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UN CUENTO PARA AMADORES

Cuenta la leyenda que cada tanto el amor sale de viaje y los seres humanos que
estén en condiciones se van tras él porque sin él no pueden vivir.

Dicen que el primer país que el amor visita en su recorrido es el país de las
pasiones. Quienes lo han visitado cuentan su experiencia. Un paisaje tropical
exuberante, torrentes de locura, colores intensos, música frenética, danzas
voluptuosas y un calor abrasador. Allí los seres humanos experimentan la
sensualidad en todas sus formas, juegan a fascinarse unos a otros, exhiben
vanidosos lo más atractivo de cada cual, se coquetean en busca de conquistas,
quieren apropiarse de los demás para gozar. Hay quienes se quedan a vivir para
siempre en el país de las pasiones. Atrapados, no quieren seguir el viaje del amor.
Olvidan lo que soñaban cuando salieron presurosos. Tienen un destino triste
porque el calor es cada vez más fuerte y un día ávidos de sensaciones se queman en
el fuego de la pasión. Luego, como el amor se ha ido a nuevos países, vagan llenos
de llagas y de cicatrices sin saber a donde ir.

El siguiente puerto en el itinerario del amor es el país de los sentimientos. Cuentan


quienes lo conocen que sus amaneceres son arrobadores, lánguida la puesta del sol y
románticas sus noches. Valles llenos de flores y cielos repujados de estrellas. Dicen
que en los soplos de la brisa suenan citaras y laúdes y que en sus manantiales se oye
el susurrar cadencioso de las musas. Los humanos experimentan la belleza de sus
sentimientos y hasta el más torpe se vuelve poeta. Cantan, riman y trovan
expresando lo que sienten en su corazón. Pero este es un país de vientos recios y
caprichosos y de climas volátiles. Hay quienes dejan partir el amor y se quedan a
vivir allí, enamorados de sus propios sentimientos. Estos pronto experimentan la
frustración y la tragedia. Las brisas suaves de los bellos sentimientos son seguidas
por huracanes de celos y por tornados de ira. Es que celos, ira, resentimiento y
venganza son tan sentimientos como sus hermanos el gusto y el enamoramiento.
Cuando sobreviene la tormenta las flores son arrasadas, las estrellas desaparecen,
el sol se oculta tras la niebla y la música se vuelve fragor y trueno pavoroso. La
coreografía de los danzarines se hace huida y el canto de los trovadores grito de
miedo. A los que hicieron de este país su casa se les ve luego llorar desconsolados y
en su corazón solo queda lugar para el abatimiento y la tristeza.

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UN CUENTO PARA AMADORES

El amor, peregrino de todos los mundos, llega finalmente al país de la voluntad.


Los pocos valientes que han sido capaces de trascender los otros mundos y de
seguir el viaje a costa de dolores y desapegos cuentan que su paisaje es sobrio y
francamente austero. Riscos escarpados y caminos esforzados, montañas para
escalar y climas difíciles. Sin embargo me han dicho que éste es el país en el que
Dios ha puesto su morada. Allí los ángeles construyen con arpegios de silencio y
de ternura la música de la felicidad. Allí es donde el amor y Dios se funden en
un abrazo eterno que no deja saber donde empieza el uno y donde termina el
otro. Los que fascinados por el auténtico amor conquistan las cimas de este reino
aprenden desde sus alturas a ser amos de sus pasiones y a gobernar sus
sentimientos.

Ellos aprenden de Dios a decidir.


Ellos deciden acompañar en lugar de poseer.
Ellos deciden comprender en vez de imponer.
Ellos deciden perdonar en lugar de vengarse.
Ellos deciden sufrir con el otro en lugar de gozar a sus expensas.
Ellos deciden servir en lugar de ser servidos.
Ellos deciden dar en lugar de recibir y cuando reciben son generosos en la
gratitud.
Ellos deciden no buscar a quien amar sino aceptar a quienes la vida les ha dado
para amarlos.
Ellos deciden ser fieles aunque les duela perder pasiones y sentimientos
pasajeros.
Ellos deciden ser tiernos en lugar de tiranos duros y déspotas.
Ellos deciden darse a sí mismos en lugar de dar cosas que se acaban.
Ellos deciden abajarse hacia los otros en lugar de esperar que los otros suban
hasta su altura.
Ellos deciden ser cercanos y acogedores en lugar de ser fríos y distantes.
Ellos deciden ser humildes, pacientes y bondadosos.
Ellos se parecen cada vez más a Dios porque Dios habita en ellos y los hace
capaces de amar con su propio amor.
Ellos llenan el mundo de paz y de alegría.
Por ellos el mundo sigue siendo bendecido.

Julio H. Solórzano S.

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