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66.

El cerebro y la cultura

Entre los factores que determinan la vida y el desarrollo del cerebro están todos
aquellos que han tenido su papel en los procesos evolutivos desde el comienzo de la vida
sobre la tierra, sobre todo los factores que han puesto a los seres vivos en la necesidad de
defenderse, la necesidad de incrementar sus capacidades y sus recursos, la necesidad de
superar los obstáculos para la supervivencia, etc. por ejemplo, el clima, la escasez de
alimentos, la amenaza de otros seres para su vida, las enfermedades, etc., y, en general,
todo lo que el ser vivo tuvo que vencer en su lucha por la existencia. Todos estos factores
han puesto al cerebro de los hombres y los animales, cada uno según sus posibilidades
genéticas, en trance de esforzarse, no solo respecto de los factores externos, sino
también de los factores internos, en el sentido de desarrollar sus capacidades biológicas
preparándolas para la lucha. Y este esfuerzo ha sido tan eficaz en el caso del hombre,
que no solo ha logrado vencer o superar los factores externos o medioambientales
externos, sino que, incluso ha conseguido crear su propio medio ambiente personal y
grupal para enfrentarlo al medio ambiente físico y vencerlo, abriendo paso de esta
manera a una vida más fácil, más segura, más confortable, más prospera, más
placentera y más feliz o llena de sentido, por ejemplo, el parque de coches para facilitar el
traslado de un lugar a otro; o las casas modernas, más efectivas que las chozas, los
abrigos, la cuevas o las ramas de los árboles en las que se protegían los hombres
primitivos. Lo que no está nada claro es si ese medio ambiente creado por el ser humano,
en muchos casos, es superior o más ventajoso para él en relación con el medio ambiente
en el que lo ha puesto la naturaleza.

Hay ciertos grupos del mundo del pensamiento occidental que, entre esos
factores determinantes del desarrollo del cerebro y, consiguientemente, del desarrollo de
la personalidad, está la cultura. El ser humano, afirman, ha desarrollado su cerebro y
todas sus capacidades psíquicas en virtud de la cultura que determina el medio
ambiente en que vive; es hijo de su cultura, pasando por alto la naturaleza o esencia de
la cultura que primariamente no es un factor social o medioambiental, sino personal o
individual, pues ni la sociedad ni la naturaleza material del medio producen cultura. La
culta es un producto humano, no es un producto de la naturaleza. Muchas veces la
cultura es contraria o destructiva de la naturaleza. El hombre recibe la cultura del medio
en que vive (origo ab extra), pero la verdadera culta es la que él produce poniendo en
juego todas sus energías humas presididas por la inteligencia (origo ab intra).

Naturaleza y cultura

Suele entenderse la cultura como el conjunto de conocimientos y conductas que


el individuo aprende con su esfuerzo, en contraposición a los conocimientos y conductas
que el individuo adquiere por simple maduración de sus órganos o por herencia biológica
(Levi Strauss, Taylor), contraponiendo así dos conceptos fundamentales, el concepto de
naturaleza y el concepto de cultura. Una contraposición que resulta un tanto forzada o
artificial, pues la separación entre ambas no es tan grande, ya que todo lo biológico en el
hombre termina encontrando su manifestación simbólica en la cultura y la cultura
termina metiéndose en la naturaleza alterándola o transformándola, al menos, de forma
accidental.

Es esto precisamente lo que se ventila: ¿la cultura es un conjunto de


conocimientos y conductas que el individuo aprende (origo ab extra)? ¿la cultura es un
conjunto de hábitos, formas o estilos de comportamientos cognitivos o conductuales
que el individuos posee en su interior como energía potencial interna de sus
capacidades y luego desarrolla por simple maduración de sus órganos y sus
facultades (origo ab intra)? ¿qué relación hay entre ambas culturas? ¿cuál de las dos
es la verdadera o determinante de la otra?

Hay también una cultura objetiva y una cultura subjetiva. La cultura objetiva
son los productos de la actividad cutral cuyos protagonistas o actores son los seres

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humanos, por ejemplo, el Quijote de Cervantes, la Mezquita de Córdoba, las Meninas
de Velásquez, etc. La culta subjetiva es una cualidad o rasgo psíquico de los seres
humanos poseída o desarrollada como hábito o preparación que le permite percibir,
valorar y producir la cultura objetiva, por ejemplo, la preparación de un pintor ya
consagrado para pintar un cuadro y para valorar los cuadros que pintan los demás
pintores. La primera no es cultura, sino efecto de cultura, es decir, cosas que son
tenidas como resultados del ejercicio propio o específico del sujeto que es culto. La
segunda no son cosas, sino cualidades psíquicas de los productores de los objetos de
la cultura. A los efectos del tema de este libro, el origen de los rasgos psíquicos, la
culta que nos interesa es la cultura subjetiva, no la cultura objetiva, al menos esta no
interesa de forma directa.

En este libro se hace de forma interesada una contraposición entre genetismo y


ambientalismo como esquema que nos sirve para entender el problema del origen de
nuestros rasgos psíquicos; ¿ese origen son la naturaleza y los genes? ¿es la sociedad o
el medio ambiente? ¿son los agentes educativos?

Dejando a un lado las dependencias de la cultura en relación con la vida


psíquica, para el genetismo la culta es una manifestación simbólica de la vida
biológica, mientras que para el ambientalismo la vida biológica es una manifestación o
un efecto de la cultura que se mete en su naturaleza o la altera. Esta segunda
acepción ha tenido una fuerza prepotente en las sociedades progresistas; antes,
liberales; ahora, socialistas, comunistas, populistas o disolventes de la identidad de
las personas, considerándolas como instrumentos al servicio de la sociedad, del
pueblo, de la nación, de la raza, de la historia, del progreso, del partido, de la secta,
etc. Para el progresismo esta alteración o transformación de la naturaleza humana por
parte de la cultura es sustancial, no meramente accidental; se pretende llevarla con
toda su eficacia incluso al hecho y a los modos de la concepción del ser humano, a su
gestación en el vientre de la madre, a su nacimiento y a su desarrollo y su derecho a
vivir.

Es ambientalista todo el que rebaja la categoría ontológica, política, moral y


social del individuo, poniendo por encima de él algo que no es individual, por ejemplo,
la sociedad, la nación, el Estado, la patria, la raza, la religión, la cultura, la historia, el
destino, la secta, el partido político, etc. El individuo, antes que naturaleza ontológica
de persona, tiene naturaleza social. Su condición de ser social o parte de la sociedad
es prioritaria respecto de su condición de persona. Para incorporarlo e integrarlo en la
vida y las funciones de la sociedad a la que pertenece ab origine, hay que convertirlo
en persona, y eso solo puede hacerse por medio de la cultura, entendiendo la culta
como una propiedad o un atributo de la sociedad y controlado por ella, o, si se quiere,
como un instrumento que debe ser utilizado por la sociedad, incluso de forma
coercitiva, para transformar a los individuos en miembros activos suyos, es decir, en
elementos capaces de desempeñar el papel que la sociedad tenga a bien
encomendarles (Duckheim). Transformación coercitiva, se insiste, de forma que los
que no sean capaces de asimilar esa cultura, quedan excluidos de la sociedad y la
sociedad se encuentra legitimada, incluso, para eliminarlos. Desde los postulados del
ambientalsimo no hay lugar para la disidencia.

Estoy hablando del ambientalismo en relación con la cultura; no estoy


hablando de posiciones topográficas a la derecha o a la izquierda como suele hacerse
en estos casos, pues entiendo que el ambientalismo como actitud política y social,
incluso como actitud teológica y moral, tiene su lugar, tanto a la derecha como a la
izquierda; hay ambientalismos de izquierdas, pero también hay ambientalismos de
derechas. Se habla de las actitudes ambientalistas del socialismo. Se habla poco de
las ideas socialistas de Hitler y, sin embargo el suyo era un socialismo ex duplici
capite, el ‘nacional-socialismo’. Su tarea monotemática antes de hacerse con el poder,
y como medio para lograrlo, fueron los derechos de los trabajadores; cuando llegó al
poder decretó que la sociedad nazi era una sociedad de trabajadores; no se aceptaba

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para nadie la condición de parado; todos tenían que buscar su puesto de trabajo de
forma obligatoria; los que no lo conseguían eran considerados como individuos de
calidad inferior, disidentes o dimisionarios del deber social; y, en consecuencia, eran
deportados a las granjas o eran exterminados junto con los disminuidos psíquicos, los
enfermos terminales, los homosexuales, los gitanos, y, por supuesto, los judíos. ¿Era
aquel un régimen de derechas? Para nada. Ambientalismo puro y duro: el individuo
no tenía relevancia alguna, ni siquiera la dignidad de persona. Por encima estaba el
pueblo alemán, la sociedad nazi, la raza aria o el Estado totalitario. El Estado
totalitario y los regímenes dictatoriales, sean los que sean, son todos ellos ejemplos
claros de actitudes e ideas totalitarias derivadas de su ideología y sus actitudes
ambientalistas.

No vamos a entrar ahora en esos temas. Quiero dejar claro que todos los
capítulos de este libro se inscriben en la línea inequívoca del genetismo. Y, en el caso
de la cultura, se afirma sin ambages que la cultura viene determinada, en primer
lugar, por la biología, es decir, por las distintas formas de desarrollarse la vida
biológica de los pueblos y las personas, y, más en concreto, por las estructuras
cerebrales de esas personas. La cultura es un producto de la vida psíquica, pero
también es una manifestación o una realización de la vida biológica.

Ese es su origen parcial e inmediato, pues su origen esencial, propio, primario


y principal es la vida psíquica y, más en concreto, la vida de la inteligencia. Creo que
debe hacerse una diferenciación clara entre lo que es la naturaleza humana, la vida
psíquica derivada de la naturaleza humana y la vida biológica humana derivada de
esa misma naturaleza, toda vez que la vida biológica de los seres humanos, no es una
vida biológica vegetal o animal, sino una vida humana, determinada por la naturaleza
humana racional que le da su forma esencial.

La causa primaria y más remota, el origen o causa más profunda de la cultura


es la naturaleza humana o naturaleza racional, la inteligencia. Pero la naturaleza
racional es universal, la misma para todos los seres humanos. Por esto mismo la
cultura debería ser la misma para todos los hombres y para todos los pueblos. Pero la
realidad no es así, como podemos observar.

La razón está en que la naturaleza huna actúa por medio de sus capacidades,
sobre todo, por medio de sus capacidades superiores o sus facultades, entre las cueles
está la inteligencia. La cual, por cierto, también es universal o compartida por igual
por todos los seres humanos sin excepción. Quiere decirse que la vida psíquica, sin
más, la vida presidida y gobernada por la inteligencia, tampoco suministra datos que
nos faciliten la comprensión de la diversidad de las culturas.

Ahora bien las capacidades humanas, incluidas las capacidades superiores, la


inteligencia entre ellas, cuando despliegan sus actividades, es decir, su vida psíquica,
ya no son las mismas o idénticas en cada uno de los individuos, pues en cada
individuo esa vida se desarrolla de una forma diferente; todas esas facultades, para
desarrollarse y para ejercer sus funciones propias necesitan un soporte biológico, un
organismo con sus órganos y sistemas, necesitan, cada una de ellas, un instrumento
propio que es su órgano, por ejemplo, el sentido o facultad de la vista necesita el ojo
como órgano o instrumento exclusivo. Y, por encima de todo esto, todas ellas
necesitan un órgano de naturaleza superior que es el cerebro, pues, en fin de cuentas,
el comportamiento o las funciones de todos los órganos están controladas y dirigidas
desde el cerebro y por el cerebro.

Entonces la vida psíquica tiene como causa la naturaleza racional y sus


facultades que son universales o comunes para todos en tanto que facultades, pero su
desarrollo y el ejercicio de sus funciones ya no son universales ni compartidas por
todos los seres de la especie humana. Ese desarrollo y esas funciones que constituyen
la vida psíquica personal están condicionadas por el cerebro y por los órganos de los
sentidos, los cuales ya no son los mismos para todos, sino diferentes, tan diferentes

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que no hay dos iguales. Esta desigualdad se manifiesta en su morfología, pero
también en sus potencialidades, en sus energías y en la agudeza o precisión a la hora
de prestar sus servicios a las facultades correspondientes; no hay dos ojos iguales; y
esto es tan evidente, que en muchos puestos de control policial y en muchos juzgados,
para identificar a las personas, además del DNI y el ADN, recurren a los rasgos de la
retina. Entonces la cultura resultante de la vida psíquica, o mejor, resultante del
ejercicio de la inteligencia ayudada o complementada por las demás facultades, ya no
es la misma. Puede decirse que cada individuo tiene su cultura.

Pero, como la vida psíquica de los individuos es compartida o distribuida por


grupos en el sentido de que hay grupos o sociedades que construyen su vida psíquica
interactuando unos con otros, hay también estratos de interactuación o intercambio
sociales o grupales con su vida propia y, consecuentemente, con su cultura propia.
Son parte de la gran cultura que es la cultura universal.

Un ilustre pensador de nuestros días, haciéndose eco de otras definiciones


anteriores, afirma que la cultura es aquello que queda después de haber olvidado todo
lo que hemos aprendido. Para entenderlo tendíamos que determinar qué es lo que
hemos aprendido y qué es lo que hemos olvidado. Suele decirse que conocemos cosas,
acontecimientos, lugares, personas, realidades, ficciones, ambientes, sociedades,
ideas, pensamientos, imágenes, percepciones, etc. por ejemplo, los ministros del
gobierno de la nación; y que aprendemos habilidades referidas a todo lo que
aprendemos y también referidas a nuestros propios comportamientos, por ejemplo,
hacer una paella o escribir un libro. Adquirimos conocimientos sobre realidades
referidas al universo y a nosotros mismos, realidades concretas, y generamos
habilidades concretas tomando como pauta las realidades que conocemos. La
definición que acabo de transcribir deja a la cultura en un espacio nebuloso o
intransparente por la vaguedad de la misma. No obstante, expresa una realidad
incuestionable, pues el hecho de poner en relación el nivel de la cultura de una
persona con su facilidad para el olvido, explica perfectamente los bajos niveles de
cultura de aquellos que no han invertido apenas energías para olvidar, toda vez que,
previamente, no han aprendido nada o casi nada. Sin embargo debemos tomarnos las
debidas precauciones, ya que hay amplios sectores de la sociedad progresista que
llaman cultura a cualquier cosa, aunque la base de esas actitudes sean las que en
nuestra lengua expresamos con las palabras desconocer, arrinconar, descuidar,
despreciar, negligir, preterir, desatender, y en general, negar las ideas y los valores
consagrados por la historia de la humanidad.

E. ROJAS (12-2-03), desde su perspectiva de psiquiatra, para fundamentar la


diferencia que hay entre 'ser' y 'querer', nos ha legado otras definiciones, más bien
descripciones, de la cultura: "La cultura es la decoración" de la persona... "la estética de
la inteligencia"... "la cultura es libertad; espesor del conocimiento vivido, lo que queda
después de olvidar lo aprendido". Todas estas frases nos resultan familiares, sobre todo
la última, que es frecuente en los libros de Psicología e Historia de la Cultura.

Pero, si llegara el caso en que olvidáramos todos estas ideas y valores ¿queda
algo? Y, si queda algo ¿qué es lo que queda? Yo entiendo que eso que queda son
formas, hábitos o estructuras, pautas de conductas cognitivas, tendenciales u
orécticas, y pautas de conductas motrices. Por eso mismo algunos afirman con el
DRAE que es cultura el "conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y
grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”. Por
eso la cultura no es saber los diálogos de Platón o las batallas de Alejandro el Magno o
las tablas de los elementos con sus valencias, o las etapas de la evolución de la vida
desde la mónera hasta el homo sapiens sapiens, las formas de vida de los bosquimanos o
las islas del Pacífico con el volumen de la población de cada una. No es eso, sino lo que
queda después de haber olvidado todo eso. La cultura son los hábitos creados por las
facultades humanas en relación con todos esos objetos; hábitos que tienen validez para

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estos objetos y para todos los demás, cada uno según su especie. Olvidamos nuestros
conocimientos, pero no por eso perdemos el hábito de conocer; olvidamos los
comportamientos concretos que hemos realizado habitualmente, pero no perdemos la
habilidad para volver a producirlos. Eso es la cultura para estos autores. Somos cultos
cuando tenemos los hábitos propios de ciertas conductas, incluidas, sobre todo, las
conductas cognitivas, no las conductas en sí, sino la forma de realizar esas conductas,
pues todo hábito es una cualidad ‘disponens subjectum ad bene vel male operandum’;
algo que es completamente normal, ya que también hay hábitos malos que son los
vicios. Esa disposición o forma de actuar es cultura si se convierte en hábito o forma de
comportamiento arraigado, consistente, no superficial o pasajero, una forma que permite
al sujeto actuar ordenadamente, con soltura, con refinamiento, sin riesgo de equivocarse
y, además, con un importante ahorro de energía, por ejemplo, el hábito de pintar cuadros
en un pintor ya consagrado por el trabajo de muchos años; o el hábito de conducir
coches por parte de un conductor avezado. Esas actividades que pueden ser realizadas
con la ayuda de esos hábitos son cultura cuando están referidas a algunos aspectos de
la vida humana; normalmente esas actividades se entienden como actividades
relacionadas con la inteligencia, como las artes, las costumbres y los usos, las ciencias,
las formas de sociabilidad, la organización de la convivencia, la política, las creencias y
códigos de moralidad, las opiniones del pueblo, las tecnologías, las ideas dominantes, la
valoración y el uso de los medios de comunicación, las instituciones, el ejercicio del
poder, las formas de gobierno, los gustos, las modas, el ocio y las diversiones, las
aficiones culinarias, la concomía, etc. Evidentemente las sociedades de todos los tiempos
tienen o han tenido sus hábitos o sus formas de entender estos aspectos de la vida y han
creado sus propios hábitos en relación con todas estas actividades transmitiendo estos
hábitos a sus sucesores de generación en generación. No son los hechos, sino las formas
de realizar esos hechos.

He hecho referencia al Diccionario de la Real Academia Española, pero otros


autores tienen especial interés en la definición del Diccionario Inglés Oxford que viene a
expresar esta misma realidad: la cultura es el cultivo o el desarrollo de la mente, de las
facultades, de las maneras o estilos que conducen a la perfección o el refinamiento de la
inteligencia, de sus gustos y las formas adquiridas a través de la educación o el
aprendizaje. He sintetizado la definición original con cierta libertad; por eso estoy de
acuerdo en todo, menos en una cosa: el origen de esa mejora y ese refinamiento o, si se
quiere, el origen de esas formas o estilos, no es el aprendizaje heterónomo, como vamos a
ver enseguida. Al menos no lo es como causa principal.

Eso mismo es lo que podemos inferir del contenido semántico de la palabra


‘cultura’ si nos atenemos a su origen histórico o a su etimología:

La palabra 'cultura' procede del verbo latino 'colo' que significa cultivar. El supino
es ‘cultum’. En Cicerón significa cultivar la tierra (colere agrum, colere vitem, colere
praedia); en el mismo Cicerón, en Ovidio y en Tácito significa habitar (colere urbem,
colere flumina, colere insulam). De la misma manera en Cicerón y en Suetonio significa
cultivar el espíritu o fomentar su perfección (colere amicitiam, colere artes), sinifica
también ejercitar o desarrollar las capacidades psíquicas (colere studio, colere
philosophiae); en César, Cicerón y Ovidio significa honrar o venerar (colere Mercurium,
colere deos, colere aras); también en Cicerón, en T. Livio y en C. Nepote significa
obsequiar, dar muestras de afecto (nos coluit máxime, colere aliquem donis, colere
aliquem litteris).

A la hora de esbozar un análisis de la cultura, con independencia de la cultura de


masas, es obligado igualmente hacer una referencia a nombres ilustres que han
destacado en el campo de la filosofía y de la historia, sobre todo en la filosofía alemana,
dedicados a este tema. Estos nombres más conocidos en el mundo del pensamiento son
los de Hegel, Nietzsche, Windelband, Litt, Freyer, Dilthey, Simmel, Scheler,
Fobrenius, Dempf, Schweizer, Spengler, Spranger, Kröner, Hartman, Ortega,
Cassirer... Derisi, Mondolfo, Malinowski, etc.

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Sin embargo el significado más obvio y sobre el que insiste Cicerón es el de
‘cultivar el espíritu’, es decir, el de desarrollar o perfeccionar cada una de sus facultades,
de tal forma que sólo el que ha logrado esta meta puede ser considerado como persona
'culta'. En este mismo sentido confiere una especial importancia al papel que desempeña
o puede desempeñar la filosofía.

Hay en esto un vivo contraste con los griegos para quienes la cultura, más que el
cultivo del espíritu, era el cultivo o el cuidado del cuerpo (cultura física) o el desarrollo de
sus capacidades físicas, por ejemplo, las cualidades de los atletas. Esta acepción es
compartida por la inmensa mayoría de los escritores, incluido Platón.

Cuando se habla de la cultura referida al desarrollo o el perfeccionamiento de las


facultades humanas hay una relación especial con la inteligencia, pero también la hay
con la sensibilidad y la imaginación. En relación con la inteligencia es el conjunto de
conocimientos 'no especializados' (ideas y pensamientos) adquiridos a través de las
lecturas, los viajes, los estudios, etc. En este sentido la cultura se distingue de la ciencia,
pues ésta siempre es un conocimiento especializado.

Por tanto cultura es, antes que nada, una cualidad o un rasgo consistente en
la elevación o el cultivo del espíritu, la perfección de nuestras capacidades superiores,
particularmente la perfección de la inteligencia en relación con esos hábitos y esas
formas de las cuales hemos venido ocupándonos en los párrafos anteriores.

Uno de los puntos discutidos en este campo es el de la posibilidad de la cultura


en la vida de los individuos de otras especies, por ejemplo, en la especie de los monos.
Si son capaces de usar figuras y combinar figuras, utilizar instrumentos o, a veces,
construir instrumentos sencillos, si son capaces de planificar la conducta aunque solo
sea de forma elemental, si son capaces de aprender y utilizar algún tipo de lenguaje,
etc., entonces son cultos y son capaces de producir cultura. No obstante se
encuentran muy lejos de las posibilidades que tienen los seres humanos a ese
respecto, pues los comportamientos del mono tienen que ser forzados
considerablemente para poder encajarlos en los parámetros de eso que hemos llamado
cultura. De hecho forman parte de la cultura los hábitos de la creatividad y el
progreso o, si se quiere, la adaptación y la evolución en la línea del progreso, como
acabo de indicar; algo que no acontece en el caso de lso animales.

En efecto los monos de todas las subespecies no han evolucionado, no han


progresado, no han creado nada nuevo, nada mejor que sus predecesores. Muchos
autores toman nota de estos hechos y afirman que el cerebro de los monos y los
comportamientos que son gobernados por su cerebro han quedado bloqueados. Sin
embargo el hombre se ha adaptado progresivamente a las circunstancias vitales de su
existencia, ha superado las pruebas de adaptación y eso lo ha hecho en virtud de
formas nuevas de conocimiento y de conducta; las capacidades del ser humano son
capacidades creadoras, no solo imitadoras o continuadoras de las conductas de sus
antepasados desde las generaciones que se remontan a millones de años.

Las causas de esta gran diferencia son varias, pero los científicos ya nos
adelantan una que sirve como argumento para los fines de este libro. Esa causa es el
cerebro humano, la gran plasticidad del cerebro humano, que incluye, no solo la
posibilidad de introducir alteraciones en sus estructuras cognitivas y motoras, sino
producir una multiplicación de sus neuronas hasta llegar a un volumen cerebral de
mayores proporciones, impensable para cualquiera de los monos; se trata del volumen
y de la disposición y el número de las circunvoluciones de la corteza cerebral.

Todos los seres vivos, uno por uno, proceden de una sola célula que comienza
a dividirse o multiplicarse por los procedimientos que sean según las leyes de la
biología, hasta llegar a los limites que ahora conocemos. Eso es lo que le acontece al
cerebro desde que aparece en el embrión en general; también en el caso del embrión

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humano. Crece en volumen y crece y en complejidad. Pero ese crecimiento es, por una
parte regulado o sometido a leyes y, por otra, limitado para cada uno según su
especie. Esta limitación no es la misma para todos los seres que tienen cerebro. Los
científicos ya saben que hay una diferencia genética importante entre el cerebro del
hombre y el cerebro del animal más evolucionado, el chimpancé con el que
compartimos el 98% de los genes. Esta es la opinión de Sapolski y muchos otros a
quienes he hecho referencia a propósito de otros puntos concretos sobre el origen de
los rasgos psíquicos. Esa diferencia se debe a la acción de un gen regulador cuya
presencia establece el límite de la división celular para cada especie. La presencia de
ese gen en el caso concreto del chimpancé le impone una limitación según la cual su
cerebro se queda en un tercio respecto del volumen de cerebro del hombre. El tamaño
del cerebro, su complejidad y el número de circunvoluciones, pues, constituyen la
primera explicación que nos permite entender las posibilidades del hombre y del
animal en relación con la creación, la producción y la utilización de la cultura. El
origen de la cultura, pues, es un origen biológico, toda vez que las capacidades
productoras de cultura son capacidades que se encuentran en relación directa con la
perfección y la complejidad del cerebro, como hemos afirmado reiteradamente. Una
facultad como la inteligencia, sin un cerebro adecuado, no puede hacer absolutamente
nada. Ya hemos visto que en el córtex cerebral del hombre hay 30.000 millones de
neuronas, las cuales pueden establecer entre sí más allá de 50 billones de conexiones
sinápticas (N. Doidge, en el libro citado y G. M. Edelman en “A univers of
consciusnes. How matter becomes imagination” 291). La distancia respecto del mono es
una distancia sideral.

El ‘homo antecesor’ de Atapuerca no salió de su estado de barbarie porque


recibió una cultura de sus antecesores, la cual le permitió confeccionar instrumentos
y planificar conductas para adaptarse al medio ambiente adverso elevando así sus
niveles de supervivencia. La cultura no va por delante del ser humano, sino por
detrás; es un producto de sus facultades, sobre todo de su inteligencia, tomando el
cerebro como soporte biológico o como instrumento sin el cual no hubiera podido
desarrollar actividad alguna. Los seres que se han estancado en una fase determinada
de la evolución quedaron incapacitados para la cultura porque carecían de
capacidades para producir los recursos que les permitieran superar los riesgos y
amenazas del medio ambiente que siempre exige unos niveles determinados de
adaptación. De lo que se trata es de explicar por qué los hombres y no otros seres
vivos, han tenido esas capacidades para producir esos recursos.

La explicación ya la hemos adelantado unos párrafos más arriba. Esa


explicación está en la perfección y la complejidad de su cerebro y, sobre todo, en los
niveles de flexibilidad, plasticidad y capacidad de adaptación de ese cerebro. Eso es lo
que le ha permitido, no solo adaptarse al medio ambiente y vencer su resistencia, sino
crear su propio medio ambiente.

En efecto, el hombre, desde el momento en que ‘puso sobre su cuerpo la piel


de un animal’ para protegerse del frío, desde el momento en que construyó un cabaña
con piedras o con ramas de los árboles (medio ambiente artificial), inició un proceso de
creación de cultura, pues, para crear ese medio ambiente, no ha seguido las leyes de
la evolución obedeciendo a la naturaleza o sometiéndose a ella de forma pasiva, sino
que ha tratado de dominar la naturaleza potenciando la eficacia de las leyes de la
propia naturaleza, aprovechando sus energías y valiéndose de ellas para mejorar de
forma progresiva y continua sus formas de vida. El hombre ha dominado el frío y el
calor, ha dominando las aguas y el fuego, ha humanizado la convivencia, ha regulado
la propagación de la especie, ha construido ciudades y pueblos, ha acortado las
distancias ente los puntos de la tierra y el cielo, etc. Todo esto es artificial, no es un
ambiente natural sino un medio ambiente creado por él haciendo uso de su
inteligencia. Todo esto es cultura, ciertamente, o, si se quiere, fruto de la cultura como
hábito de sus capacidades, sobre todo, de la inteligencia.

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Pero la inteligencia es siempre la misma y es para todos los seres de la especie
humana, como hemos afirmado. La inteligencia de uno no es más inteligencia que la
de los otros. Si la inteligencia trabaja y produce sus frutos, entre ellos, la cultura, en
espacios diferentes y según niveles diferentes, eso se debe, no a la inteligencia, sino a
otros factores que intervienen en la acción de la inteligencia, como soporte biológico o
como instrumentos que la inteligencia utiliza para su trabajo. Ese soporte es el
cerebro y esos instrumentos son los órganos de los sentidos, los cuales dependen del
cerebro, pues es el cerebro el que los controla o dirige a través de sus neuronas
eferentes y por medio de sus impulsos nerviosos que son los que enervan las células
terminales de cada uno de los órganos sensoriales empleado en la ejecución de la
conducta.

No obstante, las ciencias actuales se encuentran preparadas para demostrar


que la cultura en este campo tiene un camino de ida y otro camino de vuelta. Esa
como la moneda que uno recibe y la devuelve con un valor superior respeto del que
tenía antes. Quiere decirse que la cultura ya hecha o producida por unos hombres
constituye el medio ambiente cultural creado por ellos y ese medio ambiente es
aprovechado por las generaciones posteriores como estímulo que asume el cerebro
para cambiar y mejorar sus estructuras cognitivas y motoras. Mejora que les permite
a estas generaciones nuevas producir nuevas culturas y más perfectas, las cuales
pueden servir, a su vez, de punto de partida para las generaciones siguientes,
formando así una cadena indeterminada que es el progreso, el verdadero progreso.

He identificado la cultura con el medioambiente creado inteligentemente por una


generación de seres humanos para mejorar su nivel de vida, entendido este como
producto de la inteligencia humana, pues tengo para mí que el nivel de vida
comprende la vida completa del ser humano, la cual, para desarrollarse, necesita del
ejerció de todas sus capacidades que se despliegan en procesos perfectivos, entre ellos
la educación o la autoeducación (proceso ab intra) para la cual necesita de la ayuda de
los agentes y estímulos educativos; esos estímulos y agentes se encuentran
precisamente en su medioambiente, particularmente, en su medio ambiente cultural;
tienen esta finalidad y no otra: la creación de un ambiente nuevo que sea, ante todo,
un ambiente culto. En efecto:

a) que la cultura heredada le sirva al cerebro de los hombres de una generación


determinada para mejorar sus estructuras cerebrales es puesto en evidencia por
investigadores importantes como el ya citado Merzenich cuando afirma que cada
generación de seres humanos se ha visto obligada a incorporar mejores y más
complejas destrezas y habilidades, las cuales generan en el cerebro cambios
estructurales a gran escala: la genética y el cerebro son productores de cultura pero la
cultura es productora de cerebros en el sentido de cerebros más complejos en
estructuras neuronales y en conexiones entre las neuronas. Se ha comprobado que lo
músicos que tocan instrumentos de cuerda tienen más desarrollados los mapas
cerebrales correspondientes a su mano izquierda que es la que más trabaja en ese tipo
de instrumentos, y tienen un mayor número de neuronas en el mapa en el que han
cartografiado el sonido de esos instrumentos (Taub). Doidge recoge estos datos, pero
también se ocupa de otros casos, por ejemplo, el de los trompetistas en cuyo cerebro
se encuentran más desarrolladas las neuronas y los circuitos que se corresponden o
se relacionan con los estímulos de ese tipo de sonidos. En general los músicos tienen
la corteza motora y el cerebelo más desarrollados que los individuos que no se dedican
a esa profesión. Y añade que los músicos que han empezado a tocar antes de los siete
años (período crítico) tienen más desarrollada la superficie cerebral que une los dos
hemisferios. Por su parte, añade, los taxistas de Londres tienen más desarrollado el
hipocampo, que es la zona que interviene en las representaciones espaciales. Todos
estos cambios cerebrales y otros muchos afectan a la anatomía y las estructuras
cognitivas y motoras del cerebro y se producen precisamente por la necesidad de
adaptarse a su medio ambiente, cada uno en su situación particular, por ejemplo, en
los ambientes culturales, como acabamos de ver; adaptación que ha sido posible por
la flexibilidad, es decir, la adaptabilidad o la plasticidad del cerebro humano a la cual

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hemos hecho referencia tantas veces: la posibilidad de producir nuevas neuronas y
nuevos circuitos neuronales que lleva consigo la posibilidad de incrementar sus
conexiones y hacerlas más perfectas, más precisas y de mayor alcance. En los seres
cuyo cerebro no tiene este nivel de elasticidad o este nivel de plasticidad esos
fenómenos son imposibles. La necesidad de adaptarse a los factores medioambientales
le ha obligado al cerebro a desarrollar sus estructuras cognitivas y motoras. La
adaptación a esos factores resultante de su esfuerzo ya es cultura. Por tanto la cultura
es consecuente con el desarrollo de las estructuras cerebrales. Ahora bien, en cada
momento de la historia el ser humanos vive en un ambiente determinado por factores
culturales creados por sus predecesores. Pues bien, la necesidad de adaptarse a este
medio ambiente cultural le impone al cerebro las mismas exigencias que el medio
ambiente físico; le obliga al cerebro a desarrollar todavía más sus estructuras y, en
consecuencia, produce su propia cultura que mejora o perfecciona la cultura recibida;
al menos, así debería ser. Si no es así, si la cultura producida no es perfectiva sino
degradante, ese efecto no puede ser cargado en la cuenta de las estructuras y
funciones del cerebro, sino en la cuenta de otros agentes que obran contra naturam y
a favor de sus intereses que no tienen nada que ve con la cultura. Es por esto por lo
que he afirmado que el ser humano y su cerebro no son efecto de la cultura, sino
creadores de la cultura. La cultura de los predecesores puede ser asimilada como
factor medioambiental, pero no es su cultura, de la misma manera que los alimentos
consumidos por el organismo no son el organismo, ni la vida del organismo. Los
procesos de asimilación le permiten convertir en sustancia propia lo que no es
sustancia propia. Pero la conversión de sustancia mineral en sustancia viva no es
obra de la sustancia mineral, sino del ser vivo. Por eso el ser vivo tiene la condición de
ser vivo, porque de forma continua está creándose a sí mismo: renovándose,
regenerándose, autocreándose. Conviene tener esto muy en cuenta a la hora de
evaluar el origen de los rasgos del ser vivo, incluidos los rasgos psíquicos del ser
humano.

b) El autor antes citado, a propósito de la cultura, no pone el ejemplo de la


moneda, sino el ejemplo, de la calle que tiene dos direcciones. El cerebro recibe la
cultura de sus predecesores como estímulo (la dirección de ida), pero también produce
cultura o, mejor, la cultura heredada le sirve a la inteligencia como soporte o como
incentivo para producir cultura (la dirección o el camino de vuelta). La plasticidad
incluye la creatividad. Por esto mismo, si se quiere, la cultura que produce es la
cultura que ha recibido, pero enriquecida y perfeccionada, convertida en cultura
propia: eso es el progreso como he afirmado repetidamente.

A este respecto hay algunas ideas que interesa destacar: la primera es que la
producción de cultura está en relación directa con el nivel de las capacidades del
individuo, por ejemplo, la cultura que produce el pintor está en relación con el nivel de
sus capacidades para percibir los colores y las formas y con sus capacidades motoras
o habilidades para dirigir el pincel según los trazos que dicta su cerebro; la segunda es
la idea de que el cerebro dispone de circuitos específicos para cada una de las
actividades culturales, por ejemplo, los circuitos de la lectura y la escritura, como
podemos comprobar por los escáneres que permiten llegar a las neuronas o equipos de
neuronas cerebrales correspondientes a sus funciones (Merzenich y Tallal); la tercera
es que el desarrollo de estos circuitos supone nuevos mapas y nuevas estructuras
cerebrales que son las que hacen posible el aprendizaje entendido como sensibilidad o
eficacia mayor y más refinada de los estímulos medioambientales o provenientes de la
realidad. La reorganización de las estructuras mentales, cognitivas o motoras supone
una reorganización o un cambio de las estructuras anatómicas (M. Donald 297).
Estas estructuras forman parte de su equipamiento perceptivo, por eso hemos
afirmado que este equipamiento no es universal ni es estandardizado. Cada cerebro
construye el suyo propio.

Una de las funciones de la cultura es la interpretación del universo. Los pueblos con
distintas culturas hacen de él distintas interpretaciones; sin embargo, aun en contra
de la idea expresada en las últimas líneas del párrafo anterior, no ejercen procesos

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cognitivos diferentes ni tampoco diferentes formas de razonar (Piaget), ya que esos
procesos son universales. Esto mismos acontece en el caso de los procesos cognitivos
a cargo de la inteligencia. Si hay un tipo de percepción a cargo de los sentidos
(percepción sensorial), también hay un tipo de percepción a cargo de la inteligencia
(percepción intelectual).

Pero una cosa son los patrones universales de los procesos cognitivos y otra cosa
es el empleo que cada uno hace de esos patrones. Hay un patrón universal de para un
proyecto de eso que llamamos ‘ciudad moderna’, pero ese patrón es llevado a la
realidad con formas y estilos distintos, pues, de hecho, hay muchas ciudades
modernas, y no hay dos que sean iguales. Por eso los pueblos con distintas culturas
tienen un patrón universal de lo que es la cultura, pero hacen distintas
interpretaciones del universo y de los seres del universo, es decir, producen ideas
distintas acerca de los mismos objetos o cosas. Los patrones de los procesos
cognitivos de la inteligencia tampoco son diferentes y obedecen a los mismos
esquemas y leyes que son las leyes de la lógica, por ejemplo,”si A es igual a B y B es
igual a C, entonces A es igual a C”. Esta ley, igual que las demás leyes de la lógica, es
universal y tiene validez para toda inteligencia sana. Pero su utilización en cada caso
concreto es diferente, por ejemplo, “si 5 es igual a 2+3 y 2+3 es igual a 4+1, entonces
5 es igual a 4+1”, o bien, algo más progresista, “si ser adolescente es igual a tener
capacidad para asumir responsabilidades y la capacidad para asumir
responsabilidades es igual a tener derecho a abortar, entonces ser adolescente es
igual a tener derecho a abortar”. El patrón del razonamiento es el mismo, pero su
aplicación conduce a conclusiones diametralmente opuestas; en el primer caso no
ofende a nadie y, además educa; en cambio, en el segundo caso, las consecuencias
conducen a uno de los mayores envilecimientos de la sociedad.

Entonces, retomando la idea de que la cultura es la forma peculiar de cada pueblo


mediante la cual se apresta a interpretar la realidad, reiteramos la misma pregunta:
¿cuál es la cusa de esta diferencia? Si resulta que no tienen formas distintas de ver
ejerciendo los mismos procesos visuales, entonces está claro, es que ven cosas
distintas, distintas realidades.

Para aclarar nuestra posición en torno a este tema creo que debo hacer una
distinción entre: a) los procesos psíquicos de la percepción y los procesos psíquicos de
la intelección, cada uno con sus propias leyes; b) las estructuras cerebrales y las
estructuras cognitivas y motoras de las facultades humanas, consecuentes con las
estructuras cerebrales, que son construidas en estos procesos y utilizadas por ellos,
cada una de las cuales, con sus leyes respectivas; c) las cosas o realidades sobre las
cuales giran estos procesos y estas estructuras como objeto o contenido de las mimas.

Los procesos perceptivos son los actos cognitivos de los sentidos, por ejemplo,
los actos del sentido de la vista o los actos del sentido del taco. Si embargo hay en esto
un imperativo derivado de las exigencias que impone la constitución del ser humano
en todas sus dimensiones; se trata de la necesidad de realizar estos actos a través de
tres fases: la fase física (acción de los estímulos físicos sobre los órganos de los
sentidos), la fase biológica (conversión de la energía de esos estímulos en impulsos
nerviosos que son transportados los centros cerebrales) y la fase psíquica (conversión
de estos impulsos en datos de la conciencia). Los procesos perceptivos (el
conocimiento inicial) no tienen lugar hasta que no llega la fase psíquica en la que los
datos recogidos por los nervios receptivos o nervios terminales de los órganos de los
sentios pasan por el cerebro, son procesados y convertidos en datos de la conciencia
por la intervención de la ‘mente sensorial’. Las leyes de la percepción son las ya
conocidas de las cuales nod ocupamos en este trabajo.

Las estructuras de la percepción y de la inteligencia son algo así como el orden,


el esquema, la colocación o disposición de los datos encontrados en el cerebro, al
objeto de poder conocerlos, pues la propia experiencia nos dice que el conocimiento de
una pluralidad de objetos es imposible si previamente no se establece una distinción

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entre ellos (análisis) y, a continuación, se diseña un orden o integración de los mismos
(síntesis). Sin ese orden los actos cognitivos de la sensibilidad y la inteligencia es
imposible. Para Kant, ese orden en los procesos de la sensibilidad es el orden espacial
y temporal, pues para él el espacio y el tiempo no son estructuras objetivas o
estructuras de las cosas, sino estructuras subjetivas o estructuras de la sensibilidad.
Aun más, sin ese orden mediante el cual las facultades cognitivas ponen cada uno de
esos datos en el lugar que le corresponde, esos datos carecen de sentido. En efecto un
dato de la conciencia tiene sentido si está relacionado con otros datos de la conciencia
(relaciones lógicas) o con las cosas reales de la cuales procede en última instancia
(relaciones ontológicas). Un dato de la conciencia que no remite o no está relacionado
con algún ser del mundo de la realidad o del mundo de la ficción (objeto) carece de
sentido; es un dato vacío. Pero no hay conocimientos vacíos. Todo conocimiento es
conocimiento de ‘algo’; lo exige esa propiedad del conocimiento que hemos llamado
intencionalidad (de tendere in)

La estructura que he transcrito más arriba, ‘si A es B y B es C entonces A es


C’, es una estructura de la inteligencia; y es correcta porque se ajusta a una de sus
leyes que es la ley de la transitividad; no así esta otra estructura: ‘si A es B y C es B,
entonces A es C’, que es incorrecta y no conduce los procesos cognitivos de la
inteligencia en la dirección de la verdad nisi per accidens. En el caso de la percepción
también se producen y utilizan estructuras o esquemas, correctos o incorrectos, como
si fueran los anaqueles de una estantería donde se colocan los datos o contenidos de
las percepciones para que tengan sentido, por ejemplo, la percepción de las
habitaciones y enseres de una casa; no es una estructura correcta si se percibe la
cama en la cocina o el inodoro en el comedor; tampoco es una estructura en la que los
datos tienen sentido si se percibe el tejado debajo de la casa y los cimientos en la
parte superior del edificio; recurriendo al ejemplo que se utiliza en este apartado, no
es correcto llevar al mismo anaquel el rasgo de ‘capacidad para asumir
responsabilidades’ y el rasgo de ‘derecho a abortar’; en estas estructuras los datos
crecen de sentido, es decir no responden a la realidad; las leyes, en primer lugar, son
las leyes de la percepción, por ejemplo la de ley de la semejanza, la ley de la
proximidad y la ley del contraste de las que nos ocupa en su momento. Pero luego
están las leyes de la inteligencia. Las estructuras que la mente construye en los
sueños o las estructuras de la fantasía llevadas a las obras de arte por los pintores,
los literatos, los escultores, etc., son estructuras donde los datos carecen de sentido,
pero eso es precisamente lo que ha tratado de hacer el autor. El surrealismo no
pretende que los cuadros o el contenido de los cuadros se corresponda con la realidad,
y el novelista, en tanto que novelista, tampoco. La creatividad les ha llevado a
prescindir de la realidad cuando no a contradecirla o burlarse de ella.

La realidad, las cosas de la realidad, son independientes de las acciones del


sujeto, es decir, existen con independencia de la acción biológica del sistema nervioso
o del cerebro, con independencia de las estructuras cognitivas y motoras del cerebro,
con independencia de los comportamientos, las estructuras y leyes de la percepción y
con independencia de las estructuras y leyes de la inteligencia, por ejemplo, los
microbios, las bacterias, el sistema solar, la batalla de Lepanto, etc. Están, ahí. A las
capacidades biológicas y psicológicas del sujeto no le queda más que atenerse a ellas.
Además, la realidad, las cosas de la realidad, tienen una forma o una estructura
interna y externa; o, mejor, forman parte como contenido de muchas estructuras
parciales, las cuales, a su vez, forman parte de la estructura general de un todo
mayor que es la estructura del universo. Las leyes de estas estructuras son las leyes
de la realidad; en primer lugar, las leyes de la metafísica (ontología), por ejemplo, la ley
de la causalidad; y luego las leyes de la física, entendiendo por tales las leyes de la
física propiamente dicha, las leyes de la química, las leyes de la mecánica, las leyes de
la biología, las leyes de la anatomía y la fisiología, etc. Son leyes que el sujeto, el
individuo humano, no controla, sino que ha de atenerse a ellas, si quiere que el
mundo tenga sentido.

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Estamos tratando de analizar los factores que inciden en la producción de
culturas diferentes o, si se quiere, los factores en virtud de los cuales cada individuo y
cada pueblo hace su interpretación propia de la realidad. El resultado de este análisis
nunca puede ser el relativismo como algunos se empeñan en poner de relieve como
destino fatal de la inteligencia humana.

Esto es exactamente lo que cabe afirmar acerca de la cultura. Hay muchas


culturas en el mundo, por ejemplo la cultura cristiana, la cultura judía, la cultura
islámica, la cultura, hindú, la cultura budista, etc.. Pero la condición de cultura es otra
cosa. Le pasa lo mismo que a la condición de hombre sin más. Hay algo en la cultura que
no es relativo, es decir, que no depende de nada porque es la esencia misma de la
cultura, de tal forma que una manifestación cultural cualquiera o posee ese algo o no es
cultura en absoluto.

Ese algo es un factor 'absoluto' que determina de 'forma absoluta' la condición de


cultura y que , por ser absoluto: a) no depende de factor alguno externo a la cultura
misma o factor accidental respeto de ella, b) tiene que ser participado o hallarse presente
en todas las manifestaciones culturales como condición necesaria para que puedan ser
consideradas como culturas. La constatación de estos dos criterios es lo que nos sirve
par determinar cuáles son los fenómenos de las sociedades actuales que pueden ser
aceptados como cultura y cuáles son los que deben ser rechazados como subcultura o
contracultura.

Ese factor absoluto que confiere la condición de cultura de forma absoluta a un


fenómeno pretendidamente cultural, subjetivo y objetivo, es doble y tiene mucho que ver
con las connotaciones que ya hemos recogido de los clásicos latinos y griegos,
especialmente de Cicerón: a) conjunto de procesos psíquicos que tienen por objeto la
perfección o el desarrollo de las capacidades psíquicas de los seres humanos,
particularmente de la inteligencia (conocimientos verdaderos) y la voluntad (toma de
decisiones libres y responsables); como consecuencia de ello, conjunto de procesos
psíquicos enriquecedores de la personalidad; b) conjunto de obras que tienen su origen
en el desarrollo de las capacidades psíquicas de los seres humanos y cuyo fin esencial
(finis operis) es el desarrollo y la perfección de las capacidades psíquicas de los
consumidores o destinatarios, por ejemplo, una obra de teatro de Calderón, El Quijote
de Cervantes o la Sexta Sinfonía de Beethoven. No basta con que tengan al condición de
'obra de teatro', de 'novela' o de 'sinfonía'. Para que tengan la condición de cultura tienen
que cumplir la condición de 'cultura'. Pues,... resulta que hay muchas obras de teatro,
muchas piezas musicales, muchas novelas y muchas otras manifestaciones culturales
que no cumplen esta condición. Por esto mismo no son cultura, sino subcultura o
contracultura. Lo suyo no es la perfección y el desarrollo de las facultades humanas, o el
enriquecimiento de la personalidad, sino el deterioro o el embrutecimiento de las
mismas.

Volvamos, entonces, a las fases de la percepción. La fase física es la fase de los


estímulos y las respuestas, es decir, la fase de la emisión de un estímulo o una serie
de estímulos por parte de los seres con los cuales entran en contacto los órganos de
los sentidos, por ejemplo, los rayos de luz cromática o simplemente luminosa (blanca)
reflejados en la nieve, las partículas olfativas emitidas o lanzadas al aire por parte de
una rosa, etc. Se llama fase física porque el estímulo (ondas luminosas, partículas
olorosas) que incide sobre el órgano del sentido correspondiente es de naturaleza
física o química y la acción que ejerce sobre ese mismo órgano es también de
naturaleza física o química. Ese estímulo es el ‘estímulo objeto’ (el excitante), la
cualidad que estimula el órgano del sentido presionándolo, excitándolo, alterándolo o
sacándolo de su estado de potencialidad e indiferencia; está luego el ‘estímulo cosa’
que es el ser completo en el que encuentra el ‘estímulo objeto’ y del cual depende esa
cualidad, por ejemplo, la nieve como tal o la rosa como tal en las que se encuentra el
estímulo objeto o las cualidades que desempeñan la acción de estimular.

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Los estímulos son energías de los seres o prolongación de sus energías, y
actúan produciendo ondas luminosas, vibraciones o impulsos electromagnéticos de
acuerdo con las leyes de la óptica (el color que condiciona los rayos de la luz en todas
las direcciones, algunos de los cuales inciden sobre la retina formando en ella una
imagen) o produciendo oscilaciones del aire u ondas sonoras regulares (sonidos) o
irregulares (ruidos), por ejemplo, las ondas sonoras u oscilaciones del aire producidas
por las vibraciones de una campana y que inciden sobre el tímpano y demás
elementos del oído produciendo en él una modificación o alteración física por el
choque. En el caso de los otros sentidos ese primer contacto del estimulo con el
órgano del sentido correspondiente se produce por simple presión, por ejemplo el
tacto; o por excitación y reacción química, por ejemplo, la estimulación del órgano del
olfato y del gusto. Cada uno de estos primeros contactos del estímulo con el órgano de
los sentidos se rige por sus propias leyes, como hemos sugerido anteriormente, y
descargan y liberan en ese mismo órgano una cantidad de energía.

La fase fisiológica es la fase de los impulsos nerviosos, es decir, la fase de a


modificación o la alteración del órgano del sentido en virtud de la cual se produce una
trasformación de la energía física, que procede del estímulo de los seres o de las
cualidades de los seres, en energía biológica, es decir, en corriente nerviosa que opera
en forma de impulsos semejantemente a la corriente eléctrica. Esta transformación se
llama transducción. Y tiene lugar precisamente en ese punto en que el estímulo
externo entra en contacto con las primeras terminaciones nerviosas del órgano de
cada sentido y en el mismo momento de la acción estimuladora. Esta corriente
nerviosa es la primera respuesta del sistema nervioso a la acción de los seres de la
realidad sobre el organismo.

A esta fase pertenece también, como continuación de la misma, el traslado de


esta corriente nerviosa hasta el cerebro, done sus estímulos son seleccionados,
identificados, procesados y dispuestos en forma de estructuras neuronales dotadas de
sentido y aptas para ser convertidas en datos de la conciencia (conocimientos) por la
acción de las primeras facultades cognitivas, que son los sentidos. La corriente
nerviosa funciona a base de impulsos, lo mismo que la corriente eléctrica y el hilo
conductor son las neuronas que forman una cadena que va desde los terminales de
los órganos de los sentidos hasta la zona correspondiente del cerebro. Entre neurona y
neurona hay una zona que es la sinapsis a la que acuden miles y miles de dendritas o
brazos iniciales de las neuronas posteriores que son las que reciben los datos o
impulsos de la neurona anterior. Esas dendritas o brazos de cada neurona transmiten
sus datos o impulsos al axón de su propia neurona el cual conduce a otra sinapsis a
la que acuden otros miles y miles de neuronas; con lo cual la comunicación entre las
neuronas en cada fase neuronal se multiplica por cifras exponenciales. Hasta ahora se
suponía que cada órgano de los sentidos tenía su zona cerebral a la cual llegaban los
impulsos o mensajes que él producía. Como puede verse por los datos de los
científicos, esas zonas o mapas ya no se corresponden exactamente con los órganos de
los sentidos, pues el cerebro tiene una gran plasticidad y los mapas cerebrales, en
primer lugar, no son tan específicos, ni ocupan siempre el mismo espacio cerebral, ni
son tan amplios, pues estamos en un momento en que la ciencia puede determinar el
punto exacto que se corresponde con cada neurona aferente. La cartografía de cerebro
ya no se hace a base de mapas, sino de micromapas que son intercambiables y a
veces independientes de la base anatómica a la cual se creía que estaban fijados.

Dejando a un lado la fase psíquica de la percepción, vamos a detenernos un


instante en los mecanismos de neuronas, sinapsis e impulsos nerviosos, cada uno de
los cuales transporta al cerebro un mensaje que está referido a la realidad que sirvió
de estímulo antes de la acción que hemos llamado transducción: un mensaje sobre la
realidad y los seres de la realidad, incluso sobre la realidad del ser de nosotros
mismos.

Hemos afirmado que las funciones del cerebro no son el conocimiento, pero se
presuponen al conocimiento de forma que, sin ellas, el conocimiento o la conciencia

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serían imposibles. Esas funciones son la selección de los datos que le llegan de los
órganos de los sentidos en forma de impulsos nerviosos (Huble y Wiessel), la
identificación de esos datos, el procesamiento, la ordenación o estructuración de los
mismos para que tengan sentido y la disposición al objeto de que, en la fase posterior,
por la acción de las capacidades cognitivas primarias o elementales (sensoriales)
puedan convertirse en datos de la conciencia, es decir, en conocimientos. El cerebro
ejerce todas estas operaciones, pero ninguna de ellas es una operación cognitiva;
todavía no hay conocimiento.

El cerebro es como una especie de puzle: a) las piezas de ese puzle le llegan en
tromba; las neuronas y datos portados por ellas (información) que conectan con el
cerebro se cuentan, no por millones, sino por billones; calcúlense las neuronas, las
sinapsis y las dendritas que acuden a cada sinapsis, antes de llegar a los umbrales del
cerebro. El cerebro no puede abarcar toda esa cantidad de datos (información), tiene
un poder muy elevado, pero ese poder es limitado, incluso por las líneas horizontales o
verticales que discriminan la dirección de los impulsos aferentes; el cerebro tiene que
seleccionar; b) después tiene que construir el puzle con esos datos (impulsos
nerviosos), es decir tiene que ordenarlos, darles suna forma, colocarlos, situarlos en
una estructura, de forma que cada uno ocupe el lugar que le corresponde, porque solo
así cada uno adquiere su sentido o razón de ser; parece innecesario advertir que un
cerebro sano jamás coloca una pieza del puzle que viene del sentido de la vista en el
lugar o el mapa cerebral que corresponde al sentido del gusto; tampoco sitúa un dato
o un menaje que ha entrado en la vida del sistema nervioso por virtud de la
estimulación de un objeto, por ejemplo, la picadura de una avispa, en el puesto o el
mapa que corresponde a otro objeto estimulador, por ejemplo, en el lugar o el mapa
que almacena el placer que experimenta un nadador debajo del agua; cada una de las
piezas del puzle tiene su lugar; solo encajan en el suyo propio; es inútil intentar
colocarlas en el lugar de otras piezas; un cerebro sano no lo hará nunca si la
transmisión a través de la cadena de neuronas ha funcionado bien; esta misma
exigencia se impone en el caso de las estructuras de la demás capacidades humanas o
facultades; sirva de ejemplo el ya propuesto, la pretensión de algunos de llevar al
espacio cerebral o anaquel de la inteligencia que pertenece a la categoría de
‘capacidad para asumir responsabilidades’ la elementos que pertenecen a la categoría
de ‘derecho a abortar’; c) a diferencia de las piezas del puzle que sirve de juego a los
niños, entre las piezas del puzle del cerebro hay una comunicación o un intercambio
de mensajes mucho más intensa y mucho más amplia; más amplia incluso que la
comunicación entre las neuronas del resto del sistema nervioso central y periférico; el
cerebro es un caso especial, pues las neuronas son más perfectas, tienen mucha más
capacidad (pueden reproducir más de cien millones de conexiones de forma individual
y en un milisegundo); d) esta estructura o colocación de las piezas en el cerebro es
tan estricta o exigente que, si el cerebro está sano, cualquier estimulación que respete
los umbrales de la sensación, ejercida en un punto de órgano del sentido
correspondiente que disponga de un equipamiento elemental de neuronas terminales,
por ejemplo, un simple pinchazo en la yema del dedo pulgar, tiene su reflejo o su
respuesta en la microzona correspondiente de la corteza cerebral y puede verse en un
escáner o en la pantalla del ordenador cuando las zonas del cerebro han sido
correctamente cartografiadas; eso mismo acontece con cualquier estímulo, que respete
mínimamente los umbrales de la sensación ya mencionados, por ejemplo, un rayo de
luz accidental o periférica que incide ene la retina; si el rayo es ultravioleta no tendrá
esa respuesta en el cerebro, pues ese rayo se encuentra fuera de sus umbrales; e)
cuando se habla de un cerebro ‘bien amueblado’ es, primera y principalmente, a esta
estructura correcta y perfecta a la que estamos haciendo referencia, si bien la gente de
la calle lo aplica a la estructura de las ideas en la inteligencia; f) cuando cada pieza del
puzle está colocada en su sitio, entonces esa pieza y el puzle completo ‘tienen sentido’,
quiere decirse, que cumplen las condiciones elementales para ser lo que son, o sea se
ajustan a la esencia universal de puzle; si no cumplen esta condición serán un
montón confuso de cartoncitos o maderitas, pero no un puzle; ni cumplen la esencia
de puzle, ni pueden desempeñar sus funciones como tal; eso es lo que le acontece al
cerebro; si cada pieza no está en el lugar que le corresponde, en su mapa o

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micromapa, si no respeta la estructura biológica del cerebro, esa pieza no tiene
sentido, no sirve para nada, y el cerebro como tal sería un motón de neuronas, pero
no podría ejercer las funciones normales derivadas de la esencia de ‘cerebro’; solo un
cerebro como el que acabamos de describir dispone de esas estructuras en las que
sus contenidos, sus datos, sus menajes, pueden ser convertidos en datos de la
conciencia; en otras palabras, solo un cerebro como el que acabamos de describir es
capaz de presentar sus contenidos convenientemente, de forma que cada uno de
ellos pueda ser convertido en dato de la conciencia y expresar el conocimiento de la
cosa a la que está referido como dato; si no se cumple esto, si el dato al ser convertido
en dato de la conciencia no remite o no nos lleva al conocimiento de la cosa de la que
ha emergido como estímulo sensorial, ni eso es conocimiento de ninguna clase ni el
cerebro ha cumplido la misión que la naturaleza y la vida le han encomendado; f) hay
comunicación o intercambio de datos entre las neuronas a través de las sinapsis, y,
sobre todo, hay intercomunicación o intercambio de datos (información sobre los seres
de la realidad externa de los cuales proceden los estímulos desencadenantes de esos
impulsos nervioso), pero también hay intercambio de datos o información entre los
micromapas cerebrales, de acuerdo con las leyes que de la percepción, por ejemplo,
las leyes de la asociación; tal es el caso del intercambio entre los mapas cerebrales de
la vista (datos que contienen información acerca del color y la forma de la naranja) y
los mapas cerebrales del gusto (datos que llevan información acerca del sabor de la
propia naranja); esta fluidez de información deriva de la plasticidad del cerebro, pero
también deriva de las exigencias del mundo de la experiencia sensible o mundo
material, pues en la realidad, es decir, con independencia de la acción del cerebro,
esos datos están cohesionados formando una unidad; el buen funcionamiento es una
cualidad del cerebro sano, una exigencia de su naturaleza y también es una exigencia
de sus leyes: si esos datos están unidos o cohesionados en los seres externos, tienen
que estar unidos o relacionados también en el mundo interno o mundo cerebral; sin
esta correspondencia entre un mundo y otro es imposible el conocimiento, y,
consecuentemente, es imposible la verdad; la cartografía del cerebro se corresponde o
debe corresponderse con las redes cerebrales; y la distribución de estas y sus
funciones se ajustan o deben ajustarse a las exigencias de los seres de la realidad: en
el ejemplo citado los seres de la realidad, en este caso, la naranja, exigen que los datos
(ondas luminosas y partículas gustativas) que ella envía a través de las neuronas
terminales de los sentidos tengan sentido, y solo lo tienen si son recibidos como
estímulos de una misma realidad; no son datos sueltos o datos perdidos en la
marabunta de estímulos, sino datos con un origen concreto y una dirección concreta,
en virtud de la cual los mapas cerebrales de todos los sentidos que intervienen en el
proceso son mapas de un ser real, no imaginario o inexistente; el sentido del
conocimiento está en la realidad que se releja en él; esa es su verdad; eso mismo
acontece en el caso de los mapas cerebrales con todos sus contenidos; la ausencia de
intercambios entre los mapas cerebrales receptores de los datos de los distintos
sentidos es lo que hace posible comportamientos como el consumo de sustancias
tóxicas, el envenenamiento, el suicidio, etc.; g) como veremos en su momento, las
estructuras de los seres de la naturaleza no son estructuras caprichosas o amorfas,
entre otras razones porque una estructura amorfa o indeterminada no es una
estructura, sino un conglomerado de elementos que se caracterizan por su
indefinición; estas estructuras tienen, cada una de ellas, sus propias leyes, pro
ejemplo, la estructura física o química de la materia; ya hemos anticipado que las
estructuras cerebrales cognitivas y motoras también tienen sus leyes; nos referiremos
a ellas más en varios apartados de este libro; pero, si los seres de la naturaleza, con
independencia de la intervención cognitiva o activa del hombre, tienen sus estructuras
y sus leyes, esos mismos seres de la naturaleza trasladados al cerebro a través de los
datos que ellos envían en forma de impulsos nerviosos, también forman una
estructura y esa estructura también está sometida a leyes como acabo de afirmar:
leyes fisiológicas; esta trama de datos con todos sus contenidos o mensajes,
trasladada al mundo de la conciencia sensible, tiene igualmente sus estructuras y
leyes: las ya citadas leyes de la sensación y la percepción; y, si trasladamos esta
última trama a la memoria y a la inteligencia, también tiene sus estructuras y sus
leyes que son las leyes de la memoria y las leyes del pensamiento en general o leyes

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lógicas (de logos: inteligencia); pero no podemos pasar la página si dejar constancia de
que hay una correspondencia, o, si se quiere un paralelismo, entre las leyes de las
estructuras naturales, las estructuras cerebrales, las estructuras perceptivas, las
estructuras mnésicas y las estructuras lógicas; por la naturaleza de este trabajo no
vamos a hacer un estudio pormenorizado de esta correspondencia entre esos cuatro
niveles de las estructuras a las que acabo de referirme; nos limitaremos a constatar
esa correspondencia entre las leyes de las estructuras cerebrales y las leyes de las
estructuras de la percepción, por ejemplo, la ley de las simplicidad, la ley del menor
esfuerzo, la ley de la perfección o la ley de la buena forma. De esta correspondencia
nos ocuparemos reiteradamente. De momento me basta con dejar sentado de una vez
por todas que el puente que sirve de paso del mundo de la realidad al mundo del
conocimiento y de la conducta, salvo en el caso de los movimientos derivados del
sistema nervioso autónomo o los movimientos o considerados como movimientos
reflejos simples, es el cerebro. Quiere decirse que sin el cerebro no hay vida psíquica,
por tanto no hay rasgos ni cualidades psíquicas. El cerebro no basta para que el
individuo pueda construir o formar esos rasgos o cualidades, pero está claro que, sin
el cerebro, la capacidades psíquicas no pueden construirlas ni formar la personalidad.
Sin el cerebro tampoco hay cultura.

Una cosa son los procesos cognitivos perceptivos e intelectivos y otra cosa son
las estructuras cerebrales. Las estructuras o formas de la percepción y sus leyes, lo
mismo que las estructuras y leyes de la producción de ideas y pensamientos, son
universales o compartidas por todos los individuos y por todos los pueblos. Tuene su
papel en la producción de la cultura, pero no son cultura. Es cultura es el producto de
la inteligencia y las demás facultades cuando utilizan estas estructuras como
herramientas para la corrección de las ideas y los valores. A estas estructuras les
falta la flexibilidad o el margen de consistencia o entidad que necesitan la inteligencia
y la imaginación para su despliegue funcional como conjunto de acciones libres. Sin
esa libertad no hay originalidad, no hay creatividad, que son condiciones esenciales de
la cultura. En las estructuras y leyes del conocimiento no existe esa libertad: el
hombre no puede cambiar a capricho ninguna de estas leyes, por ejemplo, si A
entonces B; y se da A, entonces se da B. Puede introducir cambios en esta estructura,
por ejemplo: si se da A, entonces se da B, y se da B, entonces se da A. Puede
hacerlo, pero cualquier pensamiento construido empleando para ello esta estructura
es un pensamiento incorrecto y, naturalmente, no conduce a la verdad de forma
necesaria, por ejemplo, ‘si en los seres humanos no hay manifestación alguna de
comportamientos racionales, entonces no son personas; pero de hecho muchos no
manifiestan comportamientos racionales; luego no son personas’. La condición de
persona no depende de que el individuo manifieste comportamientos racionales; si
fuera así cualquier individuo en sus horas de sueño no sería persona, y un deficiente
mental profundo tampoco sería persona, por las mismas razones.

Acabo de mencionar las palabras libertad, elasticidad, originalidad, creatividad,


como propiedades de la cultura subjetiva. Es por esto por lo que no hay una sola
cultura que sea la ‘cultura de la humanidad’, sino muchas culturas y subculturas.
Grandes culturas o culturas menores. Entre las primeras están la cultura 'cristiana', la
cultura 'judía', la cultura ‘islámica', la cultura 'budista' o la cultura ‘hindú’: todas estas
culturas son relativas respecto de la condición universal de ‘cultura de la humanidad’.
Esta condición plural de la cultura es relativa porque depende de factores accidentales
respecto de la propia cultura como son los factores geográficos, los factores raciales, los
factores históricos, los factores religiosos y morales y los propios contenidos concretos de
cada una de esas culturas. Por otra parte todas estas culturas, coda una de ellas, con
sus propias subculturas, vienen a extender y enriquecer la cultura universal.

Esta diversidad de las culturas necesita una explicación como hemos dicho.
Tiene que haber una causa que permita a los seres humanos abrir espontánea y
libremente el abanico de las posibilidades para la creatividad y, consecuentemente, el
abanico de las culturas. Se ha afirmado que esa diversidad nace de las diversas
formas de conocer e interpretar la realidad. Pero esto no es una explicación; es solo

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retrotraer el problema. En realidad tenemos las mismas estructuras o esquemas
mentales para conocer la realidad y esos esquemas obedecen a las mismas leyes, pero
la aplicación o el uso que hacemos de esas estructuras o esquemas es distinto en cada
individuo, como hemos dicho. Eso hace que la realidad, siendo la misma para todos,
cada uno la vea desde su punto de vista, desde su perspectiva personal. Los factores,
las cualidades, las formas, los detalles, los valores que una realidad, por pequeña que
sea, presenta ante las células sensoriales de nuestros sentidos, en número, son de
proporciones siderales. No hay sentido alguno, ni equipo de sentidos, que sean
capaces de abarcarlas todas. Ya hemos hablado de los umbrales de la sensibilidad
mediante los cuales ya se ponen limitaciones y se practica una selección de esos
datos. Pero luego está la perspectiva o el punto de vista personal en el cual intervienen
otros factores, por ejemplo, los interese personales, el estado de salud del organismo,
los gustos, las acciones, la educación o el medio ambiente social, la herencia, la
religión, la raza, la acción política y mediática, etc. Percibimos objetos, no realidades.
Los objetos son esos fragmentos de la realidad que percibimos, pues es por el
conocimiento por el que convertimos las ocas o algo de las cosas en objetos. Ni que
decir tiene que los intereses personales, el desarrollo o maduración de los órganos de
los sentidos, el estado de salud del organismo, los gustos, las acciones, la educación o
el medio ambiente social, la herencia, la religión, la raza, la acción política y
mediática, etc., no son los mismos para todos. No es que percibamos realidades
distintas, sino aspectos distintos de una misma realidad. Es a esto y solo a esto a lo
que he hecho referencia cundo he afirmado que percibimos realidades distintas. Es
normal, por tanto, que las culturas resultantes de esta variedad de la acción cognitiva
inteligente y creadora resulten culturas distintas.

Cada una de ellas es una interpretación de la realidad; lo cual no supone que


una sociedad esté condenada al relativismo como situación límite que haga imposible
la convivencia. Hay realidades y aspectos o cualidades de la realidad que son
asequibles para todos. Más aún, hay realidades y aspectos o cualidades de la realidad
de los cuales todos tenemos constancia, si somos sinceros; es decir, si somos fieles a
nuestra propia conciencia, por ejemplo, la condición del ser humanos como ser
especial, superior a los demás seres en el oren ontológico, en el oren moral, en el
orden cultural, en el orden político, en le orden religiosos, en el orden de científico,
etc.; en otras palabras, es una evidencia para todos que el ser humano es un ser
excepcional y único como individuo en el seno de la naturaleza de los seres vivos. Y es
una evidencia para todos el hecho de que cada uno tiene su propia conciencia como
recinto sagrado de su vida privada o personal de la cual se proclama como dueño
absoluto y libre para construir su personalidad a base de ella. Es una evidencia para
todos la existencia de unos derechos esenciales que son suyos por el hecho de tener la
condición de ser humano y que esos derechos no dependen de la voluntad de las
mayorías de la sociedad, ni de la voluntad de los representantes de esas mayorías, ni
de los poderes e instituciones públicas. Hay para cada uno la convicción universal de
que lo suyo, lo que es de la propiedad de cada uno, le pertenece y seguirá
perteneciéndole aunque se lo arrebaten; aun en ese caso seguirá siendo suyo. Hay
para cada uno la convicción compartida según la cual que algo sea bueno a malo no
depende de que él lo crea así, de que alguien lo decida, sea una persona o sea un
Parlamento, u juez o un sátrapa; la convicción de que las cosas y las acciones son
buenas o malas por sí mismas y que, además, la conciencia certifica que somos
responsables ante esas cosas o esas acciones que son buena o malas; responsables
de forma personal, no de forma vaga e imprecisa, como si fuera posible liberarnos
cargando descargando esa responsabilidad sobre la sociedad, sobre la raza, sobre la
religión, sobre las modas, sobre los instintos, sobre los poderes públicos, sobre el
ambiente cultural y moral, sobre los medios de comunicación, etc. Todos estamos
comprendidos y formamos parte de este panorama de seres conscientes de estas
realidades. Esta pertenencia está implicada en nuestra condición de seres racionales.
Pues podemos abdicar de muchas cosas, pero jamás podremos abdicar de nuestra
racionalidad, de la misma manera que jamás podremos abdicar de ser hijos de un
padre o de una madre. Nadie puede abdicar de ser racional, ni de las ideas y
convicciones psíquicas que ha formado a base del ejercicio de esa racionalidad.

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Otra cosa es que muchos no estén dispuestos a reconocerlo ante los demás,
ante la sociedad, y no ajusten sus comportamientos externos a esta realidad personal
suya. Es decir, hay muchos que no quieren implicarse en sus propias convicciones por
las razones que todos conocemos; por ejemplo, la convicción de que ‘el ser vivo que es
concebido con su identidad genética propia en el vientre de una mujer, pero que,
supuestamente, no es humano en el momento de ser concebido, ya no lo será nunca
jamás; en su desarrollo será lo que sea, será otra cosa, pero no un ser humano’. No
hay experiencia alguna de metamorfosis en la ontogenia de los seres humanos; no se
conoce ningún caso en la realidad; no hay ningún científico que lo haya probado. No
hay fundamento alguno para la afirmación de estos hechos. Eso es una evidencia para
todos, incluso para aquellos que lo niegan. Hay que separar de forma tajante lo que es
la conciencia personal, la conciencia psíquica, no la conciencia religiosa o la
conciencia moral, de lo que son sus ideas, sus convicciones y sus valores acerca de las
conductas individuales o sociales que no tienen nada que ver con los contenidos de
esa conciencia; hay que separar esa conciencia de los comportamientos de la persona
en cada una de sus circunstancias. Esa separación es posible porque somos liberes
para elegir las opciones que queramos a la hora de planificar y realizar nuestra
conducta, incluso a la hora de planificar y realizar la conducta de elegir las palabras u
otros signos para referirnos a los contenidos de la conciencia. Ya hemos afirmado que
las palabras o el lenguaje en general, sea del tipo que sea, es un conjunto de signos de
invención y uso libre. Son muchos los que han optado por convivencia en el campo
libre reservado para los aselli onusti mendaciis. La mentira tiene más valor que la
verdad (es un tesoro), por eso estiman que hay que defenderla con uñas y dientes y,
además, imponerla, si es preciso, por la fuerza. Creo que no necesito repetir las citas a
este respecto.

Esto es lo que acontece en los procesos cognitivos desde el punto de vista de la


psicología. Ahora bien, si retrotraemos el problema al campo de la biología el núcleo
principal de las causas, la explicación fundamental de estos hechos está en el cerebro.
Esta es la explicación profunda de los mismos: los seres humanos, en trono a un
mismo fenómeno, perciben realidades distintas (cualidades distintas de las mismas
realidades), porque son distintas las estructuras cerebrales, los circuitos y la sinapsis,
distintos los mapas o cartografías del cerebro que responden a los distintos estímulos
que le llegan de la realidad. Ya hemos afirmado que las funciones del cerebro
fundamentales son la selección de los datos o mensajes que le llegan en tromba través
de los conductos neuronales, el procesamiento de esos datos y la disposición de los
mismos para ser convertidos en datos de la conciencia. Por tanto en estos procesos no
entran más que los mensajes seleccionados, y son seleccionados aquellos que son
coherentes con las estructuras cognitivas o motoras del cerebro de cada uno. La
plasticidad del cerebro hace referencia a su modularidad, a su elasticidad, a su
moldeabilidad, a su neurogénesis, pero abre las puertas a la variabilidad, pues cada
uno puede modular su cerebro a su manera respetando siempre las leyes de la
plasticidad que son precisamente las que permiten el desarrollo de esa variabilidad.

Pero he afirmado con Doidge, Merzenich, Tallal, Nisbet y otros que, en


virtud de esa modularidad y variabilidad de las estructuras del cerebro, no solo
conocemos o percibimos la realidad del universo de distinta manera, sino que
percibimos del mundo realidades distintas (datos reales distintos, cualidades reales
distintas). El propio Nisbet ha hecho sus investigaciones y ha aportado datos
interesantes como prueba, sobre la base de que los orientales y los occidentales tienen
estilos y formas distintas de percibir la realidad: a) los occidentales perciben la
realidad como compuesta de elementos diferentes, individuales, cada uno de los
cuales tiene su propia entidad, por ejemplo, los personajes que intervienen en una
reunión (estilo cognitivo analítico); al paso que los orientales perciben la realidad como
un todo, dando más importancia al conjunto y a las relaciones o estructuras del
mismo (estilo cognitivo sintético). Esta diferencia se corresponde con la diferencia que
hay entre los dos hemisferios del cerebro, pues, mientas que el izquierdo es analítico y
secuencial (procesamiento de los datos como elementos con entidad propia: predomino

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de los elementos sobre el todo), el hemisferio derecho es sintético e integrador o
relacional (procesamiento de los datos como una totalidad: predominio del todo sobre
los elementos). Ya tenemos, pues, una base biológica que influye o condiciona la
percepción de la realidad, la misma para los orientales y los occidentales; o, si se
quiere, las diferencias de la percepción de los datos o aspectos de la realidad que son
percibidas en cada caso.

Y ahora viene el argumento: los estudios de Nisbet en distintos países del este
y del oeste fueron completado con los trabajos de un alumno suyo, Take Masuda. A
dos grupos que intervinieron en las pruebas les fue presentada una pecera con peces,
con diferentes plantas y rocas; entre esos peces había uno especial que destacaba por
sus cualidades, por ejemplo, su tamaño y su brillo. Cuando se les pidió que hicieran
un resumen de lo que habían visto, los estadounidenses anotaron la presencia del pez
especial, mientras que los japoneses lo pasaron por alto; escribieron sobre los peces
pequeños, los peces del fondo, las rocas, las planta y la pecera; no hicieron referencia
al pez de mayor tamaño y especial colorido; en relación con esos datos en los que
omitían la presencia de un pez especial los japoneses superaron a los estadounidenses
en un 70%. Una prueba posterior consistió en mostrarles a ambos grupos elementos
particulares, uno por uno, de la pecera, por ejemplo, los peces. Los estadounidenses
identificaron con facilidad los peces que habían visto, mientras que los japoneses no
fueron capaces de identificarlos, y solo mostraron habilidades para identificar los
objetos (peces, rocas y plantas) en su contexto. Por lo demás los estadounidenses eran
capaces de identificar los peces en un nuevo contexto (llevados a otra pecera),
mientras que los japoneses no podían hacerlo si ese contexto no era su contexto o
escenario original. La pauta de los estadounidenses era la respuesta automática
emitida con seguridad y aplomo, mientras que la de los japoneses esa respuesta
estaba amenazada por la vacilación y la duda. Esto explica que el factor determinante
de la respuesta es también automático, es decir, biológico; en la respuesta de los
americanos no había por detrás una facultad superior que la controlara (la
inteligencia); era el organismo o el cerebro en virtud de sus estructuras ya
determinadas por el experimento para emitir esa respuesta.

Estas pautas de comportamiento perceptivo, repetidas una y otra vez de forma


constante, terminan generando un hábito en los comportamientos del cerebro. Estos
hábitos son el reflejo de la modificación de sus estructuras cognitivas y conductuales
o motoras. La cartografía del cerebro en esos puntos de respuesta a los estímulos
utilizados en el experimento confirman estos hechos. El aprendizaje puede facilitar los
cambios en las formas de percepción, ciertamente, pero esos cambios son efectos que
tienen lugar precisamente en el cerebro, en las estructuras del cerebro y,
posteriormente, como consecuencia de ello, en los procesos perceptivos e intelectivos.

Otra prueba que se aduce en favor de estos hechos es que los japoneses
trasladados a Estados Unidos y puestos en contacto con otra cultura, después de un
buena porción de años, comienzan a percibir la realidad de cuerdo con el estilo
cognitivo analítico (occidental); los hijos de estos japoneses inmigrantes, utilizaban de
forma indiferente ambos estilos cognitivos y, para los hijos de la tercera generación,
los estilos cognitivos, a los efectos de la percepción, ya eran completamente
occidentales, pues su cerebro en esos años ya había tenido tiempo para modificar o
crear nuevas estructuras cerebrales. Está claro que las diferencias en la percepción no
son genéticas, sino culturales, en la medida en que la cultura se adentra en los
procesos biológicos del cerebro obligándole a cambiar sus estructuras cognitivas, las
cuales comprenden todo lo que hemos consignado anteriormente: la selección e
identificación de los mensajes o datos afrentes, el procesamiento de los datos y la
disposición y control de los mismos para ser convertidos en datos de la conciencia.
Eso explica también que el concepto de ‘cerebro’ de los científicos actuales se
encuentra en el extremo opuesto del concepto de ‘cerebro’ de los positivistas clásicos y
los empiristas. El cerebro y las capacidades psíquicas no son pasivas, sino activos, en
permanente estado de tensión al objeto de adaptarse a los impulsos y mensajes que le

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llegan de la realidad a base de cambiar o modular sus estructuras cognitivas y
motoras. 300-1-2-

Tanto los productos de la cultura como los hábitos y estilos de aquellos que
toman la cultura como un quehacer fundamental en su vida, son diferentes en cada
persona, como acabamos de afirmar. Pero esas diferencias siempre las referimos a las
diferencias o a la diversidad de los objetos que toma como materiales de su trabajo o a
los procesos psíquicos que realiza en la tarea de enculturación. El profesional de la
cultura procura atenerse o estar a la altura de los tiempos, presentar sus productos
de forma que sean originales, pero, también, de forma que encajen en los gustos de las
gentes. Es decir, la producción de cultura es suna forma de adaptación al medio
ambiente cultural.

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Todo esto nos conduce al tema de la percepción de la realidad. En este caso a


la realidad cultural teniendo en cuanta sus posibilidades subjetivas y los gustos o
exigencias del medio ambiente. Todo esto es relativo como podemos comprender. Por
eso el producto que sale de sus manos también es relativo. Y nos hemos preguntado
dónde esta el origen de esta relatividad, ¿está en las cosas o en los materiales que
utiliza? ¿está en los gustos de la gente? ¿está en sus procesos perceptivos de estas
realidades? ¿está en su concepto de la creatividad? ¿dónde está ese origen?. La
respuesta es la misma. Esa relatividad está en su cerebro, pues para producir la obra
de arte, el esfuerzo que supone su trabajo le exige o le impone la necesidad de adaptar
o conformar sus estructuras cerebrales, en este caso, con preferencia a las
estructuras motoras, ya que se trata de concebir el objeto de la cultura, pero sobre
todo de realizarlo o ejecutarlo.

Ante el horizonte inmenso de posibilidades que se le ofrecen al productor de


cultura tiene que elegir una opción o varias opciones, pero siempre muy limitadas
sobre la base de la percepción de la realidad subjetiva y objetiva que es la que va a
condicionar esas posibilidades. Frente a la percepción receptiva está la percepción
proyectiva. Cada obra de cultura es primeramente un proyecto; luego será una
realidad, pero todo ese mundo en torno a la cultura que se produce o que se vende es
un mundo de relatividad, habida cuenta de que esa relatividad arranca de la
relatividad de las estructuras cerebrales, pues la percepción de la realidad depende de
estas estructuras, como hemos afirmado reiteradamente.

Entre las propiedades de la percepción están la especificidad, la inmediatez, la


fidelidad, la originalidad, la simplicidad y la relatividad. Voy a fijarme en esta última:

La relatividad no está en contra de su especificidad. Cada sentido capta su


objeto de forma absoluta; su objeto formal, no otro objeto, por ejemplo, el color y la
forma para el ojo: o capta el color o la forma o no capta nada. Pero la absoluteidad
acaba ahí: a) la relatividad está referida a la calidad e intensidad de las sensaciones,
por ejemplo, una sensación de calor es relativa, pues depende de otra anterior u otra
posterior; la sensación de calor de una mano metida en agua fría depende de la
sensación de calor producida por haberla tenido mentida en otra más fría; metida en
agua caliente produce la sensación de calor si no ha estado metida en otra más
caliente. Lo mismo acontece con las demás sensaciones; la percepción de rudo de un
coche depende del volumen mayor o menor del ruido de otros coches; b) la
relatividad se refiere también al estado general del sujeto y al estado particular de los
órganos sensoriales receptores; el ruido del tren para un sordo puede parecer normal,
pero para un oído sano puede parecer más bien atronador; c) la relatividad está
referida también a la existencia misma de la sensación, pues la existencia de una
sensación depende de otras sensaciones, no solo de su intensidad y calidad; muchas
sensaciones se producen, no por la acción de los estímulos, sino por el cambio de los
mismos, por ejemplo, la sensación de llevar gafas; solo percibimos el objeto, las gafas,
cuando nos las quitamos o se nos caen de la nariz; d) la relatividad está referida

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también a la naturaleza del sujeto, a la existencia y la finura o sensibilidad de sus
capacidades perceptivas, por ejemplo, para el hombre son imperceptibles los rayos
ultravioleta, sin embargo hay ciertos animales que perciben esos rayos; e) la
relatividad está referida también a la configuración general o esquema de nuestro
cuerpo generada por la acción o colaboración de todos los sentidos; se trata de la
percepción del propio cuerpo generada ya en la infancia y es prioritaria respecto de
cualquier otro dato sensorial; f) por último, la relatividad está referida también al
esquema general que todo individuo se forma de mundo o del ambiente en que vive
por procesos similares a los que emplea para formar el esquema general de su propio
cuerpo, por ejemplo, la percepción general del medio ambiente o del mundo
(Godstein); este es el orden de la diversidad de las sensibilidades de distintos pueblos
para una serie de valores históricos, artísticos, religiosos, morales, estéticos,
culinarios, etc. Lo que es la sensación de la calidad de un vaso de vino de la Ribera de
Duero para un castellano, probablemente, en el caso de un centroafricano, no supone
valor alguno.

Pues bien, esa es la forma de relatividad a la que estoy refiriéndome cuando


me pregunto por el origen último de esta diversidad. Mi respuesta, con los autores
que ya he mencionado, es la de siempre: el origen último está en las estructuras
cognitiva y motoras del cerebro, en su plasticidad o su margen de libertad
(flexibilidad), si se me permite poner esta palabra, a la hora de construir sus
esquemas, seleccionar los datos o menajes afrentes, procesar esos datos y disponerlos
para ser convertidos en datos de la conciencia por la acción de alguna de las
facultades cognitivas y orécticas.

E. ROJAS (12-2-03), desde su perspectiva de psiquiatra, para fundamentar la


diferencia que hay entre 'ser' y 'querer', nos ha legado otras definiciones, más bien
descripciones, de la cultura: "La cultura es la decoración" de la persona... "la estética de
la inteligencia"... "la cultura es libertad; espesor del conocimiento vivido, lo que queda
después de olvidar lo aprendido". Todas estas frases nos resultan familiares, sobre todo
la última, que es frecuente en los libros de Psicología.
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Esto es exactamente lo que cabe afirmar acerca de la cultura. Hay muchas
culturas en el mundo, por ejemplo la cultura cristiana, la cultura judía, la cultura
islámica, la cultura, hindú, la cultura budista, etc.. Pero la condición de cultura es otra
cosa. Le pasa lo mismo que a la condición de hombre sin más. Hay algo en la cultura que
no es relativo, es decir, que no depende de nada porque es la esencia misma de la
cultura, de tal forma que una manifestación cultural cualquiera o posee ese algo o no es
cultura en absoluto.
Ese algo es un factor 'absoluto' que determina de 'forma absoluta' la condición de
cultura y que , por ser absoluto: a) no depende de factor alguno externo a la cultura
misma o factor accidental respeto de ella, b) tiene que ser participado o hallarse presente
en todas las manifestaciones culturales como condición necesaria para que puedan ser
consideradas como culturas. La constatación de estos dos criterios es lo que nos sirve
par determinar cuáles son los fenómenos de las sociedades actuales que pueden ser
aceptados como cultura y cuáles son los que deben ser rechazados como subcultura o
contracultura.

Ese factor absoluto que confiere la condición de cultura de forma absoluta a un


fenómeno pretendidamente cultural, subjetivo y objetivo, es doble y tiene mucho que ver
con las connotaciones que ya hemos recogido de los clásicos latinos y griegos,
especialmente de Cicerón: a) conjunto de procesos psíquicos que tienen por objeto la
perfección o el desarrollo de las capacidades psíquicas de los seres humanos,
particularmente de la inteligencia (conocimientos verdaderos) y la voluntad (toma de
decisiones libres y responsables); como consecuencia de ello, conjunto de procesos

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psíquicos enriquecedores de la personalidad; b) conjunto de obras que tienen su origen
en el desarrollo de las capacidades psíquicas de los seres humanos y cuyo fin esencial
(finis operis) es el desarrollo y la perfección de las capacidades psíquicas de los
consumidores o destinatarios, por ejemplo, una obra de teatro de Calderón, El Quijote
de Cervantes o la Sexta Sinfonía de Beethoven. No basta con que tengan al condición de
'obra de teatro', de 'novela' o de 'sinfonía'. Para que tengan la condición de cultura tienen
que cumplir la condición de 'cultura'. Pues,... resulta que hay muchas obras de teatro,
muchas piezas musicales, muchas novelas y muchas otras manifestaciones culturales
que no cumplen esta condición. Por esto mismo no son cultura, sino subcultura o
contracultura. Lo suyo no es la perfección y el desarrollo de las facultades humanas, o el
enriquecimiento de la personalidad, sino el deterioro o el embrutecimiento de las
mismas.

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