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En una pequeña charca, rodeada de caña, vivía una. Y digo sólo una,
porque a todo sapo o rana que se acercaba, lo expulsaba sin compasión:

-¡Fuera de mi charca! ¡Es mía, la encontré primero y no pienso compartirla


con nadie! - Decía a todo el que se acercaba y todos huían pavoridos.

Una tarde muy calurosa llegó volando a la charca un animal nunca visto
por la rana. Era una garza blanca, con bellas y resplandecientes plumas.
Estaba agotada por el calor, sólo pretendía tomar algo de agua y refrescarse a
la sombra.

La rana insultada por aquella presencia no grata, saltó rápidamente hasta


llegar ante el ave y le gritó sin cortesía alguna:

-¡Vamos, fuera de aquí! ¡Esta charca es muy chica para dos! ¡Márchate,
fuera, fuera!

La garza la miró y dijo:

-Deja que me quede un rato. Estoy cansada y así no puedo volar.

-No, vete. No comparto mi charca con nadie. No es mi problema que estés


cansada.

-Tienes razón - dijo la garza- la charca es muy chica para dos.


Y con un movimiento rápido atrapó a la rana con su pico y se la comió.
Descansó un rato y complacida, alzó vuelo para no regresar jamás.

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Había un tren, muy grande y pesado, que pasaba todo el tiempo pensando
en volar. Los otros trenes le decían que era imposible, que solo los pájaros y
los aviones volaban.

Entonces el tren decía ¡Quiero ser un pájaro! ¡Quiero ser un avión!, pero
seguía siendo un pesado tren de carga que quería volar.

Hasta que un día, hubo una gran tormenta, la cual destruyó un puente que
unía dos cerros, justo cuando se acercaba el tren que quería volar. Frente a él
se encontraba el vacío.

El maquinista aplicó el freno y saltó a tierra para salvar su vida. En ese


momento, el tren que quería volar vió su oportunidad. Desconectó los frenos
con un fuerte sacudón y aceleró directo al vacío. Y entonces voló, voló,
voló...

Y era tan fuerte su deseo de volar, que se mantuvo en el aire a pesar de su


cuerpo de hierro. Y sintió que era un pájaro. Y sintió que era un avión.

Se mantuvo en el aire mientras las nubes, que habían bajado a ver la


hazaña, pasaban sonriendo a su lado. Llegó volando al otro lado del
barranco y las ruedas tomaron su camino de metal.

Desde ese día, el tren que quería volar fue completamente feliz y se olvidó
de ser un pájaro o un avión.

Entendió que lo suyo era ser un tren de carga y sonreía cuando alguien
decía que para un tren era imposible volar.



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Soy el oso hormiguero, y os voy a contar una historia única. Si les digo que
en el zoológico había una excitación y un revuelo poco común, no les miento,
a pesar de mi larga nariz.

Nacía el primer día de otoño, mientras las hojas decoraban las calles,
transformándolas en mullidos ríos dorados. El sol asomaba, todavía con un
poco de sueño. Mientras se desperezaba, cumplía con su diaria tarea de
iluminar la vida.

Y hablando de vida y de iluminar, todos los animales estábamos esperando


al nuevo integrante de la familia de los paquidermos. Era el día de llegada
del nuevo pequeñín. La gente hacía cola para ver al bebé recién nacido. En la
entrada del zoológico había largas filas de chicos para votar el nombre que le
pondríamos. Desde mi jaula podía observar todo lo que allí ocurría, casi sin
perder detalle.

Adoptaron un bebé, pasó el tiempo, y Junior, así lo habíamos llamado al


bebé que hoy ya tiene 5 años, veía que era un tanto diferente de sus padres.
La trompa no le crecía, su boca era enorme y llena de dientes, arrastraba la
panza al caminar y tenía una larga y robusta cola.
- Mamá -, decía el pequeño, ² me da la sensación que no me parezco
demasiado a ustedes« que soy muy diferente. ²

Dos días transcurrieron con la inquietante pregunta de Junior, hasta que


una tarde, cuando la gente ya se había marchado, los papás elefantes se
sentaron a charlar con su hijo. Entonces le explicaron que mamá no podía
tener elefantitos en su panza, habían decidido adoptar un bebé, y tuvieron la
suerte de tenerlo a él. Que es un tanto diferente, pues había salido de la
panza de una ´cocodrilaµ. Pero a quién podía importarle si tenía orejas
grandes o casi invisibles? Después de todo y con todo, un hijo es un hijo tal
como es, y se lo conoce por el corazón y no por el color o la forma.

El elefantito con aspecto de cocodrilo, se quedó pensando un buen rato.


Luego, miró a sus padres y les dijo:
- Mami, papi,« ahora sí que los quiero mucho más que antes.-
Desde mi jaula, pude entonces ver un nuevo milagro. Mientras Junior
dormía, comenzó a crecerle una pequeña y hermosa trompita. Y que a nadie
le quepa duda, que esta transformación era debido al fuerte sentimiento de
amor que unía a esta gran familia.

Ustedes se preguntarán cómo es que yo sé tanto de esto« Bueno, les diré


que la familia de este oso hormiguero que les habla, está formada por un
papá oso gris y una mamá panda.

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üuenta la leyenda, que en lejanos tiempos, en el Gran ühaco, los indios eran
felices, no se conocían las estaciones porque no había cambios de clima, ni
fenómenos atmosféricos.

En esa armonía y felicidad los indígenas brindaban todos sus tributos a


NAKTÁNOÓN (el bien). Esta actitud puso furioso a NAHUET üAGÜEN (el
Mal) que vivía en las tinieblas, que para vengarse y calmar su ira creo
NOMAGA (el invierno).

Satisfecho de su obra se dirigió al pueblo indígena diciendo:


- Ja, ja, ja, morirán de frío. Mi nuevo servidor los hará padecer y se les
helará la sangre en las venas. El sol no brillará en el cielo chaqueño. Un
perpetuo nublado cubrirá la tierra toba. El invierno será helado y dañino. La
naturaleza irá pereciendo. Los indios gritarán y se retorcerán implorando a
NAKTÁNOÓN (el Bien) que les dé calor y castigue a NAHUET üAGUEN
(el Mal).

Fue entonces cuando cuatro embajadores, los preferidos y más escuchados


a lo alto suplicaron al Bien, que derrame calor sobre la tierra. Los
embajadores fueron: El palo borracho, La planta del patito, El picaflor y La
viudita.

üompadeciendo el Bien, los convierte en una flor, la flor del algodón


(Gualok) que tiene de cada uno un atributo: El calor de la planta del patito,
El capullo como el palo borracho, La bandada del picaflor y La blancura de
la viudita.

Despejado el cielo de nubes, la flor (Gualok) llega a la tierra y se abre,


mientras siguen resonando los tambores indios y las semillas vuelan y
vuelan, y al caer nuevos algodonales nacen... y nuevas semillas... y nuevos
algodonales hasta que todo el territorio se cubre de blanco.

El urundai se hace telar para tejer la hebra suave del algodón


convirtiéndose en níveas túnicas que cubren a los indígenas dándoles calor
de vida. El canto aborigen se eleva.
El bien ha vencido. Ante todo lo acontecido el demoníaco NAHET
üAGUEN (el Mal) enfurecido nuevamente y en un último intento,
maldiciendo, se convirtió en "Lagarta rosada" plaga del algodón.


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Hace muchísimo, pero muchísimo tiempo, existían unas criaturas


maravillosas, los unicornios.
Vivían en la India y tenían el cuerpo de caballo, con patas de antílope, barba
de chivo y un cuerno recto en la frente. Los unicornios eran de color blanco.

Estos seres no podían ser vistos por cualquier persona, sino por aquellos
que fueran bondadosos y puros de corazón. Se supone que sólo las jóvenes
doncellas podían cuidarlos y protegerlos. También es por este motivo, que
emplearon a estas doncellas para atraparlos.
El cuerno del unicornio tenía poderes curativos, podía combatir
enfermedades incurables, servía como antídoto para venenos y otras
leyendas le atribuyen poderes de elixir de la eterna juventud.

Para desgracia de estos animales, si se les quitaba su cuerno, morían al


instante. Durante la Edad Media, muchos nobles buscaban este trofeo y
ofrecían grandes recompensas para quién pudiera conseguirles un cuerno de
unicornio de la India. Esta práctica llevó a la extinción de estos animales
mágicos.

El unicornio era un animal solitario y tímido, sin embargo, podía ser muy
agresivo, por lo que su captura resultaba particularmente difícil. Se
consideraba que brindaba protección contra todos los venenos conocidos y
también contra las enfermedades incurables. Era creencia que quien ingiriera
alguna poción preparada con cuerno de unicornio, viviría eternamente.

Los nobles consumían el cuerno molido preparado con la comida o la


bebida, y su acción era más intensa si la copa estaba hecha con un cuerno de
este animal.

En realidad, las copas de cuerno de unicornio debían estar hechas con


cuernos de rinoceronte o con el colmillo de la ballena narval. El narval
macho desarrolla uno de sus colmillos más que el otro, pudiendo llegar a
medir hasta tres metros de longitud, este colmillo es torneado.

El unicornio es símbolo de libertad, pureza, la fuerza, el valor y la magia.

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En la mitología griega, las sirenas eran criaturas fabulosas mitad mujer y


mitad pájaro, parecidas a las arpías. Eran hijas del dios río Aqueloo y de una
musa que puede ser: Melpómene de la tragedia, Terpsícope de la danza o
Estérope de la poesía. El número de estas criaturas es variable, pueden ser
tres, cinco u ocho.

Las sirenas eran compañeras de Perséfone y cuando Hades la raptó, no


pudieron salvarla y la diosa Deméter, madre de Perséfone, las convirtió en
criaturas híbridas como venganza.

Estas criaturas vivían en la isla de Artemisa, tenían forma de mujer de la


cabeza a la cintura y la parte inferior, era una cola de pescado. Su canto
melodioso como el de un ave, atraía a los marineros anunciándoles los
placeres del mundo subterráneo engañosamente, para hacerlos zozobrar y
poder comer sus cuerpos.

En la Odisea, cuenta Homero que cuando el barco de Odiseo (Ulises) pasó


frente a la isla de las sirenas, hizo que la tripulación sellara sus oídos con
cera, para que no escucharan el canto de las criaturas. Pero Odiseo tenía gran
curiosidad por oír su voz, para lo que ideó un plan, se hizo atar al mástil del
barco y exigió que no le permitieran soltarse, sin importar lo que pasara.
Ante el fracaso sufrido, las sirenas se lanzaron al mar y murieron ahogadas.

Fuera de la ficción, tenemos testimonios de navegantes que afirman haberse


encontrado con estos seres mitológicos, entre ellos, üristóbal üolón, quien
testimonia en un escrito de 1493, que había visto una sirena frente a las
costas de lo que actualmente es la Florida. En su testimonio comenta que las
sirenas no son tan hermosas como cuenta la mitología y que sus rostros
tenían formas de hombre.

El explorador John Smith declaró haber visto a uno de estos seres cuando se
sumergía en las aguas del mar üaribe y que tenía el cabello largo de color
verde y que era atractiva, tanto como para cautivar a cualquier hombre.

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 !  !"!

Era una bruja con desparpajo
que usaba guantes de renacuajo.
Tomaba té con mermelada,
comía galletas muy bien tostadas.

Por las mañanas leía los diarios


y muy temprano se iba al trabajo.
No usaba escobas, ni altos sombreros,
sino autos caros, buenos pañuelos,
zapatillas de fino cuero,
cerros de trajes, pieles y abrigos
que no cubrieran su hermoso ombligo.

Tenía corceles, grandes mansiones,


con trenes, yates y seis aviones.
üasas de cambio tuvo a montones
y en cada Banco diez mil acciones.
üincuenta haciendas de buen ganado
vacas de ordeño en los pastizales
y largas cuadras de platanales.

Nunca sabía de hechizos malos.


No hacía la magia.
Ningún brebajo.
Y a los apuestos chicos del barrio
los imantaba de arriba abajo.

Iba a las tascas y discotecas,


fumaba puros de alta etiqueta.
Y en otras fiestas..., la astuta vieja,
bebía su whisky de data añeja.

Esta brujilda, tan embrujada,


que de hacendosa no tenía nada,
tuvo al servicio de sus poderes
treinta mujeres que eran esclavas:
fregaban pisos, hacían las camas,
mientras la bruja, feliz roncaba.


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Erase una vez un padre que tenía tres hijos muy perezosos. Se puso
enfermo y mandó llamar al notario para hacer testamento:
- Señor notario -le dijo- lo único que tengo es un burro y quisiera que fuera
para el más perezoso de mis hijos.
Al poco tiempo el hombre murió y el notario viendo que pasaban los días sin
que ninguno de los hijos le preguntara por el testamento, los mandó llamar
para decirles:
- Sabéis que vuestro padre hizo testamento poco antes de morir. ¿Es que no
tenéis ninguna curiosidad por saber lo que os ha dejado?
El notario leyó el testamento y a continuación les explicó:
- Ahora tengo que saber cuál de los tres es el más perezoso.
Y dirigiéndose al hermano mayor le dijo:
- Empieza tú a darme pruebas de tu pereza.
- Yo, -contestó el mayor- no tengo ganas de contar nada.
- ¡Habla y rápido! si no quieres que te meta en la cárcel.
- Una vez -explicó el mayor- se me metió una brasa ardiendo dentro del
zapato y aunque me estaba quemando me dio mucha pereza moverme,
menos mal que unos amigos se dieron cuenta y la apagaron.
- Sí que eres perezoso -dijo el notario- yo habría dejado que te quemaras para
saber cuánto tiempo aguantabas la brasa dentro del zapato.
A continuación se volvió al segundo hermano:
- Es tu turno cuéntanos algo.
- ¿A mí también me meterá en la cárcel si no hablo?
- Puedes estar seguro.
- Una vez me caí al mar y, aunque sé nadar, me entró tal pereza que no tenía
ganas de mover los brazos ni las piernas. Menos mal que un barco de
pescadores me recogió cuando ya estaba a punto de ahogarme.
- Otro perezoso -dijo el notario- yo te habría dejado en el agua hasta que
hubieras hecho algún esfuerzo para salvarte.
Por último se dirigió al más pequeño de los tres hermanos:
- Te toca hablar, a ver qué pruebas nos das de tu pereza.
- Señor notario, a mí lléveme a la cárcel y quédese con el burro porque yo no
tengo ninguna gana de hablar.
Y exclamó el notario:
- Para ti es el burro porque no hay duda que tú eres el más perezoso de los
tres.


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Hace mucho, mucho tiempo, antes de que los hombres y sus ciudades
llenaran la tierra, antes incluso de que muchas cosas tuvieran un nombre,
existía un lugar misterioso custodiado por el hada del lago. Justa y generosa,
todos sus vasallos siempre estaban dispuestos a servirle. Y cuando unos
malvados seres amenazaron el lago y sus bosques, muchos se unieron al
hada cuando les pidió que la acompañaran en un peligroso viaje a través de
ríos, pantanos y desiertos en busca de la Piedra de üristal, la única salvación
posible para todos.

El hada advirtió de los peligros y dificultades, de lo difícil que sería


aguantar todo el viaje, pero ninguno se asustó. Todos prometieron
acompañarla hasta donde hiciera falta, y aquel mismo día, el hada y sus 50
más leales vasallos comenzaron el viaje. El camino fue aún más terrible y
duro que lo había anunciado el hada. Se enfrentaron a bestias terribles,
caminaron día y noche y vagaron perdidos por el desierto sufriendo el
hambre y la sed. Ante tantas adversidades muchos se desanimaron y
terminaron por abandonar el viaje a medio camino, hasta que sólo quedó
uno, llamado Sombra. No era el más valiente, ni el mejor luchador, ni
siquiera el más listo o divertido, pero continuó junto al hada hasta el final.
üuando ésta le preguntaba que por qué no abandonaba como los demás,
Sombra respondía siempre lo mismo ´Os dije que os acompañaría a pesar de
las dificultades, y éso es lo que hago. No voy a dar media vuelta sólo porque
haya sido verdad que iba a ser duroµ.

Gracias a su leal Sombra pudo el hada por fin encontrar la Piedra de üristal,
pero el monstruoso Guardián de la piedra no estaba dispuesto a
entregársela. Entonces Sombra, en un último gesto de lealtad, se ofreció a
cambio de la piedra quedándose al servicio del Guardián por el resto de sus
días«

La poderosa magia de la Piedra de üristal permitió al hada regresar al lago


y expulsar a los seres malvados, pero cada noche lloraba la ausencia de su
fiel Sombra, pues de aquel firme y generoso compromiso surgió un amor
más fuerte que ningún otro. Y en su recuerdo, queriendo mostrar a todos el
valor de la lealtad y el compromiso, regaló a cada ser de la tierra su propia
sombra durante el día; pero al llegar la noche, todas las sombras acuden el
lago, donde consuelan y acompañan a su triste hada.

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Jimmy el ciempiés, vivía cerca de un hormiguero. Su gran afición era bailar.


Tenía unas patitas ágiles como las plumas. Le encantaba subirse encima del
hormiguero y empezar a taconear. Jimmy cantaba: ¡Ya está aquí, el mejor, el
más grande bailador!.

Era muy molesto oír tantos pies, retumbando y retumbando sobre el techo
del hormiguero. Las hormigas asustadas salían para ver lo que ocurría. El
ciempiés seguía cantando: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailaor!.
- ¡Otra vez Jimmy!. decía: la hormiga jefe.
- ¡No podemos trabajar, ni dormir! ¡No puedes irte a otro sitio a bailar!.

La hormiga jefe ordenó a su tropa de hormigas que llevaran a Jimmy a otro


lugar.
- ¡No, hormiga jefe! ¡Ya me voy!. Dijo Jimmy.

Jimmy se acercó a la casa del señor topo. Se puso al lado de la topera y


vuelta a taconear. Seguía con su canción: ¡Ya está aquí, el mejor, el más
grande bailaor!. El señor topo enfadado, salió y le dijo:
- ¡Jimmy, estoy ciego pero no sordo!. ¿No puedes ir a otro sitio a bailar?.
Jimmy estaba un poco triste, porque en todas partes molestaba.

üogió sus maletas y se marchó de allí. Empezó a caminar y caminar, hasta


que estaba tan cansado que no tuvo más remedio que descansar. Se quedó
dormido bajo un árbol. üuando despertó al día siguiente, estaba en un
campo lleno de flores.
- ¡Este será mi nuevo hogar! - dijo el ciempiés.

Tanto se entusiasmo Jimmy, que no se dio cuenta que un gran cuervo


estaba justo encima de él, en el árbol. Jimmy se puso a taconear con tanta
alegría que llamó la atención del cuervo. El cuervo inclinó el cuello y vió a
Jimmy taconeando. ¡Pobre Jimmy!. El pájaro se lanzó sobre él, con gran
rapidez. Abrió su bocaza y cogió al ciempiés que gritaba: ¡Socorro, socorro!.

Un cazador, que andaba por allí, observo, al cuervo volando. No le


gustaban mucho los cuervos, pues él creía que le daban mala suerte. Hizo un
disparo al aire para asustarlo. El cuervo soltó al ciempiés. Al caer, el
ciempiés se dio un gran batacazo. Esto le sirvió de lección. Aprendió a ser
más responsable y fijarse bien dónde se ponía a bailar. Buscó un lugar
seguro y allí danzaba y bailaba. No molestaba a nadie ni a él, le molestaban.
Así fue como el ciempiés empezó a ser respetado por todos.

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Dan las cuatro en el reloj.


¡Otra vez se ha dormido este perezoso!. Gritaba : Doña Ardilla.
¡Nunca llegaré a tiempo de recoger mis nueces!.
¡Lo siento!. Dijo : Ding Dong.
¡Hacía tanto frío fuera y yo estaba tan calentito aquí dentro que me dormí!.

Ding Dong era un pequeño reloj de cuco, que Doña Ardilla compró en la
Feria Anual del Bosque; donde todos los animalitos venden y compran
cientos de cosas que los humanos tiran.
Ellos se encargan de arreglarlas.
Allí se encuentran: estufas, lámparas, relojes, percheros, ollas , pucheros,
mesas , sillas y todo lo que puedas imaginar.
Fue allí, donde Doña Ardilla encontró a Ding Dong.
Las gotas de lluvia habían caído sobre el asustado reloj y la nieve lo había
vestido con un traje blanco. Le temblaban las manecillas y estaba tiritando de
frío.
Doña Ardilla lo cogió en sus manitas, le quitó la nieve y se lo llevó a su
casita.
Le arropó con una manta para calentarlo y le dio una tacita de té.
El reloj no funcionaba bien, siempre atrasaba, pero la ardillita se encariñó
con él.
De vez en cuando Ding Dong , le contaba historias de los humanos a Doña
Ardilla. Pero siempre terminaba diciendo que prefería estar con ella, pues
algunas veces era muy difícil entender a los hombres.
Ding Dong le decía: ¡Un día te quieren mucho!, ¡Otro día no te quieren
nada!.
El reloj se acostumbró a vivir en el árbol de la ardilla y fue muy feliz.


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Hace muchos años, mi madre me contó una historia que más parece una
fantasía.
Esa historia comienza así:
En la esquina de mi calle hay una tienda de telas, que está cerrada desde
hace tiempo.
Un día , un grupo de niños, entraron en la tienda y encontraron una balanza
de plata, escondida tras un mostrador.

La balanza tenía un gran adorno en el centro, que era algo misterioso.


Pronto descubrieron que no era una balanza normal.
No pesaba manzanas, tomates, carne o pescado. Lo realmente asombroso
era que podía pesar las buenas o malas obras que las personas hacían.
Los niños se dieron cuenta de esto, cuando uno de ellos, decidió tocar el
centro de ella. De repente la balanza se iluminó.
El niño se mareó y cayó al suelo.
Uno de los lados de la balanza se inclinó y comenzaron a salir de él,
estrellas, muchas estrellas. Aparecieron ante ellos todas las buenas obras
realizadas por el niño. Había sido bondadoso y comprensivo con los demás.

Al rato, el niño se levantó y comenzó a recuperarse.


Otro niño, quiso intentarlo también. Puso su mano sobre el centro de la
balanza de nuevo y ésta volvió a iluminarse.
Esta vez, no salieron estrellas, sino espadas. Este niño no había sido tan
generoso como el otro, era un niño egoísta aunque, como era un niño,
todavía podía aprender a compartir.
La balanza, les enseñaba lo bueno o malo que tenían en sus vidas y que
podrían mejorar.
Así pasaron los años. Los niños seguían consultando a la balanza siempre
que tenían dudas sobre cómo debían actuar o pensar.

Pero un día, la balanza dejó de iluminarse y los niños se hallaban un poco


desorientados y tristes.
¿Quién les guiaría a partir de ahora?.
¿Por qué les había abandonado?.
La balanza se iluminó por última vez, y les explicó por qué ya no podía
ayudarles más.
¡Ahora, debéis pensar por vosotros mismos!.
¡Ya sois grandes y lo suficientemente inteligentes para hacerlo!.
¡Os deseo mucha suerte!. Al decir esto la balanza se apagó.
Al principio, los niños estaban muy apenados, pero con el paso del tiempo
se dieron cuenta que era lo mejor para ellos.
Aprendieron a ser responsables por si mismos, pero nunca olvidaron los
buenos consejos de la sabia balanza.
Por todo ello, siempre la recordaron como la balanza de la sabiduría.

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Hubo una vez un lindo ruiseñor que hacía su nido en la copa de un gran
roble. Todos los días el bosque despertaba con sus maravillosos trinos.
La vida volvía a nacer entre sus ramas. Las hojas crecían y crecían. También
lo hacían los polluelos del pequeño pajarito.
Su nido estaba hecho de ramitas y hojas secas.
Algunas ardillas curiosas se acercaban para ver como los polluelos
picoteaban el cascarón hasta dejar un hueco en el que poder estirar su cuello.
Empujaban con fuerza y lograban salir hacia fuera.
Sus plumitas estaban húmedas. En unas cuantas horas se habrían secado y
los nuevos polluelos se sorprenderían de lo que les rodeaba.
El árbol estaba orgulloso de ellos. Él también era envidiado por los demás
árboles no sólo por tener al ruiseñor sino por la belleza de su tronco y sus
hojas. Era grandioso verlo en primavera.
Al llegar el otoño, las hojitas de los árboles volaban hacia el suelo. üon gran
tristeza caían, pero el viento las mimaba y las dejaba caer con suavidad. Al
pasar el tiempo éstas serían el abono para las nuevas plantas.
Al ruiseñor le gustaba jugar entre sombra y sombra. Revoloteaba haciendo
piruetas, buscando la luz y cuando un rayo de sol iluminaba sus plumas,
unas lindas notas musicales acompañaban su alegría y la de sus polluelos.
Un día un hongo fue a vivir con él. Ya lo conocía de antes se llamaba Dedi,
bueno, tenía un nombre muy raro, pero ellos le llamaban así.
El roble comenzó a sentirse enfermito, tenía muchos picores y su piel se
arrugaba.
De vez en cuando le corría un cosquilleo por el tronco.
Estaba un poco descolorido, ni siquiera tenía ganas de que los ciempiés
jugaran alrededor de sus raíces.
Él hongo estaba celoso del árbol y de su amistad con el ruiseñor.
Pensó que si le enfermaba, el ruiseñor le haría mas caso a él, envidioso de
su amor no le importó hacerle sufrir.
Los demás animales convencieron al hongo para que abandonara al árbol.
Así conseguiría, ser su amigo pero nunca por la fuerza.
A partir de aquel día siempre se juntaban para ver amanecer.
El hongo aprendió una gran lección, su poder y su fuerza debía utilizarlas,
para algo bueno, para crear, no para destruir.

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Asomaba la cabecita, desde su casita en el tronco del árbol., un búho con


una carita muy divertida.
Trabajaba durante la noche dando las horas como si fuera un reloj para que
los animalitos del bosque supieran que hora era en cada momento.

Su gran ilusión era salir de su casa durante el día, pero sus ojitos no veían
bien y tenía que conformarse con salir de noche y abrir sus grandes ojazos
que brillaban en la oscuridad.
Siempre me dicen que soy afortunado por tener esos ojos tan grandotes,
decía: el búho.
Pero no saben, añadía , que aunque son tan llamativos, no veo las cosas tan
claras y lindas como la gente las ve.

Salía durante la mañana pero a pocos metros se caía, y siempre decía:


¡Otro tropezón, otro tropezón, pero no me importa , sólo quiero ver el sol!.
Muy preocupado llamó a su amiga la ardilla Felisa, que vivía en un árbol
cerca del suyo.
¡Felisa, Felisa, ven un momentito por favor!.
¡Tengo un problema y como tu tienes fama de lista, tal vez puedas echarme
una mano!.
¿Qué te ocurre búho?, preguntó la ardilla Felisa.

Tengo que salir de día, quiero ver los animalitos que juegan durante la
mañana y ver el lindo color del cielo cuando se pone el sol.
Quiero ver corretear a los conejos, y pegar brincos a los saltamontes y
también como dan saltitos los pequeños pajarillos de mi árbol.
¡Tengo la solución, dijo la ardilla!-

¡Iremos al conejo oculista y te pondrá unas gafas especiales para ver


durante el día!.
El búho estaba muy guapo con sus nuevas gafas, y así se cumplió su sueño,
paseaba y paseaba y tanto salía durante el día, que al llegar la noche se
quedaba dormido y sus amigos le decían:
¡Búho, no te duermas, que tienes que dar las horas!.

Después de muchos días se dio cuenta de que debía utilizar su tiempo


mejor y decidió dormir algunas horas durante el día, así cumplía su deseo y
por las noches no se dormía durante su trabajo.
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    )&'  

Verdi, el pequeño escarabajo, vivía cerca del huerto de Doña gallina.
Siempre estaba solo. Paseaba por el huerto vestido con un chaleco gris y un
sombrero negro.
Su casita estaba hecha de cáscara de nuez y al lado de un fuerte abeto que le
protegía del viento y la lluvia.

Al salir los primeros rayos del sol, abría la ventana y ensayaba con su
trompeta.
¡Si, era trompetista!.
¡Tararí, tarará, tararí¡.
Todas las mañanas, entonaba su canción.

Él, quería mucho a su trompeta dorada, ¡Se la había regalado un viejo búho
que vivía en el bosque!.
Llevaba años practicando y realmente era maravilloso oírle tocar.
Sus amigos soportaban sus ensayos con mucha paciencia.
Poco a poco la trompeta parecía estar viva, pues sus notas sonaban cada vez
mejor.
¡Bailaban en el aire!. ¡Que ritmo¡.

Las notas subían hasta las nubes y jugaban con ellas.


Sus amigos: la gallina, el saltamontes y el viejo búho, le animaban para que
se presentara a un concurso de trompeta que había en el bosque.
Su música llegó a conocerse en otros bosques cercanos.
Todos los animalitos venían a oírle tocar.

Llegó el día del concurso, todos sus amigos se pusieron sus mejores ropas.
¡Que guapos estaban¡.
Algunos animales eran un poco envidiosos y desconfiados . No creían que
Verdi fuera tan buen músico.
¿üómo va a ser buen músico un escarabajo?. ²Decían.
¡Es un poco feo y no vive en una casa elegante¡. ²üomentaban otros.
Pero cambiaron de opinión enseguida al oírle tocar.

Eran tan hermosas sus melodías que todo el mundo escuchaba con
atención.
El concurso fue un gran éxito y todos aplaudieron entusiasmados.
Verdi, se hizo muy famoso, pero siguió viviendo en su casita de cáscara de
nuez y divirtiéndose con sus amigos.

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Érase un labrador tan pobre, tan pobre, que ni siquiera poseía una vaca. Era
el más pobre de la aldea. Y resulta que un día, trabajando en el campo y
lamentándose de su suerte, apareció un enanito que le dijo:
-Buen hombre, he oído tus lamentaciones y voy a hacer que tu fortuna
cambie. Toma esta gallina; es tan maravillosa que todos los días pone un
huevo de oro.
El enanito desapareció sin más ni más y el labrador llevó la gallina a su
corral. Al día siguiente, ¡oh sorpresa!, encontró un huevo de oro. Lo puso en
una cestita y se fue con ella a la ciudad, donde vendió el huevo por un alto
precio.
Al día siguiente, loco de alegría, encontró otro huevo de oro. ¡Por fin la
fortuna había entrado a su casa! Todos los días tenía un nuevo huevo.
Fue así que poco a poco, con el producto de la venta de los huevos, fue
convirtiéndose en el hombre más rico de la comarca. Sin embargo, una
insensata avaricia hizo presa su corazón y pensó:
"¿Por qué esperar a que cada día la gallina ponga un huevo? Mejor la mato
y descubriré la mina de oro que lleva dentro".
Y así lo hizo, pero en el interior de la gallina no encontró ninguna mina. A
causa de la avaricia tan desmedida que tuvo, este tonto aldeano malogró la
fortuna que tenía.


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