejemplo, aportan
información pertinente al efecto, porque actúan, en su conjunto, como un breve programa
diagnóstico. Una prueba o una tarea, puede ser uno de los elementos que conforme el
diagnóstico, como una información quizás necesaria, pero no suficiente.
El diseño de las tareas evaluativas, por tanto, debe contemplar ayudas dosificadas y
diversas, como procedimiento para explorar las direcciones del desarrollo potencial del
estudiante. Dichas “ayudas” son halones del desarrollo, esto es, creación de nuevas
posibilidades de ejecución. No se trata de dar más información o de ofrecer esa
información en distintos tipos de lenguaje que la hagan más accesibles al estudiante, para
constatar hasta donde llega su comprensión y ejecución en una determinada área del saber
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sino para provocar el propio avance, para modificar y constatar tal modificación, como
indicador del desarrollo que emerge de y en la colaboración conjunta, en la relación con el
otro. Esta información es la vital para la evaluación, porque entra en línea con la esencia
del proceso de aprendizaje en la enseñanza.
Por otra parte, el contenido y la forma de la evaluación no tiene que ser igual para todos
los estudiantes y grupos, aunque esté regida por fines comunes, plasmados en los objetivos
y contenidos de la enseñanza. Difiere por la especificidad individual y por la multiplicidad
de direcciones del desarrollo posibles en el contexto sociohistórico dado, y dentro de los
límites que permiten los objetivos y las condiciones reales de la enseñanza. En cualquier
circunstancia, los resultados de la evaluación sustentan tanto la atención individual, como
las decisiones del profesor y de los estudiantes, respecto a las estrategias de enseñanza a
aplicar para todo el grupo.
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Uno de los aspectos más debatido en relación con esta modalidad, es precisamente el de
los aspectos a tener en cuenta y los criterios evaluativos, que se concretan en las llamadas
rúbricas, orientadas a establecer cierta homogeneidad ante tal diversidad (un estudiante
difiere de otro en las ejecuciones relativas a la misma área del saber). La emisión de
juicios evaluativos se sustenta en los criterios de jueces (profesores, podrían además actuar
como tales los estudiantes), preferiblemente más de uno para contrastar sus valoraciones.
En cualquier caso la argumentación de los criterios para la selección de las ejecuciones y
su valoración es esencial y debe sustentarse teóricamente.
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En este sentido resultan muy interesantes las propuestas de tratar las discrepancias entre
jueces como datos (Moos, 1994; citado por Vizcarro 1997); esto es, los desacuerdos e
incongruencias sobre la valoración del conjunto de una obra de un alumno, por ejemplo, se
tratan como incógnitas y cuestiones que deben ser interpretadas y resueltas mediante el
diálogo entre los jueces. El análisis de todos los datos, incluidas las discrepancias y su
solución por vía de la interpretación, debe conducir a dar sentido a la información global
sobre el alumno.
De ahí que en la actualidad se aprecie de modo muy favorable los procederes que permiten
contrastar y combinar información proveniente de diversas fuentes (alumnos, otros
estudiantes, profesores) y obtenida por distintos métodos (pruebas, observaciones,
entrevistas u otros), que se denominan procedimientos de triangulación o multiangulación.
Sobre las condiciones en que se realiza la evaluación del aprendizaje. En este aspecto
se incluye un conjunto diverso de factores de variada naturaleza, como son las condiciones
sociales, de interacción entre los profesores y estudiantes y de estos entre sí, el clima
psicológico, la preparación de los profesores para usar una u otra técnica lo que puede
favorecer o dificultar la evaluación, la disponibilidad de recursos, las condiciones espacio
temporales y otras.
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Por otra parte, las dimensiones espacio temporales de la evaluación del aprendizaje
constituyen aspectos relevantes por su significación como condiciones y como expresión
de las concepciones que fundamentan la misma. De ahí la necesidad de hacer, cuando
menos, una breve referencia a ellas.
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muchas veces sin siquiera una verdadera retroalimentación de los resultados y mucho
menos una regulación en correspondencia con dichos resultados.
Las posibles razones de esta disociación van desde las incuestionables dificultades para
instrumentar la evaluación del proceso, hasta la fuerza con que operan las exigencias
externas sobre las “internas” del propio proceso. Es decir, del ejercicio de la evaluación se
demanda más -socialmente- un resultado que justifique decisiones administrativas o de
control sobre el estudiante, por parte de la propia institución o del sistema educativo, que
las urgencias que puedan sentir los profesores y estudiantes por someter a crítica, reflexión
y regular el proceso de enseñanza aprendizaje durante su desarrollo. Pueden estar
presentes también, concepciones de los propios profesores, las condiciones de la
enseñanza que limiten su realización, las tradiciones en cuanto a los instrumentos y
técnicas a utilizar, entre otros.
En las decisiones sobre cuando evaluar, entra la consideración de las necesidades que
sientan los estudiantes y los profesores respecto a la evaluación. Existen investigaciones
que dan cuenta de la conveniencia de realizar evaluaciones del aprendizaje en
determinados momentos, a instancia del propio estudiante, aun cuando la información que
se dispone sobre el desempeño del mismo resulte suficiente para valorar y conducir el
proceso de aprendizaje (Kulic, 1973, citado por Talízina, 1983). Se trata, en estos casos,
de la necesidad del estudiante de precisar o de reafirmar su situación en el proceso o los
logros que alcanza, de recibir la valoración de otros y, también, de sentir el
reconocimiento social de sus compañeros y profesores.
Sin embargo, su presencia no tiene, hasta ahora, el peso que merece. La obtención de
información para la evaluación presenta cierto sesgo que privilegia las clases y las pruebas
y exámenes que se efectúan en el aula, más que al trabajo de los estudiantes en las
unidades docentes u otros centros laborales y de estudio donde realizan tareas propias de
la profesión y de la investigación.
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La multiplicidad de factores que intervienen en las decisiones sobre cómo llevar a efectos
la evaluación, con qué instrumentos y procedimientos, explica el carácter relativo de los
mismos y la insistencia de que no existen medios instrumentales que tengan un valor
universal; esto es, que se ajusten a todas las finalidades, aspectos y circunstancias. Sin
desconocer que hay vías más potentes o de más amplio espectro que otras, como se ha
tratado de argumentar en las líneas anteriores, y sin ignorar las urgencias de elaboración y
perfeccionamiento de dichos instrumentos y procedimientos.
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