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EL CUARTO MILAGRO

Diario del científico:

En una cabaña en el monte, apartada del mundo, creé una robot a mi


joven edad, el resultado lo podríamos llamar “milagro”. Sin embargo, había un
programa el cual no tenía, que no se lo podía instalar: el Corazón. Los primeros
días los pasamos jugando. Con el fin de enseñarle lo que era la vida, planté con
ella un cerezo en la cima de una colina cercana a la cabaña. Todos los días
íbamos a sentarnos debajo del árbol a disfrutar nuestras tardes. Ella nunca se
olvidaba de traer la regadera y regar la pequeña planta, pero su rostro no
esbozó una sonrisa ni una sola vez.

Los años siguientes me esforcé en enseñarle lo que significaba la


felicidad y la tristeza. Aprendió a leer, a escribir, a tocar el violín e incluso a
cantar. Su angelical voz superaba con creces a la mía, pero le faltaba algo, no
llegaba a conmoverme en absoluto. A pesar de todo, seguí investigando sobre
el programa Corazón y la crié durante todo ese tiempo como la hija que siempre
quise tener.

Mucho tiempo pasó, mi pelo rubio se veía ya grisáceo, el cerezo ya me


sobrepasaba un par de metros y para subir a la colina, me era necesario usar
bastón, pero, esa muchacha no había cambiado ni un ápice durante estos años
desde el día que la creé siendo niño. Sabía que yo no duraría mucho más y me
paré a pensar que sería de ella cuando yo ya no estuviera aquí. Fue entonces
cuando me preguntó: “¿Por qué lloras?”. Inevitablemente la miré con intensidad
y vi mi propia imagen reflejada en sus ojos, fríos como la tundra, recordándome
la tarde en la que mis padres salieron de esa cabaña a la que no regresarían.

Justo como pensaba, el tiempo no era infinito para mí, me quedaban


pocas horas y aún no había sido capaz de lograr que el programa Corazón
pudiera ser soportado por el cuerpo de la niña. En mi último día de vida subí a
la colina como de costumbre, esta vez sin compañía, y me senté a la sombra
del árbol que juntos, la chica y yo, habíamos cuidado. No tardaron mucho mis
ojos cansados en empezar a cerrarse. Entonces, casi al final de mi último
aliento, como un sueño, como una tenue visión del futuro, vi a la muchacha en
medio del campo sonriendo y cantando de corazón, con aquella celestial voz
que la caracterizaba. Decir que era un ángel era decir poco, y con una sonrisa
dormí eternamente a la sombra del cerezo.

“El primer milagro fue tu nacimiento… El segundo, el tiempo que pasamos


juntos…El tercero, el corazón sincero que me mostró el futuro tú en ese sueño…
El cuarto… No necesito un cuarto milagro… No necesito nada más… ”
Diario de la robot:

En una cabaña en el monte, apartada del mundo, abrí los ojos por
primera vez. Supongo que la mejor manera de llamarme en ese momento,
habría sido “un milagro”. Frente a mí estaba un niño. En su cara se dibujaba
una sonrisa de lado a lado aunque desconocía por qué estaba sonriendo. Dijo
que yo estaba incompleta, que me faltaba un programa: el Corazón. “¿Por qué
no tengo corazón?”. “Porque tu cuerpo no puede soportar el gran peso de ese
programa”. Respondió él, no se porqué, cambiando la amplia sonrisa por una
cara de angustia. Los siguientes días hicimos todo tipo de actividades que mi
creador denominaba juegos. Me regaló un pequeño cerezo y me llevó a un
pequeño monte donde me enseñó a plantarlo y a darle vida. Siguiendo sus
órdenes subía con él a la colina todas las tardes, regaba nuestro árbol y
aprendía a leer, escribir, tocar el violín y a cantar. Yo siempre creí que mi canto
era perfecto, pero mi creador siempre le echaba en falta algo, algo que ni
siquiera él podía explicar. Todo esto tenía como fin enseñarme lo que era la
felicidad y la tristeza, decía mi autor, pese a que esos eran dos conceptos fuera
del alcance de mi entendimiento.

Vi con el paso de las estaciones como el árbol que habíamos plantado


juntos ya era mucho más alto y como mi inventor se ayudaba de un palo para
andar. Un día, él salio de la cabaña. Supuse que iría a ver el cerezo como de
costumbre, pero no volvió. Los días pasaron y yo me encontraba sola en la
cabaña, esperando el regreso de mi maestro, hasta que, tras su larga ausencia,
necesitaba comprobar algo. La robot tenía una duda: ¿qué fue lo que estuvo
haciendo mi creador por mí todo este tiempo? Me acerqué al ordenador donde
estaban todos los datos de su investigación y descubrí el programa Corazón. Lo
ejecuté y lo instalé en mi cuerpo. De repente sentí una explosión de emociones
y sentimientos: mis ojos no podía parar de llorar, no podía parar de temblar,
todos esos recuerdos que tengo desde que me dieron la vida bullían dentro de
mí, forjando en mi rostro una gran expresión de felicidad. Me dirigí hacia la
colina para observar al cerezo en flor. Iba con una gran sonrisa hasta que vi,
como el cuerpo de aquella persona que me había dado el don de la vida, yacía
frío bajo la sombra de aquel árbol. Mi cara ya no estaba bañada por lágrimas de
alegría, sino de tristeza. El ver a mi maestro muerto me reveló razón de mi
existencia… Sentirse solo… es muy triste…

Mi cuerpo empezaba a sentirse pesado, pero ahora podía dedicarte


sinceramente mis cantos y mi agradecimiento. Apenas soy capaz de mover una
parte de mi cuerpo pero mientras tenga fuerzas, te estaré abrazado fuertemente
hasta que mi vida se apague. Gracias…papá…

“El primer milagro de mi vida fue mi nacimiento… El segundo, los


momentos que pase contigo… El tercero, el corazón que gracias a tus
esfuerzos conseguí… El cuarto… No necesito cuarto milagro… No necesito
nada mas”

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