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Un primer apartado nos ofrece cuarenta y cuatro breves aforismos, que cuentan entre los más brillante

e ingeniosos de toda la obra nietzsneana. Nietzsche ejercita su arco y su puntería. Las «flechas» dan, una
tras otra, en la diana: la mujer, el Reich alemán, el filósofo, la moral, el arte, la ciencia: todos quedan
tocados. Esta primera parte culmina en el prodigioso aforismo que dice: «Fórmula de mi felicidad: un sí,
un no, una línea recta, una meta.»

El segundo apartado es una monografía acerca de Sócrates. Nietzsche vuelve aquí a su primera época:
«el problema Sócrates», tema central de El nacimiento de la tragedia, es sometido una vez más a
examen. El refinamiento de Nietzsche en la malignidad, en la insidia, en la intriga, se expresan, sin
embargo, en un estilo muy jovial. Sócrates fue un plebeyo, nos dice Nietzsche; fue, además, feo; y, por
tanto, tan criminal; en suma: un enfermo, un decadente. Sus instintos se disgregaban. Y la medicina
inventada por él para combatir el mal (la dialítica, la racionalidad) no fue, a su vez, otra cosa que un
síntoma de la dolencia que le corroería. Sócrates no «fue libre» de ser dialéctico y racional: tuvo que
serlo. Y Sócrates quiso morir, esto es: se suicidó por manos de los jueces atenienses.

El apartado tercero, «La 'razón' en la filosofía», es, sin duda, central en esta obra, desde el punto de
vista de la «metafísica» de Nietzsche. Este describe la idiosincrasia del filósofo: es decir, del filósofo
típico, del filósofo habido hasta ahora, al que ya había contrapuesto en Más allá del bien y del mal «esos
filósofos nuevos» que están apareciendo en el horizonte. La idiosincrasia del filósofo se resume en esto:
en su odio a la vida misma del devenir, y, en consecuencia, en su odio a la vida. La filosofía anterior (con
la excepción de Heráclito) ha sido obra del resentimiento. La «razón» en filosofía es la causa de que
nosotros falsifiquemos el testimonio de los sentidos. Nietzsche acaba este apartado con «cuatro tesis»,
en las que resume toda su metafísica.
Ya en el apartado tercero ha rozado Nietzsche el problema del «mundo verdadero» y del «mundo
aparente

el apartado cuarto, nos ofrece en poco más de una página, al hilo de esa cuestión, una sorprendente
historia de la filosofía, que, partiendo de las brumas nocturnas y pasando por el amanecer y por la
mañana, culmina en el «mediodía» de Zaratustra: en el instante de la sombra más corta. La habilidad de
Nietzsche para combinar la broma y la burla con el ataque serio ofrece aquí una demostración
realmente esplendorosa de sí.
Un ataque frontal a la «moral» en todas sus formas, desde el Nuevo Testamento hasta Schopenhauer

quinto apartado de esta obra. La moral, dice Nietzsche, tiende a aniquilar las pasiones, a causa de la
estupidez existente en ellas. Tiende, pues, a castrar al hombre; y es, en consecuencia, una rebelión
contra la vida, algo que va contra la naturaleza. Pero, dice Nietzsche, con ironía, la medicina preconizada
por la moral equivale a extraer los dientes para que éstos no duelan. Todas las prolongadas
meditaciones morales de Nietzsche encuentran en este apartado una expresión sumamente precisa.

El apartado sexto, dedicado a poner de manifiesto «los cuatro grandes errores», se halla en íntima
conexión con el tercero y equivale a una aplicación práctica de la «razón» en la filosofía. Los cuatro
grandes errores son, sobre todo, cuatro errores psicológicos, que tienen graves consecuencias morales.
Estos cuatro errores son: el error de la confusión de la causa con la consecuencia; el error de la
causalidad falsa; el error de las causas imaginarias, y el error de la voluntad libre. La moral y la religión,
dice Nietzsche, caen bajo este concepto de causas imaginarias. El capítulo 8 de este apartado abandona
por vez primera el tono discursivo, mantenido hasta ahora en casi todo momento, y asume un tono algo
exasperado: «Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios: sólo así  redimimos el
mundo.» Así como el apartado anterior era, como queda dicho, una aplicación práctica del tercero.

el apartado séptimo, dedicado a aquellos que ven su misión en «mejorar» a la humanidad, constituye
una ejemplificación concreta de lo que significa la moral como contra naturaleza. La mejora perseguida
por la moral y la religión ha consistido siempre en poner enfermos a los hombres, en debilitarlos, en
castrarlos. Por vez primera alude aquí también Nietzsche a la moral y la religión india, recién descubierta
por él a través de la lectura del Código de Manú en una traducción francesa. La tesis que Nietzsche
deriva del estudio y confrontación de las diferentes morales dice así: «todos los medios con que se ha
pretendido hasta ahora hacer moral a la humanidad han sido radicalmente inmorales».A partir de
este momento cambia de atmósfera la obra. Lo que viene a continuación es como un «segundo libro»
de la misma, con otros temas y con otro tratamiento. Hasta ahora Nietzsche se ha mantenido en un
tono más bien teórico, discursivo, «filosófico», si se quiere. Ahora llega el instante de las confesiones,
incluso de la autobiografía.

Lo que los alemanes están perdiendo» (apartado octavo) es la sección más melancólica de todo el libro.
Nietzsche echa una mirada a su patria; la amargura que ésta le produce no le impide ser justo. En pocas
líneas traza Nietzsche uno de los mejores elogios de Alemania escritos nunca. Alemania, dice, tiene
«virtudes más viriles que las que ningún otro país de Europa puede exhibir. Mucho buen humor y mucho
respeto de si, mucha seguridad en el trato, en la reciprocidad de los deberes, mucha laboriosidad, mucha
constancia. -Y una moderación hereditaria, que más que del freno necesita del acicate. Añado que allí
todavía se obedece sin que el obedecer humille... Y nadie desprecia a su adversario...» Pero Alemania  ha
elegido, a partir de 1871, una vía equivocada: quiere dedicarse a la «gran política», quiere tener poder
sin darse cuenta de que el poder vuelve estúpidos a los hombres. Y así la chabacanería, piensa
Nietzsche, está anegando a su pais.Este apartado contiene, en su sección final, un penetrante estudio
sobre lo que debe ser la educación; aquí resume Nietzsche toda su experiencia de profesor. La
educación se define, según él, por estas tres tareas: aprender a ver, aprender a pensar; aprender a
hablar y a escribir. El largo apartado titulado

Incursiones de un intempestivo», que es el penúltimo y que ocupa por sí solo más de la tercera parte de
toda la obra, es un verdadero ajuste de cuentas, realizado con la más inocente de las sonrisas.
Encontramos aquí al Nietzsche irónico, travieso, malévolo, en suma: al Nietzsche sarcástico. Nietzsche se
ensaña con Renan, con Sainte-Beuve, con Rousseau, con G. Eliot, con George Sand, con los novelistas
franceses del momento. De repente, una breve parada  (el 10): Nietzsche vuelve  los ojos a su primera
obra, a sus conceptos de lo «dionisíaco» y de lo «apolíneo». Pero en seguida toma de nuevo el látigo, y
las víctimas son Carlyle, Darwin, Kant, etc. Una última confrontación con Schopenhauer, su «educador»
en los años jóvenes, va seguido de ataques al arte por el arte, de una equiparación entre el cristiano y el
anarquista, de una crítica de la moral de la decadencia, de una estremecedora «moral para médicos», de
una crítica de la modernidad, de un examen de la cuestión obrera, de una exposición de su concepto del
genio, de un inquietante análisis del tipo del criminal, para terminar en un panegírico de Goethe:
«Goethe es el último alemán por el que yo tengo respeto.»

El apartado final es un fragmento de autobiografía, que preludia el Ecce homo. Nietzsche hace la
historia de sus estudios, ofrece una enumeración de sus modelos (Salustio, Horacio, Tucidides), ataca a
Platón, y pone en la picota a los filólogos clásicos (representados aquí por el «famoso Lobeck»). Las
últimas palabras son un balbuceo: «yo, el último discípulo del filósofo Dioniso,-yo, el maestro del
eterno retorno...». Y para que nada falte, al final «habla el martillo», que dice: «¡haceos duros!»

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