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LA HUMANIZACIÓN

en el proceso de duelo
“No llores, no te rías;
trata de entender”.

Esta frase del filósofo Spinoza sugiere la


actitud más adecuada que hay que
adoptar al afrontar el tema de la
humanización.
Dos actitudes contrastantes.

La primera consiste en afrontar este tema


con lamentos, llorando ante las situaciones
que presenta la sociedad y que parecen
ofender la dignidad de la persona humana.
Esos lamentos asumen con frecuencia
tonos moralizadores.
La segunda actitud
tiende a expresarse mediante un juicio
sin relevancia sobre los temas de la
humanización. Se valoran
superficialmente las teorías y los
programas destinados a humanizar,
llegando en algún caso a ridiculizarlos.
Es evidente que ninguna de estas
actitudes puede evitarse totalmente. Reír
y llorar expresan, en efecto, la dimensión
emocional de nuestro acercamiento a la
realidad. No obstante, sería un error
dejarse absorber por ellos de tal manera
que debilitaran la comprensión de todos
los complejos fenómenos.
Humanizar una realidad significa hacerla
digna de la persona humana. Aplicado al
duelo, humanizar significa referirse al
hombre en todo lo que se hace para
promover y proteger la salud psíquica y
emocional, curar las heridas de la
pérdida y garantizar el ambiente que
favorezca una vida armoniosa en los
ámbitos físico, emotivo, social y
espiritual.
Esta definición, más bien genérica, indica
la necesidad de mantener viva la tensión
entre el ser y el deber ser.
Cuando la separación entre la realidad y
el ideal supera los límites tolerables, se
habla de deshumanización.
Dos observaciones:
-        

Dada la tensión entre ser y


deber ser, la humanización
encuentra su lugar adecuado en el
ámbito de la bioética.

La humanización es un concepto
relativo cuyo significado y amplitud
dependen de numerosas variables,
como los recursos económicos, el grado
de cultura, la formación y los
conocimientos científicos y técnicos, las
creencias y los valores de las personas.
D. Valoración de la dimensión
espiritual
No se da verdadera humanización sin
fuertes motivaciones, sin valores. Por esto es
necesaria la valoración de la dimensión
espiritual para dar un rostro humano al
acompañamiento.
Valores de dedicación, entrega,
disponibilidad en quien acompaña; de
paciencia, confianza y respeto por parte de
las personas afectadas por un duelo.
La fe cristiana puede ser un aliado
precioso en esta obra de humanización.
Mirar a Jesucristo como inspirador puede
ser fuente de energía en este proceso.
Quiero compartir algunas sugestiones que
encontramos en los Evangelio.
“Ponte en medio” le dijo Jesús a un enfermo
en la sinagoga. El lugar de la persona que
sufre (enfermo, persona afectada por un
duelo, quien vive un fracaso) está “en el
medio” de la asamblea litúrgica, en el
corazón y preocupaciones de los creyentes y
de la sociedad. En aquel entonces como hoy
había otras ideas, otra cultura, que
marginaba.
!Ponte en el centro!.
“No tengo a nadie”, dijo un enfermo a Jesús.
Tal vez sean las palabras más tristes del
Evangelio. Tenemos un sueño: que nadie
pueda repetir estas palabras, sin esperanza y
horizonte de vida: la comunidad cristiana se
hace solidaria con quien vive un duelo.
Podríamos continuar con otros
ejemplos: ¡Ésta es la verdadera
humanización!”.
Compromiso por la vida:
resurrección de un joven en Naín
Lc 7, 12-17
Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad,
sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su
madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha
gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo
compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y,
acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se
pararon, y Él dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate.»
El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo
dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y
glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se
ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a
su pueblo».
Los milagros de resurrección
En los Evangelios encontramos tres narraciones de
“resurrección de un muerto” por parte de Jesús:
Lázaro (Jn 11), la hija de Jairo (Mt 9,18-26) y el hijo
de la viuda de Naím, el relato que estamos
examinando. La narración es exclusiva de Lucas.
Este milagro es signo que anuncia y anticipa la
resurrección del mismo Jesús, Señor de la vida y
manifestación de Dios, quien hace una opción
fundamental a favor de la vida humana, creándola y
manteniéndola en la existencia..
El corazón de Jesús
El episodio manifiesta, ante todo, el corazón de
Cristo, lleno de bondad, ternura, sensibilidad,
finura psicológica y humanidad, quien se
compadece del dolor de una viuda en el momento
de enterrar a su hijo único. El Señor, al verla,
probó compasión y le dijo: “¡No llores!”. Debía ser
un llanto que suscitaba lástima y duelo. Jesús, sin
ser interpelado por nadie, toma la iniciativa
directamente; responde a una necesidad real, a
pesar de que nadie le pidió nada.
“Sintió compasión”: San Lucas usa un verbo griego
particular, que expresa un movimiento de todas las
facultades de su persona, también desde un punto de
vista físico; podríamos traducir con “una
indignación y torcimiento de sus entrañas”. No se
trata sólo de una conmoción sentimental, sino más
bien de una sensación de “malestar físico” de las
entrañas.
Luego se dirigió al difunto, ordenándole: “¡Joven, a
ti te digo: Levántate! El joven se incorporó y
empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre”.
El término “levántate” es el mismo que los
evangelistas utilizan cuando relatan la
resurrección del Señor.
Según el lenguaje semita, el corazón (también las
entrañas: sede de la vida) no es –como para
nosotros- sólo la sede de la vida emocional, sino
también de la inteligencia y la voluntad. Hablar
del corazón de Jesús, es mencionar su conciencia y
voluntad, el lugar en donde Él toma sus decisiones
fundamentales. Una de ellas es su opción a favor
de la vida.
Jesús, más “fuerte” que la muerte
El gesto de Jesús, quien resucita al joven de Naín,
recuerda la acción profética con que Elías devolvió
la vida al hijo muerto de la viuda de Sarepta (l
Reyes 17). Pero Cristo lo logra con su sola palabra,
sin necesidad de largas oraciones, ni ritos
simbólicos, como hizo el profeta Elías. Es clara la
intención de San Lucas: evidenciar cómo Jesús es
superior a todos los profetas; su palabra participa
de la misma fuerza creadora, que da la vida, de
Dios Padre quien creó el cielo, la tierra y todo
cuanto hay en ellos con su sola palabra, como
atestigua la narración del Libro del Génesis.
Dios, en su Hijo Jesús, visita a su pueblo
Para interpretar este acontecimiento evangélico es
necesario detenernos en el comentario de la
multitud: “Un gran profeta se ha levantado entre
nosotros”, y “Dios ha visitado a su pueblo”.
Jesús es “un gran profeta”, más aún, es el más
grande.
Dios visita a su pueblo: es una creencia normal
para todos los creyentes. Y la visita de Dios,
actuada a través de la acción de Jesús, da vida
también a los muertos. Sólo Dios es dueño de la
vida y la muerte; Jesús se revela como Dios.
Este milagro de Cristo, además, es signo del reino de
Dios inaugurado y presente en su persona y palabra,
de su soberanía sobre las fuerzas de muerte.
A continuación de esta escena, Jesús proclamará a los
emisarios de Juan el Bautista: "Vayan a anunciar a
Juan: los ciegos ven... los muertos resucitan y a los
pobres se les anuncia la buena nueva" (Lc 7,22).
Efectivamente, Dios ha visitado a su pueblo: la
resurrección del hijo de la viuda de Naín es un signo
–el más portentoso- de la liberación que Cristo trae a
todos los hombres, de irrupción de su Reino de vida
en la historia de la humanidad.
El Dios de la vida que compromete a favor de la
vida
Según la línea de todo el mensaje bíblico, Dios es
“Dios de la vida”, el gran amigo de la vida, del ser
humano y de todos los seres vivientes que Él creó
en la naturaleza.
La fe en Jesús conlleva para el cristiano un
compromiso de servicio, valoración, promoción y
defensa de la vida. El cristiano actúa, siguiendo a
su Señor, defendiendo la vida contra todas las
fuerzas de muerte: menosprecio de la vida, falta
de respeto, opresión, miseria extrema, violencia,
injusticia, mentira.
El Papa Juan Pablo II hablaba, a este respecto, de
una “cultura de la muerte” que va abriéndose
camino en nuestra sociedad. En vez de emplear su
avanzada técnica exclusivamente en mejorar la
calidad y el nivel de la existencia de las personas y
de las naciones, la usa en gran medida para
destruir la vida, a la degradación del ambiente y
de la naturaleza, creando y manteniendo
industrias de armas y de muerte, fomentando
modos de vida no saludables (drogas, alcoholismo,
enfermedades debidas a estilos de vida no
respetuosos de la dignidad), proponiendo contra-
valores de injusticia, mentira y fealdad.
Prolongar la “visita” de Dios
Dios continúa “visitando a su pueblo” a través de la
obra del creyente; continúa proclamando una y otra
vez el carácter sagrado de la vida humana, como don
supremo que recibimos de Él, su autor y dueño. Optar
por la vida, defenderla y elevar su nivel humano es
tarea confiada por Dios al hombre. No se trata sólo de
la vida física, sino también de la calidad de las
relaciones interpersonales, de la posibilidad de un
desarrollo personal humano y espiritual, de la
posibilidad de trabajar en un sector congruente con las
posibilidades de cada persona, de contribuir al bien
común, de formar una familia y permitir a los hijos
seguir su vocación, de participar de los bienes de la
cultura y del progreso social.
Jesús dio vida al joven de Naín y confía a nosotros
la tarea de ser artífices de vida, en todo sentido:
física, interior, psíquica y espiritualmente.
Una última reflexión se impone respecto a muchos
jóvenes quienes, disfrutando de buena salud física,
están muertos psicológica y espiritualmente,
hundidos en los vicios o en formas de depresión sin
esperanza, sin rumbo en su vida. Jesús junto con la
comunidad creyente les dicen: “¡Levántate!”,
“¡Resurge!”.
La iglesia y el luto
Además de la comunidad inmediata formada por
familiares, amigos, vecinos y colaboradores
profesionales o de trabajo, hay una comunidad
más amplia, la Iglesia, que a lo largo de su
historia ha ofrecido un aporte de esperanza a las
personas que están de luto.
La Iglesia asume un rol particularmente
importante al interpretar a través de sus ritos
estos acontecimientos, al decir su palabra acerca
del misterio de la vida y de la muerte y al
movilizar la solidaridad humana al servicio de
quien ha perdido a una persona querida. La
muerte constriñe al hombre a examinarse para
valorar el significado de su vida, lo lleva a
interpelarse sobre las cuestiones que no puede
evitar y a reconciliarse con la propia finitud y
condición de criatura.
La aportación de la Iglesia, en el caso del hombre
probado por el dolor y en búsqueda de su
significado, se realiza a través de tres vías diversas:
-         la liturgia, que se convierte en evangelización
a través de los gestos y los ritos;
-         el anuncio, que se hace evangelización a
través de la palabra;
-         la diaconía, que traduce el evangelio en
servicio y en obras de caridad.
La liturgia
Los hombres son las únicas criaturas que
entierran a sus muertos. Los ritos de sepultura
se diferencian según los períodos históricos y las
específicas realidades culturales y familiares.
Distintas disciplinas han contribuido a iluminar
el significado de los ritos en la historia humana:
la arqueología documenta las prácticas y las
costumbres de los diversos pueblos al disponer
de sus difuntos; la sociología estudia el rol de los
ritos en el desarrollo de los lazos comunitarios o
de los cambios sociales; la teología ve en los ritos
una expresión de los valores de una comunidad
de creyentes.
Estudios antropológicos han examinado una
amplia gama de expresiones de fe religiosa y de
rituales desarrollados en las diferentes sociedades,
poniendo en evidencia el papel terapéutico en la
elaboración del luto. Por desgracia la cultura
occidental, invadida por un clima de
secularización, de pluralismo y de fragmentación,
ha dejado perder muchas tradiciones ligadas al
luto…
Para facilitar una sana elaboración de la
experiencia luctuosa es preciso, por tanto,
recuperar y valorar el significado de los
funerales…
Algunos de los elementos recurrentes en la práctica
cristiana son: el honor dado al cuerpo del difunto
considerado como templo del Espíritu Santo, el
evento de la muerte iluminado por el anuncio del
misterio pascual, la lectura de la palabra de Dios,
de salmos y oraciones, el uso de símbolos religiosos
(cirio pascual, aspersión, incensación, color morado
de los ornamentos, etc.), para dar un significado de
esperanza a circunstancias cargadas de misterio.
La finalidad de los ritos cristianos no es la de
venerar el cuerpo, sino la de celebrar la memoria
del difunto, afirmar el valor de la vida y colocar el
evento de la muerte en el horizonte de la
esperanza cristiana.
Hoy la liturgia de las exequias, aun ofreciendo
espacio a adaptaciones según las necesidades de
los contextos y de los lugares, se articula en tres
momentos:
      
la vigilia de oración en la casa del difunto o en una
capilla (con la lectura de la palabra de Dios y el rezo
del rosario...);
-         la celebración de la misa de las exequias,
generalmente en la iglesia parroquial;
-         el último adiós de la comunidad al difunto en
el cementerio.
Estos actos litúrgicos, a través de su dimensión de
familiaridad, hecha de gestos, palabras y acciones,
confieren un sentido de continuidad a la vida y de
pertenencia comunitaria a aquellos que participan
en los mismos.
Facilitan la elaboración del luto en cuanto que
contribuyen a:
-         afrontar la realidad de la muerte sin negarla
u ocultarla;
        exteriorizar el duelo liberando las emociones
que surgen;
    reavivar la fe y la esperanza de los asistentes;
       ritualizar el adiós a un miembro de la
comunidad, ofreciendo apoyo a los familiares;
        reflexionar sobre la muerte evangelizando la
vida. …
El anuncio
El cristianismo no es sólo celebración de ritos, sino
proclamación de un anuncio. La misa exequial es
un contexto privilegiado para interpretar la
realidad de la muerte a la luz de las verdades de la
fe. El anuncio se convierte en oportunidad para
reflexionar sobre la teología de la vida y sobre la
teología de la esperanza cristiana.
La muerte es para todos un encuentro ineluctable
e inevitable, que acrecienta la convicción del
carácter provisional de la existencia.
Ante esta esperanza, a menudo trágica e
imprevista, la Iglesia anuncia el misterio pascual,
que incluye la oscuridad del viernes santo y la luz
de la resurrección de Cristo. La pascua sintetiza el
trabajo humano y lo sitúa en la dimensión de
salvación, anunciando que la vida es más fuerte
que la muerte, pero que la nueva vida nace de la
muerte, así como toda primavera nace del
invierno y cada nuevo día es anticipado por la
noche. …
La diaconía de la caridad
La Iglesia adopta ante el problema del dolor una
actitud dinámica, tratando de superarlo cuando es
posible, pero también una actitud realista y llena de
esperanza, transformándolo en un instrumento de
bien. …
En primer lugar, toda persona tiene el deber de
“hacerse prójimo” de quien está de luto.
En segundo lugar, la curación del corazón depende
de la capacidad del individuo afectado por el luto de
reinvertir su patrimonio afectivo en otras personas
o en otras causas para mantenerse abierto a nuevas
oportunidades de dar o de recibir.
La muerte de un amor puede llevar a encerrarse
en sí mismos o a abrirse a un mundo de relaciones
más amplio, aunque menos profundo. El reto
consiste en despertar, en sacar a la luz y en
potenciar aquellas virtudes sanadoras que
contribuyen a dar significado a una vida
diferente, como la fe, la apertura a los demás, la
capacidad de elaborar nuevos proyectos, la
voluntad de perdonar y ponerse en juego así
mismos, etc.
El dolor puede engendrar en los supervivientes
expresiones creativas o nuevas actitudes de
servicio al prójimo...
En tercer lugar, la Iglesia, como comunidad, está
llamada a prestar una atención especial a las
personas de luto, para que en el dolor sufrido no
se sientan solas u olvidadas, sino que adviertan la
fuerza del respaldo comunitario. La proximidad
de la Iglesia se puede expresar a través de diversas
iniciativas:
-A nivel litúrgico:
       liturgias de conmemoración de los difuntos de
la parroquia propuestas en ocasiones particulares,
como en la cercanía de Navidad;
        momentos de catequesis sobre el tema de la
muerte, del luto y de la esperanza cristiana
utilizando, entre otras cosas, pistas ofrecidas por
la liturgia dominical;
        invitación extendida a personas de luto para
participar en grupos de oración parroquiales o
diocesanos.
- A nivel socio - educativo:
        promoción de grupos de ayuda mutua para
personas que han sufrido una pérdida;
        elaboración de un programa de conferencias
sobre el luto, invitando a profesionales
pertenecientes a diversas disciplinas;
        apoyo a los "centros de escucha" que operan
en la zona como recursos a los que se pueden dirigir
las personas de luto;
        promoción de momentos recreativos y sociales
para viudos y viudas.
- A nivel pastoral:
        visita a personas de luto en sus casas, sobre
todo en las fases más críticas de su duelo,
preparando y delegando a un grupo de personas
esta diaconía de la caridad;
        implicación gradual de personas que han
sufrido un luto en actividades e iniciativas
parroquiales para ayudarlas a sentirse útiles y
para darles la oportunidad de ejercitar sus
talentos;
        inserción de viudos y viudas que han
elaborado positivamente su duelo en apoyo de
otras personas afectadas por un luto para
permitirles "consolar a todos los que sufren con
el consuelo que nosotros mismos recibimos de
Dios" (2Cor 1,4);
        coordinación de iniciativas de ayuda
práctica en favor de individuos o familias
-         A través de la diversidad de estas
aportaciones, la Iglesia se pone al servicio de los
supervivientes de un luto, acompañándolos a re -
dibujar el mapa de su vida y a elaborar nuevos
espacios de pertenencia en el contexto de una
comunidad más amplia. (De A. PANGRAZZI, La
pérdida de un ser querido, Ediciones Paulinas,
Madrid 1993, páginas 133-145)

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