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Valentía del perdón

Por Roberto Martínez (19-Abr-1997).-

Dice un dicho que el hombre es el único animal que tropieza dos veces
con la misma piedra. Personalmente, no me gusta definir al ser
humano como un animal, sino como una persona. Me parece que es un
término más preciso, porque un animal sólo tiene cuerpo, y aunque en
ocasiones nos comportemos por debajo de lo que merece nuestra
dignidad, esto no implica que compartamos la misma naturaleza que
los simios o cualquier otro mamífero.

Quise traer a tu atención ese dicho porque me da pie para reflexionar


contigo sobre la guerra.

La violencia militarizada es una "piedra" que ha hecho tropezar a


muchas sociedades, incluso las que consideramos civilizadas y
avanzadas, a pesar de que sobran evidencias para demostrar que en la
guerra todos pierden, excepto el mal.

Aun así, la sociedad nos cultiva desde niños el antivalor de la violencia.

Muchos juguetes simulan en materiales blandos armas de fuego y


cuchillos.

Los héroes de las caricaturas imponen la justicia mediante el uso de la


fuerza bruta y sus poderes sobrenaturales destructivos. Las películas
denominadas de "acción", por no decir de "violencia extrema",
siembran la ilusión de que una sola persona puede vencer al mundo si
tan sólo se empeña tenazmente en la práctica del arte marcial.
Este antivalor está presente también en los libros y las materias
académicas, principalmente en la historia. No sé si por un afán de
presentar la historia como un cuento de héroes y villanos, o por
fascinación hacia el poder que da la sumisión de otros pueblos o para
presentar argumentos de superioridad racial, pero el caso es que los
historiadores han procurado como prioridad el recuento de todas las
batallas y guerras que el hombre ha protagonizado.

Los héroes nacionales son, por lo general, personas que ganaron


batallas y son presentados al pueblo como libertadores. ¿No
deberíamos tener celebridades históricas en otros aspectos culturales
distintos a los bélicos? Los jóvenes necesitan modelos a seguir para
forjarse como personas de provecho. Si ya no queremos más Fideles
Castros y Hitlers, necesitamos empezar a registrar en la historia a otro
tipo de héroes y heroínas: empresarios, humanistas, inventores,
promotores de las causas sociales a gente que tuvo la capacidad de
dejar huella sin derramar sangre inocente.

La violencia puede manifestarse de muchas formas, todas ellas


destructivas, desde manchar una barda con graffiti hasta el asesinato y
el suicidio.

Es curioso como algunas personas optan por expresar su necesidad de


trascendencia a través de la destrucción. Ante la ausencia de talento
para crear algo provechoso, o la pereza de hacerlo, se enorgullecen de
haber descompuesto, destruido, matado, roto o arruinado algo a su
paso.
Con frecuencia, el móvil de la violencia es la venganza. Los ilusos se
autoengañan pensando que aplicando la ley del Talión de "ojo por ojo y
diente por diente", van a calmar su rencor y reestablecer su honor. El
honor nadie te lo puede quitar más que tú mismo, cuando tus actos no
corresponden a tu dignidad de ser humano. El rencor sólo desaparece
con el perdón y mientras no aceptamos que también nosotros hemos
ofendido tantas veces a los demás y que hemos recibido el perdón por
parte de ellos, este sentimiento crecerá y envenenará nuestro corazón.

El desprecio por los demás o por un cierto grupo de personas también


genera tensiones que pueden salirse de proporción en forma negativa.
Los hábitos de criticar, difamar, manchar el buen nombre, resaltar sólo
lo malo, etiquetar a los demás despectivamente son todos conducentes
a formas mayores de violencia y siempre contrarios a la caridad y la
solidaridad.

El fin no justifica los medios. Hacer daño a los demás o a sus


propiedades bien habidas no es justificable aunque el propósito sea
bueno. ¡Cuántos pleitos entre hermanos y vecinos! Cuánto odio entre
pueblos, naciones, y razas por hacer cosas malas con intenciones
buenas.

Pero claro, al que no se le enseñó a respetarse a sí mismo, ¿cómo


hacerle entender que no haga daño a los demás? Ciertamente no con
más violencia, esa persona necesita conocer la fuerza del amor y el
perdón, cualidades que no son para afeminados, sino para personas
con valentía. El mundo no requiere sometimiento sino reconciliación.

En el sureste de Europa, en el centro de Africa, en Centroamérica y en


el Medio Oriente hay niños que nacen y llegan a adultos viviendo en un
estado permanente de conflicto militar. Siguen los líderes políticos
aferrados a la idea de aniquilar al enemigo o pactar una frágil tregua si
su fuerza es equiparable, o si las consecuencias del genocidio afectan la
imagen internacional del país. Tal parece que quieren que las
siguientes páginas de su historia sean como las anteriores. Capítulo
tras capítulo de batallas, guerras, héroes libertadores y enemigos
oprimidos.

No se requiere de mucha valentía para disparar una ametralladora


cuando la vida está de por medio. Napoleón pudo haber desenfundado
su espada 500 veces, pero nunca logró algo ni remotamente similar a lo
que Gandhi hizo por su nación.

México necesita un Gandhi. ¿Te apuntas?

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