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Y para muestra el diamante rojizo pulido con la forma de roseta de un valor

superior a los cincuenta mil dólares, certificados por la Boors.

Si hasta ese momento lo había considerado como jugador de segunda, se elevó


ante sus ojos para ocupar primera fila de una operación de ayuda que no
podía tratar como juego de fin de semana. Necesitaba, le indicó tomándolo de
la mano, gesto muy característico suyo, lo depositaran bajo custodia con
certificado de garantía, para usarlo como colateral. Acordaron realizar la
operación en un banco panameño en caja de seguridad a disposición de retiro
solamente con la firma de ambos, sólo así aceptaría usar sus furgones como
garantía del préstamo.

Se aventuró a preguntarle si había alguna conexión con los de Diana Sucre.

Su expresión extranjera de mirada gelatinada lo envolvió en el manto de la


sospecha. Prefería aclarárselo con la fotografía de archivo publicada en la
prensa. Puso el recorte sobre la mesa, leyó el inicio del informe, sus anteojos
bifocales enmarcados en oro, antes de presentarle otra del Heraldo, de ella con
su amigo Dimas Alvarado. Le describía la relación para que estuviera claro se
conocían, trabajaban en negocios paralelos, excepto que él, manejaba
mercancía comercial, y ella, se dedicaba más al financiamiento. El diamante lo
había comprado en Europa y nada tenía que ver con el asesinato de ella.

Se dijo que ya había preparado la respuesta con bastante atención.

II

Seleccionó de entre el grupo de los Asistentes Ejecutivos al más alto. Superior


al metro ochenta, con pinta de boxeador, vestido con traje moderno. Se
dirigió al centro del grupo donde se celebraba el inicio de operaciones con el
banco Azteca. Puso toda su atención en las palabras que utilizaría para
encomendarle lo introdujera al grupo de accionistas en espera del informe de
la cartera de nuevos créditos a empresas mexicanas, el objetivo fijado para ese
año. Se le escapó su nombre por falta de práctica en la comunicación
corporativa. Finalmente, tomó el micrófono para resumir los datos al pequeño
grupo de catorce principales, dueños del 90% del patrimonio, Lucas Dionisio el
mayoritario, vestido con traje formal, de brillante pelo encanecido, recién
operado de las bolsas de los ojos. Las miradas del grupo se concentraron en
el preámbulo. Los números estaban impresos en un folleto de circulación
restringida que ya tenían en su poder.

Las cantidades indicaban habría necesidad de tomar mayores riesgos para


elevar el total a más de quinientos millones, según las indicaciones de los
socios. De la meta total se había alcanzado solamente un 20%, con el apoyo
de los socios de la financiera Corfin de México. Les presentaba para
consideración, voto tan inmediato como fuera posible, de modificaciones a las
condiciones básicas de garantía para tener mayor flexibilidad, sin aumentar
tanto el riesgo.

El signo de descontento con la propuesta lo mostró Lucas Dionisio y otro de los


accionistas, Marcelo Durán, porque no le convenía a la empresa ampliar las
bases de los créditos cuando en la sesión anterior habían discutido de la
enorme pérdida en el préstamo a dos clientes beliceños.

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