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El sueño del bebedor

By Juan Re-crivello

Imagen de: Tomislav Evtuchenko, serie Mortalmente Parecidos


Índice
1Larry
2El sueño del bebedor
3La princesita

Larry
“A pesar de las protestas de mi padre, Larry encendió un buen fuego en el salón
principal y se sentaron a calentarse. Comenzaron a hablar, a fumar y a beber. Mi
padre empezó a contar una historia sobre una cabra, pero, al cabo de un rato,
Lawrence empezó a quedarse dormido. _No te estarás quedando dormido, ¿verdad? –
preguntó mi padre. _¡Qué dices! –dijo Larry. (1)

La larga retina de mi padre se enfrasco en una oculta intención. Sus ojos


vibraron, daban de si aquel abrumado consejo. Soy un padre que espera salir
de su prisión –sentiría tal vez. Pero –amigo lector, los corazones ajustados y
tristes de un padre y un hijo a veces sintonizan y en otras una larga espera
sustituye aquello que deseábamos y no fue.

¿Es Ud. padre?

Deje la larga y afilada mandíbula depositada muy cerca de su hijo. Amelé y


cuente con él. Luego se apartaran las cajas rellenas de amor y Ud. quedara
atento al recuerdo de aquel momento. Y si es hijo, participe del sueño del
bebedor.

Dicha bebida si acaso está compuesta, de ortiga seca, promesas a medias y


alguna chispa de calor.

(1)Pág. 13. El sueño del bebedor. Ediciones de La Vanguardia.

Las aguas del paraíso

“El capitán era un hombre alegre y valiente, y el hecho de que quisiera unirse a
mí en la investigación demostraba que él también pensaba que pasaba algo
muy grave. No se puede tomar a la ligera el hecho de ir perdiendo pasajeros
porque caen al agua (1)”.

Se despeñan, se hunden en grandes fosas de papel cartón. El imaginario reptil


desplaza intoxicado su cartel “no hay plazas”. Luego les suelta o se tiran.
Arrepentidos de soñar, unidos entre ellos en la desdicha, llenos de hollín y
quebrados de traiciones. En esta nave imaginaria, todos deseamos el papel de
aquel que desea investigar las causas del alma humana.

Pero esta amada y rara, se embarranca sucesivamente en errores y mentiras.


O, participa de legados construidos con esfuerzo y sencillez por hormiguitas
humanas.

En este paraíso artificial solo valen los que escupe la prensa de corazón.
Reinos de amor, lujo y traición. Unos siguen al principal y luego la ira o la
envidia les despeñan. En esta caída a los infiernos ¿zas! venden hasta el
diablo, para un consumidor que desea disfrutar de una pizca de aquella
mezquindad.

Porque –amigo lector, ¿se compra y paga la mezquindad?, (1) y ¿el


desafecto?. Lo demás es normal y patibulario. No vale, ni el amor, ni la
fidelidad. Ni la sencillez alimentada con amapolas.

(1) Pág. 29 Junto a las aguas del paraíso. Edición La Vanguardia

(2)Me refiero a Isabel Pantoja y la serie de declaraciones de sus dos


mayordomos después de trabajar para ella durante más de cinco años, y ahora
vender sus secretos a las dos cadenas de televisión más vistas de España
(Tele 5 y Antena 3 -en prime rate)

http://www.europapress.es/chance/tv/noticia-isabel-pantoja-intenta-impedir-
entrevista-antena-20101001121159.html

La princesa

“La princesa era hermosa y encantadora. Me hablaba en inglés y se mostró


interesada por mi familia. Me prestaba mucha atención. Noté, sin embargo, que
siempre que la princesa hablaba conmigo, el médico estaba cerca de nosotros.
También noté que la baronesa nos miraba con desaprobación. Yo estaba
desconcertado”.

¿Encanto femenino?. En este seductor paisaje durante años hemos recurrido a


la amanerada sencillez: una dama nos proyecta su presencia. Pero el
estómago es más duro. Y hasta si me permite, está escondida en la colmena
humana, una adecuada dosis de maldad.

Amamos la ilusión de una princesa que nos rescata de la dejadez, del olvido,
de la sinrazón. Pero acecha, la codicia, la envidia.

En un mundo de felinos amaestrados los pensamientos puros, sencillos acaban


en la papelera. Es como si nuestro ánimo vital debiera sobreponerse y elaborar
un canto a la inocencia.

Diariamente, en el metro, en el subway, en la esquina horrenda del prostíbulo


del Chino ¿de Barcelona?, miles de princesas caminan desiertas de pasión,
hartas de mostrar sus encantos -hasta el límite de un varón que tiene sed.

Entre ambas penínsulas –la de jabón rosado y el tosco cambio de sexo por
dinero, siempre esta ese intento sin desmayo:
De ser inocentes y buenos. Débiles y amados.

(1) Pág. 39 El señor Medhurst y la princesa. Ediciones de La Vanguardia

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