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LA DESFIGURACION DE LA MUJER COMO SINTOMA

DE LA DECADENCIA EN LA SOCIEDAD
OCCIDENTAL
JEAN-LUC SPINOSI

La modernidad nos ha hecho perder el apoyo en el suelo donde descansábamos.


Ilusoriamente por otra parte, puesto que atravesando las diversas capas que el
sistema ha elaborado como un travestismo progresivo volvemos a encontrar
siempre la realidad originaria, el "lebenswelt", ese mundo de la vida del que
procedemos y dependemos fundamentalmente.

Pero el artificio es usurpador y ambicioso, su fuerza es el poder de sustitución


cuyo último efecto es componer un orden numérico en lugar del terreno de
donación auténtico.

La extensión tecnológica, como discurso o logos de la técnica, es decisiva; una


red recubre lo real y limita los mundos posibles a aquellos que obedecen las leyes
de la acumulación, del tratamiento o de la gestión. Este proyecto de dominación
resulta de una degradación de la racionalidad en la que después de fases de
crispación dogmática se afirma el momento de la disolución, "coagula et solve";
la alquimia de la epopeya técnica exacerbada disuelve los elementos
fundamentales de la condición humana: el orden simbólico y la dimensión
antropológica.

En estos parajes crepusculares, donde se borran las ideas sidéreas del cielo y se
dislocan los vínculos comunitarios, alto y bajo hundiéndose en un último
sobresalto del occidente enfermo de sus propias decisiones, tomaremos como
testigo a la arquetipología femenina. En efecto, la figura de la mujer en occidente
nos parece que ilustra la genealogía de una civilización que brilló con un sol casi
universal y se deslizó después poco a poco en el tobogán de la decadencia.

Con el fin de descubrir el substrato de toda manifestación conviene proceder a


aplicar las investigaciones del origen. Este se vela a través de una dimensión en
la que el mito se ajusta como primera relación de inteligibilidad de lo real. Así,
los invariantes nos entregan una arquitectura simbólica de estructuras
arquetípicas en el orden del pensamiento, y de inscripciones "carnales" en el
plano ontológico.

Ser y pensamiento, se despliegan a partir de lo "Mismo", y la Naturaleza,


"nuestra madre aulladora" como la definió Thoreau, da sus formas como sus hijos
al mundo en un acto en el cual el engendramiento es el movimiento fundamental.
Esto muestra en qué medida el orden simbólico y el orden antropológico son, a
partir de un discurso desde el punto de vista no dual, los dos grados de un mismo
principio.

Conviene reconocer que la feminidad se descubre a través de una potencia que la


arquetipología imaginal (del término de Corbin retomado por Gilbert Durand)
asociará al régimen nocturno. Quizás deberíamos meditar en esta tiniebla
fundadora, este sin fondo y Abismo del que nacerá un movimiento, un deseo con
el fin de poder hacer brotar del acto puro la dialéctica de los mundos.

A pesar de las dificultades de interpretación, donde los defensores de un


matriarcado original se enfrentan a aquellos que niegan su tesis como fantasma,
podemos observar una constante del culto a la Madre, en tanto que Diosa, en el
seno de los contextos paleolíticos y de las culturas muy anteriores a la llegada de
las grandes civilizaciones. Quizás sería adelantarse pretender del arquetipo
femenino que sea soberano en lo que concierne al Alba de la humanidad, parece
que la relación sea más compleja y que los debates no sean más que reflejos de
argumentos interesados y no de razonamientos imparciales. Mientras los
objetivos de las preguntas indiquen preocupaciones de otro orden que las
enunciadas, tendrá lugar una confusión paralizadora, y creeremos obtener bases
científicas allí donde no aparecerán más que pretextos ideológicos. La
investigación sobre el origen permanece contaminada por la preocupación de una
superioridad de uno u otro de los protagonistas. Este mal incluye que el esquema
de la comparación de nuevo, no es razón. Allí donde se establece una
convergencia de dimensiones irreductibles, tales que magnitudes de órdenes
diferentes, el pensamiento lineal busca llevar a cabo un procedimiento de
reducción a fin de poder efectuar un cálculo de relaciones. El hecho de constatar
que en ciertas auroras culturales la presencia de la Diosa Madre se impone como
testimonio de una configuración de lo sagrado no conduce al predominio de un
sexo sobre el otro, ello muestra que una cierta dimensión de la feminidad
desempeñará un papel en la realización de una relación con el mundo. Esto no
puede comprenderse únicamente bajo el aspecto del determinismo social y
biológico que vamos sin embargo a abordar, al orden de las razones necesarias
responde el de las razones suficientes.

Podemos observar que lo Sagrado obra como una ruptura de espacio de las
determinaciones causales y vuelve a llevar a una modalidad vertical en donde lo
masculino y lo femenino se aprehenden como activo o pasivo en función de las
orientaciones elegidas. Por esta razón la inversión del tantrismo tibetano con
respecto a la tradición india muestra un elemento femenino pasivo por un
elemento masculino activo, el polo pasivo siendo soberano al indicar la divinidad
pura, el Tantra hindú reposa sobre una semejanza totalmente inversa. Esto
muestra en qué medida la simbólica no depende de un procedimiento de
exclusión en el que bastaría con volver a sacar las nociones dispuestas de una
tabla de categorías.

La apertura a lo Sagrado sitúa inmediatamente después del reconocimiento de la


indeterminación fundamental del Ser (o del principio) la percepción de una
polaridad femenina. Hesíodo indica que después del caos, vienen la Tierra y la
Noche cuyas cohortes comprenden a las Moiras que tejen el destino de los
hombres. Esta dualidad femenina es importante, el Mito traduce aparentemente la
ambivalencia de la Diosa, que volveremos a encontrar en otros modelos míticos,
de un aspecto protector y otro enfurecido. Quizás debamos ver aquí, en cuanto al
último momento se refiere, la razón de una evolución hacia la dominación
masculina, puesto que la Moira depende de leyes no humanas, fuera del control
que la razón calculadora puede hacer sobre ello. Si tal es el caso, la genealogía de
occidente hallará aquí una de las ilustraciones del ascenso del modelo del
dominio sobre las fuerzas declaradas absurdamente como irracionales, en el que
la Naturaleza estará en adelante forzada a seguir la Tutela del posesor cartesiano.

La polaridad femenina es dual, insistimos sobre este punto; retomando los


trabajos de Gilbert Durand indicaremos brevemente que las estructuras de lo
imaginario, como facultad noética fundadora, proceden de los modos diurno y
nocturno. El primero corresponde a un aspecto solar, exclusivo, en el que juega el
principio de no contradicción, es el territorio de lo masculino. El segundo que
nos concierne aquí responde a esta dicotomía de lo nocturno, un modo sintético
en el que prevalece el operador del vínculo, la síntesis; el otro, llamado místico,
es una instancia del proceso de integración o absorción. Como declaraba
Nietzsche: "El mundo es más profundo que lo que el día ha creído" (Zarathustra).
Así, una configuración de lo exterior y de lo interior enlaza una constelación
arquetípica que vamos a reencontrar en la serie real. Leroi-Gourhan describe,
bajo el registro de la antropología social, la repartición inmediata de esta
articulación de lo exterior y de lo interior, en la que el modo binario no es
estricto. Se efectúa una división primera en la que el hombre asume las funciones
cazadoras, guerreras y exploradoras, se cumple la opción de la exterioridad. En
contrapartida, por parte de una diferencia fisiológica constitutiva, la mujer funda
su identidad sobre lo interior, en el hogar, o sea en el centro de este universo
antropológico. Dependiente de los ciclos fundamentales, que corresponden a las
menstruaciones, a la gestación, y debiendo responder a la fragilidad consecuente
de estos aspectos fisiológicos, la vocación que emerge de estas fluctuaciones
confiere en cambio un papel preponderante, el de un reino estricto. La
procreación, la primera protección de los hijos y su prolongación esencial a
través de la función nutricia hacen que la mujer represente la gran fuerza
inmediata de la vida.
Una tensión evidente está en la raíz de la constitución de las sociedades en las
que las polaridades van a enfrentarse. Parece que la búsqueda de legitimidad de
un modo de dominación condenará a toda sociedad a devenir esencialmente
masculina. Aplicada en occidente, esta búsqueda en forma intelectual se
enunciará en Platón donde el alma en búsqueda de su realización es considerada
como femenina. En el Fedro, el tono es esencialmente femenino, y no es una
casualidad si Sócrates es el detentador de la mayéutica, el arte de partear. Sin
embargo, recuerda que esto es, de hecho, muy diferente a lo que una mujer hace
cuando trae sus hijos al mundo. La ambigüedad persiste en la República ya que,
si ninguno de los sexos predomina en la ciudad ideal, Sócrates enuncia no
obstante que la mujer tiene sin embargo muchas menos disposiciones. Esto no
atestigua menos en ello la presencia radical de la feminidad, la Diosa espera a
Parménides en el cruce de caminos, se aparece a Boecio en la Consolación de la
Filosofía, y atestiguaremos el soberano reconocimiento cuando el cristianismo
realice su visión de lo Sagrado a través del culto mariano, María es la divina
Sofía. La ortodoxia así como diversas corrientes monacales, entre las más viriles
y ofensivas de las cuales, templarios y Teutónicos, son "convertidas" a su imagen
radiante. Constatamos pues una tensión permanente, la filosofía bajo la égida de
Atenea será esencialmente obra de pensadores masculinos, la clerecía no aceptará
sacerdotes y teólogos más que masculinos. Habría seguramente que ver aquí lo
que Maurras refería de la distinción entre país legal y país real. La legalidad
depende de un conjunto de decretos, convenciones y decisiones con vocación
social y política, la realidad, como diría Kant, resiste. Y cuanto mayor es la
represión, mayor es el riesgo de que la resistencia organice reacciones que
tendrán como efecto la búsqueda de compensación en detrimento de la armonía.
Ciertos períodos han conocido tendencias a la celebración de la feminidad, tal
como en la sociedad medieval y especialmente en el Languedoc, la obra era
poética y la conocemos bajo el nombre de amor cortés. Esto no deja sin embargo
contemplar la modificación real en cuanto al modo de consideración de la mujer,
en efecto estas tendencias permanecen marginales, la glorificación de la
feminidad es una figura retórica que va a servir al poder establecido. La bella
ingenua, tomada a veces como testigo en la filosofía, pensamos en Fontenelle
pero sobre todo en Schelling quien en su magnífica obra Clara ha dejado al
personaje que lleva este nombre en un casi mutismo en el curso del diálogo,
permanece siempre una heroína de segundo rango, Schelling, a quien, con Platón,
consideramos como la figura más majestuosa de la filosofía, y cuya doctrina está
muy próxima a una perspectiva metafísica no dual, no pedirá sin embargo al final
de su vida sino que el manuscrito tituladoClara sea destruido.

De la bella ingenua, pues, a la escuela de mujeres, pasando por el confinamiento


de las tareas domésticas, la mujer responde en la sociedad occidental al esquema
de la dominación masculina. No nos extenderemos ni sobre el matrimonio
burgués, ni sobre la ciudadanía negada en la revolución francesa, ella no hace
más que prolongar el ostracismo de las sociedades greco-latinas. La mujer no
aparece en el espacio público o político, permanece a la sombra, tal como la hija
de la noche de los mitos originales.

De la ambigüedad a la coerción de las formas sociales, tenemos una ilustración


indignante de ello en el contacto pseudo cultural entre los pueblos en el seno de
la modernidad. La inmigración masiva, no reflexionada sino únicamente tratada
en términos de flujo de material humano por motivos puramente económicos, nos
hace tomar conciencia del estatus deteriorado de la mujer en las sociedades que
siguen el fundamentalismo islámico. Podemos hablar a propósito de esto de
tradición degradada, existe un abismo entre la cultura árabe auténtica del Califato
de Bagdad o de Córdoba y las formas esterilizadas del "Islam de las cavernas"
que hace estragos en occidente, traído por ignorantes que obedecen a las
modalidades más pobres y más esclerotizadas. Un Islam sin sabor, limitado a un
catálogo de prohibiciones y a una especie de seguro de la otra vida, condena a los
más débiles y a los más tolerantes, con esta argolla la mujer sufre una violenta
sumisión. Lo que observamos es que toda la comunidad musulmana en occidente
es prácticamente la que se adhiere a estos reglamentos de encarcelamiento, y no
únicamente los que optan abiertamente por el fundamentalismo. Basta observar
la manera en que vive, se viste y se comporta la mujer musulmana, forzada a
renunciar a toda valoración de sí misma, para darse cuenta de que no es
únicamente el integrismo el que reconoce esto como suyo, sino también aquellos
que denunciando el endurecimiento de los imanes ideólogos persuaden a su
mujer de que no se maquille o lleve vestidos elegantes, en una palabra de no ser
mujer. Todo esto es lamentable y refuerza el estatus de objeto de la mujer. La
elegancia no es la provocación, la feminidad necesita la seducción para afirmarse,
sugerir el esplendor de la belleza, pero los musulmanes de la coacción disuaden a
la mujer de abrirse, y las suyas son como flores marchitadas antes incluso de
abrirse.

Tenemos aquí el marco de una reacción en el seno de Occidente, o sea la


expresión de un conflicto entre formas no auténticas. Todo endurecimiento es un
síntoma, y parece que éste refleja como tantos otros la degradación de una
civilización. La absorción del marco tradicional y del orden simbólico por el
modelo tecnológico y la razón instrumental nos parece ser la causa esencial de
este proceso. La desaparición progresiva de la dimensión antropológica, a través
de las fisuras de la identidad de la persona, de la familia, de la nación y de la
autoridad espiritual arrastra a cada individuo en un naufragio. La figura de la
mujer procede en sus metamorfosis actuales de este proceso que es bastante
complejo ya que hay que distinguir entre los datos ideológicos de propaganda y
los intereses reales que están trabajando. Haremos constar aquí el efecto que el
filósofo del lenguaje Austin llama una contradicción de gran rendimiento
["performativa"]. Se trata del enunciado contrario, en los hechos, de aquello que
se dice. Cuando el sistema, entiéndase la configuración en marcha de un modelo
de expansión, ha anunciado la liberación, especialmente de la mujer, ha
provocado en los hechos la disposición de un nuevo tipo de alienación. "Todo es
posible, ya no hay límites", tal es el eslogan del orden instrumental, no se admite
ningún límite, pero había que tomar esto en el contexto de las reglas operantes
del modelo. Se trata de activar el principio de la tecnología según el cual todo lo
que es posible técnicamente debe ser realizado. El paradigma de la dominación
más violenta se realiza por la ruptura de la dimensión racional reducida a su
aspecto instrumental más estrecho. Herbert Marcuse utiliza el término
"operacionalismo" para caracterizar esta perspectiva, así cada signo no remite
sino a sí mismo, proceso al que se dice en bucle. El orden numérico que se
instaura evacua toda singularidad, en este contexto la figura de la feminidad no
puede sino hundirse en el simulacro, lo cual vamos a abordar.

La modernidad democrática en la que se abre la era de las masas dentro de un


esquema nivelador y cuantitativo hará que se confirme la basculación del eje
vertical del ser. So pretexto de una liberación general, se presentará a la mujer la
ocasión de dirigirse al exterior, sin por ello definir previamente las orientaciones
precisas que resultarán de esto. Disimulándose como de costumbre tras
enunciados proposicionales generales y de contenidos pues indeterminados, la
ideología dominante travistiendo sus propias tendencias bajo la cédula del
progreso y de la igualdad iba a asegurarse la disposición de una mano de obra a
buen precio. La liberación de la mujer era el eslogan ideológico para una puesta
en práctica de proletarización de ésta. De hecho, para ser más preciso, la mayoría
salida de las clases más desprovistas tenía como horizonte de liberación las
cadenas de producción de la industria, las mujeres que pertenecían a la burguesía
pudieron ver que se les confiaban tareas menos ingratas, especialmente en el
sector terciario y de salud. El atestado sociológico muy a menudo descriptivo es
insuficiente. La voluntad de nivelación ha llevado toda forma de discernimiento
hacia las mazmorras de la reducción numérica. Lo que tratamos de demostrar es
que para el pensamiento lineal, todo es puesto en un registro de equivalencia
estricta a fin de promover un modelo de dominio en el que desaparecen las
singularidades con el fin de hacer de la humanidad un material a explotar. La
mujer se ve asignada una igualdad que no significa otra cosa sino la negativa de
su consideración en tanto que condición femenina a fin de que triunfe la
instrumentalización técnico-económica. Así la dominación, que se esfuerza en su
campo de extensión, moviliza a la mujer en un papel que contribuye a la
desnaturalización general. Si retomamos los argumentos enunciados al comienzo
de este estudio, constatamos que no hay sino dominación masculina.

El movimiento de liberación opera como un juego de acceso y de retirada. Las


funciones atribuidas tradicionalmente a la mujer sufrieron una metamorfosis que
no corresponde, de hecho, sino a la destrucción del marco tradicional que no
podía más que jugar el papel de freno a la extensión dramática del registro
instrumental. A esto siguió una serie de desastres, tal como la disolución
progresiva de buen número de estructuras antropológicas de base, de las cuales la
más importante permanece la familia. La caricatura que se sustituye aquí,
llamada con eufemismo "familia monoparental" (como si un término con
vocación plural pudiera aplicarse a una unidad) no es más que el síntoma
retrasado de una degradación inscrita como orientación del paradigma
tecnológico. Este paradigma mantiene la confusión de una ideología liberadora y
de una práctica carcelaria. A este nivel podemos revelar aquí una incoherencia
lógica fundamental: tanto como la carencia de sentido en la voluntad de
expansión al infinito tal una regresión permanente sin fin último posible, lo cual
constituye, Aristóteles lo demostró por otra parte, lo propio de lo absurdo.
Asistimos a un sistema en expansión para el cual todo límite moral,
antropológico e incluso ontológico debe ser vencido. En apoyo de esta voluntad
de dominio, vienen en su ayuda las ideologías esterilizantes de la libertad de
indeterminación. La mujer se libera, pero ¿de qué? De un contrato de sumisión
familiar y burgués, nadie puede lamentarlo aparte de algunos imbéciles
integristas, pero nos parece que la alternativa entre el trabajo penoso en las tareas
domésticas y el empleo en funciones de producción industrial es una negación
total de la libertad y una buena manipulación de un sistema de esclavitud. Libre,
además, para hacer qué, es la segunda pregunta. Bien sea en la mayoría de los
casos para sufrir el efecto de la proletarización, bien sea para ocupar los puestos
de detentación de la violencia simbólica, lo cual es aun peor que todo. No
contestaremos a la pregunta de saber dónde está el lugar de la mujer en este
contexto de un occidente decadente, constatamos simplemente dónde la
feminidad no puede celebrarse. El último aspecto que evocaremos es el de la
mercantilización del mundo, todo individuo está rodeado por esta intimación
económica, que a nuestro juicio es una resultante de la dominación tecnológica
como principio activo de transformación del mundo. La mujer como tal ha
devenido un objeto comercializable en el que el efecto de la perversión juega a
partir de un simulacro de seducción, confundiendo esta vez la vulgar provocación
con la elegancia del deseo. En la sociedad espectacular comercial, definida así
por Guy Debord, la figura de la feminidad ha devenido insignificante, simple
signo para vender un producto como las prostitutas hacen el suyo a los
transeúntes como clientes potenciales. Nos parece, si añadimos a esto la tentativa
de refuerzo de las apariencias por procedimientos artificiales, que un
totalitarismo todavía desconocido hasta hoy esté en fase avanzada de instalación,
en la medida en que la confusión entre lo virtual y lo real es una de las
condiciones fundamental para la instauración de un plan de esclavitud general de
la humanidad. Sustraer pues lo humano a la realidad (ya que es ella quien resiste,
decía Kant) y proceder a aventuras odiosas de manipulación genética en la que
las virtualidades de un catálogo estereotipado reemplazaran a las singularidades
nunca idénticas, tal es el movimiento en el que se inscribe a la fuerza a la
feminidad a fin de hacerla desaparecer. La feminidad retrocede en su esencia, la
tecnificación busca recuperar en su provecho la función reproductora. El
progreso de las experiencias de laboratorio vuelve a acusar al propio arquetipo de
la maternidad en favor de la productividad. Pero la desnaturalización se efectúa
según varios ángulos, uno de los que nos parece predominante es el desequilibrio
de las identidades. La mujer adiestrándose en la dominación masculina no
solamente coopera en la pérdida de su autenticidad sino que provoca como
consecuencia la destrucción de la identidad masculina que no puede desarrollarse
correctamente. Constataremos en este proceso, alentado ideológicamente, un
movimiento de disolución extremamente ofensivo. La pérdida de las identidades
sexuales lleva a la constitución de artificios que sirven de bases a falsos
principios. Puede ser que la homosexualidad reconocida oficialmente y aclamada
llegue a ser un factor determinante de la desaparición de las comunidades
naturales. No creemos en las fábulas de Platón en cuanto a la separación de
individuos esféricos, la invariación reproductora está inscrita en el corazón de la
naturaleza nuestra madre, por ello nos anima a cultivar nuestras diferencias en el
respeto mutuo e ir más allá de nuestras tensiones en esta coincidencia de los
opuestos en la que el amor es quizás la cima, la homosexualidad es a propósito de
esto la negación que confunde coexistencia y coincidencia.

La feminidad es una de las claves de la interpretación de la historia occidental,


esta civilización fue iluminada e iluminadora pero en el momento actual arruina
todo en su carrera desenfrenada de dominación. La mujer auténtica se ha retirado
quizás, en un cierto momento, de la violencia que sufría pero ha sido para mejor
trasladarla luego al prójimo, dominada o dominante ya no es la mujer, sino
simple instrumento de un poder carcelario. Lo que es la mujer en resumidas
cuentas, el autor de estas líneas no pretenderá dar de ello una explicación, le
bastará con pensar simplemente en la maravilla que una mujer es capaz de
producir en el corazón de un hombre y lamentar el desencanto causado por la
intimación de un sistema que signa el oscurecimiento del mundo. Pero quizás
entonces la feminidad llegue a ser esa estrella que brilla en el firmamento e invita
a salir del exilio interior.

Traducción: Miguel A. Aguirre.


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