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I.E.S.

ALTO CONQUERO-HISTORIA DE ESPAÑA-JJRH

TEMA 5. EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN Y EL


SISTEMA CANOVISTA

El régimen de la Restauración abarca desde la caída de la I República hasta la proclamación de


Alfonso XIII como rey. La restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII (1974-1902)
significará una etapa de estabilidad que durará hasta finales del S. XIX. Esta estabilidad estará
propiciada por la Constitución de 1876, el sistema bipartidista creado por Cánovas y una cierta
prosperidad económica. Sin embargo, estos logros no ocultan los grandes defectos del sistema como
el fraude electoral, el caciquismo y la marginación de los partidos políticos ajenos al Sistema. A la
vez, afloran en las regiones periféricas los primeros movimientos nacionalistas que aspiran a
conseguir un cierto grado de autonomía en un estado fuertemente centralizado.
Tras el golpe del general Pavía, el general Serrano encabezó el gobierno y dedicó todos sus
esfuerzos a poner término a la guerra carlista. Los militares Alfonsino adquirieron un mayor
protagonismo al tiempo que la burguesía catalana reclamaba la monarquía como sinónimo de
estabilidad. A finales del 1874 el príncipe Alfonso XII dirige un manifiesto a la Nación desde
Sandhurst, en el cual afirmaba que la única solución de los males de España residía en la
reinstauración de la monarquía. Así pues, el general Martínez Campos proclamó en Sagunto a
Alfonso XII como rey de España y obtuvo inmediatamente la adhesión de la mayor parte del
ejército.

Para restablecer el régimen liberal moderado, Cánovas del Castillo se dedicó a intentar primeras
medidas:

En primer lugar, la convocatoria a Cortes Constituyentes por sufragio universal fue un mero
trámite ya que se preparó a un gobierno conservador dispuesto a conseguir votos por "todos los
medios". De esta forma, las elecciones con una gran abstención dieron el triunfo a la mayoría
conservadora gubernamental.
En segundo lugar, otras medidas de la monarquía se basaron en lograr el apoyo de la Iglesia,
distante por los ataques recibidos durante el período revolucionario; suspender los periódicos de la
oposición; establecer tribunales especiales para los delitos de imprenta; otorgar a la Iglesia la
potestad de juzgar muchos escritos; conseguir un Ejército amigo reincorporando los mandos que
habían sido eliminados durante el Sexenio; renovar los cargos de las Diputaciones provinciales y
Ayuntamientos; y para evitar futuros pronunciamientos el rey se le otorgaba la figura de jefe
Supremo del Ejército, con lo que quedaba asegurada la sumisión de los altos mandos militares.

En tercer y último lugar, el centralismo fue una medida muy importante durante la etapa de la
Restauración. Este centralismo, con eje en Madrid, se hizo patente a través de la reorganización de
los Aytos. Y Diputaciones, además de la restricción de la participación ciudadana en las elecciones.
En esta línea de centralismo, encontramos además la abolición de los Fueros de las Provincias
Vascas en 1876.
El régimen de la Restauración se dotó de una nueva constitución que establecía dos instituciones
fundamentales: la Monarquía y las Cortes Generales, por encima de cualquier partido político. La
Constitución de 1876 que permanecerá en vigor hasta 1931 se basaba en Soberanía compartida de
Cortes con el Rey, lo que significaba la negación de la idea de soberanía nacional; en unas Cortes

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Bicamerales con un Congreso de Diputados elegido por votación y un Senado representado por las
clases más poderosas del país; en un poder ejecutivo que designaba a los ministros, al jefe de
gobierno y era además el sumo mando del ejército; en un Estado Confesional en el cual se permite
el ejercicio privado de otras religiones, y en el recorte de la mayoría de derechos individuales. El
Congreso tenía cinco años de mandato los cuales no se llegaban a cumplir por las constantes
disoluciones de las Cortes. Aunque la Constitución era de carácter moderado era lo suficientemente
elástica como para ser aceptada por los progresistas. Por otra parte, la alternancia de poder del
sistema canovista convertirá a las Cortes en un sistema vació, carente del contenido que otras
habían tenido.

Cánovas diseñó un sistema basado en el turno pacífico de dos partidos en el poder. Ambos partidos,
el Conservador y el Liberal, defendían la monarquía, la propiedad privada y un estado liberal
centralista. En cuanto a su actuación política, las diferencias entre los partidos eran mínimas: por un
lado los conservadores eran más proclives al inmovilismo político y a la defensa del orden y de la
iglesia, y por el otro los Liberales estaban más inclinados a un reformismo de carácter progresista y
laico. El Partido Conservador, dirigido por el propio Cánovas del Castillo, recogía los sectores más
conservadores y tradicionales de la sociedad; mientras que el Partido Liberal, liderado por Sagasta,
que aglutinaba a antiguos progresistas, unionistas y algunos ex republicanos.

El sistema de turno tuvo la gran virtud de garantizar la alternancia pacífica en el poder,


poniendo fin durante un largo periodo al intervencionismo militar y a los pronunciamientos y
asegurando la estabilidad institucional. Cuando el partido en el gobierno sufría un desgaste político,
el monarca llamaba a formar gobierno al jefe de la oposición. Éste convocaba elecciones con el
objetivo de construirse una mayoría parlamentaria para poder ejercer el poder de manera estable.
Sin embargo, el turno fue un puro artificio político, destinado a mantener apartados del poder a
las fuerzas que quedaban fuera del estrecho sistema diseñado por Cánovas: las fuerzas de izquierda,
el movimiento obrero, los regionalismos y nacionalismos. El turno en el poder no era la expresión
de la voluntad de los electores, sino lo que los dirigentes de los partidos lo acordaban y pactaban
previamente, y que a través de del fraude electoral y de los métodos caciquiles lograban instaurar.
Una vez acordada la alternancia se producía el siguiente mecanismo: el nuevo gobierno convocaba
unas elecciones completamente adulteradas, el ministro de Gobernación elaboraba los resultados
mediante el "encasillado", los cuales se lograban a través de la actuación de los alcaldes y caciques.

Los métodos desplegados por los caciques durante los elecciones fueron muy variados: violencia y
amenazas; falsificación del censo, compra de votos, cambio de votos por favores (rebajas de
impuestos, sorteo de quintas, saldo de préstamos, agilizar expedientes que se eternizaban en las
oficinas estatales...); o simplemente trampas en las elecciones, el conocido popularmente como el
"pucherazo".

Estos caciques, que eran una figura fundamental dentro de todo el proceso, eran personajes ricos e
influyentes en la España rural (terratenientes, prestamistas, notarios, comerciantes...), quienes
gracias al control de los ayuntamientos, controlaban una determinada circunscripción territorial.

Todas estas prácticas fraudulentas se apoyaban en la abstención de una buena parte de la


población, cuya apatía electoral se explicaba tanto por no sentirse representada como por el
desencanto de las fuerzas de la oposición en participar en el proceso electoral.

Durante la Restauración pueden señalarse dos períodos: el Reinado de Alfonso XII (1876-1885) y

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la Regencia de su esposa María Cristina (1885-1902).

El Reinado de Alfonso XII trajo, como ya hemos remarcado, una etapa de gran estabilidad, lo cual
no oculta un sistema corrupto y antidemocrático. El Partido Conservador gobernó durante os
primeros años del reinado, aprobando una serie de leyes de carácter conservador como la ley de
imprenta, la ley electoral de sufragio censítario o la ley de abolición de los fueros. Sin embargo, los
dos hechos más importantes fueron la finalización de la Guerra de Cuba y la tercera Guerra
Carlista. Por la primera, el general Martínez Campos combinó en Cuba la acción guerra con las
gestiones diplomáticas, fruto de ello fue la firma de la Paz de Zanjón (1878) con los rebeldes, a
través de la cual los rebeldes verían mejorada su situación. A pesar de ello, el problema no se
solucionó, sino que se aplazó hasta la guerra de 1895 que acabada en 1898 con la pérdida de Cuba.
Por otra parte, el conflicto carlista tocó fin en 1876, lo que dio lugar a la fragmentación del
movimiento carlista. El final del conflicto trajo consigo la reforma del régimen foral en 1876, por
la cual las provincias vascas tuvieron que contribuir con contingentes de soldados a cambio de
ciertos conciertos económicos con Madrid.

La prematura muerte de Alfonso XII en 1885 abrió el período de la Regencia de María Cristina
de Habsburgo (1885-1902) hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII. Tras la muerte del rey,
Cánovas y Sagasta reafirmaron en el denominado Pacto del Pardo (1885) el funcionamiento del
sistema de turno para evitar una posible crisis. En el denominado "gobierno largo" de Sagasta
(1885-1890) se aprobaron diversas medidas de reforma política como la de libertad de cátedra,
asociación y prensa (1887) y el sufragio universal masculino (1890). Sin embargo, en los últimos
años de la regencia de María Cristina se rompe la estabilidad tan minuciosamente conseguida:
Cánovas muere asesinado, siendo sucedido por Silvela y más tarde por Maura, y por otra parte,
Sagasta y su gobierno los cuales sufrieron las duras consecuencias de la crisis del 98. En 1903
moriría Sagasta, año en que el partido Liberal comenzó a fragmentarse. El régimen sufrió un duro
varapalo con la desaparición de ambos líderes, pero iniciaría otra etapa con el reinado de Alfonso
XIII marcada por un nuevo pensamiento: el Regeneracionismo.

Por otra parte, la etapa de la Restauración no estuvo exenta de oposición política; afloraron
movimientos regionalistas, los focos más destacados en P. Vasco y Cataluña los cuales pretendieron
aspirar a un cierto grado de autonomía en un país fuertemente centralizado. Además de ello, el
movimiento obrero en España, en especial el anarquismo, adquirió madurez y extensión
organizativa a partir de la ley de libertad de asociación de 1887.

Para concluir, el régimen de la Restauración a pesar de la oposición política protagonizada por los
movimientos periféricos y nacionalismos, la desaparición de los líderes políticos y otros grandes
defectos del sistema, funcionó más o menos durante el siglo XIX. El gran mazazo para la
Restauración será la Crisis del 98; a partir de ahí España se replanteará su razón de ser y las
medidas para llevar a cabo su modernización. El Sistema continúa en el siglo XX pero desfasado
obsoleto, y acabará saltando por los aires con la caída de Alfonso XIII y la proclamación de la 29
República.

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