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Lectura Clases
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En una pequeña charca, rodeada de caña, vivía una. Y digo sólo una,
porque a todo sapo o rana que se acercaba, lo expulsaba sin compasión:
Una tarde muy calurosa llegó volando a la charca un animal nunca visto
por la rana. Era una garza blanca, con bellas y resplandecientes plumas.
Estaba agotada por el calor, sólo pretendía tomar algo de agua y refrescarse a
la sombra.
-¡Vamos, fuera de aquí! ¡Esta charca es muy chica para dos! ¡Márchate,
fuera, fuera!
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Había un tren, muy grande y pesado, que pasaba todo el tiempo pensando
en volar. Los otros trenes le decían que era imposible, que solo los pájaros y
los aviones volaban.
Entonces el tren decía ¡Quiero ser un pájaro! ¡Quiero ser un avión!, pero
seguía siendo un pesado tren de carga que quería volar.
Hasta que un día, hubo una gran tormenta, la cual destruyó un puente que
unía dos cerros, justo cuando se acercaba el tren que quería volar. Frente a él
se encontraba el vacío.
Desde ese día, el tren que quería volar fue completamente feliz y se olvidó
de ser un pájaro o un avión.
Entendió que lo suyo era ser un tren de carga y sonreía cuando alguien
decía que para un tren era imposible volar.
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Soy el oso hormiguero, y os voy a contar una historia única. Si les digo que
en el zoológico había una excitación y un revuelo poco común, no les miento,
a pesar de mi larga nariz.
Nacía el primer día de otoño, mientras las hojas decoraban las calles,
transformándolas en mullidos ríos dorados. El sol asomaba, todavía con un
poco de sueño. Mientras se desperezaba, cumplía con su diaria tarea de
iluminar la vida.
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üuenta la leyenda, que en lejanos tiempos, en el Gran ühaco, los indios eran
felices, no se conocían las estaciones porque no había cambios de clima, ni
fenómenos atmosféricos.
Estos seres no podían ser vistos por cualquier persona, sino por aquellos
que fueran bondadosos y puros de corazón. Se supone que sólo las jóvenes
doncellas podían cuidarlos y protegerlos. También es por este motivo, que
emplearon a estas doncellas para atraparlos.
El cuerno del unicornio tenía poderes curativos, podía combatir
enfermedades incurables, servía como antídoto para venenos y otras
leyendas le atribuyen poderes de elixir de la eterna juventud.
El unicornio era un animal solitario y tímido, sin embargo, podía ser muy
agresivo, por lo que su captura resultaba particularmente difícil. Se
consideraba que brindaba protección contra todos los venenos conocidos y
también contra las enfermedades incurables. Era creencia que quien ingiriera
alguna poción preparada con cuerno de unicornio, viviría eternamente.
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El explorador John Smith declaró haber visto a uno de estos seres cuando se
sumergía en las aguas del mar üaribe y que tenía el cabello largo de color
verde y que era atractiva, tanto como para cautivar a cualquier hombre.
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Era una bruja con desparpajo
que usaba guantes de renacuajo.
Tomaba té con mermelada,
comía galletas muy bien tostadas.
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Erase una vez un padre que tenía tres hijos muy perezosos. Se puso
enfermo y mandó llamar al notario para hacer testamento:
- Señor notario -le dijo- lo único que tengo es un burro y quisiera que fuera
para el más perezoso de mis hijos.
Al poco tiempo el hombre murió y el notario viendo que pasaban los días sin
que ninguno de los hijos le preguntara por el testamento, los mandó llamar
para decirles:
- Sabéis que vuestro padre hizo testamento poco antes de morir. ¿Es que no
tenéis ninguna curiosidad por saber lo que os ha dejado?
El notario leyó el testamento y a continuación les explicó:
- Ahora tengo que saber cuál de los tres es el más perezoso.
Y dirigiéndose al hermano mayor le dijo:
- Empieza tú a darme pruebas de tu pereza.
- Yo, -contestó el mayor- no tengo ganas de contar nada.
- ¡Habla y rápido! si no quieres que te meta en la cárcel.
- Una vez -explicó el mayor- se me metió una brasa ardiendo dentro del
zapato y aunque me estaba quemando me dio mucha pereza moverme,
menos mal que unos amigos se dieron cuenta y la apagaron.
- Sí que eres perezoso -dijo el notario- yo habría dejado que te quemaras para
saber cuánto tiempo aguantabas la brasa dentro del zapato.
A continuación se volvió al segundo hermano:
- Es tu turno cuéntanos algo.
- ¿A mí también me meterá en la cárcel si no hablo?
- Puedes estar seguro.
- Una vez me caí al mar y, aunque sé nadar, me entró tal pereza que no tenía
ganas de mover los brazos ni las piernas. Menos mal que un barco de
pescadores me recogió cuando ya estaba a punto de ahogarme.
- Otro perezoso -dijo el notario- yo te habría dejado en el agua hasta que
hubieras hecho algún esfuerzo para salvarte.
Por último se dirigió al más pequeño de los tres hermanos:
- Te toca hablar, a ver qué pruebas nos das de tu pereza.
- Señor notario, a mí lléveme a la cárcel y quédese con el burro porque yo no
tengo ninguna gana de hablar.
Y exclamó el notario:
- Para ti es el burro porque no hay duda que tú eres el más perezoso de los
tres.
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Hace mucho, mucho tiempo, antes de que los hombres y sus ciudades
llenaran la tierra, antes incluso de que muchas cosas tuvieran un nombre,
existía un lugar misterioso custodiado por el hada del lago. Justa y generosa,
todos sus vasallos siempre estaban dispuestos a servirle. Y cuando unos
malvados seres amenazaron el lago y sus bosques, muchos se unieron al
hada cuando les pidió que la acompañaran en un peligroso viaje a través de
ríos, pantanos y desiertos en busca de la Piedra de üristal, la única salvación
posible para todos.
Gracias a su leal Sombra pudo el hada por fin encontrar la Piedra de üristal,
pero el monstruoso Guardián de la piedra no estaba dispuesto a
entregársela. Entonces Sombra, en un último gesto de lealtad, se ofreció a
cambio de la piedra quedándose al servicio del Guardián por el resto de sus
días«
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Era muy molesto oír tantos pies, retumbando y retumbando sobre el techo
del hormiguero. Las hormigas asustadas salían para ver lo que ocurría. El
ciempiés seguía cantando: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailaor!.
- ¡Otra vez Jimmy!. decía: la hormiga jefe.
- ¡No podemos trabajar, ni dormir! ¡No puedes irte a otro sitio a bailar!.
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Ding Dong era un pequeño reloj de cuco, que Doña Ardilla compró en la
Feria Anual del Bosque; donde todos los animalitos venden y compran
cientos de cosas que los humanos tiran.
Ellos se encargan de arreglarlas.
Allí se encuentran: estufas, lámparas, relojes, percheros, ollas , pucheros,
mesas , sillas y todo lo que puedas imaginar.
Fue allí, donde Doña Ardilla encontró a Ding Dong.
Las gotas de lluvia habían caído sobre el asustado reloj y la nieve lo había
vestido con un traje blanco. Le temblaban las manecillas y estaba tiritando de
frío.
Doña Ardilla lo cogió en sus manitas, le quitó la nieve y se lo llevó a su
casita.
Le arropó con una manta para calentarlo y le dio una tacita de té.
El reloj no funcionaba bien, siempre atrasaba, pero la ardillita se encariñó
con él.
De vez en cuando Ding Dong , le contaba historias de los humanos a Doña
Ardilla. Pero siempre terminaba diciendo que prefería estar con ella, pues
algunas veces era muy difícil entender a los hombres.
Ding Dong le decía: ¡Un día te quieren mucho!, ¡Otro día no te quieren
nada!.
El reloj se acostumbró a vivir en el árbol de la ardilla y fue muy feliz.
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Hace muchos años, mi madre me contó una historia que más parece una
fantasía.
Esa historia comienza así:
En la esquina de mi calle hay una tienda de telas, que está cerrada desde
hace tiempo.
Un día , un grupo de niños, entraron en la tienda y encontraron una balanza
de plata, escondida tras un mostrador.
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Hubo una vez un lindo ruiseñor que hacía su nido en la copa de un gran
roble. Todos los días el bosque despertaba con sus maravillosos trinos.
La vida volvía a nacer entre sus ramas. Las hojas crecían y crecían. También
lo hacían los polluelos del pequeño pajarito.
Su nido estaba hecho de ramitas y hojas secas.
Algunas ardillas curiosas se acercaban para ver como los polluelos
picoteaban el cascarón hasta dejar un hueco en el que poder estirar su cuello.
Empujaban con fuerza y lograban salir hacia fuera.
Sus plumitas estaban húmedas. En unas cuantas horas se habrían secado y
los nuevos polluelos se sorprenderían de lo que les rodeaba.
El árbol estaba orgulloso de ellos. Él también era envidiado por los demás
árboles no sólo por tener al ruiseñor sino por la belleza de su tronco y sus
hojas. Era grandioso verlo en primavera.
Al llegar el otoño, las hojitas de los árboles volaban hacia el suelo. üon gran
tristeza caían, pero el viento las mimaba y las dejaba caer con suavidad. Al
pasar el tiempo éstas serían el abono para las nuevas plantas.
Al ruiseñor le gustaba jugar entre sombra y sombra. Revoloteaba haciendo
piruetas, buscando la luz y cuando un rayo de sol iluminaba sus plumas,
unas lindas notas musicales acompañaban su alegría y la de sus polluelos.
Un día un hongo fue a vivir con él. Ya lo conocía de antes se llamaba Dedi,
bueno, tenía un nombre muy raro, pero ellos le llamaban así.
El roble comenzó a sentirse enfermito, tenía muchos picores y su piel se
arrugaba.
De vez en cuando le corría un cosquilleo por el tronco.
Estaba un poco descolorido, ni siquiera tenía ganas de que los ciempiés
jugaran alrededor de sus raíces.
Él hongo estaba celoso del árbol y de su amistad con el ruiseñor.
Pensó que si le enfermaba, el ruiseñor le haría mas caso a él, envidioso de
su amor no le importó hacerle sufrir.
Los demás animales convencieron al hongo para que abandonara al árbol.
Así conseguiría, ser su amigo pero nunca por la fuerza.
A partir de aquel día siempre se juntaban para ver amanecer.
El hongo aprendió una gran lección, su poder y su fuerza debía utilizarlas,
para algo bueno, para crear, no para destruir.
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Su gran ilusión era salir de su casa durante el día, pero sus ojitos no veían
bien y tenía que conformarse con salir de noche y abrir sus grandes ojazos
que brillaban en la oscuridad.
Siempre me dicen que soy afortunado por tener esos ojos tan grandotes,
decía: el búho.
Pero no saben, añadía , que aunque son tan llamativos, no veo las cosas tan
claras y lindas como la gente las ve.
Tengo que salir de día, quiero ver los animalitos que juegan durante la
mañana y ver el lindo color del cielo cuando se pone el sol.
Quiero ver corretear a los conejos, y pegar brincos a los saltamontes y
también como dan saltitos los pequeños pajarillos de mi árbol.
¡Tengo la solución, dijo la ardilla!-
Al salir los primeros rayos del sol, abría la ventana y ensayaba con su
trompeta.
¡Si, era trompetista!.
¡Tararí, tarará, tararí¡.
Todas las mañanas, entonaba su canción.
Él, quería mucho a su trompeta dorada, ¡Se la había regalado un viejo búho
que vivía en el bosque!.
Llevaba años practicando y realmente era maravilloso oírle tocar.
Sus amigos soportaban sus ensayos con mucha paciencia.
Poco a poco la trompeta parecía estar viva, pues sus notas sonaban cada vez
mejor.
¡Bailaban en el aire!. ¡Que ritmo¡.
Llegó el día del concurso, todos sus amigos se pusieron sus mejores ropas.
¡Que guapos estaban¡.
Algunos animales eran un poco envidiosos y desconfiados . No creían que
Verdi fuera tan buen músico.
¿üómo va a ser buen músico un escarabajo?. ²Decían.
¡Es un poco feo y no vive en una casa elegante¡. ²üomentaban otros.
Pero cambiaron de opinión enseguida al oírle tocar.
Eran tan hermosas sus melodías que todo el mundo escuchaba con
atención.
El concurso fue un gran éxito y todos aplaudieron entusiasmados.
Verdi, se hizo muy famoso, pero siguió viviendo en su casita de cáscara de
nuez y divirtiéndose con sus amigos.
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Érase un labrador tan pobre, tan pobre, que ni siquiera poseía una vaca. Era
el más pobre de la aldea. Y resulta que un día, trabajando en el campo y
lamentándose de su suerte, apareció un enanito que le dijo:
-Buen hombre, he oído tus lamentaciones y voy a hacer que tu fortuna
cambie. Toma esta gallina; es tan maravillosa que todos los días pone un
huevo de oro.
El enanito desapareció sin más ni más y el labrador llevó la gallina a su
corral. Al día siguiente, ¡oh sorpresa!, encontró un huevo de oro. Lo puso en
una cestita y se fue con ella a la ciudad, donde vendió el huevo por un alto
precio.
Al día siguiente, loco de alegría, encontró otro huevo de oro. ¡Por fin la
fortuna había entrado a su casa! Todos los días tenía un nuevo huevo.
Fue así que poco a poco, con el producto de la venta de los huevos, fue
convirtiéndose en el hombre más rico de la comarca. Sin embargo, una
insensata avaricia hizo presa su corazón y pensó:
"¿Por qué esperar a que cada día la gallina ponga un huevo? Mejor la mato
y descubriré la mina de oro que lleva dentro".
Y así lo hizo, pero en el interior de la gallina no encontró ninguna mina. A
causa de la avaricia tan desmedida que tuvo, este tonto aldeano malogró la
fortuna que tenía.
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