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Había una vez una niña perdida en un bosque lleno de mariposas muertas en el suelo, a

modo de alfombra. Mariposas de muchos colores, formas y tamaños. ¡Vaya bosque más extraño!,
pensó la niña y susurró la pequeña ¡Oh! Hasta en la muerte la belleza prevalece. Pero en ese
momento una sonora flatulencia atravesó el bosque, sinfonía extraña, poniéndole fin a sus
pensamientos; el causante de este sonido fue el ano de un viejo búho que estaba posado en un árbol.
Miró a la niña de arriba abajo antes de soltar otra flatulencia y gemir como si algo le molestara.

- ¿Qué hace una niña como tú en este bosque?- preguntó


- Mi mamá me mando a buscar hongos alucinógenos para la cena, pero no los
encuentro y sus flatulencias me despertaron del dulce sueño en que me sumió este bosque
tan extraño- dijo ella.

Todo parecía estar en calma, sin embargo estaban siendo observados por un oso panda que
se encontraba detrás de unos árboles, recordando -a través de ese encuentro- que alguna vez fue
humano; de repente, un recuerdo humano cruzó la mente del oso: se veía asesinado, extasiado de
placer, recordó la sensación y su instinto –siempre animal- le exigía carne humana, entonces sin
muchas dudas pensó en su siguiente movimiento: tomó en ese momento su única pertenencia
humana (un viejo cepillo dental afilado por sus dientes animales), avanzó silenciosamente hasta
encontrarse detrás de la niña que distraída por el búho flatulento se encontraba, el búho era ciego y
no podía alertarla de la situación, pero la niña vio una manzana al pie del árbol y se agachó para
tomarla, a tiempo de evitar que el oso panda la atravesara con su cepillo. De alguna forma, la
manzana comenzó a rodar cada vez más lejos de ella, cada vez que la niña se acercaba la manzana
se movía.
Ella siguió tras la manzana hasta sentir una mirada punzante en su cuello: su depredador (el
oso) al estar tan cerca de su presa, arremetió salvajemente contra la pobre niña, sin embargo, ella
abrió repentinamente los ojos y resultó estar atrapada entre una gorda sudorosa y un chico: era la
primera parada en su largo viaje por el metro de Caracas, suspiró, trató de moverse y cerró los ojos
nuevamente, sumiéndose en otro sueño, uno que comenzaba así…
Sombras y sombras en un baile final. La oscura realidad se escondía tras las mascaras de los
hombres y mujeres que danzaban a la luz de la luna llena. De repente, una joven asustada comenzó
a gritar, la niña vio como su pareja (un chico no más hermoso que la luz que la rodeaba) se la
devoraba poco a poco, desde los pies hasta la cabeza. La niña corrió a esconderse.
Su escondrijo era oscuro y maloliente, ella lloraba desesperada por la pérdida de su amor y
de una de sus lágrimas brotó una larva huidiza que se paró frente a ella y le dijo:
- Tú corazón maldito es el culpable de la oscuridad, de tus pesadillas… en el mar
alcanzarás tú sol oculto y sólo así podrás despertar.

Aturdida por el acertijo y sin encontrarle sentido, en medio de la desesperación sus lágrimas
brotaron, inundando todo a su paso, al vislumbrar tanta desolación, ella entendió que sólo podía ser
libre si salía de esa realidad. Como la mal querida Alicia, ella tomó un hongo que en una esquina
mohosa crecía y lo comió con apetito voraz, pensando que era venenoso; apenas lo tragó, tuvo la
sensación de que era arrancada con fuerza de la faz de la tierra, que su cuerpo se elevaba hacia el
infinito, traspasando los límites de la imaginación. Así ascendió y ascendió hasta que la pobre niña,
agotada, perdió la consciencia. Al recobrar el sentido ¡cuál sería su sorpresa! Se dio cuenta que
había viajado en el tiempo ¡sí, había retrocedido 2000 años! Todavía un poco aturdida miró a su
alrededor y su asombro fue mayor al ver que a su lado se encontraba nada más y nada menos que un
señor de aspecto algo pálido y enfermizo. Tenía cabello y un bigote negro que acentuaban su
palidez, llevaba un traje negro y estaba ocupado observando a la pequeña que acababa de aparecer
junto a él: era Edgar Alan Poe.

- ¿Quién eres y qué haces aquí, pequeña? -le preguntó observándola con curiosidad-
¿Cómo llegaste así tan de repente?
- Llegué de la tierra de lo desconocido, no conozco nada de lo que me rodea- La niña
con miedo en su rostro preguntó- ¿Quién eres y qué haces viejo hombre?
- Soy un escritor- respondió con dulzura- ¿Cuál es tu nombre, pequeña?
- Eleonora- dijo ella, con lentitud.

Edgar, al escuchar este nombre, no pudo evitar dar un suspiro de admiración. Ella sería
la materialización de lo que él había escrito una hora atrás ¿Sería ella? Le preguntó con una
ternura que ni él mismo conocía:

- ¿Vienes de un mundo oscuro? – sin esperar la respuesta, prosiguió- Yo también


estoy aquí por accidente…Escribía, cerré mis ojos para descansar y de repente… ¿Eres ángel o
demonio?, respóndeme por favor.

Ella lo miro sin saber que responder.


- Pues…soy una niña nada más. No soy ángel, mucho menos un demonio ¿Quién es
usted? ¿en qué lugar me encuentro? ¿por qué me hace esas preguntas tan extrañas?- le preguntó
Eleonora a un Edgar que comenzaba a sorprenderse por las preguntas que ella hacía.

Edgar le sonrió antes de tomar su pluma y febrilmente garabatear la fecha, el nombre


del lugar y su firma, y como si fuera un tesoro se lo extendió.
No era un papel glamuroso ni fino, era un papel lleno de grasa y algo viejo. Ella había
visto en alguna tienda de segunda mano, un libro con esa firma en el lomo pero no recordaba
qué diablos escribía ese sujeto y lo tomó por filósofo.

- Discúlpame – le dijo- pero si este lugar y esta fecha son exactas… yo sería un
fantasma ¿no crees?

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