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EL SOSTÉN QUE INTEGRA Y QUE PERMITE JUGAR1

Emerge lo mágico y creativo

INTRODUCCÍÓN

La pregunta que Winnicott se realiza respecto a, ¿qué es lo que nos hace sentir
vivos?, aparece recurrentemente en la clínica con adultos. Surge la experiencia que
se repite una y otra vez de no estar vivo y todo lo que esto implica: cuerpo
desvitalizado, movimientos rígidos y respiración superficial. También propio de este
estado es la sensación de no sentir y estar habitando la cabeza desconectada del
cuerpo y de las sensaciones y emociones que este trae. En los vínculos, este no
estar vivo se manifiesta en patrones relacionales estereotipados y rígidos, ausencia
de sensación de novedad y espontaneidad y afectos planos o exacerbados.
Pareciera ser que hay una búsqueda, muchas veces no consciente, de este lugar
donde el ser humano se experimenta estando vivo y donde puede experimentar
placer y bienestar. Algunos pacientes refieren tener una sensación difusa de que hay
otro espacio perdido desde donde emerge lo orgánico y aparecen también recuerdos
fugaces de momentos donde se sintieron profundamente vivos.

¿A qué lugar nos lleva esta pregunta por la naturaleza del estar vivo? ¿Cuál es la
búsqueda que los pacientes adultos refieren? ¿Es un lugar fantaseado o soñado o
existió en algún momento? Estas preguntas nos llevan a lo que Winnicott ha descrito
como la capacidad de jugar y ser creativo que se encuentran arraigadas en las
cualidades de los intercambios más tempranos entre una madre y su infante y que
ocurren a lo largo de los primeros años de vida. Las funciones que la madre realiza -
sostener, reflejar, mentalizar y regular los distintos estados por los que atraviesa el
infante- son la base que permitirá que la capacidad lúdica emerja y se convierta más
tarde en el juego simbólico y en el adulto tome la forma de la cultura, el arte y la
religión.

1
Este trabajo fue presentado como monografía en el Magíster en Estrategias de Intervención
en Salud Mental Infantil, Universidad del Desarrollo durante el año 2007.

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El juego, que será un logro en el desarrollo evolutivo y lo podríamos caracterizar de
manera muy amplia como el aspecto placentero y promotor del self, constituye
psíquicamente al sujeto y cumple diversas funciones en los ámbitos motor, cognitivo,
afectivo y social del infante (Winnicott, 1971; Chazan, 2001). Diversos autores, entre
los que destacan, Freud, Anna Freud, Klein, Winnicott, Piaget, Erikson, Brazelton,
Stern y Lyons-Ruth darán énfasis distintos a las funciones del juego. Algunos
destacan las funciones que se relacionan con el mundo intrapsíquico, otros las que
guardan relación con el mundo externo y la adaptación a este y finalmente otro grupo
de autores se detendrá en el espacio que ocupa el juego entre el sujeto y el otro,
entre lo interno y lo externo.

Dado que la temática central de esta monografía no se refiere específicamente a este


punto señalaré, a modo de contexto, las funciones más relevantes del juego para el
desarrollo sano del infante. La actividad lúdica es el proceso donde el sujeto adquiere
aprendizajes acerca de sí mismo, los otros, el ambiente y las relaciones
interpersonales y es favorecedora de experiencias placenteras. Es un medio también
para explorar el entorno físico e interpersonal y para colocar en práctica
competencias culturales. En un primer momento, a través del juego el infante usa,
explora y domina el propio cuerpo y el de su madre para posteriormente comunicar
su mundo interno a través de la expresión de fantasías, deseos, ansiedades, miedos,
frustraciones y de esta manera se logra descargar energía psíquica moduladamente.
Este contexto sirve también para elaborar experiencias conflictivas, dolorosas y
traumáticas y reducir el monto de angustia que estas provocan en el sujeto. El juego
le dará la posibilidad al niño de generar formas de pensamiento simbólico, emergerá
el “como si” y desde este lugar podrá evocar el futuro, construir hipótesis, anticipar
consecuencias e investigar (Sanville, 1991; Stutman, 2007; Winnicott, 1971).

Por otro lado, la interacción lúdica ayuda a integrar al individuo al entorno social y a
establecer y afirmar las cualidades dominantes de las relaciones sociales. El niño
aprende formas adaptativas de intercambios con otros, ejercita reglas y roles sociales
y adquiere normas y valores. En la capacidad del niño para el jugar compartido

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emerge una comprensión crecientemente elaborada de las perspectivas subjetivas
del otro y aparecen también competencias fundamentales para la negociación de los
significados compartidos con otras mentes (Lyons-Ruth, 2006). En la actividad lúdica,
se realizará el tránsito al mundo del trabajo –el placer directo que genera el mero
hecho de jugar dará paso a la satisfacción por el producto final. El niño a la edad
escolar ya no solo quiere jugar en sí mismo, sino que también le interesa ganar.

Otro grupo de autores que integra el psicoanálisis y la neurobiología, entre los que
destaca Schore (2000, 2003a, 2003b, 2005), propone que el jugar no es solo
relevante para el desarrollo psicológico sano sino que también es fundamental para la
maduración neuronal. Esto se explica dado que la etapa que va entre los 0-5 años,
así como el período de la adolescencia, son considerados períodos críticos para la
maduración de estructuras cerebrales y es el tiempo donde se lleva a cabo el proceso
de sinaptogénesis (generación de conexiones sinápticas). Las distintas regiones del
cerebro maduran en distintos momentos y cada una de estas zonas es más sensible
a diferentes experiencias en edades distintas. Entonces, en estos períodos críticos
donde emergen mayor cantidad de sinapsis, se abre la posibilidad de ciertos
aprendizajes, de la mano de la maduración de determinadas estructuras cerebrales
(Rochat, 2001; Silva, 2007).

Schore (2001) propone que existe una necesidad psico-biológica profunda para la
actividad lúdica dentro del cerebro y que el tipo de estimulación somato-sensorial que
se experimenta durante el juego podría tener consecuencias neuronales positivas a
través de promover la maduración del lóbulo frontal. Panksepp (2001) agrega que el
juego puede tener efectos tróficos directos sobre el crecimiento neuronal y sináptico
en muchos sistemas cerebrales.

Todo esto nos lleva nuevamente a colocar en el centro de la discusión la relevancia


que tiene la interacción temprana, en este caso, para el desarrollo del juego en el
infante. Como plantea Winnicott (1971, 1986, 1987) la actividad lúdica es el resultado
de la confianza del bebé y del niño pequeño en su madre y está arraigado firme y

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profundamente en este primer tiempo. En este mismo sentido Lyons-Ruth (2006),
confirmando la relevancia de este período, plantea que los niños con apego seguro a
los tres años tienen tres veces más probabilidades de involucrarse en juegos sociales
con sus pares y es tres veces menos probable que se involucren en un conflicto que
termine con la interacción lúdica. En infantes con apego desorganizado, se observan
déficit más severos en el juego y en estos casos los padres tienen mayor probabilidad
de involucrarse en formas contradictorias, con confusión de roles o no responsivas de
interacción. En la edad preescolar, estos niños tienen mayor probabilidad de inhibir
completamente el juego o actuar escenas atemorizantes o caóticas con narrativas
incoherentes y sin resolución de los peligros presentados.

En esta monografía, nos centraremos en los orígenes del juego que se remontan al
diálogo silencio entre la madre y su infante a modo de continuación de “El sostén que
integra: la princesa que no podía dormir” (Jorquera, 2007a). En este último trabajo, se
abordaron características fundamentales del vínculo temprano que le permiten al
infante ir realizando el proceso de integración psíquica. En lo que sigue, revisaremos
en más detalle las modalidades de la interacción temprana y la sincronía como
característica esencial que marcará el inicio de la actividad lúdica. También de
manera coordinada, atingente y en sincronía con el infante la madre le mostrará el
mundo para ir dando paso a la ilusión de crear. Y en este espacio de ilusión, de
objetos y fenómenos transicionales aparecerá el jugar, con el cuerpo, con el otro, con
el mundo y también solo en presencia de otro ser humano.

INTERACCIÓN TEMPRANA: ENCUENTROS MÁGICOS

Modalidades de interacción
El encuentro que ocurre entre madre-infante en el vínculo temprano es un diálogo
implícito y silencioso que ocurre de manera estable y continuada a través de distintas
modalidades o canales de comunicación. Prevalecen las miradas, los sonidos, los

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gestos, la manera de sostener, las sonrisas, cercanías y distancias corporales, las
caricias, los abrazos. Respecto del diálogo implícito es relevante destacar que

Durante los primeros tres años de vida, la mayor parte del procesamiento
psicológico de la experiencia es registrado en la memoria implícita que se
relaciona con circuitos motores y emocionales que se activan al recuperar la
información en momentos posteriores, sin tener que pasar por la experiencia
de recordar. Más específicamente, durante todo el primer año el infante solo
cuenta con el sistema implícito ya que las estructuras cerebrales implicadas en
el procesamiento explícito aún no han madurado totalmente (Jorquera, 2007b).

La dimensión implícita remite a procesos no conscientes que transcurren fuera del


foco atencional, es pre-verbal -y por tanto no es del todo verbalizable-, es
automática y requiere de baja discriminación perceptual, pudiendo procesarse
varios aspectos de una situación al mismo tiempo (Beebe et al., 2005; Beebe &
Lachmann, 2002: Fosshage, 2005; Lyons-Ruth, 1999; Mancia, 2006; Shore 2003a,
2003b; Pally, 2005; Stern et al., 1998).

Es en esta dimensión de lo implícito donde ocurre la mayor parte de la interacción


durante el primer tiempo y esto va ir configurando un conocimiento relacional implícito
entre la madre y el infante acerca de cómo ocurren las cosas entre ellos. Nos
remitimos entonces a procesos de naturaleza vincular donde se dan intercambios
intersubjetivos mediados por el nivel corporal no-verbal. La dimensión implícita

da cuenta del conocimiento de los propios estados corporales y de las


respuestas a las expresiones faciales y corporales de otros sin poder medirlas
en unidades discretas o categorizarlas en formas simbólica. Cuando miramos
a alguien, reconocemos su expresión facial por medio de sentimientos
correspondientes dentro de nosotros mismos que posiblemente no podamos
expresar en palabras, pero el sentimiento interior nos dice lo que la expresión
“significa” en términos emocionales. (Bucci, 2002, p. 770)

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Respecto de la mirada mutua madre/infante este es un acontecimiento intersubjetivo
que evoca en ambos intensos sentimientos y que va a ser la puerta de entrada para
el reconocimiento y construcción de sí mismo que realizará el infante como un self
distinto y diferenciado de la madre (Winnicott, 1958, 1965, 1987; Lebovici, 1983).
Stern (1978) propone que una madre con su infante pueden permanecer mirándose
directamente a los ojos alrededor de 30 segundos, tiempo que en cualquier otra
relación no sobrepasa unos segundos. Esto estaría relacionado con una perspectiva
etológica donde la mirada es considerada como un desencadenante innato del
comportamiento de cuidado por parte de los padres hacia sus bebés.

El contacto piel a piel, donde la madre con el infante se comunican a través del
cuerpo, es otra modalidad de interacción que cumple funciones de sostén en la
medida que se genera para le bebé la sensación de estar firme en el cuerpo de su
madre. En este proceso, también el infante experimentará por primera vez los límites
concretos del cuerpo del otro que le dan forma a su propia existencia. La piel como
punto de encuentro y contacto y al mismo tiempo elemento que separa y que
distingue un cuerpo de otro. A través de la interacción táctil y de las caricias que
recibe el infante de su madre este tendrá la experiencia de lo placentero y gozoso del
encuentro corporal y la madre por otro lado a través de acariciar le expresa amor y le
habla de manera no-verbal a su hijo(a). En lo táctil, también la madre transmite
distintos tipos de ritmos que irán dando forma y regulando los ritmos propios del bebé
(Altmann et al., 1991). Esta interacción somática es, por otro lado, una forma de
comunicación silenciosa que informa ampliamente a través de la temperatura, el tono
muscular, la tensión corporal, la vibración, los latidos cardíacos, etc.

El amamantamiento es encuentro corporal por excelencia donde la madre y el infante


van construyendo y aprendiendo pautas de interacción y comunicación marcadas por
ritmos y turnos que irán dando forma a episodios característicos más evolucionados
de comunicación.

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La vocalización como otra vía de comunicación e intercambio está relacionada, por
parte de la madre, con el arrullo, el canto, palabras y juegos de entonación suave. En
cada una de estos tipos de interacción vocal, la forma en que la madre se dirige al
infante tiene características particulares que han sido descritas por diversos autores.
Stern (1978) señala que en general el tono de la voz es alto, la intensidad de las
vocalizaciones está exagerada, la duración de las vocales es más larga, las pausas
entre cada párrafo son prolongadas (como si la madre esperara y le diera tiempo a su
hijo(a) para responder) y predominan las frases en forma de pregunta.

Respecto del arrullo y el canto, mencionados anteriormente, incorporan al infante en


el lenguaje del ritmo y es a través de estas formas verbales de interacción (arrullo y
canciones) que el infante “[…] podrá vencer el miedo a la separación, hacerla menos
dolorosa y adentrarse progresivamente en el misterio del silencio, el sueño y la
separación” (Altmann et al., 2001, p. 54). En relación a las palabras con las que la
madre se refiere a su hijo(a), estas son diminutivos dada la condición regresiva en la
que se encuentra, intentando favorecer la comunicación y la sintonía con el infante
(Stern, 1978, 1985). De esta manera, la madre expresa verbalmente afectos, regaña,
da órdenes, comunica expectativas y deseos, informa de situaciones presentes y va
nombrando los distintos estados afectivos por los cuales atraviesa su hijo(a).

Como se planteó anteriormente, en la interacción vocal la madre realiza una pausa


donde el bebé imaginariamente puede dar respuesta a su gesto, palabra o pregunta.
Aparece aquí un sentido del silencio, un espacio posterior al sonido, donde se alterna
presencia-ausencia (Altmann et al., 2001).

Un elemento que atraviesa las distintas modalidades de interacción (visual, corporal-


táctil, vocal) es el ritmo y está presente en el sostenimiento, en la acción de mecer y
pasear al bebé, en la forma de acariciarlo, en la estimulación táctil, en el arrullo y en
el canto. Este elemento cumple una función de apaciguar, es más intenso cuando el
infante está irritado y va transformándose en más lento cuando este se tranquiliza.
Altmann y colaboradores (2001) en relación al ritmo agregan que

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El balanceo como primera actividad rítmica musical permite al bebé
experimentar la continuidad del sentimiento de existir, dada su semejanza con
el ritmo cardiaco […]. Los ritmos musicales y los de nuestro cuerpo se
aproximan y enlazan en sincronías, posibilitando el paso entre lo interno y lo
externo (p. 50).

Más adelante volveremos a referirnos a la importancia del ritmo en la interacción.

El infante está preparado para jugar


No solo la madre genera y promueve la interacción temprana sino que el bebé desde
su nacimiento está equipado para entrar en contacto con otro ser humano y para
conocer, reconocer y explorar el mundo que lo rodea. Presenta también capacidades
innatas para comunicarse, coordinarse y sintonizarse afectivamente con los otros
significativos y esto lo realiza través de procesos pre-verbales y verbales. De esta
manera, el infante logra influir y modificar directamente su entorno (Brazelton &
Cramer, 1990; Lecannelier, 2006; Stern 1978, 1985; Trevarthen, 2001).

En este sentido, Trevarthen (2001) propone que el infante posee un alto nivel de
coordinación de todos los sistemas sensoriales que están dirigidos por una
motivación primaria a entrar en contacto con otro ser humano. La tendencia a
comunicarse y sintonizarse afectivamente se manifiesta a través de coordinar los
aspectos expresivo-afectivos del bebé. Esto da lugar a dos grandes patrones de
interacción por parte del infante, siendo uno de ellos un patrón expresivo de
acercamiento donde este manifiesta corporalmente una postura de apertura y
receptividad hacia la madre. En este patrón de acercamiento, el bebé realiza
movimientos con el objetivo de sentir y recibir los gestos, acciones y afectos del
cuidador. El infante desarrolla también un patrón expresivo de alejamiento,
particularmente cuando está cansado o estresado, y desea expresar molestia,
desagrado, rechazo o deseos de finalizar una interacción. Este patrón se caracteriza
por rechazar al otro con las manos y pies, cerrar los ojos, fruncir el ceño y llanto con
disgusto, de tal manera de cerrar los canales de comunicación y evitar afectiva,

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corporal y mentalmente al otro. En esta misma línea, Stern (1978, 1985) afirma que a
partir de los 4 meses los bebés utilizan la desviación de la mirada para expresar su
deseo de terminar una interacción y ya a los 7 meses manifiestan su deseo de
autonomía a través de claros gestos de corte y vocalizaciones.

El encuentro madre-infante está caracterizado entonces por la presencia de dos


seres humanos activos en la interacción que se buscarán, explorarán y reconocerán
mutuamente a través de miradas, gestos, movimientos corporales y vocalizaciones.
Respecto del lugar del infante en la interacción Schejtman (sin año) señala que

El gesto, la acción, las expresiones sensoriales primarias, llanto, sonrisa,


vocalizaciones tempranas son los movimientos que el bebé emite hacia su
ambiente y las respuestas a ellos inician el intercambio lúdico que llevará
luego, a la simbolización y a la constitución del lenguaje propio. La búsqueda
de reconocimiento del propio cuerpo, instalan los primeros juegos […].

Brazelton y Cramer (1990) proponen que el infante, dentro de la díada, es un ser


activo e iniciador de propuestas lúdicas a su ambiente. Los investigadores de infantes
también han encontrado que los bebés son activos iniciadores de interacción, al
menos en el 40 % del tiempo, las interacciones con el medio son iniciadas por los
bebés (Schejtman, sin año). Los infantes de tres meses comunican su disposición a
empezar a jugar tanto con mirar a la madre y sonreír y usan dejar de sonreír y quitar
la mirada y el llanto para indicar su deseo de dejar de jugar (Schore, 2001). Stern
(1978, 1985) profundizó en las características de esta interacción y al respecto señala
que tanto la exploración, como las distintas actividades que el bebé realiza y sus
estados emocionales se producen vía la estimulación del otro y son una creación
mutua. La empatía de la madre para leer los mensajes no-verbales del bebé y las
respuestas de éste activan un diálogo interactivo que aporta a la regulación mutua.
Este diálogo también está gobernado por un conjunto de reglas que rápidamente se
establecen y reconocen por cada miembro de la díada y que hacen referencia a los
tiempos, tonos, ritmos, intensidad y duración de la interacción.

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Emerge la actividad lúdica y esta tiene lugar cuando el infante se encuentra en un
estado muy atento y transmite activamente a su madre una receptividad al estímulo
exterior y ésta, por otro lado, responde sincrónicamente a los gestos y señales que su
hijo(a) le comunica.

Juego corporal silencioso


El juego en sus orígenes es actividad corporal silenciosa. Entre los 2 y 3 meses, los
bebés acomodan las manos y los pies de tal manera que los puedan ver y explorar
durante largos períodos y al realizar esta acción emiten sonidos, balbuceos y
susurros repetitivos. Esta secuencia se hace una y otra vez (Rochat, 2001). Emerge
el juego desde la exploración placentera del propio cuerpo pero ya antes el infante ha
explorado y jugado también con el cuerpo de la madre, o mejor dicho, ambos han
jugado y han experimentado placer en el encuentro con el otro.

Durante la primera mitad de la alimentación, el bebé mama bien y trabaja de


manera seria. De tiempo en tiempo mira a su madre pero ella no le habla ni
cambia de expresión hasta que él abandona uno de los pezones y le sonríe
levemente. Ella responde abriendo más sus ojos y levantando apenas las
cejas. Si él no se prende nuevamente, dice “Bueno, hola […] ¡oooh quieres
jugar!, ¿no?” La madre se le acerca, frunciendo el entrecejo pero con un brillo
en sus ojos, exclama “¡Ahora te agarro!” y coloca su mano “para comenzar a
hacer cosquillas con un dedo en la barriga del infante hacia arriba, hasta los
huecos cosquillosos de su cuello y axilas”. Él sonríe y se retuerce, pero no
interrumpe el contacto visual. Ella mueva la cabeza de un lado a otro y sus
ojos vagan como si estuviese pensando en un nuevo plan: él mira, fascinado
(Sanville, 1991, p. 41).

Calmels (2004a, 2004b) se refiere a que el contenido del los juegos corporales que
se desarrollan en la primera infancia van a construir una matriz desde donde se
organizarán las futuras actividades lúdicas en la niñez, adolescencia y vida adulta.

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Señala tres grandes tipos de juegos corporales que ha denominado de sostén, de
ocultamiento y persecución. En relación a estas formas de interacción lúdica señala
que

Tienen en común la característica de desarrollarse a lo largo del crecimiento,


manteniendo el contenido primario que les ha dado origen, pero
transformándose a través de la mediación con objetos o de la sustitución del
propio cuerpo y del otro por objetos y espacios. A medida que transcurre el
desarrollo, se practican en grupos y se organizan a partir de regla aprendidas y
aceptadas colectivamente (2004ª, p. 14)

Los juegos de sostén se desarrollan desde y sobre el cuerpo del adulto y requieren
de su presencia en actos y contactos. Se caracterizan por movimientos básicos que
realiza el adulto mientras el infante está alzado en sus brazos: mecer, girar, elevar y
descender, subir y bajar, colgar. Cada una de estas acciones requiere modificaciones
en la calidad y cantidad del contacto corporal entre la madre/padre y el infante. Los
juegos de ocultamiento se caracterizan por que un miembro de la díada se oculta y el
otro intenta descubrirlo, puede incluir también esconder objetos. En este tipo de juego
se crea una distancia entre los cuerpos, se introduce el tema de la oscuridad y se
extrema la capacidad de atención, visión y escucha. Aberastury ubica este juego
alrededor del cuarto mes cuando el infante juega con el cuerpo y los objetos y
desaparece debajo de las sábanas para volver a aparecer. Los juegos de
persecución requieren diferenciar tres protagonistas, el perseguidor, el perseguido y
el escondite. En este tipo de juego, también se genera un distanciamiento corporal y
un acercamiento con el cuerpo protector-refugio.

Entre los siete y nueve meses, empieza a ocurrir otro juego que todavía es silencioso
y que nos lleva a focalizarnos en la punta de los dedos del infante. Desde aquí
empieza, no solo a seguir con atención los objetos señalados por la madre, sino que
también empieza a señalar con el dedo mientras mira alternadamente el objeto y el
rostro de la madre para chequear si ella está atenta al foco que él le está mostrando.

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Esta interacción lúdica deja en evidencia el inicio de la intersubjetividad secundaria,
proceso en el cual el infante comparte experiencias internas a través del
descubrimiento que realiza acerca de la existencia de la mente en otros y en sí
mismo. Busca intencionalmente compartir la atención y diversos estados afectivos
(Lecannelier, 2006; Sanville, 1991).

Sincronía y ritmos
En estos primeros encuentros, se da inicio a la interacción lúdica y un elemento
nuclear de estas interacciones cuidador-infante se refiere a la cordinación, sincronía,
entonamiento o reciprocidad propia de los intercambios relacionales. Todos estos
“términos […] se utilizan en un intento de capturar la cualidad o la calidad de las
interacciones que ocurren de forma adecuada y saludable […]” (de la Cerda, Lartigue
& Morales, 2000, p. 262).

Para que emerga la capacidad de jugar se requiere que los intercambios cuidador-
infante estén enmarcados en pautas de interacción caracterizadas por la
coordinación, sincronía, contingencia y ser al mismo tiempo favorecedoras de la
regulación del infante. La coordinación o sincronía hace referencia a

el grado en el que ambos participantes son capaces de coordinar, ajustar y


sincronizar constructivamente sus afectos y conductas respecto de las de su
pareja, facilitando con ello tanto el desarrollo del self y la diferenciación de
los estados emocionales como la complejización de los procesos regulatorios
y el logro de objetivos circunstanciales concretos. (Sassenfeld, 2007)

Esta experiencia de calce que se realiza entre las actividades madre-infante


promueve positividad y mutualidad. Cuando la madre se sincroniza con los estados
de atención de su hijo, va a estructurar interacciones cargadas de placer para ambos
y que podemos conceptualizar como interacciones lúdicas.

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En este calce o acoplamiento, la madre y el infante buscan coincidir sus ritmos a
través de las miradas, vocalizaciones y movimientos corporales, incorporándose
también el elemento del tiempo en la interacción. Ya sea que el encuentro ocurra a
través de miradas, vocalizaciones o movimientos del cuerpo o estas tres modalidades
al mismo tiempo, la interacción tiene una duración limitada en el tiempo que se inicia
por uno de los miembros de la díada y es seguida por el otro, alcanza un clímax y
posteriormente la interacción se termina. Schore (2001) entiende que este diálogo
altamente organizado se produce en milisegundos y se compone de oscilaciones
cíclicas entre estados de atención e inatención en el juego de cada uno de los
miembros de la díada. Ambos calzan estados y al mismo tiempo ajustan su atención,
estimulación y activación social a las respuestas del otro.

En este proceso de responsividad contingente no solo se coordina el ritmo del


involucramiento sino también del desinvolucramiento. Mientras más la madre
psicobiológicamente entonada sintoniza su nivel de actividad con el infante
durante períodos de involucramiento social, más le permite recuperarse
tranquilamente en períodos de desinvolucramiento. Y mientras más atiende a
las claves de re-inicio del re-involucramiento más sintonizada es la interacción
(p.18).

Otro elemento que caracteriza este intercambio y que promueve el desarrollo del
juego se relaciona con la secuencia de momentos de encuentro-desencuentros-
reparación. Los encuentros serán entendidos como estados de regulación afectiva,
caracterizados por la sincronía y reciprocidad entre la expresividad de la madre y el
bebé en un mismo período de tiempo. Los desencuentros hacen alusión a estados de
desregulación y producen estrés en el infante, generando afecto negativo. Estos
desencuentros son normales en la interacción, más aún, ocupan dos tercios de esta e
implican un fallo en la percepción y la atribución de sentido por parte del bebé y el
cuidador al despliegue emocional del otro. Los momentos de desencuentro requieren
reparación –de lo contrario, la afectividad negativa aumenta y puede tornarse crónica
en el infante. La reparación es la transición entre estados no coordinados o des-

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regulados de las expresiones afectivas del infante y del cuidador hacia estados
regulados (Tronick, 1989). En esta secuencia, se coloca en juego la sensibilidad,
sincronía y coordinación de la madre respecto de su hijo(a).

Para Lyons-Ruth (1999, 2006), esta realidad compartida por la madre y el infante de
encuentros-desencuentros-reparaciones está siendo creada, momento a momento,
en cada nueva interacción. En este sentido, Stern (2004) se refiere al momento
presente, que es el tiempo del encuentro, donde madre y bebé se reúnen con su
particular historia vincular en un momento único y distinto, que inscribe novedad. Este
es un proceso creativo y espontáneo que ocurre mientras los integrantes de la díada
negocian la creación compartida de significados y direcciones conjuntas.
MOSTRANDO EL MUNDO

De manera sensible, coordinada y en sincronía con su infante la madre realizará la


delicada labor de mostrarle el mundo solo cuando éste se encuentre preparado para
descubrir la realidad de los objetos y las ideas. En la medida que la madre se adapta
a las necesidades del infante y se ajusta a sus ritmos, le presenta trozos del mundo
real de acuerdo al desarrollo emocional de este. La presentación que la madre
realiza del mundo, en sincronía y de manera contingente al deseo del infante,
aparece en el momento justo en que ha sido necesitado, deseado y añorado por el
bebé de tal manera de brindarle una experiencia de omnipotencia mágica. En esta
acción, la madre invita al infante a entrar en el mundo de manera creativa y
concebirlo por sí mismo solo en la medida que tiene sentido para él (Winnicott, 1987).
Esto produce en el bebé la ilusión de que existe un mundo externo que corresponde
a su propia capacidad para crear, encontrándonos en este momento con el
establecimiento temprano de una relación con la realidad externa mediada por la
madre. Aquí se sientan las bases para la construcción y adaptación a la realidad a
través de la continuidad entre los gestos del infante y el objeto externo, continuidad
dada por la presencia sostenedora de la madre.

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La madre presenta el mundo de manera constante, comprensible, adecuada y
limitada a las capacidades del infante y para esto se hace necesario que ella procese
y transforme la realidad de tal manera de hacerla aprehensible y tolerable para él. En
algún momento de este proceso, la madre tendrá que introducir la delicada
experiencia de desilusión de tal manera de colocar lentamente el principio de realidad
y las limitaciones que impone lo real.

ESPACIO TRANSICIONAL Y OBJETOS TRANSICIONALES

Winnicott (1971, 1986, 1987) desarrolla el concepto de espacio transicional para


referirse a una zona intermedia de experiencia en la que convergen la realidad
interna y el mundo externo. El espacio transicional es una especie de puente que
conecta y separa a la vez el interior y el exterior del sujeto y está arraigado en el
interjuego entre madre-infante. Esta interacción basada en la confianza da origen a
un espacio potencial donde madre-bebé se encuentran y mismo tiempo se separan.
Separación que para este autor

no tiene lugar, porque en el espacio potencial entre el infante y sus madre


aparece el juego creativo que surge de manera natural del estado de
relajación; es aquí donde se desarrolla el uso de los símbolos que
representan a un mismo tiempo el mundo de los fenómenos externos y los
fenómenos de la persona individual (1971, p. 109).

El objeto transicional es la primera posesión y experiencia no-yo y alude a los


procesos psíquicos y objetos propios del área de la ilusión, no se ubica adentro ni
afuera pero contiene estos dos espacios y da origen a un tercero: lo intermedio.
Refiere a un objeto material blando, suave, que genera calor, es elegido por el propio
infante -presentado por la madre -y con el cual establece una estrecha relación
cargada de afecto llegando a adquirir una importancia vital e irremplazable en ciertos
momentos. “Surge […] cuando hay nostalgia y ausencia. Mitiga una y otra vez, tanto

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como calma la angustia, vuelve tolerable la espera y permite conciliar el sueño”
(Levin de Said, 2004 p. 58).

El objeto transicional le permite al infante ir construyendo paulatinamente las


categorías ausencia-presencia en el camino de la diferenciación yo-no yo. Se utiliza y
finalmente se deja, no se olvida realmente ni se le abandona, va perdiendo sentido ya
que los fenómenos transicionales se van extendiendo a otras áreas de la vida
(Winnicott, 1971).

En estos procesos, donde la madre suficientemente buena presenta el mundo


mágicamente y presenta también el objeto transicional, se va a generar el espacio
para que emerja el potencial creativo presente en el infante desde el nacimiento que
será apuntalado por el ambiente facilitador. Winnicott (1986) va a entender la
creatividad como un aspecto que forma parte de la experiencia vital del individuo, que
surge del SER y que se conservará durante toda la vida como algo que pertenece a
la experiencia infantil. El potencial creativo del infante se manifiesta en el jugar donde
surge el gesto espontáneo que comunica y conecta con el SER y con la vivencia de
estar continuamente vivo.

En esta interacción lúdica que se origina en el primer tiempo del encuentro madre-
bebe, y que Schore (2003a, 2003b, 2005) ha caracterizado como eventos psico-
neurobiológicos, impulsa las explosiones afectivas arraigadas en los momentos de
sincronía afectiva en los cuales se amplifican diádicamente los estados positivos de
interés y alegría. También regula la atención del infante, facilita el desarrollo del
diálogo verbal y promueve la capacidad de autorregulación. Por otro lado, Panksepp
(2001) y sugiere que el juego cumple el rol de organizar la información afectiva en
circuitos emocionales.

16
CONCLUSIONES

Cada ser humano posee un potencial psico-biológico hacia la salud y el crecimiento y


es necesario que esta potencialidad se actualice en el encuentro sostenedor de la
madre. Es fundamental que el desarrollo de este potencial ocurra desde el interior del
sujeto hacia el mundo externo siguiendo los ritmos propios y en sintonía con el
ambiente facilitador. El juego creativo surge a manera de continuidad del espacio
potencial que se genera entre una madre y su infante. Sólo cuando aparezca el
espacio transicional entre lo interno y lo externo puede tener lugar la actividad lúdica,
esta surge en la separación, en el espacio que deja lo que en un primer momento
estaba firmemente unido y conectado.

Para que el jugar se convierta en un logro en el desarrollo, la presencia de otro ser


humano se hace imprescindible ya que el juego se inicia como símbolo de la
confianza del bebé y del niño pequeño en su madre. Confianza en su presencia,
disponibilidad, en que va a ser capaz de leer sus señales y que va a dar respuesta
pronta y contingente a ellas. El infante confía también en que su madre le dará la
posibilidad de experimentar la magia de lo creativo cuando esta le muestre el mundo
en el momento preciso en que él lo había deseado. De esta manera la madre facilita
la experiencia de crear la realidad y de actualizar el potencial creativo. A través del
crear el individuo pone en juego quien es y tiene la experiencia de sentirse real y vivo.

El aspecto de la interacción que refiere a la sincronía es esencial para el inicio de la


actividad lúdica ya que solo cuando la madre es capaz de iniciar una respuesta a los,
movimientos, gestos, miradas, vocalizaciones, sonrisas del infante estamos frente a
la posibilidad de empezar a jugar. Juego que ocurre cuando un movimiento del bebé
se encuentra mágicamente con un movimiento sincronizado y coordinado de la
madre y en este encuentro ambos experimentan novedad, placer y gozo.

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El juego entre padres e hijos, previo al desarrollo del juego simbólico, va a generar
una matriz lúdica-vincular que dará forma y contenido a los juegos que se
desarrollarán posteriormente con otros niños, adultos y también con el terapeuta.

Volviendo a la pregunta inicial respecto de que es lo nos hace sentir vivos, como
terapeutas de infantes y niños necesitamos conectar y tener a disposición la
experiencia de habitar el propio cuerpo conectado con la psique de manera viva y
creativa. El infante que ha dejado de jugar necesita de un presencia capaz de jugar.

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