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La leyenda del té.

De acuerdo con la leyenda china, el Emperador Chen-Nung (o acaso


seria Shen-Nung) llamado por muchos “el primer agricultor” descubrió
el té accidentalmente cuando estaba descansando a la sombra de un
árbol silvestre que crecía en el jardín del palacio justo fuera de sus
aposentos. El día era caluroso y las hojas del árbol se mecían con la
brisa de la mañana, el se encontraba apunto de beber el agua caliente
que uno de sus sirvientes le había llevado cuando unas hojas cayeron
en su cuenco. El emperador olió el agradable aroma que se desprendió
y bebió la infusión resultante para poco después se sentirse inundado
de una sensación de bienestar.

El Té había nacido.

Los indios (o por lo menos algunos de ellos) atribuyen el


descubrimiento del Té al monje Bodhi-Dharma, hijo del Rey Kosjuwo.
Había dejado la India para ir al Norte a predicar el budismo a lo largo
del camino. Prometiendo no dormir durante su meditación. Al final del
quinto año estaba cediendo al cansancio y la somnolencia, pero una
providencial casualidad le hizo coger y mascar algunas hojas de un
árbol no identificado resultó ser un árbol del té.

Otra leyenda esta vez japonesa achaca tambien el descubrimiento del


Té a Bodhi-Dharma pero siendo esta un poco diferente de la india: al
final de tres años de meditación mural, Bodhi-Dharma cayó dormido y
soñó con todas las mujeres a las que había amado. Al despertar, se
enfureció tanto con su propia debilidad que se arrancó los párpados y
los enterró. Volvió al mismo lugar algún tiempo después para
encontrar que sus párpados habían enraizado y habían crecido hasta
convertirse en algún arbusto desconocido. Mascó algunas hojas y
descubrió que tenían la propiedad de mantener sus ojos abiertos.
Contó la historia a sus seguidores, que recogieron las semillas y así
comenzó el cultivo del té.

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