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"LA ESCRITURA DEL DIOS"

El Aleph
Jorge Luis Borges

Análisis I – Ignacio J. Navarro, Letra y Espíritu

1. Aclaración inicial
Si bien se trata aquí de una lectura y análisis de un cuento preciso, se pretende
también establecer cómo en él se manifiesta un cierto centro de toda la literatura
borgeana. En ese sentido, el relato resulta una buena puerta de entrada y un lugar
apto para la compresión de algunos aspectos fundamentales de la obra de Jorge
Luis Borges.

2. Planteo
El cuento está estructurado a partir de la descripción de una situación inicial, del
planteo del enigma, de la búsqueda de la solución, y de una situación final que,
si bien en cierto sentido constituye un retorno a la situación inicial, lo hace en el
marco de una transfiguración que el personaje ha sufrido (y que por tanto
modifica también su circunstancia y entorno, es decir la situación), cosa que
permite una apertura, un quiebre de algo que podría ser sólo circular, cerrado,
reiteración cíclica.
Aunque se anticipe un poco el análisis, conviene señalar aquí dos cosas. En
primer lugar, la búsqueda de la solución del enigma, aunque esté acometida por
un hombre encarcelado y postrado, reviste las características de una viaje o
peregrinación, de un itinerario que tiene sus avatares. Este recurso atraviesa toda
la obra de Borges. En segundo lugar, otro punto fundamental que hay que
señalar de la estructura del relato, sobre todo para una interpretación general del
cuento, es que hay una búsqueda explícita y otra más bien velada, o secreta.
Ambas se irán interpenetrando, y aunque de la primera se irá pasando a la
segunda, las dos se mantendrán en niveles diferentes, aunque borrosos, ya que la
búsqueda explícita es también de carácter críptico y prefigura, dentro del límite
de la capacidad humana, la forma que sólo un dios podría manifestar
ilimitadamente. En efecto, el planteo del enigma se presenta como una sentencia
mágica que, además, es escrita, y que es una de las tradiciones del dios. Se trata,
pues, de una tradición; de modo que, al menos inicialmente, es algo que no
consiste en una experiencia inmediata, una certeza personal, sino algo heredado.
Pero este es el camino que Tzinacán deberá recorrer, ya que él es responsable y
consciente de esa tradición; él la representa. Sin embargo, ya al final de las
descripción de la situación inicial, se lee que hay un "tesoro escondido" que se
supone que está en un "lugar" que Tzinacán puede "revelar". La ubicación de
esta afirmación es importante, porque concluye la estructura de la primera parte
del relato, y es la primera vez que se menciona al dios (en singular; el párrafo
anterior hace una vaga mención a "los dioses"): Abaieron, delante de mis ojos, el
ídolo del dios, pero eso no me abandonó y me mantuve silencioso entre los
tormentos. El silencio también será creciente, constitutivo de la revelación y de
la metodología de su búsqueda; un slencio que no excluye la palabra sino que la
hace posible y la justifica, en la medida qen que es espacio de manifestación y
de resonancia de lo inefable. (Inefable en cualquier otro ámbito diverso del
silencio).
El relato tiene un punto de inflexión que vincula los dos ámbitos diferentes, el de
la búsqueda explícita y el de la secreta, el camino de Tzinacán con la meta que lo
excede. Este vínculo, que comporta un camino ascendente, solo puede
producirse de manera descendente (la Rueda es altísima): es el ámbito superior
(o, si se quiere, más profundo) el que determina el vínculo sobre el otro ámbito,
que sólo puede disponer y acepar las situaciones hasta que se produzca lo que no
puedo olvidar ni comunicar: "ocurrió". Este punto de inflexión aparece cuando
se declara que en realidad hay dos enigmas: uno concreto y uno genérico. El
primero es el que Tzinacán se abocará a descifrar inicialmente; es el enigma de
una escritura que es del dios, pero que está en el mundo y, por lo tano, sujeta al
tiempo, al espacio y la multiplicidad. El segundo es el que puede manifestarse
sólo por sí mismo, y es una palabra (una Palabra Única) en la que no hay
opuestos sino (en cierto sentido) diferencias, y que puede contener y pronunciar,
simultáneamente, la totalidad de la realidad (una palabra y en esa palabra la
plenitud). Este punto de inflexión, que declara la existencia de dos enigmas,
alcanzará su vértice (mediado por un sueño) en la visión, que constituye el
centro del relato. Allí el enigma concreto se tornará en realidad algo puramente
abstracto, mientras que lo que parecía genérico aparecerá como lo más concreto
(o real o intenso): la revelación que no puede ser cabalmente dicha, que
transfigurará a Tzinacán y determinará la forma final del relato: el silencio y
lvido de Tzinacán en favor de la posible manifestación del Verbo.

3. Situación inicial (y algunos símbolos)


El cuento comienza con una airmación concisa: La cárcel es profunda y de
piedra. Este es el ámbito, esta es la situación. Luego se la describe para subrayar
los ceñimientos que allí se imprimen: opresión y vastedad. Ahí están los dos
personajes: Tzinacán y el jaguar, en un lugar cuya amplitud está intensificada
por la oscuridad. Todo confluye para que, a partir de la descripción física,
despunte una sensación psicológica, una intención simbólica, una situación
espiritual. Se verá que la cárcel es también laberinto y universo; es donde
Tzinacán realizará su búsqueda y obtendrá su respuesta a través de una
experiencia enorme y vertiginosa.

En elogio de la sombra hay dos poemas que pueden ser emparentados con "La
escritura del Dios": "Laberinto" y “El laberinto". En ambas composiciones
aparece el encierro, la piedra y la fiera. La piedra es cárcel y laberinto, que
remiten aquí más explícitamente al universo, que es el que en el fondo se
manifiesta tantas veces con estas características. Es también lugar infernal, no
solo por los tormentos sino por cómo es, por su estructura: una construcción para
perder hombres; pérdida que tampoco es sólo física sino metafísica es la
búsqueda de revelación o rendición que en ese ámbito se desarrolla. (No carece
de interés, en la obra borgeana, que la divinidad se pueda manifestar en un
ámbito infernal). Queda dicho, pues, en estos dos poemas, de un modo más
explicito, que el ámbito equivale al universo. No importa si uno se sitúa en un
pequeño fragmento del orbe o ante el universo mundo, la experiencia seguirá
siendo la misma: de extravío. Es mas, la existencia misma es la que puede ser
laberíntica. Mas adelante dirá Tzinacán: Quizás en mi cara estuviera escrita la
magia, quizás yo mismo fuera el fin de mi busca.
El texto de “La escritura del Dios” está redactado en primera persona del
singular, salvo cinco renglones en los que , en el ultimo parrafo del cuento, se
pasa palabra ”Tzinacán”; así se presenta el protagonista. La palabra “yo” y la
palabra “Tzinacan” aparecerán como sujeto en alguno otro momento del relato.
Pero la locución yo Tzinacán, no aparecerá sino hasta el final del relato; sólo
dos veces aparece de esta forma. Se puede decir que, de algún modo, esta doble
mención enmarca al cuento. Pero el que se predica de yo; Tzinacán, al comienzo
y al final del relato, revela a un sujeto completamente modificado, sobre el que
los sucesos que se narran han operado una profunda transfiguración.
Del otro (lado) hay un jaguar .Como bien afirma Gabriela Massuh en la obra ya
citada en la nota 2(1980, 119), para Tzinacán tiempo y espacio no existen como
categorías concretas de percepción. Tzinacán está despojado, postrado y a
oscuras, en un universo íntimo, vasto y opresivo, vació, que es una cárcel que ya
no dejare en mi vida mortal. Ésta es la situación inicial. Solo el jaguar es algo
vivo, y mide con secretos pasos iguales el tiempo y el espacio del cautiverio. De
manera que sólo en la fiera puede revelarse algo del espacio y del tiempo
(cualidades vitales, esenciales, ofrecidas a quien yace en la postura de mi
muerte), pero resultan categorías reducidas a una expresión mínima o
desdibujada, haciendo señales hacia otra cosa (la visión que sobrevendrá a
Tzinacán supondrá la abolición del espacio y el tiempo), ya que lo qu los mide
es secreto e igual, y torna a ese espacio y tiempo parte de lo que constituye el
cautiverio, parte te la prisión que es el universo. E este sentido, el jaguar
Tzinacán, para quien tiempo y espacio (Cómo para los animales) se desvanecen
como realidades significativas, reduciéndolo a una suerte de puro presente en el
que deberán surgir nuevas significaciones.
No es casual que Borges, a lo largo del relato, use indistintamente la palabra
“jaguar” y la palabra “tigre”. La palabra “jaguar” está impuesta por el ámbito del
relato: Mesoamérica. Pero es sabido que, junto al laberinto, los espejos, los
rostros, los crepúsculos y otros símbolos borgeanos, el tigre es uno de los
emblemas estéticos centrales. Estos símbolos cada uno a su manera, expresan la
tensión hacia un sentido significativo o hacia una revelación y, simultáneamente,
manifiestan la dificultad para acceder a lo que se pretende, que parece quedar
muchas veces diferido. También la dificultad para expresarlo, ya que estas cosas
aparecen además como inasibles. El laberinto postula y oculta la salida,
determina una búsqueda pero la bifurca y prolonga. El crepúsculo (de la mañana
o de la tarde) simplifica la realidad y expresa su centro esencial, y a la vez
desdibuja y hace menos nítidas las cosas reales en las que el centro se
manifiesta. El espejo puede reflejar una identidad o duplicar y acrecentar la
desidentificación, multiplicar la singularidad afantasmarla.
Es decir que estos símbolos aparecen como aptos, en la obra de Borges para
expresar de diversas formas algo que se manifiesta en todo: hay algo en las cosas
que no es “las cosas”, pero que se expresa allí; “allí” que obra de puerta que
permite un pasaje hacia ese “algo” expresado, pero que es un pasaje que nunca
se completa desde abajo, sino que es necesario que ocurra alguna revelación de
arriba o (como ya se dijo, de lo profundo.)
En cuanto al tigre, a Borges le gustaba una definición de Chesterton que él citó
muchas veces: es un símbolo de terrible elegancia. Es decir, símbolo de una
belleza que tiene algo de amenaza o de riesgo. El tigre es, simultáneamente,
luminoso y oscuro. La conjunción, en el diseño específico de su figura, del
amarillo y del negro, lo hace resplandecer dentro de una oscilación inquietante:
en su movimiento representa un espacio y un tiempo que parece desplazarse en
dos sentidos, como los planetas. Aun inmóvil, el tigre parece manifestar cierta
fluctuación, lo cual es central dentro de la estética borgeana: se trata de una
figura que no puede ser fijada. Así, el tigre, pasa rápidamente de ser un objeto,
una cosa acotada o limitada, a ser signo de otra cosa más amplia; posee, en su
figura singular, algo apto para expresar cierta síntesis metafísica. Y es así como
Borges lo hace evolucionar en “Tigres azules”, uno de sus cuentos masa
admirables y una de las parábolas metafísicas mas notables acerca de la belleza.
Este relato comienza con el recuerdo de algunas citas (Blake, la ya mencionada
de Chesterton) y se detiene inmediatamente en el tigre real, singular: Siempre
me atrajo el tigre. Sé que me demoraba, de niño, ante cierta jaula del
Zoológico: nada me importaban las otras. Juzgaba a las enciclopedias y a los
textos de historia natural por los grabados de los tigres. Luego un amigo le dice
al protagonista que en cierta aldea muy distante del Ganges habia oído hablar
de tigres azules.
Aquí comienza el viaje, la peregrinación, para verificar este hecho para verificar
este hecho inaudito. Vienen luego una serie de avatares y, al final de todas las
búsquedas, se termina en el umbral de la divinidad: Ya en el recinto pense que
Dios y Alá son dos nombres de un solo Ser inconcebible y le pedi en voz alta
que me librara de mi carga. Inmóvil aguardé una contestación. No oí los pasos,
pero una voz cercana me dijo: “He venido”. Al igual que en “La escritura del
Dios”, el relato presenta un momento en que el protagonista estça a punto de
darse por vencido: En cuanto al Tigre…Las muchas frustraciones habían
gastado mi curiosidad y mi fe, pero de manera casi mecánica busqué rastros. En
nuestro cuento Tzinacán va a decir: No diré las fatigas de mi labor. Mas de una
vez grité a la boveda que era imposible descifrar aquel texto. Y, sin embargo,
como en el otro caso, se seguirá buscando. Tambien en ambos relatos habrá un
sueño que antecede al hecho extraordinario que los dos cuentos narran. Ambos
textos refieren la existencia de un enigma o secreto. Por lo último, ambos finales
plantean la posibilidad de permanecer en él, la necesidad de reponer lo ordinario
una vez que se ha asistido a la proximidad o inminencia de lo sobrenatural o
sobrehumano. Aunque inasible por lo general, puede quedar una suerte de
revelacion confiada al protagonista, que verá así totalmente cambiada su vida y
sy percepción de las cosas. Lo que no puede quedar es el protagonista en el
espacio de lo milagroso; es un momento que la divinidad concede, pero del que
el hombre no puede apropiarse: querer seguir pisando suelo sagrado más allá de
lo otorgado equivaldría a una profanación. De ahí la necesidad de reponer lo
ordinario.
Lo que no se puede dejar de subrayar en la estética de Borges es que si bien el
tigre real importa y es bello, principalmente importa en función del problema
que le impone a la poesía: la dificultad de nombrarlo. El tigre parece hecho para
ser visto. Poco a poco, su misma intensidad es capaz de remitir a otras visiones,
a algo a lo que el tigre alude pero que es más que el tigre. En ese asunto está
presente, constantemente, la cuestión del lenguaje, de sus límites y alcances.
En “La escritura del Dios”, Tzinacán se abocará a la contemplación del tigre con
el objeto de articular las palabras que el dios ha escrito en él. En esa actividad lo
sorprenderá la visión de otra realidad más adecuada a la palabra de un dios: un
universo simultaneo que presupone una Palabra Única capaz de pronunciarlo. Es
una palabra vedad a los hombres pero no a la divinidad, por lo cual es posible
una unión con ella aunque el lenguaje humano fracase para referirla: Entonces
ocurrió lo que no pudo olvidar ni comunicar. Ocurrió la unión con la divinidad.
El hecho de que aunque el hombre no pueda acceder a esa Palabra ella sí pueda
acceder a él, no implica que el hombre no deba buscar un lenguaje; al contrario,
el lenguaje es el que hace posible, A través de sus límites y sucesivos fracasos,
un desplazamiento hacia el silencio que le permitirá a él ser objeto de lenguaje,
de un lenguaje final y distinto pero que presupone el camino recorrido. Es
necesario, pues ”ver al tigre”

4. El enigma (dos enigmas y dos tigres)


Uno de los marcos posibles para comprender, dentro de la totalidad de la obra de
Borges, la valencia del enigma que se plantea en este relato, es el tema del
secreto. Secreto que nunca se sabe a ciencia cierta cuál es, pero que justifica
toda acción o especulación dentro de lo relatos. Básicamente, el secreto puede
estar referido a cualquier cosa (aunque Borges suele optar por algo de
trascendencia, por lo menos en la significación) porque uno de los problemas
centrales, además de en qué consiste ese secreto, es, como ya hemos dicho, la
incapacidad del lenguaje para referirlo. Puede ser conocido por todos pero
incomunicable de uno a otro; puede ser evidente y no ser percibido; puede ser un
hecho trivial o una revelación trascendente; puede ser manifestado a un elegido
que no puede expresarlo; puede ser un acto concreto o el orbe metafísico. Estos
dos ultimos extremos se anudan en un cuento del libro Ficciones que se llama
“La secta de Fénix, en cuyo comienzo el narrador se apresura a descartar este
nombre y a reemplazarlo por uno más apropiado y antiguo: La Gente del
Secreto. El secreto tiene, en este cuento, algo de terrible, y consiste, por un lado,
en el acto sexual (que nunca es mencionado) considerado, como si fuerqa visto
por un niño, desde lo que puede tener en desconcertante e incluso de brutal: No
se avenían a admitir que sus padres hubieran rebajado a tales manejos. Pero sin
dejar de ser esto, es también un rito de alcance trascendente: el fallo de un Dios
que asegura a una estirpe la eternidad, si sus hombres, generación tras
generación, ejecutan un rito. Lo interesante de este relato es que está todo él
determinado por el hecho de que el secreto es instintivo y conocido de todos,
pero todos se niegan a expresarlo, o no pueden hacerlo. Inversamente, en “El
Congreso”, el secreto, aunque alcanza a todos y al mundo entero, es conocido
por unos pocos, y es una revelación. Más explícitamente se dice aquí que
cualquier palabra nuestra hubiera sido una profanación.
Inútil abundar; la mitad de los cuentos de Borges presentan la búsqueda de una
revelación, en el contexto de un secreto. No se excluye, a veces, lo alegórico, lo
lúdico, e incluso lo humorístico, como en “La lotería de Babilonia”. En todos los
casos está la preocupación, no sólo por el alcance y limitación del lenguaje, sino
por el hecho de no profanar el mensaje o revelación. Justamente, uno de los
recursos que Borges utiliza para dejar en un espacio reverencial al secreto o a la
revelación, es el de manejar un primer nivel de lectura donde los elementos
narrativos aluden constantemente al otro nivel más inasible o vedado. Una suerte
de paralelismo. En “La escritura del Dios”, por ejemplo, cada ciega jornada me
concedía un instante de luz. Se trata de la abertura superior de la prisión, por la
que Tzinacán recibe carne y agua. Pero esto ocurre de un modo particular: En la
hora sin sombra ( el medio dia?, se abre una trampa en lo alto ( …) la luz entra
en la bóveda; en ese instante puedo ver al jaguar. Es decir que Tzinacán se va
acostumbrando( y el lector también? A que todos los días, cuando el sol esta en
su posición vertical y no hay sombra, algo se abre en lo alto y sobreviene la luz
y se puede ver. Luego del sueño de Tzinacán, un resplandor me despertó. En
una tiniebla superior se cernía un circulo de luz. Vi…Tzinacán, simplemente, ha
despertado de su sueño. Pero se trata de un resplandor, de un circulo de luz
superior, y de ver. Casi inmediatamente se pasará a la visión, que el lector
aceptara con mas facilidad porque, ademásde estar mediada por el sueño, será
narrada casi con los mismos términos que se vienen desarrollando en el otro
nivel: hay quien ha visto a Dios en un resplandor(… )yo vi una Rueda altísima.
Está la palabra resplandor; está también lo alto, la luz, la visión. Todas cosas,
palabras y situaciones, disimulada y hábilmente reiteradas desde el comienzo del
relato, en el cual hasta los hombres bajan de altos caballos en intentan que
Tzinacán revele algo precioso que se está en un lugar que sólo él puede alcanzar.
Ya se dice allí que el ídolo del dios (no el Dios) ha sido abatido. (Tzinacán
deberá abatir una serie de idolos –sobre todo textuales- para que la visión sea
posible?. Y luego: pero éste no me abandonó y me mantuve silencioso. Es el
silencio cib ek qye ¿aunque transfigurado y de otra índole) Nos encontramos al
final del relato.
Pero por el momento Tzinacán está en el silencio físico de su cárcel. Allí, en un
momento dado, cuando él cree percibir que la piel del jaguar es la escritura del
Dios (cosa que recibe como un secreto favor, como un don), inmediatamente se
afirma que inquieto menos que el enigma genérico. De manera que el enigma es
planteado en dos dimensiones totalmente distintas, que aunque guardan
semejanza o continuidad, presentan una discontinuidad y desemejanza mayores
aún: hay un enigma concreto, que es un objeto textual, una sentencia escrita,
que debiera poder descifrarse y leerse; hay, por otro lado, la interrogación por
otro significado ya no exactamente textual, porque si bien la primera pregunta se
refiere a cómo sería una sentencia escrita por un dios, inmediatamente se pasa a
concentrarse en lo que pudiera se una palabra (divina), una voz articulada.
Tzinacán seguirá por los dos senderos, pero descubrirá que la sentencia mágica
escrita es un camino cerrado, y que la apertura (sólo posible “desde arriba”) está
en plenitud de significado que la palabra divina debiera poder articular.
Ambas cosas están cifradas también en la consideración que Tzinacán hace del
jaguar. El “primer” jaguar es de índole física: se hace solo mención al hecho de
reproducirse y matar para perpetuar la especie y conservar un dibujo. Y se trata
de una prolongada mención, ya lírica (se amarian), ya patética (caliente laberinto
de tigres, dando horror a los prados y a los rebaños). El “segundo” jaguar es de
índole metafísica: no hay proposición que no implique el universo entero es la
introducción a la segunda especulación en torno del jaguar-enigma. Aquí
también se hace referencia a la reproducción y a la alimentación, pero en forma
austera y breve, y en dirección inversa: no la sucesión y conservación de los
jaguares, sino los antecedentes que hay que presuponer, para su existencia, hasta
llegar a la palabra capaz de haber pronunciado esa existencia y la de todo lo
demas.
5. La búsqueda de Tzinacán

Lo presentado en la parte anterior constituye una mirada principalmente teorica


sobre el enigma. En el relato esto se presenta en estrecha vinculación con las
vicisitudes de Tzinacán: es lo que le sucede a Tzinacán, el drama de Tzinacán,
cuyo inicio es formulado como un profundo quebranto y encierro acerca de los
cuales de posee la convicción, desde el punto de vista de la finitud, de no poder
salir: Me laceraron, me rompieron, me deformaron y luego desperté en esta
cárcel, que ya no dejaré en mi vida mortal. Pero luego de su viaje, Tzinacán, que
no ha dejado esa situación física, estará situado exactamente en el extremo
opuesto en su consideración: regresé como a mi casa a la dura prision (y la
bendice cinco veces). Entre un extremo y otro está la peregrinación (regresé,
dice el protagonista), en la que Tzinacán pone a prueba todas sus facultades
humanas. Es interesante esta intuición borgeana: el comienzo del viaje surge en
el contexto de una fatalidad que no anula una decisión de la voluntad: Urgido
por la fatalidad de hace algo, de poblar de algún modo el tiempo, quise. Hay algo
impuesto y no hay algo elegido, ya ha dicho, dos párrafos más arriba, que hay un
destino que depende de los dioses, y que él lo aguarda; pero no será una espera
pasiva sino, por el contrario (a pesar de la “postración de muerte”), sumamente
activa. En síntesis: hay una aceptación de la fatalidad de un destino y de un fin,
que no excluye una autoposesión y una participación en el modo en que ese
destino quede forjado, transformado de destino en destinación. Tzinacán recibe y
labra una misión: mi destino de ultimo sacerdote del dios me daría acceso al
privilegio de intuir esa escritura. El hecho de que me rodeara una cárcel no me
vedaba esa esperanza. (También se habla de “un elegido”). La referencia a la
esperanza esta situada perfectamente allí por Borges, ya que lo único que puede
sostenerla y hacerla real en los momentos de desolación es la memoria, que es
por donde comienza su viaje Tzinacán: por el recuerdo. Tzinacán piensa que la
comprensión futura depende del entendimiento de su pasado. Así que la primera
facultad en ponerse en movimientoserá la memoria. Esta, al principio, esta
asociada a la necesidad de autoposisión, de afirmar una identidad: yo, Tzinacán,
mago de la pirámide de Qaholom (…) último sacerdote del dios (…) fui
entrando en posesión de lo que ya era mió, Tzinacán, inicialmente, necesita
saber quien es: yo. Quise recordar en mi sombra todo lo que sabia. Este es el
comienzo del proceso, Y aunque no se refiere a todo el proceso, no es casual que
éste empiece signado por la referencia a cierta inutilidad: Noches enteras
malgasté. En un momento dado, Tzinacán da con un recuerdo preciso: una
escritura, un texto, que es una sentencia mágica y secreta. Tzinacán piensa que
quizás ya la ha visto y que sólo le falta entenderla; entonces, al recuerdo,
incorporará una operación mas bien especulativa: considerar, intuir, entender,
reflexionar, pensar. Hasta aquí, Tzinacán está en un proceso del que aún él es el
centro: quizás yo mismo fuera el fin de mi busca. Pero inmediatamente se
agrega: recordé que el jaguar era uno de los atributos del dios. Aquí finaliza la
operación de recordar y de reflexionar, y hay una suerte de primera apertura de
Tzinacán hacia otra cosa: la imaginación. El cambio de tono es completo; la
aparición del atributo del dios hace que Tzinacán diga mi dios, mi alma(que se
llenó de piedad). La imaginación, esa especie de vuelo, le abre un espacio
interior distinto que, lejos de distanciarlo, lo torna más precisamente a la
realidad: En la otra celda había un jaguar; en su vecindad percibí una
confirmación de mi conjetura y un secreto favor. El “recuerdo preciso”
determina la primera etapa del viaje, que empieza y termina de mano de la
memoria, intuyendo al comienzo del “dato” como una de las tradiciones del dios
y hallándolo al final como un objeto concreto, también referido al dios: recorde
que el jaguar era uno de los atributos del dios. A la memoria ha incorporado una
actividad especulativa que concluye (gracias precisamente a la memoria y
además a la imaginación) en el dato; primero como certeza: recordé que el
jaguar era…; luego como presencia: en la otra celda había un jaguar. Después
de la apertura a la imaginación y a una actitud más celebratoria, que le han
permitido concluir en el dato, Tzinacán tornará a la especulación, pero ahora a
partir en el dato: se trata de aprender, de fijar en la mente; siempre habrá un
instante de luz.
Hay también momentos de desesperación: era imposible descifrar aquel texto.
Aquí es donde se hace el pasaje del enigma genérico

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