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“¡Cuán indispensable es la conciencia profunda del significado del cuerpo!

...
Y esto tanto más en el trasfondo de una civilización materialista y
utilitaria…”
(JPII, Cap. XXIII, No. 5)

Es así como termina SS. Juan Pablo II esta primera reflexión sobre
Teología del Cuerpo compilada en el libro de Varón y Mujer. Quise
empezar mi análisis con estas imágenes y estas frases puesto que me
referiré a la realidad en la que estamos inmersos en todo este escrito.
Debido a la forma circular de reflexionar de nuestro autor, empezaré este
trabajo por el final; mostrando una síntesis del trabajo leído y después
presentando un análisis del mismo, siempre con reflejo en la realidad
actual.

CONCLUSIÓN: Si el hombre (varón y mujer) ENTENDIERA el significado


de su cuerpo (significado esponsalicio y generador) PODRÍA encontrar su
dimensión plena y personal (la dignidad humana y la vocación a la
santidad) en la convivencia (unidad), en el comportamiento (moral), en los
sentimientos (felicidad)”. Leamos lo anterior sin tanto paréntesis: “si el
hombre entendiera el significado de su cuerpo podría encontrar su
dimensión plena y personal en la convivencia, comportamiento y
sentimientos”. ¿Suena mejor así? A descifrarla…

La teología del cuerpo se encarga justamente de explicarnos el


significado del cuerpo humano con relación a su verdadera razón de ser.
El cuerpo nos da identidad, nos determina como personas. Por eso a los
que tienen un cuerpo regordete, les ponemos apodos graciosos alusivos a
su figura. Pero más allá de que nuestro cuerpo nos dé un “nombre”, nos
hace partícipes de la divinidad. Es decir, debemos romper aquí el
paradigma de pensar que “el cuerpo es malo”; al contrario, el poseer este
cuerpecito, nos permite tener un “pedacito de cielo”. Se puede afirmar
esto anterior en dos momentos: (1) Fuimos creados a imagen y semejanza
de Dios en el “principio” para someter la tierra y multiplicarnos – TENEMOS
DIGNIDAD; y (2) Jesucristo, el hijo de Dios, se hijo hombre, encarnándose en
María… vivió entre nosotros, nos amo infinitamente, sufrió, padeció, fue
sepultado y resucitó (!) – NOS ELEVÓ a la reconciliación con su Padre.
Cuando NO se entiende que el cuerpo nos da identidad y divinidad,
es cuando empezamos a pensar que TENEMOS un cuerpo, mas no que
SOMOS cuerpo. ¿Cuál es la diferencia entre estos dos verbos? Simple: yo
TENGO unos pantalones que me fascinan, me los pongo todo el tiempo,
casi nunca los lavo, están ya muy cochinos y usados… un buen día,
simplemente me los quito y me compro otros. No es que mi cuerpo me lo
pueda quitar y poner, es que YO SOY este cuerpo. Y si no lo cuido, no me
lo puedo quitar y ya (como el pantalón), sino que tengo que cargar con él
mientras tenga vida.

Ahora bien, el cuerpo que SOY, tiene un significado esponsalicio y


generador. Pero… ¿Qué significa eso? Es fácil, esponsalicio suena a
esposos, ¿no es cierto? Bueno, pero no se refiere sólo a los esposos. Sino
que el término habla de que YO me poseo, porque YO SOY y así me puedo
entregar (sin perder mi identidad). Es como si quisiéramos darle comida a
un niño de la calle, ¿qué le voy a dar si no traigo comida? Primero tengo
que tener algo que ofrecerle y así podré ofrecérselo, entregárselo,
regalárselo… No nos confundamos, no es que nuestro cuerpo sea como la
comida (estaríamos cayendo en el error de los pantalones). Cuando yo
doy algo que tengo (como la comida), pues hasta me puedo quedar con
hambre puesto que estoy dejando de comer yo por dárselo al niño de la
calle. Pero cuando yo doy todo lo que soy, esta entrega se multiplica
(porque no es que esté perdiendo algo, sino que gano en la unidad con el
otro). Volviendo al ejemplo de la comida: si yo TENGO un pedazo de
sándwich, entonces lo doy y me sigo de largo; pero si yo quiero entregar
esta comida y convivir con el niño de la calle, gano más de lo que pierdo.
Eso es el significado esponsalicio del cuerpo, la libertad de poseerme y
poder entregarme.

En cuanto al significado generador, se refiere a que descubramos en


nuestros cuerpos la capacidad de generar vida y amor. Esto significa que
SÓLO EL AMOR HACE QUE ESTEMOS VIVOS. Si no tenemos amor, tenemos
muerte (muerte en vida). Y… ¿Qué mejor forma de generar amor que por
el nacimiento de una nueva vida? Esa es la entrega más sublime, el
descubrir en la mujer, la maternidad y en el varón, la paternidad. Sublime
porque trae vida; y al traer la vida, somos co-creadores.
Cuando entendemos que nuestro cuerpo somos nosotros y que al
poseernos nos podemos entregar y así conocer la intimidad de otra
persona para traer vida y amor… es entonces cuando podemos encontrar
nuestra dimensión plena y personal.

La palabra plena se refiere a lleno, como si dijéramos que un vaso


está lleno de agua. La razón de ser del vaso (para lo que fue creado) es
para contener un líquido (si no hubiera sido una caja para contener sólidos
o un destornillador para aflojar tornillos). Cuando el vaso cumple con su
función, se puede decir que sirve para lo que fue hecho. No se puede
decir que está “pleno”, porque ése es un atributo más humano. El ser
humano está pleno cuando cumple con su función de estar en la tierra. La
pregunta interesante es: ¿para qué estamos en este mundo? Como éste
no es un análisis existencial – filosófico; sólo diré: Estamos aquí para ser
felices.

Desde que se nos dio la vida, estamos llamados a la felicidad… Y,


decía Don Bosco, “santidad es alegría, alegría es santidad”. Es decir,
estamos todos llamados (desde el principio) a ser santos y a salvarnos.
Cuando entendemos que somos cuerpo y estamos llamados a ser felices,
dejamos de hacer cosas que nos perjudican o nos alejan de esa meta de
felicidad. Pero… ¿por qué es tan difícil entenderlo? ¿Por qué nos llaman
más las actividades que nos perjudican y que nos alejan de la felicidad?
¿Por qué prefiero comer papas que una ensalada o fruta? ¿Por qué opto
mejor por acostarme en la cama y cambiarle a la televisión en lugar de
salir a correr o hacer ejercicio? ¿Por qué me es más entretenido salir con
muchos y besar a muchos que comprometerme con uno solo? (en fin… ya
cada quien sabe de qué pie cojea).

La respuesta es sencilla: “en el principio NO fue así”. Y esto es una


excelente referencia. Cuando los fariseos quisieron ponerle una trampa a
Jesús preguntándole que si los hombres podían repudiar a sus mujeres
(como lo había dicho Moisés que se podía), el buen Jesús contestó: “en el
principio no fue así”. ¿A qué principio se refiere? Pues al Génesis.

Dios creó un montón de cosas buenas, entre ellas el hombre. El


hombre (como mujer y varón) fue creado a la imagen y semejanza de
Dios; o sea, que el hombre trae al mundo visible el misterio escondido de
Dios (nadie sabe cómo es Dios, pero nosotros estamos hechos como Él). Es
decir, el hombre es sacramento de Dios en el mundo. La palabra
sacramento es igual a signo. Entonces “el hombre, mediante su
corporeidad – masculinidad y feminidad – se convierte en signo visible de
la economía de la verdad y del amor” (JPII, Cap XIX , No. 5)

Dios creó al hombre con un buen de regalos (dones naturales,


sobrenaturales y preternaturales) y le dio una facultad muy especial: la
libertad. El hombre era tan capaz de elegir, que optó por desobedecer y
tomar del fruto del árbol del bien y del mal. Es cuando entra el pecado al
mundo. Esto es en cuestión del análisis histórico, entonces tenemos que
hay un Antes y un Después del pecado original. Veamos el antes:

Antes del pecado original, varón y mujer se podían llamar hermano y


hermana, convivían inocentemente. Fueron creados el uno para el otro
para convivir, para comunicarse, para unirse en común, para dar vida. Se
poseen, se aceptan y se entregan el uno al otro. Tienen una conciencia
beatificante (bella) de sus cuerpos. Eva se descubre frente a Adán y al
Adán frente a Eva. El uno es como el espejo del otro, lo ayuda a
descubrirse más porque se está reflejando en la mirada de su hermano.
Todo lo anterior es la inocencia (pureza) de corazón, que no les permitía
sentir vergüenza al estar desnudos. No sienten ningún tipo de pena porque
“participan moralmente en el eterno y permanente acto de la voluntad de
Dios” (JPII, Cap. XVII, No. 3).

Veamos el después: Ya cuando rompen esta relación con Dios, es


cuando se dan cuenta de su desnudez y les da penita. Ya no siguen el
plan de Dios, ya no se aceptan, se rechazan mutuamente. Reducen a su
compañero en “el otro que tuvo la culpa de mi mal”. Es decir, la
vergüenza sólo se justifica cuando se está usando el cuerpo de alguien
más (o el nuestro propio) reduciéndolo de toda su dignidad… Voy a
preguntarles a los que hicieron los anuncios del principio si sienten
vergüenza de su trabajo o no. Muy probablemente tengan esa
consciencia MUY dormida (no me sorprendería).

Pero este no fue el fin, sino el PRINCIPIO. Dios no nos abandonó. El


hombre fue la única creatura que Dios ha querido por sí misma. Dios nos
dio mucha esperanza y un montón de herramientas para poder estar
conscientes de nuestra libertad en el amor y optar por Él. Se nos fue
revelando poco a poco, hasta que fue la máxima revelación: Jesús.
Y Jesús nos vino a enseñar cómo comportarnos para ser santos
(felices). Nos viene a demostrar, con su propia vida, la unidad (trinidad)
que se logra con el AMOR. “La felicidad es el arraigarse en el amor” (JPII,
Cap XVI, No. 2). Dios es el mejor maestro, antes de pedirnos algo, Él mismo
nos enseña cómo llegar a ello. ¡Cuando Dios habla del amor, es porque Él
es Amor; cuando nos pide que nos amemos, es porque Él nos amó primero!
Y el hombre puede amar y vincularse afectivamente con las personas,
porque Dios mismo ama y está vinculado con la Trinidad: Dios Padre ama a
Dios Hijo y viceversa porque tienen el amor perenne de Dios Espíritu Santo.

Vamos a recapitular, hasta ahora hemos hablado del significado


esponsalicio y generador del cuerpo; de la dimensión plena y personal del
hombre reflejada en su dignidad y su llamado a la felicidad; del “antes y
después” del pecado original y lo que esto implica (pureza de corazón,
vergüenza de objetivización, amor en la unidad…). Este trabajo no estaría
completo sin referirnos ahora sobre el segundo relato de la Creación
(Génesis 2, 18) cuando Dios crea a la mujer de la costilla del hombre…

En el principio, el hombre estaba solo y esto no era bueno. Así es que


Dios lo durmió e hizo a la mujer de una costilla. Pero… ¿Por qué no era
bueno? ¿Acaso la soledad es mala?

A ver… Entendamos bien esto de la soledad originaria. El hombre


(varón y mujer) fue hecho para estar con alguien; es más, fue hecho para
entregarse a alguien. Sólo así puede ser totalmente lo que está llamado a
ser: “Solamente existiendo para CON alguno y más profundamente PARA
alguno, es que se realiza totalmente la esencia de persona” (JPII. Cap. XIV,
No. 2). La soledad originaria no implica maldad, incluso hasta es
necesaria. Nos habla de un autoconocimiento y autoposesión
fundamental antes de la entrega. Cuando estamos en soledad, tenemos
el tiempo y el espacio de conocernos. La soledad es muy deseable,
porque así es como nuestro corazón desea en la espera conocer a otro y
enriquecerse. “El varón y la mujer, uniéndose entre sí… se reconocen
recíprocamente y se llaman por su nombre, como la primera vez” (JPII,
Cap. X, No. 2)

Hay varias vocaciones (la religiosa, la del matrimonio y la de la


soltería). El hombre fue hecho y llamado a la felicidad. Cualquiera de las
tres vocaciones lo puede llevar a la felicidad, sólo tiene que escoger SU
camino correcto. La soltería es una forma de entregarse a los demás (no
particularmente a un esposo o esposa) a través del compromiso con algún
fin que lo haga ser pleno. Es así que encontramos a solteros entregados y
comprometidos con beneficencia social, con algún partido político, con su
familia, etc. y NO están amargados. La vida religiosa es consagrarse en
cuerpo y alma a Dios; alguna ocasión escuché a una monja decir que ella
estaba casada con Cristo y era feliz por ello… ¡Qué maravilla! En cuanto
al matrimonio, es la mutua entrega. La soledad de varón y la soledad de
la mujer se encuentran, se ayudan mutuamente a conocerse y
reconocerse; se aman recíprocamente afirmando su identidad y su razón
de ser en el mundo. Cuando en el matrimonio no se entiende todo esto es
cuando hay problemas y mucha tristeza en el corazón.

No es el estado de vida en sí el que determina si somos felices o no,


sino la elección que hagamos sobre éste. Y para saber CUÁL es el camino
que me llevará a la felicidad a MÍ en particular, tengo que estar SOLA y
conocerme. Y el mejor conocimiento sólo se da a la Luz, no en la
oscuridad. Esto es la soledad originaria.

Ahora bien, regresemos al hecho que se quedó un poco abierto en


párrafos anteriores: la creación de la mujer de la costilla del hombre
dormido. Es muy interesante analizar esto. El hombre cayó en un ensueño.
Freud habla de que los sueños son reflejo del inconsciente, SS. Juan Pablo II
habla de un ensueño que puede ser causado por la tristeza de encontrarse
solo, de la necesidad de tener una alianza de ayuda y cooperación. El ser
humano que se siente solo (y diferente de las otras creaturas creadas)
quiere encontrarse con uno igual a sí mismo y crecer con él. Alguna vez
escuché que Eva fue creada de la costilla del hombre porque es igual al
hombre; en el aspecto de que no fue creada de un hueso del pie para ser
inferior o un hueso de la cabeza para ser superior. Un hueso cerca del
corazón y la única forma de alcanzarla es a través del amor. La teología
del cuerpo nos dice que efectivamente sólo a través del amor, de la
entrega y el don, podemos alcanzar el corazón del otro. Sólo con el otro
me complemento, porque me reconozco en su mirada. Esta unidad de los
dos es la unidualidad relacional.

Y para terminar este trabajo, que es la introducción al mismo, mas no


una conclusión (porque esa ya está escrita), menciono que la Teología del
Cuerpo sale del conjunto de las audiencias de los miércoles de SS. Juan
Pablo II (de 1979 a 1984) y éste es un legado muy poco explotado y tan
necesitado en la actualidad. Porque la concepción de la sexualidad en el
mundo materialista, hedonista, individualista en el que vivimos nos hace
tener reducciones terribles y resultados como los de las imágenes
presentadas al principio. Hay mucho que hacer… ¡Manos a la obra!

Lic. Claudia Elizabeth Orozco Galindo


 

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