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JAIME GUERRA, LOS MAPAS DE LA OTRA PATRIA

Miguel D. Mena

Má s afuera que dentro, dominio del nosotros sobre el yo, entre el ser real y el ser imaginado un
cristal, una ventana, pestañ as nerviosas porque el semá foro no avanza. Somos el sustento de
Santo Domingo pero nos vemos deslizá ndonos sobre nuestras espaldas, siempre a la hora de ir,
ya sea al trabajo, a la cosa esa, a lo que sea. El ir en funció n del estar, el autopercibirse como bola
de billar o de caja de bola: así nos reflejamos en el espacio. Cada quien tiene sus espacios y para
cada quien ese es su Santo Domingo. Visto desde el aire, somos un inmenso collage de desechos
medievales y estridencias de clá xones postmodernos, un tilín tilá n entre el blin blin de los
nuevos sujetos y el tirar la sá bana del otro que somos: el que puebla las calles, quien en su día a
día convierte a estos territorios en su piel, sus pies, las sombras que permiten remachar ese
deslumbre de paredes descascará ndose, esas raspaduras de la tela que al sacar a flote la textura
del tejido, le da má s relieve a la superficie.

Trazado el mapa mental de historia y territorio, ambos coinciden en tres nombres: Duarte,
Sá nchez y Mella, tres héroes má s que contradictorios pero zapata ú ltima de esto llamado
“dominicanidad”, tres héroes manoseados en monedas y billetes que aparecen y se esfuman,
contribuyendo así a modular esa maquinaria del esfumado en nuestro día a día. La Duarte, la
Sá nchez y la Mella son también tres importantes vías en el mismísimo centro de la capital
dominicana. Aunque el kiló metro cero de la Isla no esté justamente en sus esferas sino en uno de
sus extremos y ahora só lo en el recuerdo, Jaime Guerra ha subrayado, con su lente, ese estar
“otro” de nuestro ser.

La Duarte deja de ser calle y se convierte en Avenida justo en el punto donde se entrecruza con
la Avenida Mella, y justo ahí comienza el trayecto de la Mella –en direcció n este o Santa Bá rbara-
que ha sido colapsado por el tumor de la zona llamado La Sirena. La Sá nchez es lo ignoto, la
maquinita de ruinas.

Jaime Guerra es un fotó grafo en permanente residencia urbana. A diferencia del grueso de la
fotografía dominicana, má s preocupado por la gotica de agua y en la efectividad de lente super
caro que conseguí en una oferta en Miami, Guerra es un buceador de rostros, un arqueó logo de
rostros indespegables de un sueñ o, un esfuerzo, algú n dolor. É l sabe por dó nde nos movemos y
las miradas ahí emergentes. Con un instinto felino, espera. É l conoce las viejas y nuevas
territorialidades, la efectividad de la sombrilla frente a La Imperial y del paraguas en manos de
la doñ a –café en mano- que lleva a su nieta –muñ eca en mano-; él se ha deslizado por los
esplendores del Siglo de Oro españ ol y por eso espera a que sus meninas –con un albino bajando
por la calle- salgan por la ventana.

“Duarte, Sá nchez y Mella” era una divisa de la dominicanidad. Jaime Guerra ha bajado al
territorio de estos nombres. Nada aquí tiene alfa ni omega –o si lo tiene, mejor ni saberlo. Todo
aquí comienza frente a una iglesia –la Duarte-, en un choque cerca del mar –la Sá nchez-, o en un
mar de cinco calles –la Mella. La ló gica de Guerra: nada de historias de carros pasando o de
objetos má s allá de nuestras dimensiones, nada de comentarios al margen, estas fotos hilan el
guió n de la película cotidiana que somos: el concepto del reflejo velazquiano en los obreros
bajando el espejo, la maquinaria de ruinas con una bandera de plá stico que no puede apañ ar una
casa descascará ndose y una doñ ita ¿por igual?; la crudeza de los colores primarios con el
negocio cerrado y el señ or esperando, sí, y no só lo el señ or, casi todos esperan o buscan algo, en
esa ló gica de la sobrevivencia. Jaime Guerra sabiamente combina el blanco y negro con el color,
mostrá ndonos que su papel no es el de alquimista de la imagen, sino la del anotador de una
partitura cotidiana donde el ritmo lo marca la obligació n del estar afuera. De repente uno puede
retrotraerse al gran Alfred Stieglitz o irse al medioeste de Walker Evans, pero no: todo aquí es
centro, nada aquí nos mira, mú ltiples pueden ser los referentes –los cuadros naives haitianos en
el caso de las vendedoras de rositas de maíz-, pero el latido es el mismo, es la ciudad arropada de
tres nombres que son como tres inmensas sombrillas destartaladas, como techos agujereados, y
por eso el deshuesamiento de un vehículo, el semá foro que ampara ventas de frutas.

Jaime Guerra fotografía latidos de tres calles amparadas en tres nombres ombligos-nacionales,
donde lo consabido sería el Mercado Modelo, las estructuras que ya no tienen funciones –como
los cientos de balcones ciegos en la Mella-, o en su defecto, el barrio chino hace añ os sacado de la
caja de los genios turísticos locales, pero no, claro que no, la eficacia de las imá genes de Jaime
Guerra está en el hacer de lo marginal lo centrífugo, recreando la vitalidad de un hacer pero
también la dureza del ser. Duarte, Sánchez y Mella han sido descafeinados de la consabida
dominicanidad tricolor, etc., etc. Duarte, Sánchez y Mella es local, en el sentido de que, al evocar
sus nombres, las flechas de la historia –el tiempo– chocan con el espacio –este viejo centro de
Santo Domingo. Sin embargo, el Duarte, Sánchez y Mella por la calidad de la imagen, el
tratamiento de los actores y paisajes, es una propuesta zafada del rompecabezas de la habitual
fotografía dominicana. Jaime Guerra se ampara en nombres pero revela el ser trans-local que
somos, como decir, Benares y Dakar y Cabo Haitiano también está n aquí.

Las imá genes nos lanzan a otras coordenadas: maestros, paisajes, referentes, marcos. Jaime
Guerra nos devuelve la temperatura real de la ciudad. Tal vez a partir de ahora, Santo Domingo
sea má s respirable, porque aú n bajo los escombros de la dureza, también es posible encontrar
sus sombrillas del encanto.

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