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Un OASIS para Lima

Por Alan Luna

La cultura pop de los noventa tuvo en la banda Oasis a una de sus


expresiones más fieles respecto a la noción de lo cool en una sociedad
hambrienta de “novedad clásica”. Rockandroll reinventado, punta de lanza para
la revolución de la generación X, la generación del desfiladero y el videogame.
Todo eso y un efemérico MTV para revistas. Y doblemente para una
Latinoamérica con su pesimismo recién pintado y su alienación de siempre.
Esa Latinoamérica a donde los riff de los Gallagher llegaban a través de las
radios más selectivas, las dirigidas a los sectores AB y a los chicos que
rebobinaban casetes con sus lapiceros después de clases.

Este Hemisferio Sur que nunca llegó a ser beat tuvo su cuota ajena. Del
walkman al discman, y de ahí a los reproductores de mp3. De la genialidad de
componer himnos urbanos al escándalo mediático. De la pluma de Noel al
cuchillo de Liam. En suma, del Dr. Jeckyll a Mr. Hyde. Un Caín y Abel de
couché empapelando la época de oro de los videoclips. Oasis: ¿reencarnación
de los Beatles o bravucones talentosos? La reedición del vinilo lo dirá algún
día. Mientras tanto, ya han sido considerados en su época como la mejor
banda del planeta. Y ahora se los podrá ver en una de sus presentaciones en
vivo, con la roja y oportuna cereza de traer como baterista a Zak Starkey, el
talentoso hijo de Ringo Star. ¿Qué? ¿Que no vendrá? ¿Que ya se separó de la
banda hace años? ¿Que no quería ser una estrella sin vida familiar? Igual.
Oasis es Oasis. “A un mes de su presentación en Lima ya se han vendido más
de veinte mil entradas” -dice un blog-.

Una banda de verdad, de cuero y metal. Más de treinta mil fanáticos


asegurados, 10 toneladas de equipos, cuatro pantallas gigantes y un
exuberante show de luces. Sétimo disco en cartelera, “Dig Out Your Soul”.
Bueno, Lima es el lugar.

El plan: llegar al concierto. La ruta: Cajamarca – Trujillo – Lima, y viceversa. El


tratamiento: seudo periodístico. El objetivo: un cajamarquino en Oasis (por
supuesto, habrán muchos; pero muchos no).

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Trujillo. Primer tramo cumplido. Nueve horas de viaje (épocas en las que la
carretera era una tortura china). Riñones calcificados. Columna con collarín.
Ausencia de alma, por lo menos en el aliento. Despeinados. Resecos.
Novedades hasta nuevo aviso.

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Lima. Siete horas y media de viaje. Sol amable. Alguien nos espera en el
terminal de una empresa de transportes. El taxi cruza el Nacional. Aún no hay
cola. ¿Pernoctar? Quizá en otra década. Día despejado.
Previos. La gente sugiere desayunar caldo de gallina. Un mercado en la Av.
Cuba, un plato hondo de generosas dimensiones. Si desean con té. ¿Un
guisado de chancho? Nada, nada. Algunos llevan mascarilla. Otros estornudan
y empiezan las miradas de sospecha. Dos ancianos llevan bozal mientras
compran en una bodega. Son épocas de la gripe porcina.

Las calles están bien cuidadas y el sol ha aparecido completamente. Para


descansar, un departamento en Jesús María, en el sétimo piso. La vista es
generosa. Los hermanos Gallagher ya están en Lima. Unos quinientos
fanáticos fueron a recibirlos al aeropuerto superando el temor del supuesto
primer caso confirmado de gripe porcina (lo que fue descartado). Liam levantó
las manos fugazmente. Suficiente para los seguidores. Luego hubo prueba de
sonido a la que solo algunos afortunados pudieron acceder. Ya casi no quedan
entradas en Teleticket. Las últimas van para la tribuna. Algunos hablan de
treinta mil asegurados, otros de treinta y cinco mil. Las verdaderas cifras se
confirmarán al día siguiente.

* ¡Más de 40 mil asistentes! Se sabía. ¡43 mil para ser exactos! Y qué dijo Noel
en el Myspace de la banda: “Tocamos anoche en el Estadio Nacional de fútbol.
¡48 mil entradas vendidas! Escandaloso. Increíble concierto. Verdadero salto
(pogo)”.

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EL DÍA

4:00 p.m. Buena hora para hacer cola, para empezar a hacer fila detrás de una
fila ya enorme. “Supersonic” es el lugar. Puerta 9, señor. Por allá. ¿Aquí? No.
La de allá, la grandota. Ok. La gente está inquieta. Llevan horas esperando. El
piso está lleno de latas de cerveza, botellas plásticas y volantes. ¡Polos de
Oasis a 15 soles! ¡Compro entradas! ¡Tengo cancha y tribuna! ¡Llaveros a dos
por cinco¡ La cola se mueve. ¡Gloria! Y se mueve rápido. Entradas a la mano,
por favor. Revisión. Alza las manos. ¿Y esta cámara fotográfica?

El Estadio Nacional no es el monstruo que pinta la televisión. Es grande, pero


no asusta. Es más bien acogedor, cálido, encarador. Y tiene que abrir todas
sus puertas para ubicar al público del concierto en las zonas señaladas. Los
sectores llevan el nombre de las canciones más emblemáticas de la banda, y
obviamente se distancian por el precio. ¿Descuento? Claro, si compras con
tarjeta. “Wonderwall”, “Supersonic”, “Live Forever”, “Morning Glory”, “Roll With
It”, etc., así hasta la Tribuna. Todo copado: Oriente, Occidente y Norte. Y en
Sur: un impresionante escenario. Una intrincada armazón metálica que
sostiene columnas y luces por todas partes. Los operadores siguen conectando
cables y ajustando todo lo que se pueda ajustar. Ya es hora. Vamos. One, two,
three. Y en las enormes pantallas, comerciales de las marcas auspiciadoras.
Tres veces. Pifias. Ahora sí. Y...entran los Turbopótamos, la banda limeña.
Calentar un poquito mientras se revisan los celulares.
9:00 p.m. Silent. Las luces giran. Saltan. Cambian de color. Los técnicos de
Oasis prueban los instrumentos. Todo perfecto. Gritos. Las luces enloquecen.
La poderosa consola truena. Suelta de un escupitajo su acostumbrado “Fuckin’
in the bushes”, instrumental comentado que a la sazón, y en inglés, diría:
“Armamos este festival para ustedes, bastardos, con mucho amor. Trabajamos
durante un año para ustedes, cerdos. (...) Me encanta. Hay lugar para todos
aquí. Todos son bienvenidos. En efecto los amo”. Y Liam aparece abriendo
camino para los Oasis en el escenario. Noel lo sigue. La gente aprieta y grita.
Celulares y cámaras en ristre. Manos arriba. Han llegado. Saludan, y de frente
a los instrumentos. Tic, tic, tic y “Rock “n” Roll Star”, que más que una canción
es una declaratoria de principios. “Somos estrellas de rockandroll y seremos
eternos”. Liam adopta su tradicional postura de cuervo encorvado frente al
micrófono. Cuervo con traje largo hasta las rodillas y pelo corto. Noel con su
casaca de siempre y con la guitarra más colorida. “No me importan sus vidas.
Salten. Fuck...Salten y contengan el aliento lo más que puedan”. Es
básicamente eso, rockandroll. Salten que los de atrás quieren llegar adelante.
Luces anaranjadas. Es solo rockandroll. Es solo rockandroll. El último rasguito,
y la batería cierra la primera canción. En la guitarra, Gem Archer. En el bajo,
Andy Bell. Una melenuda reencarnación de G. Harrison en los teclados. ¿Y
quién es el tipo de la batería?

El sonido que emiten los amplificadores es impecable. Sigue “Lyla”.

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Se sucederán así clásicos como “The Masterplan”, “Wonderwall”, “Supersonic”,


“Champagne Supernova”, etc., con estrenos del nuevo material. No hay
respiro. Piedad. Exhalación. El público salta y suda sobre sus horas de espera.
Esas endemoniadas pantorrillas se vuelven resortes. Letras de hipnótica
sencillez. Tipos de la calle que buscaban salir de la rutina de su Manchester
natal, o con el fútbol, o con la música. La mayoría entiende el pulso. Se
desgarra la garganta de un tipo que entona perfecto el inglés. Una rubia en los
hombros de su enamorado esquiva las latas de cerveza que le llueven desde
atrás. Bájate.

Noel dice algunas cosas en español. “Muchas gracias, Lima”. La gente grita.
Aúlla. Noel agradece en inglés. La gente responde. Noel se despeja y señala
con el dedo: “This is the best city in years”. Ya no importaba que Noel hubiese
perdido otra vez el celular en el aeropuerto o que le hayan dado una mascarilla
para la gripe porcina, ya que el celular se lo devolvió una atractiva azafata y la
mascarilla lo hacía ver como un malo de James Bond -palabras de Noel-. Cool.
No importaba porque parecía estar realmente satisfecho. Liam comenta algo
-condimentado con fucking(s) a discreción-. Lenguaje poético para los que
ESTÁN en el hombro de los gigantes y escupen en los rendidos estadios de
fútbol. Liam aplaude a las tribunas. Se dirige a la gente de los costados y a los
del fondo. Saludos a la distancia. Liam se corona con la pandereta y
desaparece por un momento. Noel toma el escenario con serenidad y suelta
una versión más acústica de “Don’t look back in anger”; quizá el momento más
emotivo y más conectado de todos. Lima tuvo su Woodstock por un par de
horas.
Y para terminar la tormenta, un cóver de los Beatles, “I am the Walrus”, la
canción más indescifrable del Morsa de John Lennon, con las imágenes
psicodélicas de las pantallas inteligentes.

Liam baja –salta- al público, escoltado por la gente de seguridad. “Live Forever”
reclama la gente. Liam estira la mano. Algunos fans lo tocan. Otros se quedan
con la mano estirada para siempre a unos centímetros de la posibilidad. Noel
regresa brevemente para aplaudir a la marea. Thank you very much.

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Al día siguiente, la banda no pudo abandonar el país debido a una densa


neblina. “Neblina caliente”, como la bautizó Noel. (*)

Ya desde Chile, Bell y Archer reconocieron que el concierto de Lima fue el


mejor de lo que va de la gira, y que junto al de Buenos Aires será difícil de
superar.

ACTUALIZACIÓN

(Agosto - 2009): Noel, desde la página web del grupo: “Con tristeza y gran
pesar les digo que dejé Oasis esta noche. La gente escribirá y dirá lo que
quiera, pero simplemente no podía seguir trabajando un día más con Liam. Mis
disculpas a toda las personas que compraron entradas para los shows en
París, Constanza y Milán”,

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(*) La noche siguiente al concierto, cruzando el distrito de Miraflores, rumbo a una entrevista,
pudimos comprobar lo espesa neblina que transformó a la capital peruana en una Londres
sudamericana.

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